El viaje de los engaños

Parte quinta

Warning!!! The author is aware and has agreed to this fanfic being posted on this site. So, before downloading this file, remember public use or posting it on other's sites is not allowed, least of all without permission! Just think of the hard work authors and webmasters do, and, please, for common courtesy and respect towards them, remember not to steal from them.

L'autore è consapevole ed ha acconsentito a che la propria fanfic fosse pubblicata su questo sito. Dunque, prima di scaricare questi file, ricordate che non è consentito né il loro uso pubblico, né pubblicarli su di un altro sito, tanto più senza permesso! Pensate al lavoro che gli autori ed i webmaster fanno e, quindi, per cortesia e rispetto verso di loro, non rubate

Muy temprano el largo convoy retomó el camino en dirección a la ciudad de Nevers[1]. André, desde la carroza real, observaba a Óscar entrar en la carroza del servicio. Toda la noche había estado a su lado, separado por una frágil distancia física.

Muy frágil en algunos momentos. La había mirado con ternura, con deseo en algunos momentos, en otros con dulzura. Habría querido que aquella distancia fuese aún más frágil, tan frágil hasta destrozarse. Habría querido abrazarla, tomarla de la mano y estrecharla hacia sí, sentir el rostro de ella apoyado en su pecho, sentir la sensación de cosquilleo de los cabellos de ella sobre su rostro, sentirla respirar quedamente a su lado. ¿Esto era amor? Sin lugar a dudas era éste el único amor que conocía, el único que sentía, y el único que podía sentir, dijo para sí. Probablemente, con otra mujer habría sido todo mucho más fácil. Pero no habría sido lo mismo. No habría valido la pena. De esto, André estaba seguro. Ella representaba toda su vida. El pasado, seguramente, como el presente. ¿Pero podía representar también su futuro? Por primera vez, André se vio pensando en su futuro. ¿Cómo habría sido? Improvisamente, el rostro de André se oscureció. El futuro posible de Óscar estaba sobre la silla de un caballo y pasaba horas ante su carruaje. El oficial que la había cortejado también miraba en dirección del carruaje que transportaba a Óscar. Sí, su futuro posible. Sintió rabia, André, y una sutil sensación de vergüenza por su misma rabia. Aquel hombre podía realmente representar el futuro de Óscar, él no. No se lo permitía su rango y, sobre todo, no se lo permitía su misma relación con ella, que, estaba seguro, lo consideraba un hermano. Amado, pero siempre un hermano.

Cortejarla, como hacía el joven oficial. ¿Una solución? Realmente nunca había pensado cortejarla, de decirle palabras de amor. ¿Cuáles palabras? ¿Y cómo? Según él, hasta ese momento, habían hablado sus gestos, sus continuas atenciones hacia ella y hacia sus asuntos. Y, con todo, no habían llegado a su corazón. No podían llegar a su corazón, se dijo André. No podía llegar a su corazón el ansia que lo asaltaba cada vez que Óscar se encontraba en peligro, no podían llegar a su corazón la felicidad y la excitación que sentía cada vez que se entrenaba con ella, no podían llegar a su corazón los pensamientos que tenía por ella cuando la escuchaba tocar el piano. No podían llegar a ella el deseo que tenía de ella tan sólo al mirarla. Nada de todo aquello que sentía por ella podía llegar a su corazón. Ni el amor, ni la pasión, ni el deseo, ni la ternura, ni los celos, ni el dolor. Nada podía llegar a ella. Porque nunca le había dicho nada. Y sutilmente había esperado que ningún otro lo hiciese, hasta aquel momento. Y en cambio un vestido de dama había roto el extraño encanto que había tenido a Óscar alejada del mundo de los hombres hasta aquel momento. Y las reacciones de ella frente a su primer cortejador lo habían turbado, asustado. Siempre la había visto esquiva frente a los piropos, siempre la había visto reír ante los requiebros amorosos. Siempre le había parecido que a ella, su Óscar, no le gustasen estas cosas, no sirviesen, no las desease. Que su mundo de duelos y cabalgatas, de aventuras pero más habitualmente de cotidianidad común fuese todo lo que ella quería. Probablemente no era así, no completamente, más simplemente. Tal vez Óscar también habría querido otra cosa. Ahora, dolorosamente, se daba cuenta de que quizás Óscar simplemente no había escuchado nunca aquellos cumplidos. Simplemente nunca habían sido dirigidos hacia ella. Y parecía apreciarlos, más allá de sus defensas.

