El viaje de los engaños
Parte tercera
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Besançon, la primera etapa de la expedición guiada por Girodel. Al caer la noche el convoy alcanzó su meta.
El comandante fue a hacer un reconocimiento en los alrededores de la posada que por aquella noche habría de hospedar al emperador y a su entourage[1]. Estaba prevista una pequeña fiesta en honor del huésped en presencia de las autoridades locales. Cumplidos sus controles, Girodel nuevamente dio alcance al convoy, escoltándolo hasta las cercanías de la posada.
Visiblemente cansados, los soldados y la servidumbre fueron alojados cerca de la posada. El emperador debía prepararse. Habiendo quedado solo en su habitación, André arrojó la fastidiosa peluca, soltó los cabellos y literalmente se tiró sobre el lecho. ¡Qué día! Creo que recordaré este día por siempre. La cara de Girodel cuando me vio, toda aquella gente convencida de que yo fuese el emperador y sobre todo ella... es increíble, verdaderamente Óscar es increíble, y bella, en verdad bellísima. Otra cosa que gran seductor, el emperador André, pensó, sonriendo de sí mismo, ¡estaba ya seducido! ¡Irremediablemente!
La puerta se abrió en aquel momento descubriendo un André literal y poco noblemente extendido sobre el lecho. Se cerró un instante después. La persona que había entrado dejó caer ruidosamente al suelo el baulito que había llevado hasta allí.
"¡Es valiente el emperador! ¿Te parece un modo "imperial" de reposar?
"Óscar... disculpa... yo..." y se sentó sobre la cama.
"Debes cambiarte para el recibimiento: Aquí dentro está lo necesario. ¡Póntelo y baja!"
"Óscar, un momento, no es así cómo se hacen las cosas."
"¿Y cómo deberían hacerse, por magia?"
"Apenas acabas de entrar, ¿no? Imagino que allá afuera estén Girodel, o alguno de sus hombres, ¿me equivoco?"
"Sí, están dos de mis hombres."
"El punto es que como mi dama de compañía, tu tarea es también ayudarme a cambiarme de ropa."
"¿Qué cosa? ¡André! No me digas, que a tu edad no sabes cambiarte solo", dijo irónicamente, "¿tu abuela no te ha enseñado a cambiarte? ¿No te parece que eres ridículo? Yo no te ayudo a hacer nada, ¡entérate!"
"Equivocado. Si tú sales ahora, resultará extraño a los ojos de los soldados que me haya cambiado solo, por consiguiente, te conviene quedarte un poco conmigo, de otro modo Girodel sospechará. Tú no quieres que te descubran, ¿verdad?
Óscar sofocó una expresión poco señorial, tomó una silla y se sentó cerca a un escritorio.
"Adelante, vístete, y hazlo rápido, ¡que de esta historia tengo ya bastante!"
André suspiró, sonrió y se acercó al baulito. "Está bien... lo hago todo solo... eh esta servidumbre de hoy tan indispuesta..."
En un instante Óscar casi se le echa encima, con los puños apretados, lista a golpearle.
"¡Párala, párala André!, no me estoy divirtiendo para nada."
André la miró a los ojos, intensamente, decididamente había exagerado.
"Discúlpame, de veras, Óscar, sólo quería bromear, es que... quería quedarme algunos minutos contigo."
Óscar se alejó de él como si la sola cercanía y aquellas pocas palabras la hubiesen quemado.
"Está bien, André, ahora apúrate", dijo, reencontrando la calma, "el recibimiento inicia dentro de una media hora."
"¡A las órdenes, comandante, perdón, Mademoiselle!"
Y André tomó el contenido del baulito, la elegante casaca, los pantalones, la camisa de encaje, la peluca y el tricornio preparados para aquel evento. Hizo ademán de desvestirse. Óscar se había nuevamente sentado en la silla.
André comenzó a quitarse la casaca.
"Óscar, discúlpame, podrías voltearte... es... embarazoso..."
El rostro de Óscar se sonrojó improvisadamente. De golpe se volteó, dándole la espalda, y, como si no hubiese bastado esta precuación, llevó las manos a cubrir los ojos.
André sonrió, era tierna su Óscar, y paradójicamente, en aquella ocasión le pareció hasta ingenua. Una ternura e ingenuidad que lo fascinaban enormemente. No podía hacer menos que mirarla, imprimir aquella imagen en la mente. Se equivocó al atar los botones de la camisa al menos cuatro veces, mientras ella apretaba las manos sobre el rostro, teniéndolas lo más apretadas posible.
No soy yo el peligro, amor, eres tú quien eres tremedamente peligrosa...
Ahora estaba completamente vestido, sólo faltaba la peluca.
"Óscar, por favor, ahora estoy vestido, puedes ayudarme con esta especie de ratón gris?"
Óscar dejó de apretar las manos para volverse. Era bello, en verdad bello, consideró en aquel instante, curiosamente no se había dado cuenta antes, fue la otra consideración.
