Cuento amaranto[1]

(Be my Wound)

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Agua en la palangana y vergüenza en las manos.

Esto han dejado los sueños que se cumplen sobre la piel de las piernas: Sucio. Sangre y líquido pegajoso. Habría creído que los sueños que se cumplen dejan en el corazón las ganas de respirar todo el aire del mundo y de correr en el viento. En cambio está allí levantándose la falda e intentando lavarse, con la impresión de no conseguirlo nunca, no obstante el agua se haya consumido y la piel esté roja por estregarla.

Quizás es así cómo van las cosas en la realidad, cuando los sueños se cumplen. Debe ser ella la equivocada, la que se espera demasiado. Ni siquiera sabe soñar en una manera justa.

"No... el corsé no" le había dicho. "Nos tomará demasiado tiempo". No estaba muy lúcido. Ella lo sabía cuando se alejó con él, esperando que sucediese lo que después sucedió.

Los rumores de la sala de baile se habían apagado a través de las recamaras oscuras y se había encontrado con el muro a la espalda y la falda levantada. Había sido feliz en aquel momento, aún cuando no fuese exactamente como lo había imaginado. Los besos no quemaban como había creído siempre. Tenían el sabor de la saliva de un otro. Y el poco placer confundido con el dolor no había significado nada más después de aquel grito.

"¡María Antonieta... María Antonieta!"

 

Sólo son pensamientos. Además, no fue tan horrible. Fue un error. No está dicho que no pensase en mí. Quizá mañana me parecerá una cosa maravillosa.

De hecho, no es para llorar. El buen soldado pierde y muere con honor. Las lágrimas no sirven para cambiar nada. Y luego, el experimento a qué servirá sino a este dolor que no atraviesa sólo la carne entre las piernas, sino que pliega lo que queda del alma como cera bajo la flama.

Por qué, desde que ha visto el rostro de André que la esperaba detrás de la puerta con el candelabro en la mano y le pasó por delante cubriéndose el colorete babeado con la solapa de la capa, le parece que debe tolerar un dolor hecho para dos.

 

Sintió ganas de abofetearla, mientras subía al piso superior dándole trabajosamente las buenas noches y diciéndole de irse a dormir. Pero son sospechas de la mente de quien desea demasiado y soporta la fiebre fangosa que la noche deja en el vientre.

Debo ser yo quien se ha equivocado. No es así. Es sólo mi peor terror y temo que se haga realidad mil veces por cada instante que pasa lejos de mí.

Esta noche será intolerable porque ella quiso ser mujer para el sueco.

Pero seguramente es la sospecha enferma de un corazón que ya se ha consumido y dentro de poco quedará sólo un músculo que se agita en el pecho. Si la abofetease moriría de remordimiento un instante después.

Debe ser él el equivocado

ΔΔΔΔ

Demasiado difícil creer que la mujer despeinada que la observa desde detrás del velo del espejo sea inocente. Se está arreglando con la temblorosa mano de venas azuladas un mechón de cabellos detrás de la oreja, la zorra.

 

El miedo.

Parece tocarla, el miedo. Tiene algo diverso y violado en los ojos.

Ya no es posible limitarse a detener estocadas y perder con dignidad. Afonda con rabia y miedo, como nunca ha hecho, la punta de la hoja que chispea delante a los ojos de Óscar que se sobresalta.

La retrocede más asustado que antes y murmura "Disculpa".

 

"¿De qué te disculpas? Contigo lo hago".

"Lo sé".

"¿Recomenzamos?"

"Está bien".

"Estás silencioso hoy día".

"¿Recomenzamos?"

 

En guardia

ΔΔΔ

Continúa lavándose como si las manchas estuviesen tatuadas sobre la piel, aún cuando se han ido desde hace días, pero se constriñe a pensar en Fersen, porque no puede dejar de hacerlo ahora. No ahora, no puede renunciar a todo ahora. Ella lo ha querido siempre. Deseado.

Sin embargo, André la mira como si le quisiese excavar adentro sin piedad. Y todo estará perdido si, también él –que es su punto de referencia-, llegara a leerle sobre el rostro la culpa que ve reflejada todas las mañanas en el espejo. André no debe saberlo. Para que no cambie nunca.

 

Hay algo que me escondes Óscar. Y es algo que tengo el terror y las ganas de descubrir. Algo está cambiando: Lo siento por cómo sopla el viento esta noche entre los árboles. Algo está cambiando para siempre.

 

La leña verde exhala[2] en la chimenea olor a resina. Él escancia otra copa. Ella baja la mirada.

 

"Hay tormenta allá afuera".

"Ajá".

"¿Vienes mañana conmigo a Versalles?"

"Como siempre Óscar".

"Estás tan arisco que temía no tuvieses ganas de ir".

"Tampoco tú estás muy sociable".

"..."

"¿Es culpa de la tormenta o de alguna otra cosa, mademoiselle?"

"No eres gracioso. Escánciame del otro champagne".

"¿A qué brindamos?"

"No brindamos".

"¡Al dormir, al morir, a nada!" Dice él alzando la copa[3] y llevándosela a los labios.

 

"¡No te soporto cuando haces así!" Dice ella después de un instante.

ΔΔΔ

Hizo un gesto, como si se sintiese sofocar, y se fue dándole la espalda, sin escucharla mientras intentaba detenerlo. Desapareció al fondo de uno de los tantos corredores de Versalles a la luz del mediodía.

La vio, mientras Fersen intentaba tocarla nuevamente, aplastada contra el muro. Y ella intentaba ser feliz y no sentirse sucia, y no alejarse como el corazón y el cuerpo le decían en aquel momento.

Ahora André lo sabe. Quizás ha perdido también el afecto de André se dice, mientras se da cuenta que en ella de amor no hay casi nada. Ahora que debería haber.

¿Por qué sentirse tan mal?

No por María Antonieta. Fersen no la traicionará jamás verdaderamente, cualquier mujer tome.

Entonces, ¿porqué sentirse tan mal?

Por sí...

Por André...

Porque los sueños que se cumplen destruyen la vida de quien los ha deseado. Quizás es mejor cortarlos todos antes que empiecen a florecer. Es mejor encontrarlos casualmente florecidos sobre un tallo.

Pero en ciertos jardines las flores no florecen.

