Infierno

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Suor Josefa Menéndez

Los Novísmos - Paraíso - Purgatorio.

Sor Josefa fue una monja católica mística. Nacida por una familia cristiana a Madrid ha tenido que sufrir por muchas pruebas.

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Visión del infierno

por Sor Josefa Menéndez.

En un instante me encontré en el infierno, pero sin ser arrastrada, como las otras veces, y justo como deben caer los condenados. El alma se precipita de sí misma, se arroja, como si quisiera desaparecer de la vista de Dios, para poderlo odiar y maldecir.
El alma me dejó caer en un abismo del cual no se puede ver el fondo, porque es inmenso... He visto el infierno como siempre: cavernas y fuego. Aun cuando no se vean formas corporales, los tormentos desgarran las almas condenadas (que entre ellos se conocen), como si sus cuerpos estuvieran presentes.

Pasé por un pasillo que no tenía fin, y luego, dándome un empujón, me hizo como doblarme y encogerme; me metieron en uno de aquellos nichos donde parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me pasaban agujas muy gordas en el cuerpo, que me abrasaban.
Los ojos me parecían que se salieran de la órbita, creo que a causa del fuego que los quemaba horrendamente.

El cuerpo estaba como doblado, no podía mover ni un dedo, ni cambiar de posición; el cuerpo estaba comprimido. Los ruidos de confusión y blasfemias no cesan ni por un sólo instante.
Un nauseabundo olor asfixia y corrompe todo; es como el quemarse de la carne putrefacta, mezclado con alquitrán y azufre... una mezcla a la que nada en la Tierra puede ser comparable.

Todo esto lo había probado como en otras ocasiones y, si bien estos tormentos eran terribles, serían nada si el alma no sufriera; pero ella sufre en modo indecible por la privación de Dios.
Veía y sentía algunas de estas almas condenadas rugir por el eterno suplicio que debían soportar, especialmente en las manos. Pienso que durante la vida han robado, porque gritaban: "Malditas manos, ¿dónde está ahora lo que han tomado?"

Otras almas, gritando, acusaban a la propia lengua, a los ojos... cada una lo que había sido causa de su pecado: "¡Ahora pagas atrozmente las delicias que te concedías, oh mi cuerpo!... ¡Y eres tú, oh cuerpo, que lo has querido!... Por un instante de placer, ¡una eternidad de dolor!" Me parece que en el infierno las almas se acusan especialmente de pecados de impureza.

Mientras estaba en aquel abismo, vi precipitarse personas impuras y no se pueden describir ni comprender los horrendos rugidos que salían de sus bocas: "¡Maldición eterna!... ¡Me engañé!... ¡Me he perdido!... ¡Estaré aquí para siempre!... ¡Para siempre!... ¡Por siempre!... y no habrá mas remedio... ¡Maldita de mí!!!

Entre ellas estaba una niña de 15 años, gritaba desesperadamente, maldiciendo a sus padres por no haberle hablado del temor de Dios y por no haberle avisado que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy corta, decía ella, pero llena de pecado, por que ella dio hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de su autosatisfacción, especialmente había leído malos libros. Estaba condenada desde hace tres meses.
(22 de marzo 1923).

Todo aquello que he escrito -concluye la Santa- es tan solo una pálida sombra en comparación a lo que se sufre verdaderamente en el infierno.