El Error
VII
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El
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Disclaimer:
Los personajes de esta historia pertenecen a R. Ikeda.
Después
de la atmósfera dramática de "Diez Días", quería jugar un poco con
los personajes.
Gracias,
como siempre, a Laura por su apoyo y estímulo. Buena lectura.
No podía más. Óscar no podía seguir haciendo la finta de que no pasaba nada. A sonreír a la Reina mientras en su mente no podía hacer otra cosa que desesperarse. Ahora que todo le era claro en su mente, ahora que no existían más las dudas sobre lo que había sucedido aquella noche. ¡Maldita! ¡Maldita noche!
Aquella noche le había robado su compañero de infancia, su amigo de siempre, el niño al que había confiado todos sus secretos de niña, la sonrisa clara y límpida de aquel niño. Le había robado el apretón de su mano. Le había robado todo, todo lo que había sido André hasta aquella maldita noche. Le había robado, sustraído para siempre a su André. Aquel que había siempre conocido, aquel al que siempre había querido tanto, tanto en el alma.
Aquella maldita noche se había llevado consigo a su André y la había puesto de frente a un hombre al que ella no conseguía reconocer. Completamente desconocido a sus ojos. Un hombre enamorado, dramáticamente enamorado de ella. Enamorado de ella desde siempre. Sólo de ella. Que por ella debía haber sufrido, por ella debía haber sufrido así tanto. Así tanto hasta el punto de incluso intentar rechazarla, aquella maldita noche cerca de la taberna. Y que ella no había comprendido, no había comprendido de ninguna manera. Aquella tristeza, aquella rabia que aquella noche, en la taberna, ella había leído en sus ojos, en sus gestos, en el alcohol que había bebido abundantemente, era por ella, por ella que no se había dado cuenta de él. Y la pasión con la que había hecho el amor con ella por ella, por ella solamente. Y hasta el intento de desafiarla. De desafiar hasta una denuncia de violación con tal de volverse a aproximar a ella. Eran por ella, solamente por ella. Y ella no lo había comprendido. No lo había comprendido hasta aquella noche y había querido olvidar desde entonces.
Olvidar, cierto, habría querido continuar no recordando nunca aquello que había sucedido aquella noche, habría debido seguir no recordando nunca. Porque ahora, ahora que no tengo más ángulos en mi mente dónde refugiarme, me siento mal, me siento verdaderamente mal. Por ti o por mí. André... ¿por qué?
Tú podías... tú debías ser mi mejor amigo... para siempre... ¿Por qué? ¿Y ahora? Ahora nada puede ser como antes. Nada será como antes. Tengo frío, André, un frío inmenso. Y la única cosa que me impide gritar es que ahora tú no estás aquí. Que no debo mirar tus ojos. Que no debo responder a tus preguntas. Porque si tú estuvieses aquí ahora...
Pidió poder retirarse antes de tiempo, de Versalles; fingió una indisposición que nunca había fingido en su vida. Para poder fugar lejos. Para cabalgar lejos de Versalles, y lejos de su casa. El último lugar adonde quería regresar ahora.
Y cabalgó largamente, sin meta, hacia un lugar donde no estuviese nadie que pudiese escucharla, que pudiese escucharla llorar fuerte.
Y lloró fuerte aquel día.
Nadie que pudiese escucharla casi gritar en el llanto.
Y gritó aquel día.
Regresó a casa muy tarde, Óscar, aquella noche. No tenía ganas de comer. No tenía ganas de hablar con nadie. Con todo, debía comer. De otro modo, nuevamente la abuela habría sospechado algo. Y debía tratar de comportarse como siempre. Aunque si ahora, mas nada le parecía como antes. Lo había recordado niño por todo aquel tiempo, para intentar no pensar que ya no era más un niño. Porque, de ahora en adelante, no habría podido mas estar al lado de él. No quería verlo sufrir por ella. No quería sufrir, viéndolo sufrir. Había sido un bien, pensó, echarlo de casa, aunque fuese por la razón equivocada.