 

No es posible. No es posible... Lo que se ilusionó que un día sería sólo suyo fue entregado a otro. Con todo, siempre creyó que le quería profundamente. Pero no basta con querer profundamente. Algunos dicen que el camino para poseer un cuerpo es más corto que aquel que lleva al corazón. Si es así, puede dejar de esperar. La esperanza se fue, quizás por esto ya no tiene sentido levantarse y respirar. Quizás por esto la rabia bloquea cada nervio y las lágrimas no llegan a salir de los ojos de piedra.

No es justo. No es justo... Yo que he engullido veneno a la sombra de las rosas...

No es justo. Ahora también yo sé cómo se debe hacer para afondar la espada con ligereza y furor. Ahora también yo lo sé... Pero para ti sé que no hace diferencia. Me vengaré para vengarme de mí mismo.

Tú no parpadearás porque lo ignorarás. Como cada día me ignoras.

ΔΔΔ

De esta manera, está equivocado hasta el aire que respiro.

Fue el final de todo. Fue como si se derrumbase todo lo que siempre había sido inmutable y seguro.

Aquella, ¿fue verdaderamente la fuente de aquel dolor inmenso e irrefrenable?

Es tan frío y lejano. Ya no es más la misma persona. Es un otro que nunca ha conocido.

¿Por un error semejante este es el precio? La única persona que tenía para mí. Es el precio por haberse mostrado una zorra. ¿Por qué debía negarme su comprensión la persona más comprensiva del mundo, el único hombre que era mío y nada más?

La misma pregunta hecha obsesivamente dejando ahogarse la respuesta mil y miles de veces mientras la oscuridad corre sobre el jardín anulando el ocaso.

André aprieta los labios y guarda silencio desde la otra parte de la habitación. Y los pliegues al lado de los labios se hacen duros como el acero.

Si ella continúa dejando ahogarse aquella respuesta, aquella respuesta no dejará los labios de André.

ΔΔΔ 

¡Una puta por otra! ¡Quiero morir!

¡Me lo está arrebatando! Y yo moriré sin saber porqué estoy así y sin hablar con nadie de lo que me importas. Porque ahora yo ya no le importo nada a él. El recuerdo malévolo del hombre que amo me perseguía y tengo la duda si esto es el infierno y no la vida.

La muchacha camina tranquila por la mansión, feliz, desde hace algunas semanas, como si fuese una Reina. Lo sabe, siempre ha sido desenvuelta y nunca la ha criticado. Pero ahora quiere asesinarla.

Él le habla, se entienden, se ponen de acuerdo. Lo ha comprendido. Una noche la vio dirigiéndose hacia la recámara de André. Y luego otra noche, y otra más.

"Mademoiselle, ¿os gustaría azúcar en el chocolate?"

"No. Vete". Bastarda.

André de espaldas con las manos en los bolsillos mira más allá del parque.

 

Sólo sirve para no pensar por una hora. O para pensarla como una obsesión, porque sé que no es ella y todas las veces me pregunto cómo será tenerla a ella. Y no sano nunca.

ΔΔΔ

Descendió otra noche y el insomnio levanta la guardia.

Una sombra camina sobre la punta de los pies con una mantilla sobre los hombros. Se mueve incierta en la oscuridad sin hacer ruido.

Hela aquí nuevamente. No es una impresión, una sospecha. Es ella. Y va hacia aquella recámara. Él la espera. ¿Cómo la espera?

No se puede perdonar. Estoy mal y él no me habla. No me habla porque soy una zorra, pero bajo nuestro techo se lleva a la cama a la puta de la mansión.

 

"¿Qué haces?"

La muchacha se sobresalta sintiendo sobre la garganta la mano fría que la aferra y la empuja contra el muro en la oscuridad.

"Oh... Mademoiselle... yo... yo".

"¿Tú qué? ¿Qué haces?" Tiene la voz neutra y malévola.

"Iba a beber".

"Las cocinas están del otro lado".

"Pero..."

"¡Estate callada! ¡Tú eres una ladrona!"

Le pone una mano sobre la boca y le presiona la cabeza contra el muro. Sabe que le ha hecho daño, pero quisiera hacerle más. Ella retiene las lágrimas de aquella noche de sueños cumplidos y algún otro debe sentir el dolor.

"Debes estar callada. ¡Eres una ladrona y nada más!"

La muchacha está temblando.

"No es verdad..." Intenta rebelarse.

"Eres una ladrona" le sibila.

"¡No soy una ladrona! Iba donde..."

"¡Lo sé adónde ibas!"

"Yo..."

"Si te aventuras nuevamente a ir donde él, te azoto en el parque... y si mañana por la mañana no has desaparecido de aquí, te tomo de los cabellos y te sacudo por la calle. ¿Has entendido?" Le grita en contra sofocando la voz y la muchacha aterrorizada asienta.

"¿Has entendido?"

Si continúa así se desvanecerá, plegándose como un junco sobre el pavimento. La deja marchar.

"Mademoiselle... él no me importa... siempre llama vuestro nombre..."

"¡Desaparece! ¡Desaparece! ¡No quiero escucharte más! ¡Vete!"

La muchacha desaparece con su espanto en la oscuridad de la noche y ella piensa que fue una fortuna que no tuviese un arma, de otro modo ahora tendría las manos sucias de sangre.

 

Se ha hecho muy tarde y la oscuridad es sólida como la pez.

Suavemente abre la puerta, sin mesura.

Está echado de costado, de espaldas a la puerta. Quizá se ha dormido.

No. No se ha dormido, se mueve un instante apenas siente el rumor de la puerta. Pensará que finalmente ha podido llegar la pequeña puta, pero no se voltea. Indiferente no dice palabra.

Le posa una mano sobre el hombro para tender la trampa. Acaricia la piel desnuda. Es dulce bajo las manos. Desciende lentamente a lo largo del brazo y le saltan las lágrimas a los ojos.

Al improviso, se da cuenta que algo no va bien, porque él conoce de memoria los contornos de aquella mano, los podría dibujar a ojos cerrados, aunque si el toque siempre lo ha sólo imaginado. Se voltea esperando no soñar, mientras siente la respiración y después los labios sobre el cuello.

Un golpe seco sobre el rostro y otro más. Se encienden sobre la piel.

Le bloquea la muñeca y siente el peso de la rodilla sobre el estómago.

