El Silencio
Soledad
Sólo aquellos que han hecho la experiencia saben la alegría que da el silencio, un estado en el que podemos cultivar las virtudes, adquirir serenidad, y hacer que los ojos se vuelvan puros y brillantes para que se pueden ver a Dios.
En la antigüedad, pero sobre todo en el Nuevo Testamento, la mayoría de los secretos más grandes y misteriosos fueron revelados a los servidores de Dios, no en el tumulto de la multitud, sino cuando estaban solos.
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Beneficios del silencio
Los mismos servidores de Dios, cada vez que sentían el deseo de meditar o rezar con fervor, o de romper con las cosas de la tierra, huyendo de la multitud que busca los beneficios de la soledad.
Isaac, de hecho, se aparta en el campo para meditar y Jacob, a solas, ve a Dios "cara a cara". Lo mismo hizo Moisés, Elías y Eliseo, que, en la soledad, crecen en el conocimiento de los secretos divinos. Juan Bautista, huyo de la compañía de los hombres para vivir en la soledad del desierto.
Jesús, antes de comenzar su misión de difundir la buena nueva, fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo, después de haber ayunado cuarenta días y noches tuvo hambre y el diablo se aprovechó de la situación para tentarlo. Jesús lucho contra la tentación y se las arregló para derrotarlo.
Entonces, a pesar de su misión evangelizadora, a menudo deja a los discípulos y a la gente que lo asedia para subir a la montaña y allí, en la soledad se dedica a la oración y la meditación.
Incluso para nosotros es necesario guardar silencio y para conseguirlo no debemos responder a pensamientos ilícitos, al chisme, a la vorágine de pasiones humanas que paralizan la voluntad, sino debemos concentrar nuestros pensamientos en:. Jesús, sólo Él debe ocupar y reinar en nuestro corazón.
Hay un silencio de los labios y el silencio del corazón. Este último consiste en las cosas sensibles en el olvido. Y, para lograr este silencio interior, es necesario desviar la pasión por las criaturas, rechazar con energía las sospechas, las ansiedades, los miedos, las ansiedades, la memoria de eventos, imágenes, formas de criaturas y todas las cosas sensibles. Por lo tanto, el intelecto desnudo y libre de cualquier amor, la búsqueda de Dios, descansa en él el amor puro, en la paz y tranquilidad.
Cuando todos estos deseos externos lo mortificaban y se alejó de nosotros, el silencio se hace cargo también de la tranquilidad y la alegría de trabajar por nuestra salvación, y la alegría de escuchar la inmensa dulzura de Dios, el Dios que supera todas nuestras expectativas.
Dios viene a habitar en nuestra humanidad y se esconde. Él se devela al hombre y nos circunda de paz; estaba vestido de humildad y adornado con dulzura. Él está en medio de nosotros, pero lejos de nuestra agitación. El trata de sustituir el núcleo de nuestros deseos, para decirle al mundo que alcanzar la meta no está en el tumulto, sino en la paz, para reiterar que los verdaderos valores de los hombres no están fuera sino dentro. El silencio de Dios habla más profundamente que el trueno, y en Su poder anuncia la ley del Espíritu.
Para escuchar tenemos que estar en silencio, incluso el habla humana pretende silenciar cada ruido. Los mismos apóstoles cuando quieren convertir a la multitud con la palabra, antes imponen el silencio. Tanto más lo exige el verbo, cuando Él quiere hablar de profundidad. Si la voz humana no puede ser percibida en el fragor, la Palabra interna solo puede ser escuchada por un alma en paz; por un alma que hizo cesar todo el ruido exterior, que ha silenciado todo rumor en su interior, y un alma que emana la paz del silencio en torno a ella y en ella.
La palabra viene del silencio, y el silencio viene de la palabra. El silencio no significa permanecer en silencio, cómo hablar, no significa hablar. Permanecer en silencio no crea la soledad, así como el chat, no crea comunión. La Palabra no llega a los hombres bulliciosos, sino a los que permanecen en silencio.
El silencio antes de escuchar a nuestros pensamientos se dirige a la Palabra, como un niño que está en silencio cuando entra en la habitación de su padre. Incluso después de haber escuchado la palabra, es útil guardar silencio aun incluso si todavía hablamos, porque Él vive y habita en nuestros corazones.
Silencio al despertar para que Dios tenga la primera palabra, silencio antes de dormir, porque Dios debe tener la última palabra. Silencio no sólo para mantener la Palabra de honor, sino recibirlo como debe ser.
Si hemos aprendido a estar en silencio ante la Palabra, también vamos a aprender a utilizar correctamente el silencio y las palabras durante nuestro día. El silencio de los cristianos es intentar guardar silencio al escuchar, un silencio humilde, el cual, por amor a la humildad, también se puede interrumpir en cualquier momento.
En el momento de la meditación no caemos en el abismo del vacío y la soledad, solo guardamos el silencio necesario que debe existir antes de la Palabra. De esta manera obtenemos una base firme en la cual reposar y en donde encontraremos las indicaciones para el camino a seguir.