Lejos de ella habría terminado por olvidarla, probablemente. Y quizá, el fin de aquellos billetines era la señal del inicio del cambio de André. La señal de que, quizá, ya la estaba olvidando. Con todo, aún así, pensando que tarde o temprano la habría olvidado, Óscar seguía estando triste, muy triste. Ella, en el fondo, había perdido a su mejor amigo... su único amigo... André... ahora debía resignarse a olvidarlo... ¿Qué habría hecho de sus recuerdos de aquella noche? Había bastado recordar, para que su vida cambiase radicalmente y para que André saliese de su vida definitivamente. Ahora debía decir adiós también a esos recuerdos. Olvidar, nuevamente. Con todo, esta vez buscar olvidar, atiborrando la propia vida y los propios pensamientos con otras cosas no la hacía sentirse mejor. Sólo triste. Solamente mucho más triste. Dijo adiós también a los recuerdos de aquella noche. Con dolor.
Pero también había otro problema sin solución. Antes o después, inevitablemente, la abuela habría pedido noticias sobre André. Y esto la preocupaba. Así, se decidió a escribir a todos los parientes de André. Para saber dónde estaba. Habría pensando entonces, cuando hubiese sabido dónde estaba André, qué hacer.
Se precisó de al menos una semana, para que Óscar se sintiese un poco menos triste. Se había dado cuenta, sin embargo, que ciertos momentos del día se habían vuelto más difíciles de afrontar. En la mañana debía esforzarse para levantarse y debía repetirse mentalmente muchas veces cuáles eran sus deberes. Y la noche, la noche sobretodo la ponía en un estado de tristeza profunda. No se encerraba más en su habitación. Tocar el piano no le daba ningún alivio, tanto menos leer. Pasaba sus noches en la cocina con la abuela. Escuchándola. Le pedía que le contase su vida, sentada a su lado. La abuela la miraba. No obstante fuese agradable para ella tener al lado a Óscar por así tanto tiempo y tenerla sólo para ella, estaba triste, porque habría querido verla sonreír, pensando en cuál vestido ponerse para una fiesta, en cómo peinarse los cabellos, preocupándose en agradar a un muchacho. Habría querido escuchar hablar a su niña de amor, y no escuchando su vieja voz contando sólo recuerdos.
Una tarde, ni bien regresada de Versalles, el general Jarjayes le pidió a Óscar ir a París para llevar a un notario un importante documento de familia. La casa del notario estaba al sur de París. Óscar llegó a la zona un par de horas después. Descendió de la carroza y decidió hacer el último tramo a pie. Los días se estaban alargando, y todavía había luz. En una mano tenía el sobre y en la otra el billetín con las indicaciones de la dirección del notario. Había caminado por varios minutos, pero no conseguía encontrar la casa. Le pareció haberse perdido.
Había llegado a Place Louis le Grand[1]. Sí, debía haberse perdido. Vio algunas ancianas señoras sentadas al fresco, cerca al portón de un viejo edificio. Parloteaban entre sí. Una de ellas remendaba una casaca, las otras hacían labores de punto. Quizá de ellas habría obtenido la indicación de la calle que estaba buscando. Se aproximó.
"Disculpen, yo debería verme con el notario Galperin, estoy buscando Rue Montière[2], ¿vosotras sabríais decirme dónde está?"
La anciana señora levantó un poco la casaca que estaba remendando fatigosamente y comenzó a explicar: "Sí, os habéis alejado bastante, en efecto. Ahora debéis girar a la derecha hasta el final de esta calle y después aún a la izquierda. Cuando veáis la tienda del sastre deberéis girar después a la derecha..."
Mientras la mujer continuaba con su larga explicación, la mirada de Óscar fue a parar sobre la casaca que la anciana estaba remendando. Era una vieja casaca marrón de hombre. Tenía un aspecto extrañamente familiar. Estaba muy gastada, ennegrecida en varios puntos como si hubiese sido... quemada, tenía una cantidad enorme de remiendos... la reconoció. Era la casaca de André.
La anciana había terminado su explicación y se dirigía a Óscar con mirada interrogativa. "Señor, ¿habéis comprendido lo que os he dicho?"
"Eh, ¡sí! Disculpad, disculpadme, ahora me voy, gracias por todo".