Ha perdido el equilibrio. Se realza e intenta golpearlo nuevamente, sin fuerza, al vacío. Intenta debatirse con las muñecas todavía bloqueadas.

"¿Has enloquecido? ¿Qué te ha saltado en mente?" Consigue preguntar sin aliento.

"¡Déjame... animal! ¡Te has ganado cada golpe! ¡Cada golpe!"

"Yo... ¿me he ganado esto...? ¡Quién te resarcirá por tu altruismo... horrible hechicera!" Se lo grita a la cara en la oscuridad y a ella le parece ver el centelleo de las lágrimas en los ojos. Pero debe haberse equivocado, aunque si los ojos están habituados a la oscuridad, no es posible ver.

Se da cuenta que lo quiere como nunca ha deseado a ninguno, por esto con la mano libre le debe golpear fuertemente, como nunca antes.

Él esquiva el golpe, que le roza el rostro con las uñas, y ella nuevamente pierde el equilibrio porque él se ha movido. Continúa la lucha sin palabras. Sólo sonidos.

Cae nuevamente y se encuentra con la camisa de noche que la descubre hasta la cintura, las piernas libres al aire de la noche. Está desnudo, lo siente oprimiéndolo en el estómago y lo aprieta con las piernas, desesperada. Lo guía, él sabe lo que debe hacer y no se detiene. Aquellos rasguños sobre la espalda lo hacen morir y está tan húmeda y acogedora, aunque continúe diciéndole que sólo quiere hacerle daño. Ella le hace comprender lo que quiere, presiona los labios contra los suyos y continúa atrancando las piernas en torno a los costados hasta hacerle daño y comienza a pedirle que no se detenga.

Ruega sólo que ninguno les sienta mientras combaten en la oscuridad y se le extingue la voz con un beso.

 

Salió el sol detrás de las cortinas semi cerradas iluminando la habitación...

Siente que ella a su lado se sienta e inicia a vestirse. Va a girarse, con el corazón en la garganta.

"Por favor... por favor no te gires..." Le pide ella con la voz temblorosa.

"Está bien". Le responde suavemente, resignado, posando nuevamente la cabeza sobre la almohada.

"¿Prefieres que hoy no vaya contigo a Versalles?" Le pregunta con el mismo tono, mirando el vacío y esperandose una negativa.

Ella está cerca a la puerta y siente el cuerpo adolorido; el alma está serena y respira. Racionalmente debería sentirse inmoral: Sale de la cama del amigo de siempre. Se siente en culpa porque no llega a comprender la gravedad de lo que ha hecho. No llega a comprender cómo pudo haber sucedido.

"No... Vístete. Acompáñame". Consigue decir antes de salir.

André cierra los ojos y se niega a soñar.

ΔΔΔ

El ocaso ya está en celada hacia el horizonte.

Las bujías tiemblan en el amplio salón sobre la mesa larga y fría.

El general se seca los labios y hace las habituales preguntas de rigor a Óscar. Ella responde precisa y sintética, como siempre de frente al padre.

Los habituales discursos. Turnos. Deberes. Estrategias. Armas.

André, en pie a sus espaldas, se pregunta si verdaderamente a ella interesen todas estas cosas frías y ascéticas. Mira al general que asienta satisfecho a no sabe cuál discurso. Óscar está compuesta sobre su silla.

"Bien. Entonces iréis mañana".

"Sí padre".

"André irá contigo, ¿verdad?" Agrega negligentemente el general, dándolo por descontado a pesar de quererse asegurar.

"Cierto padre". Responde Óscar con el mismo tono de voz.

El general lanza una ojeada de asentimiento a André, quien hace otro tanto. Un fugaz contacto con la mirada de Óscar.

Le dan ganas de sonreír. El padre le consigna la fija confiado. Si el padre supiese lo que significa aquella mirada entre ellos estaría menos tranquilo.

Se esforzaría en distinguirles la noche. Siempre enlazados en la oscuridad. No distinguiría siquiera las voces; le parecerían lamentos de moribundos. No podría imaginar lo que la hija militar le pide en aquellos momentos. Lo que le pide él. No puede imaginar la noche el general.

No puede imaginar tampoco cómo me siento a veces, cuando me pregunto en qué estará pensando. Porqué me contenta. Si piensa todavía en aquel tipo, cuando llama mi nombre.

Sucedió algunos días después de la primera vez. Sucedió a intervalos, siempre más breves y desesperados, en la oscuridad de la mansión sin muchas palabras.

De día no se hace referencia; los ojos se buscan silenciosamente cuando el ocaso está en celada hacia el horizonte.

 

¿Porqué lo hace como si debiese morir un instante después?

Se está sintiendo sofocar y no llega a mantener el ritmo. Él se mueve como si en aquellos momentos no consiguiese contener una rabia y un resentimiento que le parecen destinados a ella, no obstante le haya susurrado al oído que la ama. Quizá, porque todas las veces se queda callada sin llegar a articular las palabras o quizá porque le parece todavía verla en el corredor con Fersen.

Pero toda aquella rabia le hace daño. No al cuerpo. Al corazón. Así, empieza a llorar en silencio.

"Discúlpame... discúlpame... te lo ruego..." Dice sintiendo las lágrimas sobre su hombro contra el que ella esconde el rostro. Lo siente suspirar.

"Te pido disculparme... ¿te hice daño? ¿Te hice daño?" Pregunta, levantándole el rostro.

Cómo hago para explicártelo, André, que no es por eso...

"No... no..." Le responde, sacudiendo el rostro bañado en lágrimas en medio de la oscuridad.

Ya no recuerdo desde cuándo no lloro.

Lo bloquea cuando intenta relajar el abrazo. "Por favor... por favor no te muevas... quédate así". Le pide.

Se queda quieto. Después se aparta llevándosela al pecho, mientras ella continúa quedándosele agarrada. Espera que se calme jugando con los cabellos y mimándola.

Como siempre, no le explicará nada.

Cuando siente que la respiración es regular le pide continuar. Ella lo besa, se levanta pronta al juego, pero él la detiene.

"No así... Óscar..."

"¿Cómo?" Le pregunta asombrada.

"Apriétame... apriétame fuerte..." Le dice abrazándola.

Y Óscar se pregunta por qué esta noche debe llorar todas sus lágrimas.

