Infierno

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El Juicio

Los Novísmos - Paraíso - Purgatorio.

La resurrección de los muertos será el acto conclusivo de la historia humana, el Juicio Universal. En el Credo nosotros proclamamos que Jesucristo, subido al Cielo, volverá un día para juzgar los vivos y los muertos.

Jesucristo está sentado a la derecha del Padre de donde vendrá a juzgar los vivos y los muertos, y, A su llegada todos los hombres resurgirán con sus cuerpos y tendrán que dar cuenta de sus acciones.

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El Juicio Universal

El Reino de Dios recibe el completo sentido de su cumplimiento, en su momento final, que se abre con la escena del Juicio Universal a la presencia del único Juez, el Cristo. San Pablo afirma que todo "nosotros tendremos que comparecer delante del tribunal de Cristo para reconducir a cada uno la recompensa de su vida mortal según aquello que haya hecho, o de bien o de mal".
II Cor. 5, 10)

Y Mateo así lo representa: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo ... » Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.».
(Mt 25, 31-34; 41-43)

Este momento y esta escena vuelve a menudo en la narración de los evangelistas y vuelven con insistencia en las cartas de San Pablo. El tema de la Parusía, o sea, de la llegada de Cristo al final de los tiempos, está conectado íntimamente con el del Juicio Universal, tanto que constituye dos aspectos de una misma realidad escatológica.

Un repercusión de este estado de ánimo se tiene en las cartas que San Pablo les escribe a los Tesalonicenses, reprochándolos para que no se pierdan en vanas cuestiones y: no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. (II Tes. 2, 2), porque del día del Señor sólo sabemos una cosa: que ha de venir como un ladrón en la noche. (I Tes. 5, 2) Lo importante es siempre estar listos. La espera del día del Señor, documentada por las cartas a los Tesalonicenses como la espera de un acontecimiento próximo, es uno de los argumentos sobre los que se basa la interpretación escatológica de la Iglesia.

La verdad del juicio universal no es sólo una realidad revelada, sino que parece venir también al encuentro de ciertas necesidades de la razón, porque la razón advierte al respecto sobre la conveniencia y el sentido. El Juicio Universal contesta a la naturaleza social del hombre, porque la vida del individuo se entrelaza inevitablemente también con la de los otros, así como las obras que sean buenas o malas también repercuten de un modo diferente en el ambiente que circunda al hombre. Aunque el juicio individual ya ha definido la suerte del individuo, sin embargo, hace falta que este juicio y esta suerte sea sancionada y fundada delante de todos. Por esto, el Día del Juicio es llamado "el Gran Día". (Apoc. 6, 17) Aquel día será para Jesús el tiempo de la glorificación delante de todos los hombres, y para los hombres será el día de la verdad y la justicia delante de Dios.

El Gran Día

Jesús ha anunciado muchas veces este día de su glorificación y, por último, en el momento en que compareció en calidad de acusado delante del tribunal del Sanedrín, que estaba a punto de condenarlo a muerte: Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: (...) Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Dísele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis = al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.».
(Mt. 26, 63-64)

Cada pecador, pecando, lanza su propio desafío y blasfema contra Dios: "¿He cometido el pecado, y qué me ha sucedido de malo?" En la vida de muchos es como si Jesús, el Hijo de Dios, no hubiera existido nunca y así viven: lejos de Cristo, (...) sin esperanza y sin Dios en el mundo.
(Ef. 2, 12)

Ahora bien, es necesario que frente a toda la humanidad Cristo reivindique su gloria, porque todos tendrán que reconocer, temblando o alabando, que Él es el Hijo de Dios, el Omnipotente, justo en el acto mismo del juicio en cuanto a que será el único juez del género humano. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo ... (Juan. 5, 22). San Pablo escribe que ese día: Cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles, en medio de una llama de fuego, y tome venganza de los que no conocen a Dios y de los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús.
(II Tes. 1, 7-8)

En aquel día habrá terror en los pecadores y consuelo en los justos porque será el día de la absoluta verdad y la absoluta justicia, por lo que el pecador y el justo aparecerán como son. Todos verán en cada uno hasta en las zonas más inaccesibles de la conciencia, o sea, allá donde se producen las acciones y donde reciben su valor ético, y cada acción será desvelada con el propio nombre y no con el valor que falsamente el pecador les atribuía, equivocándose y engañando a los demás. Ahora la crueldad ya no será llamada fortaleza, y tampoco la soberbia dignidad, tal como la sensualidad no es dulzura y tampoco la mansedumbre es cobardía y tampoco la justicia es prepotencia. Será el día de la verdad para cada uno y para todos, cada uno comparecerá como realmente está delante de Dios, ante él mismo, y a todos.

Cada uno será juzgado según sus obras buenas o malas: Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, (...) y entonces pagará a cada uno según su conducta. Mt. 16, 27) y dará a cada uno según sus obras... (Rm. 2, 6) De nada servirán los éxitos, los honores, los cargos, las riquezas, la ciencia, la potencia económica si no han realizado el bien. ¡Cuál no será la crisis en la escala de las grandezas humanas, en la jerarquía de los valores humanos!

¡Cuánto de lo que se creyó trigo parecerá cascarilla, y de lo que pareció cascarilla parecerá grano! El verdugo y el mártir, el calumniador y el calumniado, el oportunista y la víctima, el prepotente y el humilde, el malvado y el honesto hallarán en la sentencia del Juez el justo equilibrio de aquella relación que fue por tanto tiempo alterada.

¿Quién está tan seguro de sí en aquel día cuándo deberá aparecer delante del Redentor vuelto Juez? ¿Qué podré decir yo, miserable, en mi disculpa? ¿Cuál protector podré invocar en mi ayuda?... ¿en aquel momento cuando apenas el justo se siente seguro? San Pedro en su primera carta escribe: Si el justo se salva a duras penas, ¿dónde comparecerán el impío y el pecador?

Con el triunfo de Jesús, será el triunfo de los buenos: Ya no tendrán hambre ni sed; ya nos les molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.
(Apoc. 7, 16-17)