El error

(En la noche, tú)

Parte VIII

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A aquel encuentro le habían seguido otros. Óscar iba donde André cada vez que podía. André se recuperaba lentamente de sus heridas. Y estaba mejor, mucho mejor, cada vez que la veía. Entre ellos se había recreado una cierta familiaridad y, aunque continuasen contándose simplemente lo que sucedía en sus respectivas jornadas, eran felices, muy felices.

A Óscar le pareció haber recuperado la complicidad de su amigo de siempre. Aunque ciertos argumentos hubiesen quedado fuera de sus conversaciones, como si el sólo evocarlos hubiese podido romper el encanto, el encanto de aquellas tardes transcurridas al lado de André. Óscar estaba feliz de esta recuperada intimidad y le parecía, en ciertos momentos, que esta amistad reencontrada pudiese ser viva, real, y eterna.

No sería todo como antes, quizá, pero no podía ser mejor de cómo era ahora.

Mas bien, seguramente ahora era mucho más hermoso, porque había ya sentido lo que significaba estar lejos de él. Ahora apreciaba cada instante pasado juntos, parecía poder coger el significado más profundo. Con todo, en otros momentos, habría querido rozarle, tomarle la mano, hacerle una caricia. Lo sentía, era un fuerte deseo, fortísimo en ella. Pero sabía que no podía hacerlo. El riesgo era muy grande. El riesgo de reabrir aquella herida. Una herida más profunda que aquella que André tenía sobre el cuerpo. Una herida en el alma. De ambos. Tocarle podía decir tocar aquella zona de sombra que, en los márgenes de su relación, existía todavía. Y en aquella zona de sombra, Óscar tenía miedo de perderse, de no conseguir salir nunca más. Aunque cada separación de él le provocase un extraño dolor. Óscar sentía no poder hacer menos, de aquel extraño dolor, como el de reencontrar a André cada vez que podía. Fugando, fugando de un mundo entero de personas y deberes y costumbres, para refugiarse en aquella casa, en aquella habitación, en las palabras y en los ojos de aquel hombre.

André por su parte estaba feliz de tenerla nuevamente consigo. Sabía cuánto le costaba a Óscar ir hasta allí. Cuáles eran los riesgos que corría cada vez que, a escondidas del mundo, ella iba donde él. Y estaba feliz, feliz de poderla ver, feliz de hablar con ella todos los días de cualquier cosa, cualquier cosa con tal de escucharla, de verla. Allí. Sentada. Al lado de él.

Tan cercana. Se dio cuenta que así cercana a él Óscar nunca había estado. Ni siquiera aquella noche. Ni siquiera en aquella cama. Ahora estaba cerquísima. Y hablaban, hablaban mucho más que antes. Aquella habitación estaba verdaderamente fuera del mundo. Como si, hasta aquel momento, aun cuando viviesen juntos, hubiesen estado mucho, mucho más lejanos.

La adoraba, adoraba escucharla hablar, la adoraba cuando la veía llegar corriendo, fatigada. La adoraba cuando la veía sonreír, mientras abría el portón de su casa. No le gustaba no poder ser él quien fuese donde ella, la herida en la pierna todavía no se lo consentía. Con todo sentía, sabía, que aquel milagro podía repetirse cada día sólo en aquella habitación, en aquella casa, lejos del mundo. Y temía el momento en el que ya no fuese posible encontrarse allí. Como si un encanto, una poción hubiese empapado las paredes de aquella habitación. Su amistad era sólo posible en aquella habitación.

Era bella, Óscar era bella, cada día increíblemente más bella. Por cuanto la hubiese amado antes, André casi no se había dado cuenta de cuán bella fuese su Óscar.

Y era suya, verdaderamente suya en aquellas dos horas que conseguían pasar juntos casi cada día.

Al mismo tiempo, sin embargo, André tenía miedo, miedo de que un gesto suyo hacia ella pudiese hacerla fugar de nuevo, definitivamente. Perderla, todavía, pero esta vez sin poder esperar reencontrarla.

La deseaba. Y esto formaba parte de él, ahora. Como respirar. Pensaba que por cuanto hubiese vivido nunca habría dejado de desearla. Como el aire que respiraba. Necesaria.