Óscar se fue corriendo, tomando la calle equivocada. Cuando se hubo alejado lo suficiente como para no poder ser vista por las mujeres se apoyó a un murillo.
El corazón le latía, inexplicablemente más fuerte. Se dijo que era por la carrera. Pero no podía ser. Estaba habituada a correr.
André estaba allí. Aquella era su casaca. Buscó desesperadamente comprender quién pudiese habitar en aquel edificio. Donde quién estuviese refugiado André. Estaba allí. A pocas centenas de metros de ella. La casaca estaba lastimosamente arruinada... le pareció, al improviso, haber visto sangre sobre aquella casaca. No, no podía ser posible. Fue asaltada al improviso por una angustia que nunca había sentido en su vida. Los rasguños, el ennegrecimiento... ¿Qué? ¿Qué le había sucedido a André?
Intentó respirar a fondo, pero su corazón no parecía darle paz. El sol, entretanto, tramontaba. Y en el sobre todavía estaba el documento que debía portar al notario. El padre la esperaba para cenar. Llamó una carroza, para hacerse llevar a su destino. Estaba retrazada para la cena. Al regreso, sin embargo, obligó al cochero a una veloz desviación hacia place Louis le Grand. Mientras pasaba corriendo en su carroza, Óscar vio a la anciana señora entrando a la casa. La casaca y los materiales para el remiendo estaban en las manos de un muchacho joven con un vistoso vendaje en un brazo y un otro tanto vistoso vendaje en una pierna.
No llegó, en ese momento, a abrir la ventanilla de la carroza.
"¡ANDRÉ!" Gritó Óscar adherida al vidrio. La carroza se alejaba velozmente para regresarla hacia casa. André y Marianne desaparecían detrás de la puerta número 6 de place Louis le Grand.
Cuando el padre se fue a dormir, Óscar, armada de velas, comenzó a hurgar entre los papeles de la familia. El número 6 de place Louis le Grand le recordaba algo no bien definido, pero algo debía tener que ver con su familia, aunque ella no recordarse haber estado allí nunca.
Hurgó por todas partes, tratando de limitar al máximo los ruidos. Al final lo encontró. En la vieja lista de acreedores de la familia Jarjayes. 6, place Louis le Grand. La dirección de su antiguo preceptor.
André estaba allí, en la casa de su antiguo profesor. Herido.
Óscar sentía una sensación que no dudó en definir absurda. Estaba preocupada por él. Había visto sus vendajes. Con todo estaba... contenta. Estaba vivo. Y no lejos de ella. Y por un instante se le ocurrió la absurda idea de que los billetines habían desaparecido solamente porque estaba herido y no podía ir donde ella... Se recompuso. Velozmente puso en su sitio los papeles. Aquella noche Óscar tenía unas grandes ganas de tocar en su pianoforte.
Ahora que sabía dónde estaba, las cosas le serían más sencillas. Debía afrontar el problema más grande, el amor de André por ella. Se dijo que habría encontrado un modo. Ahora, la cosa más importante era saber cómo estaba y qué le había sucedido. Al resto habría pensado después. Sí. Al resto habría pensado después. La habitación de Óscar se llenó de las gozosas notas de su pianoforte.
Había encontrado una excusa plausible para todos. Donde aquel notario, ella debía regresar porque había dejado allí sus guantes. Óscar espoleó su caballo a galope hacia París. Se había quitado la casaca del uniforme, para pasar desapercibida en las calles de París. Llegó a place Louis le Grand, que estaba casi oscura. Buscó con la mirada a la anciana cercana al portón pero no la vio. Descendió del caballo. Miró alrededor. Sólo estaba la silla donde la anciana se había sentado la tarde anterior. Se sentó y apoyó la espalda al muro. Cerró los ojos.
"¿Y ahora? ¿Qué hago? No quiero hablar con él... no de inmediato, al menos... Y si llamo podría asomarse y verme. No quiero que me vea... ahora. Debo encontrar otra excusa para regresar aquí mañana, y debo llegar antes..."
Una mano tocó el hombro de Óscar.