 

Óscar, continúo preguntándome sin respuesta cuál es el grado de locura que hay en intentar sanar usando como medicina la misma enfermedad. Tú eres la enfermedad. Tú eres la medicina.

Asaltarme el placer, devorarte, acariciar como una reliquia cada una de las señales que me dejas sobre la piel y sentir tu cuerpo sacudido por los espasmos y saber que he sido yo... Sí... pero no tiene sentido poseerte así, sin tenerte nunca.

 

Creo que Nanny lo sabe todo.

Tantas veces no hemos reparado en borrar las trazas. Desde hace algún tiempo ella en persona ha empezado a cuidarse de nuestras recámaras y a no dejar entrar a ningún otro.

Nunca ha dicho nada.

El otro día, mientras, no obstante mis protestas, se obstinaba en peinarme los cabellos, descubrió la señal[4] que tengo sobre el cuello. Fingió no ver, después me dejó el cepillo y prefirió salir de la habitación.

Debería sentirme culpable todas las veces que viéndome desvestida en el espejo veo las señales dejadas por la noche.

No me siento ni siquiera un poco en culpa.

Todavía me siento sucia si pienso en aquellos encuentros con el otro en los corredores de Versalles. Y sé que no volveré jamás a estar limpia.

Me estrecho a André y me ilusiono en serlo. Y permito que permanezcan sus señales, porque me hacen sentir limpia. Aunque si sé que no es posible, cuando las veo pienso que sea así. Y le dejo a mi vez señales sobre su piel, para que se acuerde que no debe tocar nunca más a ninguna otra mujer.

Yo... sé que debería sentirme culpable.

ΔΔΔ

"¿Tú crees que el hombre de las mallas se saldrá con la suya porque te lo ha dicho el avechucho negro?"

"No es exactamente así..."

"No te sugestiones. No tienes la edad para comenzar a creer en estas tonterías".

"Te estás divirtiendo demasiado con esta historia, no quisiera que a fuerza de jugar cometieses algunas estupideces".

Apoya la silla en un ángulo y se detiene con una mano al lado observándola sin saber qué responder. La paja está iluminada por el sol y afuera se escuchan los rumores del vaivén de las carrozas en el parque.

"¿Has entendido lo que quiero decir?"

"¿Qué estoy haciendo del fanfarrón?"

Ella resopla abandonando las manos a los lados y luego cruzándolas sobre el pecho. Querría decirle que ha tenido miedo desde el momento en el que con aquel golpe seco de puñal cortó sus cabellos, los que se han deslizado hasta cubrirle los bordes del rostro, pero agrega impaciente: "Como prefieras... dije esto si te agrada".

André no replica y se encaminan hacia la salida.

Le deposita una mano sobre un brazo. Óscar se sobresalta, porque estos contactos no son para la luz del día, pertenecen a la noche y a la oscuridad, que les protege de los errores.

Todavía intenta de convencerse a la luz del día que aquellos encuentros con un hombre que por años ha reputado un consanguíneo estén errados. No le resulta, porque siempre vuelve sobre sus pasos; pero la noche es una aliada que engulle cada gesto y cada palabra. Por pocas horas de luz se puede fingir que no ha sucedido nada y vuelve a equivocarse poco después en la oscuridad.

"¿Qué tienes?"

"Nada".

La estrecha peligrosamente por pocos instantes y los labios se encuentran. Ella lo aleja embarazada, dejándole una tímida caricia sobre el rostro y se va de la caballeriza.

ΔΔΔΔ

Continúa mirando las hojas repletas de palabras. Todas las palabras que no significan nada. Quizá porque le importan siempre menos.

Las cartas se confunden de vez en cuando, nota, con la mano sobre la frente para sostener la cabeza. No consigue leer una palabra sin percibir que carece de sentido.

"Eximio Coronel... número trescientas bayonetas... la parada con ocasión de la festividad sacra de... máximo decoro, además de... entonces cuántos reputáis valientes..."

Nuevamente le gira la cabeza, porque aquella idea no la abandona. Le gira la cabeza ni bien se distrae un instante y aquella idea le quita la respiración. Cada día deviene siempre más insoportable, sola entre las armas, los soldados y las formalidades por realizar.

Toda aquella sangre, un río de sangre. Los gritos en el bosque. Los días pasados en la oscuridad apretándole la mano, aquella mano que nunca antes había sido tan débil e indefensa. Sentirse sobresaltar por el dolor a cada movimiento, por muy pequeño que fuese. Y preguntarse cómo hizo para llegar hasta el Palais Royal[5] en aquellas condiciones por salvarla de la celda subterránea.

Pero, ¿qué hiciste? ¿Qué es lo que te dejé hacer?

Ayer el doctor le había dicho que podían abrir las cortinas y permitir entrar un poco de luz. Total, el ojo no vería nunca más.

Él continúa extendido sobre el lecho porque se fatiga estando de pie. Ha adelgazado mucho y tiene los labios pálidos. Le dieron ganas de llorar cuando la vio en la poca luz que se filtraba por las cortinas, se volteó y corrió para traerle algo de comer. Regresó con la bandeja y por las buenas intentó constreñirlo a comer algo. También lo gritó porque él le dijo que era demasiado y no consiguió deglutir todo.

Tú me dices que eres feliz porque esta horrenda cosa te haya sucedido a ti y no a mí. Yo contigo sólo consigo cometer un error tras el otro, André.

Le gira la cabeza por el dolor, como si también ella llevase una herida, siente el corazón contraerse y nublarse la vista todas las veces que lo vuelve a ver, solo, extendido sobre aquel lecho. Más pasan los minutos y más deviene una obsesión pensar en él y en aquella lejanía forzada.

Girodel la mira preocupado y curioso, mientras deposita la cabeza entre las manos y se lleva hacia atrás los cabellos sudados sobre las sienes. Intenta respirar nuevamente y llega a alejar los ojos de la hoja sobre el escritorio. Se levanta y exhalando profundamente le dice que no se siente bien, que debe irse a casa y que será mejor que de aquellos documentos se ocupe él.

Se va cerrando la puerta detrás de sí, sin esperar una respuesta.

ΔΔΔΔ

"¿Cómo te sientes?" Le pregunta, posándole la mano sobre la frente para verificar que no tenga líneas de fiebre.