Pero no podía tocarla de ninguna manera, porque sentía, o quizá temía que ella no habría aceptado ese gesto. Y en el fondo, Óscar no recordaba cuánto hubiese sucedido aquella noche, así que no podía recordar que él aquella noche, no se había desvestido solo de su ropa, de frente a ella, sino que se había desvestido completamente, de sus defensas, de sus miedos. Le había abierto su corazón. Le había confesado su amor. Y había quedado desnudo de frente a ella. Desnudo hasta el alma.

En el billete de aquella mañana, en el horno, antes del infierno, estaba escrito esto. Y Óscar no lo había leído.

André no sabía cuánto recordase, y no tenía el coraje de preguntárselo... se contentaba con poderla tener cerca, en aquellos encuentros meridianos. En sus tardes. Y no era poco. Era todo.

Habría querido tenerla así, para siempre. Pero sabía que para siempre no habría sido.

 

Habían pasado tres semanas, tres semanas de encuentros, tres semanas de tardes transcurridas juntos. De risas, de miradas, de sonrisas entre ellos. Aquella tarde de fines de mayo el médico habría retirado la última venda a la pierna derecha de André. Si bien por algún tiempo no habría podido cabalgar, lo peor ya había pasado. El médico habría llegado a las cinco de aquella tarde, y Óscar quería estar allí, con él, en aquel momento. Compartir también ese momento con él. Había pedido a la Reina poder retirarse a las tres, inventando una excusa. Y había obtenido el permiso.

A las tres Óscar se preparaba para salir de Versalles. Estalló un temporal. Óscar se acercó a los cristales de la ventana del apartamento de la Reina. Sólo un temporal de primavera, se dijo. Es sólo un temporal de primavera, violento pero de breve duración. Debo ir.

Se puso la capa. Inmediatamente se dio cuenta que la capa no la habría cubierto gran cosa, la lluvia caía demasiado violentamente. Pero no tenía importancia. Lo importante era marcharse de allí de inmediato. Debía alcanzar París lo más pronto posible. André... André la esperaba. La voz de la Reina la llamó.

"Mademoiselle Óscar, ¿no veis cómo llueve? Esperad, esperad al menos a que llueva menos. Es peligroso circular con un tiempo semejante."

"Majestad, os lo agradezco por las premuras que tenéis por mí, pero, veréis, se detendrá pronto y yo... tengo la necesidad de irme ahora. Inmediatamente."

"Mademoiselle, no seáis aventada, la lluvia podría volver las calles intransitables. Esperad. Esperad, por favor. ¿O queréis que os lo ordene?

"Majestad", dijo Óscar inclinándose de frente a su Reina, "debo irme, debo irme ahora". "Pero qué, yo no entiendo, ¿qué os impulsa a afrontar un tiempo como éste? ¿Qué es tan importante para vos hasta haceros ser tan aventada, tan inconsciente? ¿Qué os está cambiando? Óscar, os veo diversa, desde hace algún tiempo seis tan diversa... son días y días que os veo siempre distraída, como si aquí sólo estuviese vuestro cuerpo mientras vuestros pensamientos estuviesen lejanos de aquí a miles de millas, parece casi... parece casi que no anheláis otra cosa que iros, lejos de aquí lo más velozmente posible. ¿Qué os está cambiando, Óscar?"

"Ma... majestad, no... sucede nada de eso... yo... yo estoy simplemente un poco cansada... perdonadme si os he ocasionado molestias con mi comportamiento. Yo... yo debo irme... se está haciendo tarde... os lo ruego Majestad... dejadme partir..."

"Hasta este punto... Rogarme permitiros marcharos... cierto, podéis iros... no os lo impediré pero... Óscar, os ruego yo una cosa y lo hago porque me considero vuestra amiga. Si existe algún problema, os lo ruego, decídmelo. Puedo hacer cualquier cosa por vos. Recordadlo. Y ahora marchaos. Sed prudente."

Óscar saludó a la Reina y salió de la habitación. Velozmente atravesó las salas del palacio hacia la salida. Montó en su caballo y lo espoleó a galope. Correr, correr lejos.

Nada, nadie y ninguno, Majestad, me está cambiando... solamente debo marcharme.