"¿Óscar? ¿Eres tú? ¿Eres verdaderamente tú?"
El anciano señor la miraba con las lágrimas en los ojos, apoyado en su bastón.
"¡Profesor! Sí, cierto, soy yo... pero sentaos, sentaos, os lo ruego."
"¡Estoy, estoy tan feliz de verte, muchacha!" Dijo el profesor sentándose en el lugar de Óscar. "André, es preciso advertir inmediatamente a André de que estás aquí."
"¡No! Por favor, no. Profesor, André no debe saber que estoy aquí, no debe saberlo. Yo, yo estoy aquí sólo para saber cómo está."
"Está mejor, Óscar, ha corrido un grande y horrible peligro pero está mejor. Ahora está dando lecciones, ¿sabes?"
"¿Qué? No entiendo."
"Sí, Óscar, André enseña a dos muchachos del barrio. Historia, Filosofía, Literatura y Latín. Las mismas cosas que os enseñaba yo cuando erais muchachos. Y es bueno, sabes, es de verdad bueno. Deberías verlo, Óscar, deberías verlo."
Óscar sonrió. "No lo habría pensando jamás, pero André es una persona paciente... quién sabe, quizá habría debido hacer esto desde siempre... y no perder su tiempo tras... "
"No creo que se haya arrepentido de nada respecto a la vida que ha hecho hasta ahora."
Óscar permaneció en silencio, por un momento, después retomó: "¿Qué le sucedió? ¿Por qué esos vendajes?"
"Nuestro André es un héroe, sabes, y como todos los héroes es un inconsciente. Se había levantado temprano aquella mañana, debía comprar el pan para nosotros dos y para Marianne, mi ama de llaves, antes de ir a... bueno, Óscar, es inútil esconderse detrás de los espejos, antes de ir a Versalles a ti. Lo hacía todas las mañanas. Después regresaba aquí y echaba una mano en casa. Al terminar la mañana comenzaba a dar lecciones. Aquella mañana, sin embargo, un grupo de bestias, porque de otro modo no los sé definir, fue donde el panadero para asaltar el horno y llevarse el pan y el ingreso. André estaba allí, y aquel inconsciente intentó detenerles. Alguien prendió la tienda mientras luchaban y así el panadero fugó por la trastienda y André se quedó dentro del horno, bloqueado en una pierna por una viga caída del techo a causa del fuego. Ha pasado por tantas, sabes Óscar, pero ahora está mejor. Agradeciendo a Dios se salvó y está mejor. Piensa que ¡quería ir a ti ya al día siguiente! No fue fácil convencerlo de permanecer en cama. Aún ahora debe hacer el menor número de esfuerzos posibles y, luego, con aquella pierna todavía no puede cabalgar. Pero ha vuelto a trabajar, y esto le hace estar mejor. ¿Por qué no subes donde él? Estaría tan contento, tan contento de verte..."
"No puedo, de veras no puedo... yo..."
"Te has vuelto muy bella, ¿lo sabes, Óscar? Y tu corazón no parece haber cambiado mucho. Puedo entenderlo bien, a aquel muchacho."
"Profesor, os lo ruego, no... no hablemos de eso... Yo no quiero más que André sufra por causa mía."
"Óscar, querría decirte sólo una cosa. Deja que sea André quien decida de su vida. No lo hagas tú por él. Tiene el derecho de escoger lo que quiere en la vida. También tiene el derecho de hacer elecciones equivocadas. No decidas tú por él. No lo hagas más. Y sube a verlo. No obstante todo lo que pueda decirte... se ve, sabes, que tienes ganas..."
"No, profesor, tal vez mañana, pero, os lo ruego, no le digáis todavía que he estado aquí, por favor. Mañana. Regresaré mañana."
Óscar se despidió del profesor y montó a caballo. Desapareció en el horizonte. El anciano profesor miró la ventana de su habitación, donde André estaba terminando sus lecciones. Sonrió.
Ha vuelto, André, Óscar ha vuelto. Ha vuelto a ti.