"¿Y tú? ¿No deberías estar en Versalles?"

"¿Cómo te sientes?" Le repite, como si no hubiese escuchado la pregunta.

"Mejor", responde él, preguntándose en qué estará pensando. "Esta tarde no tengo ninguna intención de permanecer en esta cama", agrega mientras ella se aleja.

Ella no responde, se aproxima nerviosa a la ventana y abre un poco más las cortinas. La habitación se colorea de una dulce luz dorada.

"¿Te fastidia así?"

"No... de hecho, lo prefiero". Le responde, preguntándose por qué estará así nerviosa.

Se queda quieta, cerca de la ventana con la mano sobre la cortina. En semejante situación, las miradas indagadoras la ponen todavía más susceptible. Él inclina la cabeza hacia atrás, entornando los párpados y la deja sumida en sus pensamientos, inundada[6] en la luz matinal.

Parece que pasa una infinidad de tiempo, desmenuzado por algún rumor quedo. Le parece que la respiración de Óscar se esté volviendo preocupada e irregular, reabre los ojos para buscarla y la encuentra.

Es su respiración la que a su vez se corta y las palabras se pulverizan, a la vista del cuerpo blanco que se libera en la luz, de la ropa. Lo hace temblando, con los ojos bajos y las mejillas ardientes como si nunca hubiese cometido aquellos gestos.

Siempre se han deslizado el uno en la otra como clandestinos en la cómplice oscuridad. Ninguno ha nunca visto el cuerpo que conoce de memoria, sólo lo ha intuido en la sombra e imaginado cerrando los ojos.

Él se siente morir allí extendido sobre la cama y teme preguntarse porqué lo esté haciendo.

Con el rostro arrebolado y los ojos lúcidos, aparta la cubierta y se le sienta encima a caballo, querría decirle algo, pero sólo consigue elevar la mirada y fijarla en los ojos, porque sus manos ya la tocan como ella le ha pedido durante todas las noches febriles en la oscuridad. La cicatriz que corta el párpado está todavía arrebolada y evidente.

Una lluvia de cabellos y labios mórbidos sobre los suyos. Y siente que tiene el rostro hirviente. La lengua que busca la suya le hace afluir la sangre a la cabeza y como una descarga desciende en el vientre. La estrecha aún más sin preguntarse porqué está sucediendo; porque se daría una respuesta malévola.

"Ayúdame..." Le pide, intentado despojarse de la camisa, aunque si a cada movimiento el ojo todavía le duele un poco.

Lo ayuda a desvestirse, devorando cada porción de piel con los ojos y con la boca. El corazón en la garganta, temiendo perder los sentidos, y la mirada en la puerta: No recuerda si cerró con llave. Después se olvida, porque le deja hacer todo lo que quiere.

ΔΔΔΔ

Es demasiado el tiempo que el rencor se ha posesionado en el corazón. A veces le parece que ella le ama. A veces le parece que aquel amor le arrolla. Después recuerda aquel día en que los vio en Versalles y le parece ahogarse en una rabia hecha sólo de dolor.

Estar constreñido a cruzarse con Fersen en los corredores del palacio reabre la herida todas las veces.

Se intercambian palabras corteses y formales, él está siempre irreprochable y perdido detrás de la Reina; Óscar se pone rígida todas las veces que lo ve.

André confunde el saber con la sospecha. La sospecha que ella haya entrado a su lecho con aquella incontenible desesperación para olvidar su amor por Fersen.

Es como si desde el fondo del corazón destilase una pequeña gota de veneno.

Ahora, mientras la carroza les conduce bamboleando hacia casa, él está sentado frente a ella en silencio y continúa mirándola sin piedad.

Ella sabe que algo no va bien, bajando los ojos, cala un velo sobre su pasión y su amor sin palabras.

André se siente mal. Aunque si ahora le es concedido hacerla temblar sin pudor a la luz del día. No era esto lo que quería más que todo. Más que todo quería su corazón.

La pequeña gota de veneno que tiembla cerca al corazón descolora los confines entre amor, pasión y desesperación. André no llega a verlos.

 

"André..."

"¿Era así?"

"..."

"¡Si no me respondes, me voy!" Le dice con rabia al oído, despedazándola al límite entre el placer y el dolor, mientras la luz abofetea las cortinas del baldaquín[7].

"¡Respóndeme!"

"Pero qué... ¿qué quieres de mí?" Consigue articular sin comprender.

"¿Ahora estás pensando en él? ¿Estabas así de húmeda[8]?" Le sibila, mientras ella grita y se estrecha a él más fuertemente.

"¡Calla... calla[9]! ¡Debes callarte, André!" Consigue exclamar. No llega a creer en lo que se siente decir. Óscar siente que le arroja a la cara el error, como si no bastase todas las veces que se maldijo sola. Pero André sólo quiere saber si para él hay un poco de amor y ella no lo comprende. Sólo siente la acusación.

"¡Calla, calla! Te metías en la cama a aquella... bajo este mismo techo... cuando entré en tu cama, ¡todavía estaba la impronta de aquella... asquerosa!" Le grita con la voz que se resquebraja.

Hemos enloquecido y estamos arruinándolo todo. Hemos guardado silencio por demasiado tiempo. Tanto que ahora es mejor seguir callando, para no tener que morir bajo las heridas de este grito desgarrador.

 

¿Qué puedo responder? ¿Qué lo hice sólo después que vi cómo pisoteabas mi amor?

 

Está sentado sobre el lecho con las lágrimas en los ojos, sin esconderse, como si se sintiese orgulloso de ellas. Nunca lo había visto llorar, quizás una o dos veces de niño. Ella misma sin fuerzas, no consigue retener las lágrimas. Pero las manos están estrechas y se acarician dulcemente.

ΔΔΔΔ

Mi padre me acosa con un único discurso. Matrimonio.

Se ha convertido en una letanía que saca al improviso entre un discurso y otro. Cada día se vuelve más concreto y acosador. El general hace proyectos en voz alta, sin hacer caso a su disgusto. Enumera nombres, uno más ridículo que el otro. Ella dice que no quiere. Él le responde que buscarán a alguien que le guste. No es justo que ella pase la vida sola.

Se le ha ocurrido sólo ahora. Después de más de treinta años. Y con la habitual indiferencia ha decidido hacer y deshacer la trama de su vida.