                Se dijo que a su regreso a casa, Óscar habría vuelto a ser la misma de antes. No lo habría amado, pero su uniforme de soldado, de hombre, habría de nuevo protegido su relación; y su amor a por ella. Escondido, sufrido, pero exclusivo. Sin rivales. Sin comparaciones. Y en definitiva el único posible para ella, cuando también ella lo hubiese querido. Un pensamiento egoísta. Profundamente equívoco. Pero humano. ¿Pero en verdad sería así? ¿Habría bastado vestir de nuevo el uniforme para nuevamente tenerla como antes? ¿O algo dentro de ella, más allá de los encajes y de los corsés, estaba cambiando?

El cansancio tomó ventaja sobre André quien terminó por dormirse en la carroza.

 

"Señor duque, os aseguramos el perfecto cumplimiento de nuestra misión."

"Esta vez no aceptaré fallos de vuestra parte, porque en tal caso, no tendré piedad de vosotros. El emperador debe morir."

"Excelencia, el plan es perfecto, nuestros hombres ya están en el lugar para preparar el equipo para mañana."

"Bien", dijo el duque de Orleáns sonriendo irónicamente. "¡La de esta noche, deberá ser la última buena noche de aquel austriaco presuntuoso! ¿Dónde se encuentra ahora?"

"Nuestros centinelas lo han localizado a tres horas de viaje rumbo a Nevers."

"¡Siempre puntual, ese imbécil de Girodel! Entonces aseguraos de que sea puntual también mañana. Decidle a los centinelas que vigilen los movimientos del emperador con discreción máxima. No deben cometer errores. Y quiero informaciones precisas sobre la camarera que descubrió el veneno en la botella de vino. ¡Quiero saber todo sobre ella!"

 

A diferencia de lo que esperaba el duque de Orleáns, el viaje hacia Nevers reveló ser más largo que lo previsto. Girodel decidió detener el convoy cerca de un amplio claro para conceder un descanso a sus hombres. También era necesario controlar las carrozas. Girodel estaba particularmente nervioso. El recuerdo de lo que había sucedido la noche anterior lo inquietaba profundamente. Había sido incapaz de descubrir que el vino estaba envenenado. Sólo una dama de compañía del emperador se había dado cuenta.

La extraña dama de compañía del finto emperador.

Ciertamente graciosa; a veces parecía recordarle a una dama ya vista en alguna parte, a pesar de no haberla nunca antes visto. Le había parecido entender que había algo, por momentos, entre André y la muchacha. Un extraño intercambio de miradas. ¿Acaso eran amantes? Posiblemente. El desprecio de Girodel a por André creció. Aquel faraute se aprovechaba de la representación para seducir a una noble. Despreciable. Y aún más despreciable, el hecho de que él no podía impedirlo, porque estaba impedido de contárselo a alguien, ni siquiera a la joven condesa, la verdadera identidad del emperador impostor. Habría comprometido la misión. Así pues, Girodel tenía las manos atadas; y una idea aún más preocupante que le ocupaba la mente: su incapacidad de vislumbrar el peligro. Porque si en lugar de André la noche anterior hubiese estado el verdadero emperador…

 

André reabrió los ojos. Óscar estaba frente a él, con un vestido blanco con pequeños bordados color plata. Trataba de poner juntas una suerte de cena con el pan, las conservas[2], el queso y la fruta.

"Óscar…"

"Buenos días, o quizá sería más oportuno decir buenas tardes, ¡mi querido emperador! ¿Vuestra augusta majestad tiene hambre?", dijo Óscar, sonriendo, no sin una pizca de ironía.

"A decir verdad, mademoiselle Marianne, actualmente no tengo mucha hambre", dijo André, respondiendo a su juego. Si sólo toda su vida pudiese ser así…

"En cambio comeréis ahora, mi querido emperador, porque, por lo que parece, llegaremos muy tarde a Nevers."

