El viaje de los engaños

parte segunda

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Óscar paseaba nerviosamente por el corredor enfrente a la recámara de André. Por primera vez, en la historia de aquella mansión, la recámara de un siervo estaba llena de gente. Sastres, peluqueros y joyeros se agolpaban entorno a un asombrado, y sutilmente divertido, André.

Medidas, la selección de las telas, brocados, damascos, oro...

Las pruebas de las casacas, la selección de las pelucas, la selección de las joyas a usar... un verdadero guardarropa para un soberano, más bien para un emperador...

Un asedio, así lo veía con la mente Óscar mientras recorría a pasos veloces el corredor, que duraba desde hacía al menos tres horas...

Ni que estuviésemos en Carnavales, el cual acaba de pasar..., pensó, picada, André estará simplemente ridículo, con su peluquilla empolvada y el traje de chichisbeo[1] real... ridícula... toda esta situación es simplemente ridícula...

Fue precisa otra buena hora para que Óscar viese a alguien salir de aquella habitación. Y fue una divertida Nanny[2] la primera en salir, seguida de al menos una decena de personas.

"Bien, señores, nos ponemos al día dentro de dos días. Tenemos poco tiempo para preparar todo".

El ama de llaves, sonriente, despidió al grupo de trabajadores y volvió a subir la escalera en dirección de la habitación del nieto.

"Óscar, niña, ¿qué haces aquí? ¿No quieres ver a nuestro André en los zapatos del emperador José?" Dijo, guiñándole el ojito con discreción.

"Nanny, ¿a mí qué me importa cómo se vista André?" Dijo Óscar, con aire fingidamente aburrido.

El ama de llaves la tomó por un brazo y la arrastró casi, hasta la habitación de André. La puerta se abrió mientras Óscar estaba todavía discutiendo con Nanny tratando de desasirse de su sujeción. Óscar se encontró de frente a... un hombre que nunca había visto...

Vestía une elegante casaca de terciopelo verde oscuro, los puños decorados con sutiles juegos de hilos dorados representando florcitas, los botones de oro, la camisa de raso, elegante, discreta, blanca. Pantalones verdes, de una nuance[3] ligeramente más oscura que la de la casaca, en los pies elegantes zapatos. La blanca peluca parecía no desentonar sobre su rostro, como en vez ella había imaginado, sonriente, más bien, le confería un aire insólito, algo que hacía resaltar el color de sus ojos. Era... particularmente, casi... fascinante.

Eliminó al instante aquel último adjetivo de sus pensamientos.

"Óscar, niña, ¿puedes dejarme el brazo ahora, no?" Dijo Nanny.

Óscar dejó al instante el brazo del ama de llaves.

"Ah André, ¡estás verdaderamente muy guapo, vestido así! ¿Tú qué dices al respecto, Óscar?", dijo Nanny.

Dos miradas abochornadas, la una de frente a la otra. Él, al mismo tiempo, feliz de haber provocado éste estupor en ella y abochornado, casi apenado de verla así improvisamente desarmada. Ella, al mismo tiempo abochornada por la situación creada y agradablemente conmocionada por su aspecto, por un aspecto de él que no había jamás notado, y pronta a negarlo, borrarlo de su mente, velozmente. Decididamente, pensó Óscar, ¡somos demasiados en esta pieza!

"Sí, Nanny", dijo Óscar, asumiendo nuevamente la fastidiada expresión precedente a aquel extraño y bochornoso descubrimiento, "diría que es bastante semejante. Un buen trabajo. Me voy." Y se volvió, alejándose, mientras sentía los carrillos inflamárseles violentamente.

 

Lo reencontró, algunas horas después, esta vez con su acostumbrada vestimenta, en los establos.

"André, yo quería decirte..."

"Perdónala, perdona a mi abuela, Óscar, algunas veces no sabe lo que dice."

"No, André, no quería hablar de eso, yo..."

"Dime, te escucho."