El miedo a tener que desobedecer le mueve el piso bajo los pies. El miedo de no conseguir desobedecerle le hace sentir un pinchazo en la base de la nuca. Es fruto de una fallida desobediencia esta vida a mitad. Este ser mujer sólo a escondidas. Y de haber aprendido a escondidas todo lo que no la hace "muchacha para desposar".

Ya lo sabía a qué lleva la falta de desobediencia, cuando subió a la grupa del caballo y escapó; dejando atrás a André gritándole aceptar su naturaleza.

No obstante mi debilidad, no creeré que todo está perdido.

André...

 

"¿Qué sucedió? ¿Has discutido con tu padre?" Pregunta André, escanciándole vino mientras ella, los labios apretados, juega con la copa. "¡Estate un poco quieta!" Le dice riendo, cuando las gotas rojas resbalan sobre la mesa.

Desde hace algún tiempo es así de difícil verle una sonrisa sobre los labios y Óscar se siente morir al no conseguir corresponderle. Aquella sonrisa sigue siendo un pequeño rayo fugitivo de las nubes que se persiguen delante del sol.

Relampaguea y desaparece.

Toca con los labios el líquido rojo y, antes de beber un sorbo, dice de un soplo. "Quiere que me case".

Fue como despojarse de una flecha del pecho para clavarla en el corazón de André. Sentirse más ligera y al improviso tener un dolor compartido, inanimada, suspendida sobre el sillón con las lágrimas que luchan por escaparse de los ojos.

André no dice palabra y abandona el intento de escanciarse algo de beber. Contiene el instinto de romper contra el suelo la botella. Se ha apagado cualquier residuo de sonrisa que por algún instante, por error, le iluminó el rostro.

Óscar imagina la herida que sangra escondida bajo la camisa, le vuelve la cabeza en busca de aire.

Fue mejor que me lo haya dicho ella.

Si lo hubiese sabido por otro, el golpe le habría traspasado de lado a lado. Pero, aún así, es como si la sangre en las venas se hubiese descolorido dejándolo exánime, mientras vuelve a mirarla en los ojos.

"He entendido". Murmura. Sin fuerza. "¿Y tú?"

"No", consigue arrojar sin llorar. La única cosa que consigue decir.

Le tiende la mano temblorosa y lo reclama sentado a su lado. En silencio, pero con el pensamiento está gritando "¡Ayúdame! ¡Ayúdame a desobedecer!" Y tiene la sensación que las palabras que no dice le despellejen la garganta. Le aprieta la mano y siente el calor de su cuerpo al lado del suyo: Esto puede bastar para calmarla. Le posa la cabeza sobre el hombro, le avecina la copa a los labios. Él toma un sorbo para contentarla, deglutiendo fatigosamente.

Nanny sale de la recámara sin hacerse notar, con los ojos gachos.

La estrecha sin saber qué hacer. El aire continúa faltándole, la busca afondando el rostro entre los cabellos.

Ha llegado la tormenta que se la llevará lejos.

ΔΔΔΔ

Cada instante que pasa, desde ahora, te lleva un poco más lejos de mí, hasta aquel momento. Al llegar aquel momento toda la vida se alejará de mí, como el paisaje en una carrera furibunda. Estoy muriendo desangrado.

 

Un grito cruel e inhumano.

Y los libros, los vasos, el candelabro, todo se desliza sobre la madera para estrellarse en tierra inerte, en un golpe sordo, que bloquea los nervios de la espalda. El tintero pulverizado dibuja un borrón negro y horripilante sobre el pavimento.

Se pliega en dos y mira la mano sucia de sangre, con los nudos cortados por el vidrio.

Un puño feroz al vidriera de la biblioteca y después arrasar con la desesperación entre los brazos todas las insulseces que yacen sobre el escritorio.

"La sangre que se va..." Murmura, sin darse cuenta. Se lleva la mano herida entre cabellos, sin saber qué más hacer. Él nunca podrá ser el esposo. No es noble como el mundo requiere. No es amado. No, ni noble, ni amado, ni deseable, no obstante la costumbre de tener la cabeza en alto.

Se cubre los ojos con una mano. No sirve. La ve cada vez que los párpados se abajan.

Las mejillas sonrojadas y el cuello hacia atrás mientras le ofrece a su boca la piel blanca y abre para él los labios y las piernas. Mientras se aferra exhausta sobre el pecho entre suspiros contraídos y temblores violentos.

No puede seguir pensando en esto, ahora que la rabia le hace desear destruir la trampa que los tiene unidos befándose de ellos, mientras aquella mancha de tinta se alarga desmesuradamente sobre el pavimento.

Ir donde ella en estas condiciones significa hacerle daño. Otras veces ya fue cruel, despiadado y luego se ha despreciado por haber perdido el control, pero ella se ha defendido y ha atacado y a abierto otros pliegues. Es una maldita necesidad y ella nunca lo detiene. La medicina que alimenta la enfermedad.

Pero así, con esta violencia en el cuerpo, sólo puede destruirla al poseerla. Ella, que está tan mal que se le hace posible posarla sobre la palma de la mano para mimarla como una avecita herida.

Sí... Ella, a la que amo infinitamente.

"Todavía un poco... otros cinco minutos y estaré mejor... otros cinco minutos y sabré controlarme... y subiré a ti, Óscar... sí..."

Las sombras se alargan voraces en la habitación, pero no es la noche.

ΔΔΔΔ

El otoño esta desvistiendo los árboles.

Cada hoja se tiñe de amaranto y de oro. Da volteretas y muere.

Danzan en el viento, detrás de los vidrios de la ventana y aquel mariposear destaca el retorno de pensamientos coherentes después de una pequeña muerte[10].

Mientras le sigue la respiración se hace más lenta y el sudor empieza a congelarse sobre la piel acalorada. Deja deslizarse los sutiles dedos entre los cabellos húmedos de la cálida cabeza que le yace sobre el vientre. Los brazos la circundan todavía por las caderas y la respiración ahora es regular. Le viene a la mente cómo le bloqueaba las caderas poco antes. Se pregunta si ya se durmió y continúa jugando con los mechones oscuros.

Es la quietud lechosa que invade los huesos de quien yace en el ojo del ciclón.

"¿Te has dormido?"