La tarde del día sucesivo María Antonieta había acusado una ligera indisposición y había despedido a Óscar anticipadamente. Así Óscar había partido a la vuelta de París. No sabía qué le habría dicho, y tampoco si verdaderamente habría tenido el coraje de verlo. Lo que sí era seguro es que estaba yendo hacia París a gran velocidad.
Llegó a place Louis le Grand a las cinco de la tarde. Ató su caballo a una parada. En la ventana vio al profesor. Óscar le hizo seña de estar callado. El profesor salió lentamente de la habitación, apoyado en su bastón y comenzó a descender poco a poco las gradas hacia el exterior de la casa.
"Está dando lecciones, Óscar, pero id, id pues a verlo."
"No, esperad. ¿En cuál habitación está?"
"La segunda a la izquierda, una vez subidas las escaleras."
"Está bien, le recuerdo no decirle nada."
Óscar subió las escaleras con el máximo silencio. Localizó la habitación. Se apoyó a la pared de lado a la puerta. No. Precisamente no se decidía a entrar. No se decidía.
"¡Bien, muchachos!" Pasemos a la Historia. ¿Quién me resume lo que dijimos ayer a propósito de Luis XIV?"
Era su voz.
Óscar se sentó con la espalda apoyada a la pared. Escuchó las respuestas de los muchachos, y las explicaciones que él dio.
No sabía por qué estaba allí, no sabía por qué no quería entrar, no sabía por qué no se iba de allí. Sólo sabía que era agradable, estar allí, y escuchar, a escondidas, su voz.
Después de más de una hora decidió que había llegado el momento de regresar a casa.
Se fue, no sin antes ponerse de acuerdo con el profesor, que la había encontrado todavía en la cima de las escaleras, en no decirle nada a André. Óscar descendió las escaleras y se preparó para montar a caballo. El profesor entró en la habitación de André y le hizo seña de acercarse en silencio a la ventana.
"No te hagas ver, André."
Entonces la vio, mientras montaba su caballo, ponerse la casaca y partir velozmente de allí.
Cuando desapareció de su vista se volvió hacia el profesor, con la mirada más feliz que el anciano hombre hubiese visto desde que lo había conocido, incluso más feliz que cuando lo veía, de niño, jugar con ella.
"Es ya el segundo día, que viene aquí", dijo el profesor, guiñando el ojo, discretamente, a André.
Aquella misma noche, Óscar había entrado a casa extrañamente contenta, sin que hubiese sucedido nada, después de todo, tan importante en su vida. O al menos así pensaba. La lógica se lo confirmaba. Nada más entrar fue donde la abuela anunciándole tener un hambre portentosa y protestando vivamente por qué todavía no había nada preparado sobre la mesa.
La abuela la miró alejarse hacia sus aposentos. Le pareció escucharla canturrear algo no bien definido... tal vez el motivo de un menuet...
Mi niña, tú terminarás por enterrarme con todos estos improvisos cambios de humor. ¡Yo tengo una edad! Pensó la anciana ama de llaves de los Jarjayes.
La tarde siguiente, al término de su turno, Óscar partió de nuevo a la vuelta de París. Lamentablemente, se había hecho muy tarde. Y habría podido quedarse por muy poco. Lástima, pensó. Después de todo, no lo debo ver para nada.
Llegó a place Louis le Grand que el sol estaba comenzando a tramontar. Encontró al profesor sentado bajo el umbral de la casa. Óscar hizo la acostumbrada señal de silencio al profesor. El cual sonrió y le indicó la rampa de las escaleras. Óscar llegó a la cima.
André explicaba Latín, hoy.
No, André... Latín no... pensaba Óscar... siempre fue la materia que más odiaste...
Mientras los muchachos repetían la primera declinación[3] Óscar no se dio cuenta que André se había acercado a la ventana y que, desde abajo, el profesor le había hecho... otro tipo de señal...
De improviso, André terminó su lección y despidió a los muchachos. Óscar pensó que debía fugar de inmediato. Los muchachos corrieron por las escaleras casi llevándosela consigo. En aquel momento, Óscar escuchó una voz que no quería escuchar más por aquel día... dirigiéndose a ella.
"¡Óscar! ¿Qué haces aquí? ¡Entra! Entra, te lo ruego."