"Quería preguntarte, si ¿estás seguro de querer participar en esta misión? Te expondrá a riesgos. Yo no creo que esto sea justo. No, no lo creo."

"Óscar, soy consciente de los riesgos, pero soy capaz de defenderme, y luego, estará la Guardia real... de veras, estoy en buenas manos..."

"Sí, pero yo no estoy convencida de que sea una buena idea, más bien, ¡estoy convencida de que es una pésima idea!"

"Bueno, Óscar, es una orden y no puedo rehusarme de seguirla, tú sabes que no estoy en condiciones de hacerlo, y luego", dijo André esbozando una sonrisa, "en el fondo ¡no le sucede todos los días a un siervo como yo poder ser un emperador! André Grandier: ¡Emperador por un día!"

"Por tres semanas, querrás decir... cierto, ¡tendrás tiempo para jugar al emperador!", dijo Óscar, devolviéndole la sonrisa.

"Cierto, ¿quieres participar? Pagan muy bien por esta empresa, servido y reverenciado por tres semanas, trajes elegantes y luego, hay, incluso, una ventaja secundaria..."

"¿Ventaja secundaria?"

"Sí, ¿acaso el emperador no es conocido como un gran amante?" Dijo André sonriendo.

La sonrisa sobre el rostro de Óscar desapareció al improviso.

"Bien, veo que ya entraste perfectamente en tu rol, ¡emperador de poca monta[4]! Entonces, ¡buen viaje!" Respondió Óscar, irritada.

"Pero, ¡contigo justamente no se puede bromear, Óscar!" Dijo André mientras Óscar se alejaba.

 

De toda aquella situación había un lado positivo, pensaba Óscar mientras esperaba en la antecámara para poder hablar con la Reina; su padre también debía partir en misión, al sur de Francia, y habría estado fuera por más de un mes, esta vez. Un problema menos, pensó.

Había pensado largamente en un plan, que le permitiese también a ella poder participar en aquella "expedición de cobertura" en la que había sido implicado André. Pero no lo había encontrado, ninguna de las soluciones pensadas parecía que pudiese funcionar...

Fue anunciada a la Reina en audiencia privada.

"¡Mademoiselle Óscar! ¡Estoy feliz de volver a veros! Decidme, decidme, ¿cómo puedo ayudaros?"

"Majestad, yo quisiera hablaros... tengo una cuestión un poco espinosa por exponeros."

María Antonieta escuchó la perplejidad de Óscar respecto a aquella absurda expedición, la implicación de un pobre siervo, los riesgos...

"Mademoiselle Óscar, comprendo vuestras preocupaciones, me dicen que habéis vivido al lado de André desde siempre, y comprendo perfectamente vuestras instancias, pero no puedo poneros a la cabeza de la expedición. ¡Hay una orden del Rey ya firmada!"

Óscar hizo ademán de inclinarse. "Os lo agradezco igualmente, Majestad."

"No, esperad, Óscar, vos habéis hecho siempre lo imposible por mí, a riesgo de vuestra propia vida, quisiera poderos ayudar, debe existir un modo... sí, un modo debe haber, dejadme pensar un instante..."

Después de algunos minutos los ojos de la joven Reina se iluminaron, encontrando aquellos sutilmente preocupados de Óscar.

"Me ha venido a la mente una cosa... es un poco loca... pero podría funcionar... si vos..."

 

Una veintena de minutos después una asombrada Óscar dejaba los apartamentos de la Reina.

"Ah, Óscar, cómo quisiera estar en vuestro lugar y vivir una aventura así yo también... Bien, dentro de dos días os haré tener el permiso extraordinario a causa de enfermedad que os servirá para "estar en casa" por un mes... y aquel otro papel... ¡buena suerte, querida mía!"

Buena suerte, aventura... ¡ésta es la cosa más absurda que me pudiese pasar! ¡El mundo está al revés! André reciente emperador de Austria, y yo... absurdo... absurdo... pero inverosímilmente necesario... ¡A nosotros dos, emperador de poca monta!