Y así, sin darse cuenta, indicó a André dónde sentarse, tomó la peluca para la noche y un peine. André se sentó, en silencio, de frente a un espejo. Óscar comenzó a peinarle los cabellos, que en aquella época eran bastante largos, lentamente, cuidando de no jalarlos. André la miraba a través del espejo. No habría querido que aquel momento terminase jamás, y en ese momento ya no era el peine el que pasaba entre sus cabellos, sino las manos de ella, que le acariciaban los cabellos, el rostro, cerraba los ojos, mientras ella continuaba acariciándolo, hasta que los labios de él no se posasen sobre los de ella. Entonces...
"André, estás listo, ¡despierta!"
André abrió los ojos. En la cabeza tenía ahora aquella odiosa peluca gris. Detrás de él, Óscar, la ropa de viaje bajo el brazo. Lista para irse, para salir de su habitación, saliendo de su sueño.
"Ahora debo irme, apúrate en bajar."
"No, espera, no quiero que te lleves la ropa..."
"¿Acaso has olvidado que es mi tarea? De todas maneras no te preocupes, sólo debo llevarlos... en cuanto a lavarlos y plancharlos... no es mi tarea..." respondió Óscar maliciosamente, yendo hacia la puerta.
"Espera, una última cosa. Ahora, ¿cuál es tu nombre?"
"Marianne[2], soy la condesa Marianne de Perpignac, Primera dama de compañía del emperador José II. A vuestro servicio, Majestad." Hizo ademán de una reverencia.
"Entonces gracias... Marianne."
La posada, reluciente para la ocasión, estaba llena de personas. Los soldados se habían alineado a lo largo de las paredes y al exterior del local. En pie, al lado de las mesas espléndidamente adornadas, las autoridades locales. El alcalde del pueblo, la esposa, y los más importantes representantes de la nobleza, por otro lado no numerosos entre aquella ciudadanía, estaban allí para rendir homenaje a él, el emperador de Austria.
André descendió lentamente la escalera, como le había sido enseñado, la buscó entre la gente, y la vio, en un ángulo, junto a las otras damas de compañía. Ahora vestía un vestido rojo, con pequeños bordados dorados... Hermosa, aún más hermosa. Los personajes más influyentes se inclinaban, entre tanto, a su paso.
"Señores, cuanta ceremonia... como acaso ya sabéis, la corte austriaca es famosa por su sobriedad. Así pues diría que ha llegado el momento de sentarnos todos a la mesa e iniciar estos festejos, de lo que os agradezco."
Los comensales se sentaron, al lado de André; a su derecha, se sentaron el alcalde y el duque de Mozambry, a su izquierda, se sentaron una elegante dama de vestido negro y aire provocativo. Fue presentada a André. Era la baronesa de Monteuil, joven viuda.
Los platillos y el vino se sucedían, interminables. La Baronesa seguía hablándole a André. Una infinidad de preguntas, de sutiles alusiones a su venida, tentativas terribles de hablar en alemán. André ya no sabía si se sentía más hundido por la cena o por la baronesa que intentaba, en un modo hasta demasiado evidente a sus ojos, de seducirlo. Una bella mujer, por piedad, pero nada en comparación con...
¿Dónde estaba Óscar? No conseguía verla. Entre aquella gente ruidosa la había perdido de vista...
Óscar había salido, al aire libre, y se había sentado al borde de una fuente. Estaba cansada, cansadísima, el corsé le hacía daño, era su verdugo, y estaba fastidiada, tremendamente fastidiada. Aquella mujer de Babilonia[3] vestida de negro... sólo le faltaba la mujer de Babilonia... Sacudía la cabeza, Óscar, no conseguía entender porqué se le había ido el apetito así al improviso, y seguía repitiéndose que sólo era el cansancio la causa de su malhumor.
Un oficial se le acercó.
"Mademoiselle, perdonad, ¿os puedo ser de ayuda?"
De golpe, Óscar se puso en pie.
"No quería disturbaros, sólo quería seros útil. Pierre de La Prière[4], a vuestras órdenes, Mademoiselle."
"M... Marianne de Perpignac..."
"Perdonadme. Había visto que no habíais tocado la comida, os vi alejaros, y pensé que podíais tener necesidad de ayuda."
"No, no os preocupéis, sólo cansancio, de veras, no os preocupéis, y volved al recibimiento, por favor."
"Haré como queráis, soy vuestro servidor... y vuestro admirador, Marianne."
Se inclinó, le tomó una mano y la rozó solamente con los labios. Luego se alejó. Óscar vio alejarse al joven oficial. Sintió un escalofrío, y se puso una mantilla. Otro la estaba mirando, desde una ventana de la posada. Y también él tembló, pero no de frío. Una dama vestida de negro se le aproximó.
"Emperador José, qué hacéis en la ventana, regresad con nos, es el momento del dessert[5]..."