La lluvia se tornó siempre más fuerte, y más violenta. Pero Óscar no parecía siquiera sentirla. La lluvia se había vuelto sólo un pequeño inconveniente, y se perdía en sus pensamientos.

 

Era al menos las cinco y media cuando Óscar finalmente llegó a plaza Louis le Grand.

Ató el caballo en un portal cercano y tocó el portón. La anciana Marianne fue a abrir. Óscar corrió velozmente hacia lo alto de las escaleras. André abrió la puerta de su habitación en aquel momento.

"¡ÓSCAR! ÓSCAR ¿QUÉ TE HA SUCEDIDO? ¡ESTÁS COMPLETAMENTE EMPAPADA! ¡NO DEBÍAS, NO DEBÍAS VENIR CON UN TIEMPO SEMEJANTE! ¡ERES UNA INCOSCIENTE!"

Óscar lo miró con tristeza.

"Pero yo... ¿el médico? ¿Dónde está?"

"Está llegando. Pero entra inmediatamente, debes cambiarte en este instante, ¡no puedes quedarte en estas condiciones!"

André comenzó a buscar en los cajones algo que pudiese permitirle cambiarse... salió de la habitación para pedirle ayuda a Marianne.

Óscar permaneció en la habitación. Desilusionada. Triste. Se sentó sobre la silla. Miró la lluvia descender violentamente detrás de los vidrios.

Óscar... ¿Porqué? Por qué una locura semejante... te enfermarás... debo encontrarte inmediatamente algo para secarte, para cambiarte... y debo prender de inmediato el fuego... de inmediato...

Pero, ¿qué estoy pensando?... ¿Por qué le he gritado de ese modo? Vino aquí. No obstante la lluvia. Ha afrontado un peligro. ¿Por mí?

¿Has venido corriendo bajo la lluvia por mí? ¿Por mí? ¿Te importo tanto? Óscar... ¿por mí?... ¿Qué está sucediendo? No, debo permanecer calmo. Debes cambiarte. Solamente en esto debo pensar. ¿Y ahora? ¿Por qué me vienen ganas de llorar? ¿Por qué?

Tomó una bata de Marianne. La cosa más decente que pudiese ofrecerle, en aquella pobre casa. Y toallas, en grandes cantidades. Regresó a la habitación.

"Óscar, ¿qué haces sentada? Debes cambiarte inmediatamente. Toma esta. Lo sé, es una bata, pero es de lana. Te calentará."

Y se arrodilló delante a la chimenea con fatiga, con dolor, para encender el fuego. Óscar se despojó de la capa. Se acercó a él. Posó su mano derecha sobre su hombro. André se levantó. Estaba de frente a él. Bellísima. Empapada hasta los huesos, y bellísima. Y lo miraba a los ojos. Con desilusión.

"André... ni siquiera me has saludado..."

Un instante. Un instante solamente. Y André la abrazó. Fuerte. Siempre más fuerte. Como nunca había sido entre ellos. Un abrazo caluroso. Sin palabras. Porque de palabras, en aquel momento, no había la menor necesidad.

Aun cuando ella estuviese empapada y temblaba por el frío, aquel abrazo no habría nunca debido terminar. Aun cuando él la desease y el contacto con su cuerpo no lo hacía pensar ciertamente en la amistad entre ellos. Aquel abrazo no habría debido terminar jamás. Jamás, pensaba André, Jamás, pensaba Óscar. Jamás.

Pero Óscar estaba empapada, temblaba, y su salud era más importante que la alegría de aquel abrazo. André rompió el encanto. Le pasó una mano entre los cabellos. Con dulzura le dijo: "Debes cambiarte, ahora, por favor." Óscar sonrió, consintió con la cabeza. Tomó la bata y las toallas y salió de la habitación.

Mientras se cambiaba, Óscar sintió llamar a la puerta. Había llegado el médico.

Anudó bien el cinturón de la bata. Se secó sumariamente los cabellos, y regresó a la habitación de André. El médico estaba allí con él.