 

Las pruebas se sucedían en mansión Jarjayes. André repasaba el alemán con un profesor. Para su partida faltaban justo un par de días. La guarnición completa, y todos los servidores del séquito del fingido emperador se habrían debido encontrar en Suiza, en una localidad secreta, para iniciar la fingida expedición a través de Francia. Faltaban doce días para la partida del falso convoy. Entre tanto, el verdadero emperador había iniciado ya su viaje acompañado discretamente por la tropa de Bouillé y se encontraba en el límite entre Austria y Suiza. El conde Falkenstein había iniciado su viaje, el emperador José estaba por iniciar el suyo –o al menos, así habría debido ser para la corte y para el pueblo francés.

Aquella noche Óscar se asomó a la habitación de Nanny. "Te necesito", dijo simplemente, Óscar.

Y aquella fue la velada más divertida y... fatigosa... de la anciana ama de llaves.

La mañana siguiente, antes del alba, con dos días de ventaja sobre André, un muy amplio saco y un papel sellado, Óscar inició su viaje.

 

André buscaba a Óscar, estaba listo para partir, no la había visto todo el día anterior. Quería despedirse, disculparse con ella, había sido descortés pocos días antes en las caballerizas, y no le había pedido perdón, todavía, y quería reconfortarla, a su manera, si bien no supiese exactamente tampoco él por qué había formulado éste último pensamiento... pero no la encontró... encontró en cambio a la abuela, que lo despidió velozmente, diciéndole que Óscar ya había ido a Versalles. A André no le quedó otra cosa que partir.

Dio una última ojeada en dirección a la casa.

"Óscar, nos volveremos a ver pronto, regresaré sano y salvo, te lo prometo". Espoleó el caballo y partió.

 

Girodel paseaba nerviosamente, toda la guarnición estaba alineada al completo. De toda la guarnición él era el único en saber que el hombre que iban a escoltar era simplemente un doble. La idea era irritante, pero era también la ocasión para pensar en un avance en la carrera. El servidor llegó. Se había ocupado él del control de los documentos de los sirvientes franceses del Emperador, estos también ignaros de su participación en una misión de cobertura.

Faltaba sólo... el emperador... Girodel resopló. ¡Sólo le faltaba el retrazo de la partida por culpa de este impostor!, pensó. Dos horas después una carroza llegó al lugar convenido. Y descendió... el emperador.

Rica y elegantemente vestido, André descendió de la carroza. Girodel lo reconoció, no obstante la peluca y los modales refinados con los que se dirigía a los soldados.

A este punto hemos llegado... aquel pordiosero... Girodel, con mirada de hielo, se puso en posición de firme y André, disimulando malamente una irónica sonrisa de satisfacción, subió a la carroza destinada a él. En pocos minutos la alineación fue completada. Los soldados estaban en sus puestos. Los servidores en sus carrozas. Un convoy de cinco coches y una cincuentena de soldados estaban listos para partir. Girodel dio la orden y el convoy se movió.

André miraba fuera de la ventanilla. Mucha gente sabía de aquel viaje, y en cada pequeña aldea que atravesaban en aquellos primerísimos kilómetros, una multitud de gente curiosa se asomaban a las ventanas, perseguían las carrozas. André se asomaba, saludando sonriente a aquellas improvisadas pequeñas multitudes. Muchas muchachas, impresionadas por su hermosura, enviaban besos desde las ventanas en su dirección. Él respondía sonriente. Sin embargo, otro observaba la escena... desde la ventanilla de las carrozas... y no estaba sonriente para nada...

Después de las primeras tres horas de viaje, Girodel decidió detener el convoy.

"Decidle a la primera dama de compañía del emperador que le lleve algo de beber al emperador".