Comenzó a empujarse copa tras copa, mientras la cabeza comenzaba a zumbarle. Dejar, debía dejar de pensar, lo más rápidamente posible, antes de cometer una estupidez. Nunca había visto a Óscar tan bella, y tan seductora también ante los ojos de otros. Doloroso descubrimiento. Y ella no lo había echado, a aquel oficial. No le había dado una de sus cachetadas. Peligrosa. Se había vuelto tremendamente peligrosa, su Óscar. Descubría, con estupor y miedo, que otro podía interesarse en ella, podía pensar en ella, podía soñar con ella, podía desearla. Temiblemente peligrosos aquel vestido, aquel leve maquillaje sobre el rostro, aquellos cabellos. Y aún más peligroso el efecto sobre él, rojo era el vino que bebía, y rojo su vestido. Descubría por primera vez, cuán difícil fuese controlar su deseo hacia ella. Pero debía hacerlo, y bebió la otra copa, y otra... las risas de la baronesa, sus alusiones vulgares no las escuchaba ya casi. Se derrumbó, finalmente, sobre la mesa.
En pocos instantes todos estuvieron alrededor de él. "¡Majestad!"
Las sales le hicieron retomar conciencia, por algunos minutos.
"Disculpad, creo... que he exagerado... Gracias... gracias Señores por vuestra acogida..."
Cuatro solados, entre ellos un indignado Girodel, lo arrastraron al piso superior.
El alcalde agregó: "Creo que al emperador le ha gustado el recibimiento, así pues señores, también ¡seguid comiendo, bebiendo y divertíos!"
Los soldados lo pusieron sobre el lecho y salieron de la habitación. Algunas damas estaban por entrar cuando se acercó una mujer a la puerta, haciéndoles seña de irse. Un frufrú de seda negra entró en la habitación del emperador.
"Majestad, ¿cómo os sentís, puedo ayudaros?" La baronesa se aproximó a él.
"Baronesa... os agradezco por haberos preocupado por mí... id... por favor... regresad a la fiesta... tengo necesidad de dormir, sólo dormir..."
"Debéis cambiaros entonces, venid, yo os ayudo..."
Una mano decidida abrió la puerta de la habitación del emperador.
"Baronesa, estos son deberes que me competen. Os ruego salir."
"Mi querida joven, puedo yo absolver vuestro deber, por esta noche, id, querida, id a reposar."
"Por la seguridad del emperador sólo algunas personas pueden estar en esta habitación. Simplemente vos no estáis entre ellas, por favor salid", Óscar comenzaba a sentirse próxima a explotar.
"Pero yo no tengo intención de hacer daño alguno, comprenderéis...", la baronesa aumentó la dosis.
Puta, pensó Óscar, pero luego dijo: "Comprendo perfectamente, pero debéis dejar reposar al emperador."
"Por favor baronesa, id, no tengo necesidad de vos, aprecio vuestro gesto, pero, de veras, regresad entre los otros abajo, en el recibimiento. Yo sólo quiero dormir", dijo André.
Picada la baronesa dejó la habitación. André sonrió, mi Óscar, es mi Óscar, su único pensamiento en aquella zumbona confusión.
"Ahora bien, ¿qué se te metió en la cabeza hacer?" Dijo Óscar aproximándose al lecho.
"Óscar... me gira la cabeza... por favor... por favor nada de reproches..."
"No vuelvas a hacer una cosa semejante, ¿quieres que te descubran? Pondrías en riesgo la misión por entero, ¿no lo entiendes? ¡Esta gente DEBE creer que tú eres el Emperador!
"Sí... lo sé..."
"Es peligroso, André... tremendamente peligroso, ¿lo entiendes?"
"Sí, es peligroso... tremendamente peligroso", dijo él, rozándole con una mano los cabellos. Se derrumbó dormido, mientras ella lo desvestía.
Continúa...
Mail to: f.camelio@libero.it
Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:
http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html
Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com
Lima, miércoles 23 de mayo, 2007.
pubblicazione sul sito Little Corner dell'ottobre 2008
[1] NdTr. En francés en el original. Dícese de todas la gente que rodea socialmente a una persona.
[2] NdTr. La "madre patria" de los españoles para los franceses es Marianne. En 1792 se representa los valores de la República francesa como una mujer de pie, vestida a la griega, sosteniendo en la derecha una pica con el gorro frigio y la izquierda apoyada en un pabellón de armas. Los contrarrevolucionarios la llamaron "Marianne" (contracción de Marie-Anne, nombre muy común y usado en sentido despectivo), aludiendo a que representaba al pueblo. Con el paso de los años y la sucesión de revoluciones, Marianne cambió de adornos y posturas. Es famosa la pintura de Eugène Delacroix "La liberté guidant le peuple aux barricades" de 1830. Aquí, la Libertad pasa por entre los cadáveres de uno y otro bando sosteniendo la bandera tricolor. Esta imagen inspiró la ilustración de Óscar alentando al pueblo sosteniendo la bandera tricolor.
Actualmente, Marianne está representada como el busto de una mujer joven portando el gorro frigio, y cada cierto tiempo sus rasgos adoptan los de alguna mujer que simbolice los ideales republicanos contemporáneos: Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, Laetitia Casta...
[3] NdTr. En el original "baldracca", nombre toscanizado de Bagdad, considerada la ciudad disoluta. Por extensión, se aplica a las prostitutas.
[4] NdTr. En francés, "oración" se dice "prière". También es el verbo "rogar".
[5] NdTr. En francés en el original. Significa "postre".