Óscar se volvió. Fin de la fuga. Pero quizá...
"Y, no, ¡André! Justamente ahora no puedo, se me hace tarde y debo regresar a casa inmediatamente, es decir, ¡ahora!"
"Ah, entiendo... pero ¿regresarás mañana?
"No lo sé, ¿cómo podría decírtelo ahora? ¿Qué pregunta me haces? No lo sé y sanseacabó, de todos modos estoy contenta de saber que está mejor. ¡Adiós André!"
Había dicho la frase de un tirón y había corrido antes de poder escuchar nuevamente aquella voz.
Saliendo había buscado al profesor, pero no lo había encontrado. Con él habría ajustado las cuentas. Mañana.
La abuela la vio entrar a casa más extraña que nunca. Enderezó hacia las escaleras corriendo. Parloteaba sola. Farfullaba.
Aquí está sucediendo algo. Señor, dame la fuerza... para soportarla, pensó la abuela, mientras Óscar se alejaba farfullando acerca de un profesor que... no se ocupaba de sus propios asuntos...
La Reina debía haber pescado una horrible fiebre, si también al día siguiente su actividad social se había reducido a lo mínimo indispensable. Esto permitió a Óscar regresar velozmente a casa, aquel domingo, y por lo tanto, estar libre por toda la tarde. A Versalles habría debido volver en cambio para los turnos nocturnos. Decidió regresar a casa y cambiarse, para después ir a París.
Arribada a su habitación se sentó delante del espejo.
Debo regresar allí. Y debo hablar con él. Aunque no tenga ganas. Una explicación debo dársela. Y bien le diré la verdad... más o menos... y esto es que estaba preocupada por él, que estoy contenta al saber que está mejor, que debe sacar adelante su vida y... y... que de vez en cuando querré verlo... como amiga... como amiga se entiende...
Se levantó de la silla para ir a asomarse a las escaleras.
"¡Abuela! ¿Podrías venir acá?
Volvió a su habitación y nuevamente se miró al espejo. Se había puesto su conjunto verde de picadero[4].
La abuela entró en la habitación.
"¿Qué sucede, Óscar?"
"Ven aquí un momento, por favor."
La abuela la encontró con un cepillo en mano.
"Me... me peinarías los cabellos... ¿por favor?"
"¿Eh?"
"Sí, querría que tú... me... me los anudases... estará bien... estará bien una simple cola de caballo... este... más bien... ¡diría que iría precisamente bien!"
La abuela miró con aire sorprendido a la muchacha y se dispuso a peinarla.
"¿Puedo al menos conocer la razón? Nunca te los has hecho atar."
"Sí, es... verdad... pero en la vida es preciso de vez en cuando... cambiar... "
La abuela se frotó las manos y miró con una sonrisita diabólica a la muchacha a través del espejo. "Bueno, pero si es así... podríamos hacer muchas cosas... una trenza por ejemplo... o bien bucles, levantar los cabellos..."
"¡Abuela! ¡Por favor! ¡He dicho cola de caballo! ¡Sólo quiero eso!"
"Está bien... por ahora..."
Comenzó a peinarle los cabellos.
"Y, ¿se puede saber adónde vas? Parece que tú estuvieses a por salir..."
"Un paseo, abuela, voy sólo a dar un paseo. Sola. Esta noche debo hacer el turno nocturno en Versalles y quiero cabalgar un poco."
"Sí, entiendo", dijo la abuela sonriendo irónicamente. "¡Bien! Ahora el moño. Y esto."
La abuela tomó un botón de rosa blanca de un florero y lo metió entre el moño verde y los cabellos de la muchacha.
"Qué... ¿qué hace esta flor? ¡Sácala!
"¡Estate callada! Yo me ocupo. Solamente debes hacer un paseo sola, ¿no? Y entonces, ¿qué tanto fastidio te da? Vamos... contentar a una pobre vieja..."
"Está bien, está bien. ¿Ya terminaste? ¡Debo irme!" Y alzándose de golpe hizo caer el maniquí con su uniforme.
"¡Oh Dios! Disculpa... ¡Debo irme! ¡Debo irme!"