Su voz misma suena dulzona y ronca. Surca el aire que huele siempre más a deseo.

El contacto con los labios cálidos sobre la piel del vientre y el abrazo más decidido. Está despierto. Es como si lo supiese. Es como si lo supiese...

Días desesperados a las puertas del otoño.

Cada hoja que se ha desprendido para morir le ha susurrado, en su última danza al viento, encadenarse a él. Cada tonalidad más cálida y morena del paisaje le ha susurrado dejarse ir a la deriva dentro de ella. Como una de aquellas hojas que yacen, ruborizadas y vigilantes, sobre la superficie del agua de la gran fuente. Cada vez hasta el final. Cualquier precaución dejada de lado conscientemente, pero sin mencionarla, con un ahínco que hace daño. Para que todas las veces la cadena se enrede hasta confundirlos. Para que la desobediencia sea suprema y atroz para quien esté constreñido a saborearla.

Y es así. Ahora ya está segura y se lo debe decir. Pero es como si él, con la cabeza perdida sobre la piel mórbida, entre sus piernas, ya lo supiese.

"André... debo decirte una cosa..."

Lo dice temblando y espantada, aunque si era eso lo que ambos buscaban, conscientemente mudos en los días desesperados de la danza de las hojas.

"Te escucho".

"Yo..."

Palabras extrañas deben salir de su boca. Extrañas porque que deben salir de su boca. Y ella nunca ha sospechado tener que pronunciarlas, por esto el silencio continúa anegando la habitación.

"Estás embarazada".

No es una pregunta. Es una afirmación,

Tengo la sensación, desde hace días, que tu cuerpo sea diverso. Seguramente es sólo mi imaginación que anticipa el tiempo. Es demasiado pronto para que yo sienta ya algo.

"Sí". Aliviada.

Después, una despiadada crueldad hacia sí misma, reflejo de viejos sentidos de culpa, le hace temer que le pregunte "¿De quién?" Pero no sucede.

Le da calor, conmovido y pensativo.

"Tu padre nos matará" le dice con una expresión dulce y una extraña luz en los ojos.

"Cierto..." murmura ella, correspondiéndolo, con la sensación de soltarse.

En qué piensas, André, con la mano perdida entre mis cabellos y la mirada lejana. Ahora cierro lentamente los ojos... Y siempre tengo el miedo que tus párpados se deslicen sobre el dolor... para esconderlo.

Yo te lo debo preguntar, Óscar... no temo dejar esta habitación como uno de aquellos mendicantes traspasados por el primer rechazo. Vivo talmente el límite que ni siquiera diviso la posibilidad de que te rehúses.

"Yo... querría que te desposases... pero conmigo. Conmigo. Lo quiero desde hace años, cada día más... y no me deja dormir este deseo... Si tú quisieras, te desposaría y te llevaría lejos de aquí... pero más que todo quiero que me ames... quiero que me ames, aunque no tengo nada para ofrecerte, no soy noble... y aunque tampoco sea él... no soy Fersen. Pero no tiene caso. No tiene caso... Olvida mi pretensión de amor. Si tú lo quisieras, yo sería tu marido y te llevaría lejos de esta jaula... y no me importa lo demás... olvida lo que te dije antes, no importa, porque si no estoy contigo muero".

Permanece bloqueada. Como si hubiese visto el horizonte desenrrollarse para develar la verdad que late como la carne viva, secando todas las palabras y destruyendo todos los pensamientos.

Los labios blancos e incrédulos. Y un sólo sonido, un hilo de voz "André..."

"No me debes responder inmediatamente... No pretendo que tú me respondas de inmediato".

La cubre con la colcha y sale, después de haberse vuelto a vestir en un silencio enloquecedor.

ΔΔΔΔ

Y este era... ¿era este tu veneno? La idea de mi amor por Fersen y mi silencio han sido nuestro veneno. Fersen, quien es menos que una sombra en mis pensamientos.

Y ahora mírame aquí... Descubrirlo y permanecer destruida en este lecho, con tu hijo dentro y mi amor por ti que es tan violento que me temo estallar[11] si lo menciono... Yo, que pensaba fuese suficiente darte mi cuerpo sin ninguna regla para que lo comprendieses; yo, que siempre creí que el rencor fuese la moneda con la que me resarcías por aquella equivocación, que me di cuenta fatigosamente que te amaba, André, atormentándome entre tus brazos y entre los porqué debería y porqué no debería; yo que me he complacido del hecho que me hubieses rendido lasciva y pura.

Y ya no estoy tan segura de no haberte amado antes de todas nuestras equivocaciones... y es esta la idea que, desde que sostuve por el cuello a la pequeña puta en la oscuridad, asume contornos siempre más nítidos, tiene el sabor de hiel por el tiempo perdido.

El dolor y la vergüenza que he sentido al entregarme aquel hombre son migajas de pan comparados a lo que estoy soportando después de tu verdad.

Y las hojas que mueren allá afuera. Irremediablemente.

 

Se levanta, extiende el brazo y aferra la seda de la camisa arrojada a tierra durante la urgencia. El semen se desliza como una caricia al interior de los muslos.

 

Creer que bastasen sudor, saliva y esperma. Las señales despiadadas sobre la piel y los suspiros que en la oscuridad viraban en gritos. A ti te bastaba una palabra.

ΔΔΔΔ

"¡Mademoiselle... mademoiselle Óscar! Vuestro padre os busca, hay un huésped... ¡Os esperan desde hace tanto tiempo! ¡No es cortés para nada y no os honra teneros sin cuidado dejándolos esperar, holgazaneando en el lecho en plena tarde!" Reprocha Nanny, intentando detenerla bajo el umbral de casa, mientras la observa con mirada suplicante y manos que se retuercen.

"Pues déjalos esperar" y da un paso para salir.

"Pero Mademoiselle, está..."

"No me importa quién es. Puede ser cualquiera. No me importa", sibila imaginando las intenciones del huésped. Un pretendiente. "¿Adónde se fue André?"

Nanny no sabe qué responder. No sabe si continuar rogándole ir donde su padre y es huésped.

"¡Cúbrete niña!" Le pide, observando la ligera vestimenta.

"Nanny, dime, ¿dónde está André?"

Silencio.