"¿Cómo así? ¿Estamos retrazados?"

"Ha llovido durante toda la mañana, pero vos estabais seco en el mundo de los sueños, y Girodel tuvo que moderar a los caballos. Veréis, majestad, aquí en Francia llueve muy seguido, no es como en vuestra tierra, Austria…"

"¿Pensáis continuar tomándome el pelo por aún más tiempo, mademoiselle Marianne?", preguntó André sonriendo, mientras Óscar trataba de cortar el pan sin éxito.

"El tiempo necesario, mi querido emperador, ¡¡hasta hacer que me ayudéis a rebanar este pan!!"

"Ah, ah, ah… decididamente estáis fuera de práctica y han bastado pocos días en crinolina… digamos entonces que la espada sigue siendo tu fuerte… ¡el cuchillo para el pan, no! Dame, lo hago yo, siéntate y reposa."

Óscar se sentó mientras André terminaba de preparar lo necesario para dos personas.

 

"Mademoiselle Marianne, estáis oficialmente invitada a tomar el lonche aquí conmigo. Y ya que es un deseo del emperador de Austria, no osaréis en modo alguno contradecirlo, ¡me espero!"

"Y, ¿cuál sería el suplicio al que me sometería, si rechazase compartir vuestra mesa, Majestad?"

"Pues, para eventos de ese tipo están… o la cárcel… o el convento… eso… sí, sí, ¡el convento!"

"¿Qué? ¿En el convento, yo? ¡¡¡Dios me libre!!!", dijo Óscar, agitando las manos ante sí.

"Repensándolo… ¡Dios libre al convento de una hermana como vos!" dijo André riendo, "como sea, convendréis conmigo en que es mucho mejor someterse a un pequeño e inicuo deseo del emperador de Austria y tener el estómago lleno, antes que generar caos a un pobre grupo de hermanas… la espada en lugar del rosario…"

"¡Está bien, mejor pásame el paté!", dijo Óscar riendo también ella ante el peligro pasado.

Comieron juntos, riendo y bromeando. André miraba a Óscar reír. Y era feliz, con sólo estar a su lado.

"Si sigue así, no llegaremos a nuestro destino antes de medianoche. Voy a ver qué hace ese incapaz de Girodel…" dijo Óscar.

"No, espera, me parece que ya te has hecho notar demasiado, anoche. Es mejor que me ocupe yo."

"Está bien".

 

André descendió de la carroza y encontró a Girodel ocupado, con otros cuatro hombres tratando de atornillar la rueda de una carroza. Sonrió, al pensar que por esta vez, la ingrata labor no le tocaría a él; Girodel le miró con rabia a duras penas contenida.

Entretanto Óscar paseaba sola por el claro. Vislumbró un arroyuelo y se aproximó. Tras algunos minutos se le acercó Pierre, el joven oficial con el que había intercambiado algunas palabras dos noches antes.

"Mademoiselle Marianne, no deberíais alejaros tan rápidamente de los vigías. Es peligroso, ¡podéis exponeros a cualquier peligro!"

Óscar contuvo una risotada, luego recordó su ‘rol’ en aquel absurdo equipo y dijo, suspirando, "sólo di cuatro pasos, Pierre, como veis aquí no hay gente, no corro peligro alguno. Y además no estoy tan indefensa… sabéis…"

"Ya veo, y os he admirado, anoche; habéis tenido una intuición increíble. Pero, ¿cómo habéis hecho para saber que aquel vino estaba envenenado?"

Por un momento, Óscar se sintió abochornada, ahora debía sopesar bien sus palabras, ya había hablado demasiado y el riesgo de ser descubierta aumentaba, cada segundo más…

"El color del vino, era demasiado turbio… mi padre posee viñedos en Borgoña y yo…"

"Ah ciertamente, sin embargo, dejadme decir, la disputa entre vuestra belleza y vuestra inteligencia no puede concluir más que en paridad."

El turbamiento de Óscar se hizo más fuerte. Ninguno le había dicho semejante cumplido.

