El Camino de la cruz
Hay un momento preciso de la vida
de Jesús en que se realiza una vuelta decisiva en la conciencia de su ministerio
y en las perspectivas acerca de su suerte final. Este momento ocurre durante la
actividad en Galilea, cuando su obrar libre y en defensa incondicional del
hombre, lo lleva a encontrar las enemistades de la autoridad religiosa hebrea. Y
es entonces cuando Él empieza a "pensar concretamente en la posibilidad, mas que
teórica, de una muerte violenta" (Romano Penna, Toma mi cruz, en Historia de
Jesús y. Rizzoli, vol. 3, pág. 985). Una elección que será recordada después
unos treinta años, cuando fue escrita la carta a los Judíos: "Él, a cambio de la
alegría que le fue puesta adelante, se sometió a la cruz, despreciando la
infamia" (Eb 12,2). Un pensamiento remachado por el mismo Pablo que, en la carta
a los cristianos de Roma, escribe hacia la mitad de los años 50: "pues tampoco
Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: = Los
ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mi. (Rom 15,3).
El libro redactado por Marco, que es el más antiguo de los cuatro evangelios,
reproduce el mismo episodio ocurrido en Cesárea de Filippo, en el extremo Norte
de Palestina, una rara coincidencia: en el mismo momento en que Jesús es
reconocido como el Cristo por Simón Pedro, su muerte violenta preanuncia al
final de sufrimientos inauditos: <<Y vosotros quiénes decís que soy yo?>>.
Pedro le contestó: << Tú eres el Cristo >>.Y les mandó enérgicamente que a nadie
hablaran acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía
sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.
Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a
sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás!
porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» (Mc 8,
30-33).
Algunos instantes antes, Jesús
había proclamado Bienaventurado a san Pedro. Y le había confiado las llaves del
Reino de los cielos. Pero ahora lo llama "Satanás", término que es "de origen
hebreo y literalmente significa << adversario >>. Así Pedro se manifiesta a los
ojos del Maestro, obstaculizando su decisión de morir sobre la cruz.
A los discípulos de Emmaus Jesús aparece después de su resurrección,
recordando que: "¿No fue necesario que el Cristo soportara estos sufrimientos
para entrar en su gloria?"(Lc 24,26). Jesús es, por lo tanto, plenamente
consciente que el plan de Dios, para la salvación de la humanidad, pasa por su
pasión y muerte en cruz. Y abraza tan bien esta "elección Divina" que quiere
implicar a sus mismos discípulos y amigos a ella:
" Convocada la muchedumbre junto a sus discípulos, les dijo: <<Si alguien quiere venir detrás de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quién quiera salvar su vida, la perderá; pero quién pierda su vida por mi causa y del evangelio, la salvará" (Mc 8,34-35).
"Negarse y llevar la cruz no es en la intención del Maestro, el fin a si mismo; y tampoco es una elección agradable. El mismo Jesús frente a su cruz sentirá "miedo y angustia", y llegará a proponer el alejamiento de la copa amarga (Cfr Marco 14, 33-36). Pero más allá del miedo y de la angustia de la muerte, Él acepta totalmente la voluntad del Padre hasta elevarla derramando sobre la cruz su vida entera, hasta la última gota de sangre. Ya lo predijo durante su vida pública: "El Hijo del hombre en efecto no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por muchos"(Mc 10,45). Y por este motivo es que el verdadero sentido de la majestad de Cristo se manifiesta solamente de lo alto de la cruz. Sólo después de la Resurrección, su reino mesiánico podrá ser proclamada por Pedro delante del pueblo de Dios: "¡Sepan pues con certeza toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor y Cristo al Jesús que vosotros habéis crucificado!" (Hech 2,36). (Catecismo de la Iglesia Católica par. 440, pág. 124).
PARA EL DESCUBRIMIENTO DE JESÚS DE NAZARETH