María Valtorta
Flagelación
Jesús es conducido por cuatro soldados al patio más allá del atrio. Allí, todo pavimentado de mármoles de colores, hay en el centro una columna alta similar a la columnata. A unos tres metros del suelo, ella tiene un brazo de hierro saliente por lo menos un metro, y que termina en el anillo.
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Según las revelaciones de María Valtorta
Jesús es conducido por cuatro soldados al patio más allá del atrio. Allí, todo pavimentado de mármoles de colores, hay en el centro una columna alta similar a la columnata. A unos tres metros del suelo, ella tiene un brazo de hierro saliente por lo menos un metro, y que termina en el anillo.
Él queda únicamente con unos pequeños pantalones de lino y las sandalias. Las manos atadas por las muñecas se elevan hasta el anillo, de modo que Él, que está en lo alto, no puede tocar el suelo con la punta de los pies... También esta posición supone una gran tortura.
Detrás de Él se coloca uno cara al verdugo, por el perfil, delante de Él, otro de cara, igual. van armados con el flagelo de siete tiras de cuero unido a un mango que termina en un martillo de plomo. Rítmicamente, como en un ejercicio, se entregan a golpear. Uno delante y el otro por detrás, de modo que el tronco de Jesús está en una rueda de azotes y de flagelos. Los cuatro soldados, a que está sometido, indiferentes, se han puesto a jugar a los dados, con otros tres soldados recién llegados.
Y las voces de los jugadores suenan al compás del sonido de los flagelos que silban como serpientes y después suenan como piedras echadas sobre la piel tensada de un tambor, percutiendo, el pobre cuerpo tan esbelto, de un blanco que se convierte en rayas de un rojo cada vez más vivo, luego violeta, después se adorna con zonas en relieve de índigo hinchadas de sangre, y luego se agrieta y rompe dejando escapar sangre por todas partes. E infieren en el tórax y el abdomen, pero no falta los golpes dados a las piernas, a los brazos y a la cabeza, porque no ví trozo de piel sin dolor.
Y ni un lamento...Si no estuviese sostenido por las cuerdas, caería. Pero no cae ni gime. Sólo la cabeza le cuelga, luego los golpes y golpes recibidos, en el pecho, como por debilidad. "Hey. Parad. Debe ser matado vivo" grita y bromea un soldado...
¿Que está muerto? "¿Posible?." Eso pienso yo, - dice un soldado. Y lo pone sentado con la espalda en la columna. Donde Él estaba hay grunos de sangre... Luego va a una fuentecilla que hay bajo el pórtico, llena un recipiente de agua y lo vuelca sobre la cabeza y el cuerpo de Jesús.
...Pero Jesús inútilmente apunta al suelo en el intento de enderezarse... otro soldado con la punta de la alabarda, le da un bastonazo en el rostro a jesús, entre el pómulo derecho y la nariz, que se pone a sangrar.
Vístete. No es decente estar así. Ríen todos en círculos alrededor de Él. Jesús obedece sin rechistar. Pero mientras se inclina, un soldado da una patada a las vestiduras y las disemina, y cada vez que Jesús las reúne andando tambaleante donde ellas caen, un soldado le empuja o las lanza en otra dirección. Y Jesús sufriendo agudamente, las sigue, sin una palabra,mientras los soldados lo denigran obscenamente.
Finalmente, puede revestirse. Y se pone de nuevo también el vestido blanco, que se mantuvo limpio en un rincón. Parece que quiera esconder su pobre vestido rojo, sólo ayer tan hermoso y ahora asqueroso y manchado por la suciedad y la sangre sudada en Getsemani. Es más, intenta cubrirse con la túnica corta, y con ella se seca la cara mojada y la limpia del polvo y los esputos. Y el pobre santo rostro, aparece limpio, sólo señalado por lívidas y pequeñas heridas. Y se arregla los cabellos descompuestos y la barba: por una innata necesidad de ser ordenado en su persona.
Y luego se acurruca al sol. Porque teme mi Jesús... La fiebre comienza a elevarse en Él con sus escalofrios. Y también la debilidad de la sangre perdida, del ayuno, del largo camino se hace sentir...
De nuevo le atan las manos. Y la cuerda corta allá donde tiene la marca de la piel despellejada. Y "ahora, ¿qué hacemos?. Yo me aburro"... dice un soldado. Y corre fuera, a un patio posterior, del cual vuelve con un haz de ramas de espinos albar salvaje, aun flexible, porque la primavera mantiene relativamente blandas las ramas, pero bien duras las espinas largas y puntiagudas. Con la daga levantan las hojas y florecillas, doblan en círculos las ramas y las aprietan sobre la pobre cabeza. Pero la bárbara corona recae en el cuello...
La suben y le arañan las mejillas, arriegando el hacerle daño y le arrancan los cabellos al hacerlo. La aprietan. Ya es muy estrecha y la siguen manipulando y colocándola le pinchan en la cabeza. Ella amenaza con caer. Para modificarla otra vez le arrancan más cabellos. Ahora está bien. Por delante es un triple cordón espinoso. Detrás, donde los extremos de las tres ramas se cruzan, es un verdadero nudo de espinas que penetran en la nuca.
No basta la corona para ser rey. Se necesita púrpura y cetro...ponen el sucio trapo rojo en la cabeza, inclinándose y saludando: "Hola, rey de los judios" y se desternillan de la risa.
Extraido del "Il poema del Uomo-Dio" de María Valtorta. Volumen noveno, pág. 278. Centro Editoriale Valtortiano..