"Pierre, tal vez debáis dirigir vuestras atenciones hacia otra mujer…"

"No veo otra dama que pueda competir con vos, y en mi vida nunca he conocido ni conoceré una mujer que pueda competir con vos, en ningún campo."

"Os lo ruego, Pierre, esta conversación es fuente de incomodidad para mí. Será mejor regresar."

"Perdonadme si os he puesto en una situación incómoda, Condesa, mi único deseo es haceros feliz." Se inclinó ante ella y le tomó la mano. La mano de Óscar tembló ante el contacto. Pierre la acercó con delicadeza a su mejilla. Ahora la mano de ella estaba apoyada, como en una caricia, en el rostro de él.

Los ojos de Óscar miraban su mano y a Pierre, con una mezcla de estupor y de temor al mismo tiempo, temor que pronto se convirtió en ansiedad, cuando al levantar la vista entrevió una figura apoyada al tronco de un árbol, que miraba hacia ella. Lo reconoció. Era André. Y al improviso sintió como si la mano le quemase. Pero no vio las lágrimas de él. Estaba demasiado lejos como para que pudiese verlas. Sin embargo su sola presencia, a lo lejos, la hizo sentir repentina e inexplicablemente culpable.

"¡El emperador! ¡Pierre, dejadme, os lo ruego!" Pierre se volvió y vio la figura en lontananza.

"Os dejo, ahora, Marianne, pero permitidme esperar que un día vos y yo…"

"¡No, Pierre, olvidadme, lo más pronto que podáis!" Y se alejó casi corriendo en dirección de André.

André debía esconder las lágrimas, y esconderlas rápidamente junto con su rabia. Óscar se aproximaba a pasos veloces hacia él. La voz de Girodel que llamaba a sus hombres salvó a André de aquel posible encuentro. Echó a correr hacia la carroza, dejando a una ansiosa Óscar a sus espaldas.

La carroza estaba lista. El viaje podía proseguir. André subió a la carroza real. Óscar no consiguió alcanzarlo a tiempo. André cerró la puerta de la carroza. Y a Óscar no le quedó más que subir a la carroza de los sirvientes.

 

"Así pues, ¿está todo listo?"

"Sí, señor Duque, los siete *** de pólvora han sido colocados sobre las pilastras del puente."

"¿Quién se asegurará de que la pólvora o las mechas no se mojen?"

"Estarán Richard, Philippe y Michel verificando durante toda la noche."

"¿A qué hora está previsto el paso del convoy sobre el puente?"

"Aproximadamente para medianoche."

"Bien. Recordad que nada debe explotar hasta que la carroza del emperador esté al centro del puente. ¡No debe haber modo de fuga!"

"¡Será hecho!"

 

Se precisó de varias horas antes de que el convoy alcanzase Nevers. Fueron horas de tormento para André. De pensamientos fragmentarios, infelices, extraños, tristes. Sólo poco antes Óscar había comido con él, reído con él, compartido una intimidad con él que no experimentaba desde hacía tiempo. Y sólo pocos momentos después, Óscar nuevamente se dejaba cortejar. Habría debido estar él en lugar de Pierre. Debía ser él. Siempre había temido que una palabra fuera de lugar ante ella hubiese provocado su rechazo, y el alejamiento de su casa. Se preguntó si temía más ser rechazado por ella, o ser echado por su padre. Muchas veces se preguntó porqué ella no había rechazado el cortejo de Pierre. Trató de racionalizar un dolor que como cada dolor, no es posible racionalizar. Los celos no eran otra cosa que deseo. Y nuevamente hizo las cuentas con su deseo de ella. Y al final, la racionalidad tuvo razón de él de nuevo. Derrotándolo nuevamente. Agotándolo. Cualquiera hubiese sido la reacción de ella, si él hubiese confesado su amor por Óscar, no podía siquiera pensar de aspirar a ella, idea racional; porque ni ella, ni el mundo que la circundaba podían aceptar a André. La suya como emperador, era una pantomima destinada a terminar pronto. Habría regresado a ser el mismo André, el siervo, el inferior, para el mundo; y el hermano, el amigo, para ella. Nada para el mundo y ninguno, en el fondo, para ella.

