Los laneros


Los fabricantes de lana no debían dejar entrar en la lana pelo de buey o de cabra. Nadie podía comprar a los fabricantes de hilo de lana sin el testimonio de otros fabricantes. El operario que vendía o daba en prenda algún hilado que hubiera elaborado, debía pagar una multa de diez sueldos, y hasta que no pagaba estaba en la cárcel, y el comprador debía restituir la mercancía sin ser rembolsada.

El largo y la anchura de los paños eran determinados por el Ayuntamiento: dos miembros, nombrados por el Podestà, señalaban las piezas con un sello especial según la calidad, y controlaban de vez en cuando las tiendas de los laneros para evitar que hubiese fraudes.