Por todo el tiempo que duró la visita, Óscar permaneció allí con él. Ayudó al médico a retirar las vendas. Se quedó turbada, por un momento, cuando vio la herida de André en la pierna. Lo miró con tristeza. André le tomó la mano. La miró a su vez. Para tranquilizarla. Y Óscar le apretó la mano. Sonriéndole. Mirándola. El doctor dijo que la herida estaba sanando bien y que a partir de ese momento podía comenzar a hacer pequeños paseos. Dentro de un par de semanas habría quizá podido volver a cabalgar. Todo iba bien. Óscar acompañó al médico al portón. El hombre le dio la prescripción para el marido de aquella joven muchacha en bata. Óscar habría querido decirle que ella no era la mujer. Pero no dijo nada. Y tomó la prescripción. Cerró el portón. Apoyó la espalda en él, mirando las escaleras que la separaban de la habitación de André. Suspiró. Sintió la lluvia, afuera, cayendo todavía furiosamente. Quizá incluso más que antes. Y dentro de una hora habría debido marcharse. Y... no quería... no quería tener que irse.

André había llevado dos sillas ante el fuego de la chimenea. La invitó a sentarse a su lado, a fin que pudiese secarse completamente. Se sentaron. Cerca.

"Entonces, ¿qué dijo el médico, Óscar?"

"Que mañana en la mañana ¡la carrera de obstáculos no te la quita ninguno!" Rió. Después, sonriendo: "Debes estar alerta todavía durante un tiempo. Y aplicar un medicamento sobre la herida, para ayudar a la cicatrización... André...", dijo Óscar, con tristeza, "no pensaba que aquella herida fuese tan profunda... la viga debe haber sido verdaderamente pesada... André... yo... quería preguntarte..."

"¿Qué estaba pensando en aquellos momentos? ¿Querías preguntarme esto?"

"Discúlpame...

"No, no hay porqué. Pensaba... querría decirte lo que estaba pensando... pero no creo que tenga caso... sabes... son pensamientos tristes..."

"Discúlpame, de veras."

Se quedaron en silencio. Mirando las flamas en la chimenea. Después volvieron a hablar entre ellos. A sonreír. A reír. El reloj señalaba las siete.

"Debo marcharme..."

Óscar fue a la ventana. La lluvia continuaba cayendo copiosamente. La plaza estaba ahora completamente anegada. Las calles habrían sido muy, muy difíciles de recorrer, aquella noche.

"No puedes irte ahora. Es peligroso, es muy peligroso, las calles no son seguras."

Óscar apoyó las manos en el vidrio.

"¡No es nada! ¡Estoy especializada en cosas peligrosas!" Dijo ella sonriendo, mirando la plaza casi inundada.

Sintió las manos de André ciñéndole la cintura.

Perdió el aliento.

Después suspiró.

"Quédate... te lo ruego."

"Tú sabes que no puedo."

"No te vayas."

"André... no puedo quedarme contigo."

"Quédate, por favor."

"André..."

"Te juro que no sucederá nada, no sucederá nunca nada, pero quédate. Quédate conmigo esta noche."

Óscar cerró los ojos.

Sus cálidas manos continuaban ciñéndole la cintura.

"Está bien."

André apoyó el rostro sobre el hombro derecho de Óscar.

Se quedaron en silencio.

A Óscar le pareció que André lloraba.

En silencio.

 

Se habían vuelto a encontrar cocinando juntos, Óscar y André. Marianne estaba muy cansada y había dejado a los muchachos la incumbencia de la cena. Hubieron risas, y bromas en la cocina. Pero no obstante todo, la cena que resultó era discretamente comible. En la mesa, Óscar y André entretenían al profesor y a Marianne con los relatos de sus aventuras. El profesor reía, no sin de vez en cuando, regañar a los dos muchachos, a Óscar en particular, por la demasiada facilidad con la cual afrontaba las situaciones peligrosas. Óscar sonreía. Miraba a André. Era feliz.

Después de la cena el profesor y Marianne se retiraron a sus respectivas habitaciones. Mientras André y Óscar iban nuevamente a la habitación de él.

El profesor debió bregar no poco para hacer comprender a Marianne que el hecho que Óscar se quedase allí a pasar la noche no era pues tan... inconveniente. Al final la anciana Marianne dejó de rezongar y el anciano profesor pudo ir a dormir tranquilo.

