Los milagros
En la historia del pueblo de Israel, el milagro indica la Presencia y la Potencia de Dios que se manifiesta vecino al hombre, hasta quererlo con aquel amor infinito que será después revelado por las Palabras de Jesús.
Los evangelios hablan de muchos milagros cumplidos por Jesús. Pues nosotros nos preguntamos: "¿Son creíbles los cuentos de estos hechos prodigiosos escritos en los evangelios y en otros libros del Nuevo Testamento?
Si queremos considerar la diferente narración de estos milagros, así como aparece a través de los evangelios, no se puede, justamente, negar la realidad histórica de tales acontecimientos.
Ya Marcos, Mateo, Lucas, la tradición Q (Quelle), Juan y los Hechos de los Apóstoles, concuerdan, a pesar de la diferencia de narración, sobre esta válida base histórica: Jesús es un "taumaturgo", o sea que Él es un hombre que hace milagros. Además, la manera de narración de los milagros y signos, cumplidos por Él, constituye un otro elemento a favor de la realidad histórica de las narraciones: La extrema sencillez en la narración, la habitual discreción de Jesús que los hace sin ostentación. Más bien, algunos prodigios son, desde luego, hechos, por Él, enfrente de una fuerte fe de las personas que lo invocan.
Tenemos que resaltar, además, el carácter público de estos milagros, así que mucha gente, con los propios ojos, ve curar milagrosamente cada tipo de enfermos. Hay un documento que manifiesta esta capacidad de Jesús: Es el Talmud de Babilonia, una tradición escrita que pertenece a la misma tradición judía de los enemigos de Jesús, la de los fariseos.
No pudiendo negar la realidad histórica de los milagros, signos y prodigios, cumplidos por Jesús para el bien de los pobres y los enfermos, el Talmud de Babilonia atribuye todos los prodigios y los hechos extraordinarios al arte de la magia que Jesús habría aprendido en Egipto.
Pues, el hecho que tampoco la tradición judía y rabínica posterior, con toda su aversión hacía a Jesús, reconoce a Él la capacidad de hacer milagros, significa que no puede negar este Poder del Nazareno y demuestra que los milagros y las curaciones narradas en los evangelios tienen una clara base histórica.
Además, "La gran popularidad que circunda a Jesús a causa de los milagros, sus especificidad de signos y primicias del reino de Dios, son elementos que, más de resaltar la originalidad de los milagros evangélicos, constituyen una seria y fuerte base para afirmar la objetividad histórica de ellos"(Cfr. F. Uricchio, Miracolo, in Nuovo Dizionario di Teologia biblica", Ed. Paoline, p. 973-974).
La Resurrección de Cristo es el milagro de los milagros: el hecho central del mensaje de la salvación, atestiguado en los evangelios, en los Hechos de los Apóstoles y en otros escritos del Nuevo Testamento.
Todos los testimonios concuerdan sobre el hecho que, la noche de Pascua Jesús ha aparecido vivo, venciendo para siempre a la muerte y glorioso después su muerte. Crucificado el viernes y muerto sobre la cruz, Jesús es enterrado la misma noche. Para impedir que su cadáver sea sustraído, los jefes del pueblo ponen soldados ante la entrada de la tumba.
"Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver al sepulcro. De pronto hubo un gran terremoto: el Ángel de Señor bajó del cielo, se acercó, rodó la piedra del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como él del relámpago y su vestido blanco como la nieve" (Mt 28,1-4).
"Entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca y se asustaron. Pero él les dijo: "No os asustéis; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; resucitó, no está aquí"(Mc 16,5-6).
Los evangelios recuerdan las apariciones de Jesús resucitado a María Magdalena cerca del sepulcro, a los discípulos de Emmaus, y sobretodo a los apóstoles.
En sus cartas, S. Pablo escribe mucho de Jesús resucitado: él manifiesta su experiencia personal de Cristo resucitado, y habla también de las apariciones de Jesús resucitado descritas en los evangelios. Pablo recuerda particularmente, las apariciones de Jesús a Pedro, a Santiago y a más de 500 personas, cuya mayor parte está vivida en el 57 d. de C. cuando Pablo escribe la primera carta a los cristianos de Corinto.
Después la Pentecostés, los apóstoles anuncian sobretodo el milagro de la resurrección de Jesús. Ellos se ponen, así, como los testigos de este grande hecho, y S. Pablo escribirá solemnemente:
"Si Cristo no es resucitado, nuestra predicación es vana, como vana es nuestra fe" (1 Cor., 15, 14).
PARA EL DESCUBRIMIENTO DE JESÚS DE NAZARETH
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