"Nanny, te lo ruego, dime que estás con nosotros... ¿Adónde se fue después de salir de mis habitaciones? No está en la caballeriza, ni en su recámara", la apremia, sin importarle la incomodidad que tiñe sobre el rostro de la mujer.

Nanny por poco no se desmaya.

ΔΔΔΔ

No sé en qué pensarás ahora. Has tu elección. Yo me siento como una de estas hojas rojas que se precipitan desde el cielo y siguen la trayectoria de los cercos, concentrándose en la fuente. Antes las arrastra el viento y después las lleva a la deriva el agua. Recortadas y desenrrolladas, con aquel color prepotente todavía parece que confían en algo.

Recuerdo que una vez le dije "¡Al dormir, al morir, a la nada!" Era como si sintiese ya susurrar las hojas en el viento.

El corazón empieza a vibrar hasta romperse en dos, con todo, siempre he creído poseer sólo la mitad de un corazón.

Todo está perdido. Salvo la nada.

 

Está cerca de la fuente. Él, quien se fue más solo que nunca, como si sobre aquel lecho, blanco como la nieve sucia, no estuviese una mujer muerta de amor por él y no estuviese un bebé, buscado desesperadamente.

Ella piensa, al mirarlo, avanzando entre las hojas muertas y el viento siempre más frío que le adhiere sobre el seno que quema la ligera camisa, que cada paso hacia él le da, con un escalofrío, el sentido de la liberación.

André la ha visto y, en un sentimiento de vacío y destrucción, permanece allí, de pie con la casaca al viento y las manos débiles en el bolsillo de los pantalones. Los cabellos peinados hacia atrás por el viento, una señal vertical, todavía roja y tierna, sobre el ojo izquierdo.

 

Todavía algunos pasos.

Sobre el balcón que domina sobre el parque el señor padre y Girodel.

 

"Podías ponerte una casaca... con este frío..."

Al verla avanzar blanca y temblorosa, él cree que el seno duro debajo de la camisa sea obra del apremiante frío intenso de la noche.

Se le detiene delante con las manos detrás de la espalda y la respiración incierta.

"Tú... ¿porqué has venido aquí?"

Se quita la casaca y se la pone sobre los hombros. Sabe que el general y Girodel pueden verles, pero no puede hacer menos.

"Debo barrer todas estas hojas..."

"¿Con este viento? Cuán estúpido eres..." dice ella, ajustándose a los hombros la casaca, con una lágrima entre las pestañas.

Él se muerde el labio.

Se le apoya contra el pecho y lo estrecha. La abraza, sin preguntarse qué esté sucediendo, como si fuese la última vez.

"Nos verán", le susurra temblando.

Los hombres, copa en mano, sobre el balcón tienen el aire estupefacto de quien ve un particular que turba un paisaje perfecto.

"Te fuiste y nos dejaste sobre la cama... sin dejarme decir nada..."

"Óscar..." exclama, sintiéndose conmovido por aquel plural, sin saber cómo continuar.

"No tengo cuidado por ellos", le responde, sacudiendo la cabeza y buscando clavar la mirada en la suya. "Ni por Fersen... ni por ningún otro. Dijiste que debías llevarme lejos... ¿lo recuerdas, amor mío?"

A André le parece que el soplido del viento haya esparcido el sonido de las palabras dejándole oír lo que desea, pero cubre con su mano la mano congelada y temblorosa que le acaricia el rostro.

"Si quieres te llevo lejos, te llevo lejos de aquí, ahora", le susurra.

Ella aproxima sus labios a los de él, como si temiese, como si no lo hubiese hecho nunca, pero se agarra con furia a su boca, mientras siente que la aferra por la nuca y el beso se vuelve profundo y llega al corazón. Siente sus lágrimas sobre los dedos y el abrazo más estrecho.

Una incrédula copa se quiebra, en alto, sobre el balcón, pero no rompe el beso que deviene más dulce y lento e indiferente.

Quizá son piedras agudas y hierros que brillan al sol sobre el camino para la fuga. O quizá no.

 

Vámonos.

 

La estación de las hojas muertas inflama el horizonte por el violento color de la desobediencia.

A veces parece carne desollada. A veces se llora por las hojas sanguinolentas segadas por el viento.

No son más que equivocaciones que han sangrado años a la sombra y ahora se deslizan desde el fondo del corazón entre nuestros dedos.

Las observamos un instante, después las dejamos caer, y los labios se tocan todavía.

 

 

Nota

Síntoma de la influencia de imágenes.

Cuando concebí la escena final, repasándola en la mente y definiéndola antes de escribirla, el pensamiento voló inevitablemente a pescar entre las imágenes de mi cabeza en dos dibujos de Laura: "Autumn leaves" y "Autumn leaves 2".

Fin

Mail to sydreana@supereva.it

Traducción: Shophy Zegarra: shophy@ec-red.com

Lima, sábado 04 de diciembre de 2004.

 

Pubblicazione del sito Little Corner del febbraio 2005

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[1] NdTr. En el original "Racconto amaranto" (Cuento amaranto), haciendo alusión al color rojo intenso o anaranjado de la planta amarantácea conocida como "Amaranto". Hay un juego de palabras con "amaro" (amargo), y el color de las hojas secas del otoño, por lo que también podría entenderse como "Cuento otoñal".

En la novela Cien años de Soledad del colombiano Gabriel García Márquez, los personajes femeninos Buendía se llamaban "Amaranta".

[2] NdTr. En el original "piange" (llora).

[3] NdTr. "Calice", cáliz en el original.

[4] NdTr. Lo que llamamos el "chupetón" ^^;;

[5] NdTr. En francés en el original. El Palacio Real, la residencia del duque de Orleáns.

[6] NdTr. En el original "investita", con el sentido de "embestir" y de recibir un homenaje, es decir, inesperadamente la luz la está cubriendo.

[7] NdTr. Es obvio que se encuentran en la habitación de Óscar...

[8] NdTr. Alusión a la excitación sexual.

[9] NdTr. En el original "smettila", que viene a ser "dejar de hacer lo que se está haciendo en ese momento", el significado de "parar" en castellano de España... Gracias a Isa por esta precisión ^^

[10] NdTr. En francés, al orgasmo se le dice "la petit morte" (la pequeña muerte).

[11] NdTr. En el original "schianti", también tiene el sentido familiar de "maraville, "embellezca".

 

Fine

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