 

La lluvia descendía mucho menos copiosamente ahora, y parecía que acompañase, como una melodía, aquel último retazo de noche que Óscar y André pasaban juntos antes de dormir. Habían leído juntos las páginas de una novela de aventuras. Pero había solamente una cama, para dos personas.

"Óscar... si deseas, puedo ir a dormir en el divancillo del salón."

"¿De veras? ¿Aquella especie de banca de madera con una "pata" tambaleante sería un divancillo? No, déjalo así, de todas formas podría lastimarte la pierna. Querrá decir que por esta noche, y solamente por esta noche, dormiremos juntos. En el fondo, lo hacíamos de niños, ¿no?"

"Sí", sonrió André, "pero cuando éramos niños... ocupábamos menos espacio en la cama..."

"Eres mas bien tú quien se ha vuelto demasiado grande... yo no... así pues, déjame un poco de espacio y ven a dormir sin tantas historias. Mañana en la mañana debo irme de aquí rápidamente, antes de que mi padre se despierte. Así que, querrá decir que si ocupas demasiado espacio en la cama... ¡te daré un saludable codazo!"

"¡Bueno! Entiendo, entonces, querrá decir que si roncas como de costumbre te daré también yo un saludable codazo."

"¿Eh? ¿Desde cuándo acá? ¡Yo nunca he roncado en vida mía!"

"Eh, eh... cierto... con delicadeza, hasta con nobleza... pero tú... de vez en cuando... cómo decir... un ronquido lo haces."

"¡QUÉ!" Óscar lanzó un cojín a la cara de André. El contraataque no se hizo esperar.

Al término de aquella larga batalla, los dos cayeron agotados sobre la cama.

 

"¿André?"

"¿Sí?"

"¿Recuerdas cuando éramos niños y dormíamos juntos?"

"¡Claro!"

"Es un poco como ahora, ¿verdad? Mirábamos la lluvia a través de los cristales como ahora..."

"Ya."

"Quisiera que el tiempo volviese atrás..."

"Cómo así... entonces eras una niña espesa, ¿sabes?"

"¡Y tú ya entonces eras un cretino!"

"Y tú ¡espesa lo sigues siendo!"

 

"¿André?"

"Sí... ¿qué hay?"

"Estoy pensando... cuando yo era pequeña, creí por mucho tiempo ser un varón..."

"Lo sé."

"Por qué no me dijiste nada entonces... tú sabías que yo..."

"Y entonces, ¿qué diferencia hubiera habido? Tú debías crecer como un varón, así había decidido tu padre, y luego..."

"¿Y luego?"

"Y luego, Óscar, yo era un niño solitario. Había perdido a mis padres. Sólo tenía a mi abuela. Después llegaste tú. Una niña espesa, insoportable, fastidiosa y testaruda. Pero también la única dulce sonrisa de aquella casa. Estaba solo, Óscar, y tenía necesidad de aquella sonrisa. Desesperadamente. Sí, aunque sabía que eras una niña no te decía nada cuando pensabas que eras un varón. ¿A qué habría servido? ¿Para hacerte sufrir? Óscar, yo no habría querido nunca hacerte sufrir, créeme. Solamente habrías perdido tu sonrisa. Y yo tenía necesidad de ella. Tenía necesidad de aquella sonrisa. Tenía necesidad... de ti, Óscar."

Óscar lo miró a los ojos, después apoyó la cabeza en su pecho. Dulcemente.

 

"¿Óscar?"

"¿Sí?"

"Cuando estaba a punto de morir... pensé en ti... no quería morir sin volverte a ver... no quería... morir solo."

Óscar suspiró, y se apretó más fuertemente a él.

"Nunca más. No te deberá nunca más suceder algo semejante. Nunca, nunca, André. No debe nunca más sucederte ningún mal."

André la tuvo así, cercana a él, abrazada, con el rostro de ella sobre su pecho.

La escuchó adormilarse y deslizarse hacia el sueño profundo. Después se levantó, sin despertarla. La miró dormir. Largamente. Tenía tantos pensamientos. Y esperaba con tristeza, que el alba se la llevase lejos.

 

Se había adormecido. Pero una voz lo despertó. André abrió los ojos. Se había dormido sobre la silla.

Óscar dormía todavía pero movía velozmente la parte superior de los párpados. André comprendió que estaba soñando.

Se acercó a ella.

