Diez Mandamientos


Octavo mandamiento

Monastero "No darás falso testimonio contra tu prójimo"
(Éx. 20,16).

Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: "No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor".
(Mt 5-33).

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No darás falso testimonio

El octavo mandamiento prohibe falsear la verdad en las relaciones humanas. La palabra se convierte en falso testimonio cuando causan daño, como en aquél famoso caso en que dos ancianos fueron designados jueces de una joven: la bella Susana, a la que acusaron falsamente. Ella consintió ser acusada antes de satisfacer los deseos pecaminosos de los dos ancianos. La acusaban de tener relaciones con un joven. El pueblo creyó a los dos malvados y Susana fue condenada a muerte. Pero Dios acudió en ayuda de la joven inocente a través del profeta Daniel, que desenmascaró a los dos rufianes. Susana se salvó. Podemos leer la historia completa en (Daniel 13). De la lengua sale el único pecado que puede perjudicar a todos los hombres y del que derivan infinidad de males.

Cuánto más falso es un testimonio,más detestable es para el Señor. La mentira preñada de maldad es condenada de modo severo en (Prov 6,12-19) "Un hombre inicuo, un depravado, camina con la preverdsidad en la boca, guiñando los ojos, arrastrando los pies, haciendo signos con los dedos, tramando en su corazón malos designios: contínuamente suscita querellas. Por eso, de improviso vendrá sobre él la ruina, en un instante será destrozado sin remedio. Hay séis cosas que detesta Yavé y siete que su alma abomina: los ojos altaneros, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que trama designios perversos, los pies que corren presurosos al mal, el falso testigo que profiere calumnias y el que siembra discordia entre hermanos".

Dios no soporta al embustero ni al maledicente: por su maldad. La menzoña, como la mentira, corrompen la inocencia y arruina la vida de las personas. Quién actúa presa del odio, obra por venganza, avidez o envidia. Ay del impostor que a la mentira añade maldad. (Prov 19,9) "Un testimonio no quedará impune. Quién dice mentiras perecerá". Dios vé, juzga y tarde o temprano interviene "El Señor se rie del impío porque vé llegar su día".
(Salm 36,13).

El bueno jamás es ávido, pues no tiene necesidad de mentir para obtener lo que necesita, ni lo que no tiene. Si Dios nos ha otorgado el don de la palabra es para usarla en pro del bien y no para ofender con falsedades, maledicencia, hipocresía, perjuicio o daño. El amor no hace ningún mal al prójimo: el pleno cumplimiento de la ley es el amor. (Rm 13,10).

En este mandamiento están incluidas dos leyes: la primera, prohibe el falso testimonio. La otra manda, pesar en la balanza de la verdad, nuestras palabras y acciones, para eliminar la simulación y la mentira.

La primera parte de este mandamiento prohibe absolutamente el falso testimonio hecho en un juicio, por el que ha jurado. Porque el testigo jura en nombre de Dios y lo hace poniéndolo como avalista de la verdad de cuanto se afirma. Dios castiga severamente al mentiroso "Desencadenaré la maldición - dice el Señor de los ejércitos - de modo que ella penetre en la casa del ladrón, del perjuro en mi nombre: permanecerá en aquella casa y lo consumirá junto con sus vigas y sus piedras".
(Zac 4,4).

Jesús nos exhorta a no jurar y a tener sólo un idioma: "sí" o "no": a no ser ambiguos ni hipócritas. "También sabéis que se dijo a los antiguos "No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos". Pero Yo os digo que no juréis de ninguna manera; ni por el cielo porque es el trono de Dios, ni por la tierra porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén que es la ciudad del gran rey, ni por tu cabeza, porque ni un cabello puedes volver blanco o negro. Sea vuestra palabra "Si" "Si", "no" "no". Lo que pasa de ahí viene del malvado"
(Mt 5,33-37).

"Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar de cosas buenas, siendo malvados?, porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca" (Mt 12, 34). Por eso seremos castos en el hablar y aun más con el corazón. Evitémos ser falsos y ambiguos, mostrándonos sinceros con palabras y hechos, rechazando la doblez, la simulación y la hipocresía.

La mentira se cuenta entre los falsos testimonios, aunque se trate de falsa alabanza. Si la mentira es piadosa, para evitar un mal o esconder un secreto perjudicial, para tranqulizar a una persona: no lo tomaremos por costumbre, así no perderemos su confianza. ¿Cómo creeremos a alguién que suele contar mentiras?. El embuste es un defecto a evitar en lo posible. Mejor es el sielencio, porque dice el Señor "De toda palabra infundada se pedirá cuenta en el día del juicio, puesto que por las palabras serás justificado: por tus palabras serás condenado".
(Mt 12,36-37).

Este mandamiento no sólo prohibe el falso testimonio, sino la denigración, pues muchos males provienen de esta peste, y nos obliga a decir la verdad. Quién esconde la verdad es como el que miente: ambos son culpables: el primero porque la evita y el segundo porque la oculta. En las Sagradas Escrituras el demonio es llamado Padre de la mentira. El mentiroso también lo es.

El principal daño de la mentira está en ella misma y en la casi incurable enfermedad del ánimo. El pecado que se comete acusando a alguién falsamente, denigrando su fama o estima, no es punible si el actor no goza ni ha querido perjudicarlo.

Quién cae en este pecado, no dude en su culpa y pida perdón y resarza al perjudicado y afectados por la falta. Todos estamos llamados a ser sinceros, veraces en el hablar y en el actuar: a evitar el falso testimonio, la mentira, la maledicencia...en cuanto a que son pecados graves y/o cuando se consiguen por estos medios ventajas ilícitas. Estas culpas exigen reparación cuando comportan daños.

Reflexión

No darás falso testimonio

Este mandamiento nos advierte sobre el bien y el mal que se puede hacer con el don de la palabra con la mentira, la blasfemia, la calumnia, la mentira, la delación y los graves daños que se pueden producir por un uso imprudente de la lengua: "La lengua es un miembro pequeño y puede presumir de grandes cosas. ¡Usted ve un pequeño fuego qué gran bosque puede incendiar! También la lengua es un fuego, es el mundo de la iniquidad, vive insertada en nuestros miembros y contamina todo el cuerpo e incendia el curso de la vida, sacando su llama del Geenna.

Jesús dice que "la boca habla de la plenitud del corazón". Por lo tanto, si es necesario mantener casta la lengua, aún más importante es mantener casto el corazón. Evitemos, pues, ser falsos y ambiguos, pero vivamos en la verdad, como también Jesús hizo y enseñó, mostrándonos verdaderos en las palabras y en los actos, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

"Esta gente, te atribuirá intenciones que tú nunca has tenido, envenenarán todas tus acciones y todos tus movimientos. Si sois personas piadosas, que queréis cumplir fielmente los deberes de vuestra religión, para ellos solo sois hipócritas, que os comportáis como un dios, cuando estáis en la Iglesia, y como diablos, cuando estáis en vuestra casa. Si hacéis buenas obras, pensarán que lo hacéis por orgullo, para haceros ver. Si huyen de las costumbres del mundo, para ellos son personas extrañas, enfermos de cabeza; si cuidan de sus bienes, para ellos son solamente avaros".
(Santo cura de Ars)

La difamación es similar a una flecha envenenada, que se sumerge en el aceite, para que penetre más profundo. Y luego, un gesto, una sonrisa, un ‘ma... ', un balanceo de la cabeza, un sutil aire de desprecio: todo esto contribuye a hacer pensar un gran mal de la persona de la que se habla".
(San Francis).

Entonces debemos vigilar nuestros pensamientos y nuestras palabras, contener nuestra lengua para no caer siervos de la maldad que nos arrastra a la mentira, a la blasfemia, a la calumnia, a la mentira, a la delación y a cosas de este tipo que como veneno destruye todo.