Una muchacha, con un largo vestido con flores sobre fondo azul claro y cabellos recogidos y cubiertos sólo por una parte de la toca blanca, se aproximó con una jarra llena de agua y un cesto lleno de frutas a la carroza del emperador. Uno de los soldados le abrió la portezuela de la carroza, lanzándole una mirada de admiración.

La joven damisela entró en el coche y cerró la portezuela a sus espaldas.

"Gracias mademoiselle, no debéis, de verdad, molestaros", dijo André, mientras la muchacha posaba el cesto y la jarra, dando la espalda al emperador. El convoy, entretanto, estaba listo para partir.

"Cierto que debía, Majestad", dijo ella, girándose al improviso hacia él.

La muchacha estaba sentada ahora de frente a un maravillado André.

No conseguía hablar, tanta había sido la sorpresa y al mismo tiempo la admiración. La bellísima muchacha que tenía ante sí era ella, su Óscar.

El vestido, simple y maravillosamente femenino le resaltaba, con una discreción que no pasó desapercibida a los ojos de André, las formas de su cuerpo. El pequeño escote y el corsé ajustado a cada inspiración ponían en evidencia el discreto pero tremendamente sensual movimiento de sus senos. Los cabellos rubios estaban ahora recogidos en una toca, y pequeños mechones rebeldes escapaban al control de aquel encaje blanco. Estaba simple y vergonzosamente sin palabras, se daba cuenta, pero no podía desviar la mirada de la mujer más bella que hubiese encontrado en su vida. Vestida de simple dama de compañía, bien que noble, era la más importante entre sus servidores. E increíblemente bella.

"Como ves, mi querido emperador, ¡he logrado sorprenderte!"

"Óscar, yo... no lo puedo creer, ¿eres verdaderamente tú?"

"¿Te sirve un puntapié en las canillas para recordarte quién soy, gran emperador?"

"No, no, disculpa, es que yo, no me esperaba... no creía..."

"Esta payasada me sirve para que yo pueda seguir el desenvolvimiento de esta absurda misión. Acuérdate que eres el único en saberlo, que estoy aquí. Así pues compórtate y evítame comentarios sobre cómo estoy vestida."

Óscar se asomó pidiendo descender. André no tuvo el tiempo de decirle nada que, ayudada por un soldado, Óscar se alejó de su carroza para subir en la primera de las carrozas destinadas a los servidores. El convoy retomó su lento camino.

Óscar, eres maravillosa. Tres palabras que permanecieron calladas en su mente, en su corazón, por aquel día.

 

Continúa...

 

Mail to: f.camelio@libero.it

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com

Lima, jueves 15 de septiembre, 2005.

pubblicazione sul sito Little Corner del settembre 2005

 

[1] NdTr. Mientras que en español solamente significa "hombre galanteador"; durante el siglo XVIII en italiano también se llamaba así a los caballeros sirvientes que debían acompañar a la dama.

[2] NdTr. En inglés en el original. Nana.

[3] NdTr. En francés en el original. Matiz.

[4] NdTr. En italiano "imperatore dei miei stivali", literalmente, "emperador de mis botas", siendo "dei miei stivali" una expresión usada para denotar la nulidad de la persona o del objeto al que se hace referencia, expresión documentada al menos desde 1665. La etimología de "stivali" se pierde con el tiempo, existiendo dos teorías: Que provenga del francés "botte estivaux" (botas usadas para dentro y fuera de casa, calzado sobre todo de los dignatarios eclesiásticos), con el sentido de "calzado estival"; o del latín tardío "tībiática", aludiendo a la tela que envolvía la pantorrilla para dar calor como el zapato. Como sea, me da la impresión que ya desde los romanos "stivali" tenía una carga peyorativa. Así, Plauto usa la expresión: "no saber cuántos pies entran en un calzado" para aludir la ignorancia mayúscula.

A lo largo del texto, Óscar usará la expresión "dei miei stivali", sobre todo lo que le ayude a definir a André.

 

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