En la Edad Media la asistencia médica dependía de la situación económica de los ayuntamientos. Estos a menudo funcionaban como verdaderas "mutuas", y las "cuotas" se obtenían de los impuestos que los ciudadanos pagaban al tesorero municipal. Cuando era posible, es decir, cuando el ayuntamiento alcanzaba un cierto nivel económico, se procedía a contratar un médico que a veces tenía que visitar gratis a todos los ciudadanos; éste fue el origen de los "partidos" médicos.

Cuando un ayuntamiento podía pagar un médico, normalmente contrataba también un maestro de escuela. Enseñanza y asistencia médica eran los primeros objetivos que se fijaban los consejos municipales, para la mejora social de los ciudadanos. Los médicos de entonces no tenían ningún título de estudio particular. Los estatutos de la ciudad de Ivrea preveían que quienes pretendieran desempeñar dicha profesión tenía que probar la propia capacidad y competencia y prestar juramento ante el Podestà. Los médicos visitaban al enfermo e indicaban el tratamiento: si había que operar al paciente o sacarle sangre, intervenía el cirujano (para las operaciones) o el barbero (para las sangrías). Cirujanos y barberos dependían del médico y eran mucho menos apreciados porque trabajaban con las manos. Las medicinas eran preparadas por los boticarios, que debían someterse a reglas muy severas.

Se atendían la limpieza y la salud pública con mucho cuidado. En lugares abiertos, y si había público, no se podía desollar a los animales. No se podía echar a la calle agua, o cualquier otra cosa, por ventanas, balcones o buhardillas. No se podía tener cabras en casa, pero el podestà podía permitir a los enfermos que tuvieran una mientras duraba la enfermedad. Se debía procurar almacenar la paja y la leña en lugares poco inflamables, y además, para evitar el peligro de incendio, todos los tejados de paja estaban embadurnados de barro. Más adelante, los propietarios de casas que no querían cambiar el tejado de paja por uno de tejas, eran castigados con el derribo de la casa.

Se prestaba especial atención a que no se introdujeran contagios y epidemias en la ciudad. El podestà, en Ivrea, mandaba buscar a quienes tuviesen la lepra y los hacía internar en lugares aislados. Cuando existía el riesgo de epidemias, se avisaba a la población y se prohibía la entrada a los que llegaban de sitios infectados. La medicina también era vigilada por las autoridades municipales.