San Agustín de Hipona
Mal moral, metafísico, físico y libre albedrío
El mal, en su oposición lexical no agota la complejidad de sus significados. Como contrario convencional al bien, ello puede ser entendido como no deseable en cuanto tal.
A esta concepción de mal en sentido corporeo o psíquico, se asocian con la filosofía, al menos en sentido metafísico y otro moral de bien mayor espesor teórico.
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El mal moral
El mal metafísico se transforma, según Agustín, en un mal moral a causa de un error de la voluntad humana: ésta escoge dirigir al hombre hacia algo, un bien particular intercambiado Por el Bien Sumo que es sólo Dios.
En realidad todo ser es bueno porque fue creado por Dios. No puede ocurrir un principio del Mal contrapuesto a aquel del Bien y en lucha con ellos, porque ningún principio absoluto, en cuanto tal, tolera, por así decir, la coexistencia de otro principio igualmente absoluto, pues de otro modo, precisamente, absoluto y total, si bien relativo.
Del mismo modo excluimos que el Mal encuentra su razón de ser en Dios. En sus elecciones morales, sin embargo, siendo guiado por el amor, posee incluso un libre arbitrio. Él tiene así la posibilidad de optar sustancialmente entre dos alternativas, lobremente: cuando se hace guíar por el amor verdadero, el hombre escoge siempre el Sumo Bien, porque, iluminado por la luz de Dios, él aprende a valorar los bienes menores según su efectivajerarquía. Cuando es guiado por el amor alterado, él es llevado a desear un tipo de bien inferior, como la riqueza o la codicia, que por él son tratados y considerados como bienes superiores. En esto reside la posibilidad del mal moral.
El mal físico
Agustín no negaba el sufrimiento del pecado en el sentido cristiano. El mal físico, por un lado, es consecuencia del mal moral, puesto que agota, por el mismo origen metafísico, ontológico, es decir: por un no ser. Por otro, eso, para Agustín tiene un significado positivo, convirtiéndose, a veces, en un instrumento capaz de conducir a la fe por caminos inescrutables. Agustín supera una convicción difusa en el periodo precedente, que concebía la enfermedad y el dolor exclusivamente como una clase de castigo divino por las acciones divinas.
El mal físico es el mismo que incluso Cristo debió sufrir para nuestra expiación, durante la Pasión y el martirio en la cruz, siendo omnipotente: Él no se opuso para dejar libertad de acción a la voluntad humana.
El libre arbitrio
He aquí entonces que el problema del mal se conecta con el de la libertad humana. Si el hombre no fuese libre, él no tendría méritos ni culpa. El dilema que se pone con esta afirmación es si existe el libre arbítrio, o bien, la predestinación, problema que se ha creadoo seguido del pecado arbitrio.
El hombre, así pecando, ha cometido el pecado original, con el que ha comprometido la propia libertad, dirigiéndola contra sí misma. Si bien, se ha hecho indigno de recibir la salvación, Dios, conociendo sus posibles elecciones hacia el mal, o hacia el bien, regala a algunos, con la Gracia, la posibilidad de salvarse, mientras a otros deja la libertad de condenarse; esta no es una elección divina arbitraria, sino que es sencillamente la presciencia de Dios que, en la eternidad (es decir, más allá del tiempo), vé a los que pueden recibir la Gracia.
Para Agustín, la voluntad de Dios recorre sencillamente la voluntad del hombre, no la obliga, puesto que nuestra voluntad es la única que de verdad nos hace merecedores de la salvación o de la condenación: incluso si ningún hombre pudiese salvarse con la propia voluntad, los que pueden salvarse son socorridos por la Gracia divina, que les ayuda en su predisposición.
Pablo de Tarso
Cristo responde a sus discípulos, que le habían preguntado: "¿Quién se puede salvar?. Jesús fijando su mirada en ellos, dijo: "Esto es imposible para los hombres, pero todo es posible para Dios" (Mt 19,25-26)
Sería imposible indagar las razones por las que Dios interviene a favor de unos y no de otros, porque nosotros no somos nadie para criticar a Dios.
Agustín se retira a propósito de las palabras de Pablo de Tarso: "Oh hombre, ¿quién eres tú para discutir con Dios?,o, le dirá el jarro al alfarero, ¿porqué me has hecho así?. ¿Quizás el alfarero no es el dueño de la arcilla para hacer un jarro noble o uno para uso vulgar?".
Fundamento de la libertad humana, para Agustín, es la Gracia divina, porque sólo con la gracia el hombre se capacita para dar actuación a las propias elecciones morales. Al contrario, es el libre arbitrio, que es el deseo de elegir en línea teórica entre el bien y el mal, por la libertad, que es la voluntad de poner en práctica estas elecciones. Quien se insertare hasta la polémica de los últimos años de Agustín contra Pelagio: estando el hombre corrompido por el pecado original de Adán, y animado por las buenas intenciones cae fácilmente presa de las malas tentaciones. Dios no sólo interviene para iluminar al hombre sobre el bienn, sino que incluso le infunde voluntad efectiva para seguirLe.