Óscar corrió fuera de la habitación.
La anciana recogió el maniquí y la casaca del suelo y se sentó delante del espejo donde antes se había sentado su niña.
Miró el uniforme. Y se dirigió hacia el espejo.
"Dios mío", dijo sonriendo, "¿de veras he visto lo que he visto? Mi niña... qué digo... ¡mi Óscar está... está... enamorada! Pobres de nosotros", aún dijo sonriendo, "¡y pobre de él! Ve, ve niña mía, ¡vuela hacia él! Tarde o temprano deberé saber quién es..."
Entretanto, también André se las tomaba... con el espejo.
Estoy verdaderamente maltrecho... Óscar... ¿vendrás también hoy? Quisiera tanto que fuese así... No sé qué decirte... no sé lo que pensaste cuando leíste lo que escribí... y no leíste el billete que te escribí aquel día. No sé lo que piensas de mí ahora, no sé qué recuerdas de aquella noche. Sólo tengo una certeza. Viniste a buscarme. Creía que me odiabas, pero viniste a buscarme a mí. Estabas turbada[5] cuando me viste.. No sabes cuánto lo estaba yo... yo habría querido... habría querido descender esas escaleras... y abrazarte fuerte... y decirte miles de cosas... o quizá nada... sólo tenerte... tenerte entre mis brazos y no dejarte ir más. No sé lo que sucederá hoy. No sé si tú vendrás. No sé qué te diré. Quizá no te diré nada. Ya soy feliz así. De verte. Solamente sé que soy feliz.
André sintió tocar en aquel instante al portón. Se asomó a la ventana. Lo que vio le cortó el aliento. Era ella. Nunca había estado tan bella. No, no recordaba que nunca hubiese estado tan bella como aquel día. Tenía... tenía algo diverso... cierto, se dijo André... los cabellos... es todavía más bella. Si sólo pudiese... decírtelo sin que esto te hiciese fugar de aquí...
La sintió subir las escaleras. Óscar estaba preocupada. Había repasado por todo el trayecto todas las cosas que quería decir, pero al improviso sentía faltarle el aliento. Debo afrontarlo. Debo.
Tocó a la puerta.
André fue a abrirle.
"Hola, Óscar... ¿cómo estás?" Dijo André no sin embarazo.
"Bien. Discúlpame por lo de ayer pero se me hacía tarde. Y no sé cuánto me podré quedar hoy."
"No importa. Estoy contento de volver a verte. ¿Has visto al profesor? Está muy envejecido pero su espíritu todavía es muy gallardo."
"Diría que en resumidas cuentas, ¡el profesor está mejor que tú! ¿Pero qué te han hecho? Y tú... eres un inconsciente, André, ¿es que debías justamente hacerte el héroe?"
Ya está, André ríe, la ocurrencia funcionó... bastará con no hablar de ciertas cosas y...
"¡Ah, Ah! ¿Quieres la exclusividad del rol de heroína? Bueno, ¡usualmente este rol se adapta más a ti! ¿Piensas que sea menos inconsciente lanzarse de un caballo a la carrera, herirse en la caída y después no decir nada de la propia herida hasta no desmayarse? ¡Sí, el rol de heroína se adapta mucho más a ti, Óscar!"
Está riendo... y es bellísima cuando ríe... quisiera que tú rieses siempre... amor mío...
"Entonces, querrá decir que te daré algunas repeticiones de "héroe"... pero he visto que el maestro de la casa ahora eres tú..."
"Sí, sabes, nunca habría pensado que me gustase tanto. Encontré al profesor después de tantos años. Él no puede seguir enseñando y me lo propuso a mí. Y me gusta, verdaderamente me gusta. Así puedo ayudar económicamente en casa. Gano nada mal, sabes. Y el profesor ahora está mejor, porque con lo que gano puede vivir un poco mejor."
Está bien aquí... es feliz... no regresará conmigo... debería estar feliz por él... cierto... era lo que quería... sin embargo,... sin embargo, en tal caso, ¿por qué no estoy feliz por él?...
"Estoy contenta, estoy muy contenta por ti. Seguramente es una vida más bonita y digna que aquella que hacías... disculpa André, disculpa... De veras. Estoy feliz por ti."