"No... no quiero... quiero marcharme... amor... amor ayúdame... te lo ruego... llévame lejos..."

André retuvo el aliento. ¿Qué? ¿Qué estaba soñando? ¿Amor? ¿Quién? ¿Fersen?

Fue preso del desconsuelo, mientras Óscar se agitaba en el lecho.

No es posible... todavía él... maldito... maldito Fersen... ¿aún ahora? ¿Aún ahora que estamos tan cercanos? Es todo inútil... es todo inútil. Nunca conseguiré extirparlo de tu corazón... Óscar... olvídalo... te lo ruego...

"Amor... amor no... no te vayas... no me dejes... te lo ruego... el fuego... pon atención... no..."

Lo está soñando, sueña que está en peligro... "su" amor... y mi desesperación. Despiértate. Despiértate Óscar. Te estás haciendo daño. Me estás haciendo daño. Hasta morir.

"No... André no... pon atención..."

André la miró, la mirada incrédula, la salivación completamente ausente. Creyó haber escuchado mal.

"André... André... no quiero... yo... yo te amo..."

Paralizado. Congelado. Sacudido. Mientras los párpados de Óscar ya casi no se movían, y su cuerpo se deslizaba nuevamente en un sueño profundo.

Temblaba. Cada fibra de su cuerpo temblaba. André miraba a Óscar de nuevo profundamente dormida. Regresó a la silla. En silencio. Se sentó. Y lloró. Con los ojos dirigidos hacia el cielo raso. Todas las lágrimas de una vida. Todas las desilusiones, los sufrimientos, los desencantos de una vida entera. Y agradeció a Dios, en todos los modos posibles. Óscar... te amo... te amo... te amo...

Ya no pudo seguir durmiendo. Se sentó en la cama al lado de ella. Y esperó al alba. Mirándola. Acariciándole levemente los cabellos. La habría despertado él, a su Óscar, al alba.

 

Y al alba, sin mucho entusiasmo, André despertó a Óscar. Había ya dejado de llover. Pero las calles todavía estaban inundadas. Óscar se levantó y se fue a recuperar su ropa del día precedente, ya seca. Se cambió. Debía marcharse inmediatamente. Aún cuando esto la entristeciese, mucho. Con todo, se sentía extrañamente más ligera, como si la lluvia hubiese hecho limpieza también en sus pensamientos. André la acompañó afuera.

"Óscar, busquemos una carroza y atémosle tu caballo. Será menos peligroso."

"Está bien. André, no sé si podré regresar hoy. Mi padre está en casa y..."

"No importa... ¿mañana?"

"Sí."

Detuvieron la primera carroza.

Óscar entró en ella.

André le hizo un gesto de saludo.

Óscar sonrió.

La carroza la alejó velozmente de la plaza.

Mañana, sí, mañana... yo te esperaré por siempre... un día... quizá... podrás decírmelo...

 

La carroza entró en la vía que conducía a Mansión Jarjayes. Se abrieron las rejas. Y el coche se detuvo en el patio. Óscar descendió. Alguien la esperaba sobre el umbral. Alguien que no había dormido aquella noche. Era la abuela.

Óscar farfulló algo acerca de las calles incoherentes y sobre la oportunidad, mas bien, sobre la necesidad de permanecer fuera en un albergue. La abuela la miró, sin alterarse. Le dijo que subiese a su recámara, visto que todos en casa todavía dormían. Óscar sacó el monedero para pagar al cochero. La abuela la bloqueó.

"Ve, aquí me encargo yo."

Y Óscar subió corriendo las escaleras.

La abuela se acercó al cochero. "Bien: Éstas son por el viaje. Y estas otras... para una información..."

 

En el próximo episodio: La lluvia ha traído el amor. No obstante las miles sagacidades y las miles excusas inventadas por la muchacha, el secreto de Óscar está por ser develado. ¿Qué será de una historia de amor que ha apenas comenzado? Y finalmente, ¿Óscar tendrá el valor de afrontar a André?

Todo esto en el noveno episodio de "El error".

Continúa...

Mail to: f.camelio@libero.it

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy  shophy@ec-red.com

Lima, sábado 04 febrero, 2006.

Pubblicazione del sito Little Corner del marzo 2006

 

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