 

En el albergue se le sirvió a André una cena ligera y tardía, también en previsión al gran recibimiento que habría recibido al emperador la noche del día siguiente en Bourges. De hecho, el programa de viaje preveía una parada de un día entero en Bourges[3], para poder cambiar las carrozas y llevar a cabo abastecimientos necesarios para proseguir el viaje hacia Versalles. André se retiró a su habitación.

 

"Vuestra Majestad abridme, soy Marianne."

Óscar entró. Bajo el brazo la vestimenta para el día siguiente. Estaba cansada, sus ojos evidenciaban su cansancio, y la fatiga al intentar dar una forma y un sentido a los propios pensamientos confusos de aquella tarde apenas transcurrida. Pero era hermosa, muy hermosa en verdad. Viéndola, le pareció a André que el mundo entero cayese a su alrededor. La imaginó, bellísima, entre los brazos de aquel soldado. Ya no más una idea soportable. Debía actuar. Debía hablar. Pero, ¿cómo? Y, ¿qué decir?

Fue justamente Óscar, sin querer, quien le sugirió las palabras.

"André, quería decirte algo…"

"Dime, Óscar, te escucho."

"Aquel… aquel muchacho…"

"Sí, te vi con aquel muchacho…"

"Bien, yo, necesito un consejo tuyo… tú eres… mi mejor amigo…"

Amigo, claro, su mejor amigo… nada para el mundo… nada para ella… y tú en cambio eres todo para mí…

"Escuchemos, ¿cuál es el problema?"

"Bien… él… me dijo algunas cosas…"

¿Por qué me siento tan extraña al hablar contigo?... Pensaba que me habrías ayudado, porque eres mi amigo… y en cambio… me parece todo tan absurdo… como me parecía absurdo hoy el comportamiento de Pierre, como me parece absurdo haber tenido miedo cuando te vi. Miedo, vergüenza… ¿qué es todo esto? André, ayúdame…

"¿Te dijo algunas cosas? Piropos, imagino…"

"Sí, mira, yo…"

"¡Pero Óscar, ya no te reconozco! ¿Dónde quedó el integérrimo coronel de Jarjayes? ¿Acaso tú no eres un soldado? Estas zalamerías nunca te han interesado. ¿Por qué deberían ahora? Y después de todo, son frases tontas… las dice sólo porque él…"

"¿Él, qué?"

"¡Porque él quiere llevarte a la cama! ¡Helo ahí!"

Y con esto la masacre está completa… te destruyo, destruyo la mujer que está en ti para que tú no puedas dejarme… bellaco, soy un bellaco… ¿quién soy yo para decirte algo así? ¿Acaso no te deseo también yo? ¿Acaso no te amo también yo? Perdóname, perdóname Óscar…

"Y tú, ¿qué sabes? No lo ha intentado en aquel sentido, al menos no lo creo… yo… no soy ‘experta’ en estas cosas… y por último, ¿a ti qué te importa? ¡No eres mi padre! ¡Yo decido de mi vida!"

Detenerme, debo detenerme, ya he hablado demasiado… y sólo para herirte, porque el valor me falta para decir lo que siento… pero yo no soporto verte así… para otro. No puedes… no puedes enamorarte de él… No puedes… te lo ruego…

"¡Claro que tú decides de tu vida! ¡Nunca he pensado algo así, y no soy tu padre! ¡Yo sólo querría que no te expusieses a cualquier peligro!"

"¡No corro ningún peligro, si eso lo que piensas! ¡Sé cuidarme a mí misma! ¡Está claro que no te puedo hablar de ciertas cosas! ¡Me voy! ¡Buenas noches!"

Se está yendo… no te vayas Óscar… no te vayas… no me dejes a solas con mis demonios… te lo suplico…

Óscar se acercó a la puerta, la mano derecha sobre la manija.

No… no te vayas… Óscar…

"André, ¿en verdad piensas que me sólo me está engañando? Cuando me dice que soy bonita, ¿lo dice sólo para llevarme a la cama?"

André se le aproximó, una mano rozó la mano de Óscar, tensa sobre la manija. La mirada de ella se fijó en aquel improviso contacto, y luego miró los ojos de él.