¿Estás feliz por mí? Y entonces, ¿por qué tus ojos parecen decirme lo contrario? Dime que regrese contigo... ¡dímelo Óscar!... Lo haré de inmediato si tú me lo pidieses... yo... quisiera continuar enseñando... pero podría... podríamos... Óscar... podría encontrar una solución...
"Y después de todo", retomó Óscar, "la vida aquí es sin lugar a dudas menos aburrida que en Versalles..."
Óscar comenzó a contar las últimas ideas absurdas de María Antonieta. André rió de buena gana. Había pasado al menos dos horas desde que Óscar había entrado en su habitación. Mientras Óscar contaba los caprichos de la Reina y los estúpidos chismes de las damas de la corte, André miraba a su Óscar. Trataba de imprimir su imagen en sus ojos.
Eres bellísima... yo... yo quisiera...
André estaba a punto de alargar una mano hacia la de ella cuando los toques del péndulo hicieron comprender a Óscar que eran las seis de la tarde. Se levantó de golpe.
"¡Debo irme! Debo irme... ¡Debo estar en Versalles dentro de menos de dos horas!"
André se levantó.
"Cierto, te acompaño a la puerta."
Bajo el umbral Óscar se volvió hacia él.
"Esto, André... yo quería decirte..."
Dímelo, amor, dímelo, te lo ruego... e iré adónde sea contigo.
"André, yo quisiera preguntarte si es que puedo regresar a encontrarte, como amiga se entiende."
No esperó la respuesta y descendió corriendo por las escaleras.
Mientras corría André vio la flor entre los cabellos marcharse con ella.
"¡CIERTO!"
Le gritó mientras desaparecía.
...cualquier cosa... con tal de volver a verte... André cerró la puerta.
En el próximo episodio:
Se encuentran, se hablan, se rozan. Óscar y André aparentan haber encontrado algo que habían perdido después de la "famosa" noche. Pero alguien está tras sus huellas. ¿Qué cosa sucederá nuevamente? A veces, la lluvia puede portar el bien y el mal. Todo esto en el octavo episodio de "El Error".
Nota topográfica (de Laura) [6]: Place Louis le Grand[7] es actualmente Place Vendôme. En la época en que este cuento se desarrolla se llamaba plaza Louis le Grand, mientras, durante la Revolución, de 1793 a 1799, su nombre mutó a Place des Piques[8]. Solamente después tomó el nombre de Place Vendôme.
Continúa...
Mail to: f.camelio@libero.it
Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:
http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html
Traducción del italiano al español: Shophy Zegarra shophy@ec-red.com
Lima, martes 13 de septiembre de 2005.
pubblicazione sul sito Little Corner del settembre 2005
[1] NdTr. En la primera versión, "Place Vendôme". La autora corrigió el texto posteriormente. La idea de adquirir los terrenos del Hôtel Vendôme para edificar la plaza Louis le Grand a fines del s. XVII se le atribuye al arquitecto François Mansart. Allí fue erigida la estatua ecuestre de Luis XIV, obra de Girardon. Los "usureros" (nuevos ricos) son los primeros en construir sus casas alrededor, cuyo gusto arquitectónico enfada a la gran aristocracia. Esta plaza todavía existe, con el nombre de plaza Vendôme.
[2] NdTr. En francés, Calle Montière.
[3] NdTr. En Latín, los nombres tanto en singular como plural, se declinan en seis casos (nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo). Existen cinco declinaciones, siendo la primera la más sencilla de todas. El paradigma usado es precisamente: rosa / rosae...
[4] NdTr. Traje de amazona.
[5] NdTr. En Perú tenemos un término exacto en jerga juvenil: "Pasar roche" (pasar vergüenza a causa de un chico).
[6] NdTr. Varios meses después de publicado este episodio, la autora agregó esta nota.
[7] NdTr. En francés, Luis el Grande.
[8] NdTr. En francés, plaza de las picas. La pica entendida como lanza larga con un asta de hierro filudo en un extremo. Durante la revolución lo usaban para izar las cabezas de los guillotinados.