"No, Óscar, en eso él no te miente."

"André…"

Con la otra mano le acarició una mejilla. Un instante de silencio, de estupor, de espera, de miedo y deseo. "Óscar, eres bellísima."

Por un instante Óscar bajó la mirada, y en aquel momento sintió los labios de él tocar los suyos. Dulcemente. Tiernamente. Una sensación nunca antes experimentada. ¿Es un beso?, se preguntó Óscar. André ahora le daba besitos sobre los ángulos de la boca, para luego regresar a encontrar sus labios. Óscar cerró los ojos. De pronto le pareció que sus labios ardían de un fuego desconocido, y ella con ellos. Se soltó de su toque. Se soltó de aquella imprevista intimidad. Accionó la manija y salió, sin mirarlo a la cara, y encontró refugio en su habitación. Se miró al espejo. Aún sentía que le quemaba el rostro. Una sensación extraña, ingobernable.

Tomó algo de agua y se lavó el rostro varias veces. Pero aquella sensación de calor en los labios no desaparecía, no se deslizaba como las gotas de agua por su rostro. Entonces se dio cuenta de que su corazón latía más fuerte, sin que ella pudiese hacer nada para calmarlo.

Fue mi primer beso, sí, mi primer beso… André… ¿por qué?... ¿Por qué?

Toda la culpa es de estos vestidos, que me hacen aparecer como la que no soy, me hacen sentir la que no soy… a casa… debo regresar a casa… debo regresar a mi vida… yo… nosotros… no podemos… no debemos…

Se desvistió, tomó el único par de pantalones que había llevado, y la única camisa, los vistió aprisa y se echó en la cama, como si un ritual mágico pudiese romper el encantamiento bajo el que, improvisadamente, se había encontrado. Al final sus esfuerzos tuvieron éxito y se durmió, reviviendo, en el sueño, aquel primer beso que, intentaba convencerse, también habría sido el último.

En cambio André, no encontró forma de dormirse sino hasta mucho más tarde. Una entera noche de dudas y de esperanzas lo esperaban. Y no lo habrían dejado dormir tan fácilmente.

Eres hermosísima, amor mío, eres bellísima y yo haría cualquier cosa por ti, hasta morir, porque te amo, te amo tanto… te amo desde siempre…

Al final también André se durmió, mientras en el sueño Óscar correspondía aquel beso, y otros miles de besos.

Y una noche sin luna protegía entretanto a los cómplices del duque, que finalizaron el último turno de vigilancia en el puente sin obstáculo alguno. Un día sin sol, sin lluvia, habría sido aquel que les esperaba. Sin obstáculos.

"Nada qué indicar. Todo está listo", refirieron a su superior.

 

 

 

Continúa...

 

Autora: Fiammetta

Mail to: f.camelio@libero.it

 pubblicazione sul sito Little Corner del novembre 2010

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com

Lima, miércoles 6 de octubre de 2010.

 


 


[1] NdTr. "Nevers" era una ciudad de Borgoña (hoy en día es la capital del departamento Nièvre) y se sitúa entre los ríos Nièvre y Loira, al centro de Francia. Es célebre por su palacio ducal, catedral y es citada en la novela Hiroshima mon amour, de Marguerite Duras.

[2] NdTr. Ya los Grecorromanos, pasando por los árabes, conocían métodos para secar, encurtir y conservar frutos, vegetales y pescados; cosa que se afinó cuando el rey Luis XIII de Francia impulsó el uso del azúcar para conservar las frutas. Aunque fue Napoleón I quien industrializó (1803) las conservas al usarlas durante sus campañas militares; en 1810 el inglés Peter Durand patenta los envases de hojalata que aún usamos hasta el día de hoy.

[3] NdTr. Es la antigua capital de la provincia de Berry, y en la actualidad, es la prefectura del departamento Cher. Se caracteriza por estar rodeada de pantanos, gracias a la confluencia de los ríos Yèvre, Voiselle, Auron y Moulon. Fue uno de los primeros Arzobispados fundados por san Ursino. Es célebre por su Catedral.

.