El Error

IV

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Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a R. Ikeda.

Después de la atmósfera dramática de "Diez Días", quería jugar un poco con los personajes.

Gracias, como siempre, a Laura por su apoyo y estímulo. Buena lectura.

 

Había pasado la noche soñándola. Había pasado la noche deseándola. Había pasado la noche sin conseguir explicarse qué le hubiese sucedido. Y se había despertado con la convicción de que, en cualquier modo, debía comprender qué hubiese sucedido a su Óscar, y debía comprenderlo aprisa.

Ella habría ido como siempre a Versalles, como cada mañana, y habría estado fuera por mucho tiempo, como cada día. Era la ocasión más propicia para regresar a Mansión  Jarjayes y recoger algún indicio.

¿Qué habrá dicho a mi abuela? ¿Qué habrá dicho a su padre, a su madre? ¿Cómo habrá justificado mi partida?

Decidió entrar por el parque de la villa, saltando una verja distante de la casa. A aquella hora de la mañana, en la mansión la mayor parte de los habitantes no estaba en casa. Los servidores estaban todos empeñados en sus tareas. Penetró a través de una ventana incautamente dejada abierta para ventilar las habitaciones, subió velozmente la escalera y se introdujo en el dormitorio de Óscar.

Su recámara, sus cosas, un par de pantalones sobre una silla. Una camisa blanca dejada distraídamente sobre su lecho pesadamente deshecho. La misma camisa que él le había quitado durante la pasión. Había sido la última leve barrera entre él y su seno. La recogió con emoción. Sonrío. Te amo Óscar. Te amo. Un libro lanzado sobre el pavimento, abierto de casualidad. Había en efecto demasiada confusión en la habitación de Óscar... demasiada confusión en la habitación de una mujer habitualmente muy ordenada. Algo sobresalía debajo del lecho. Un trozo de papel apelotonado. Se inclinó. Debajo del lecho había otro. Dos hojas apelotonadas y una mancha de tinta sobre el tapete blanco. Abrió la primera de las dos hojas.

La escritura de Óscar era confusa, las palabras por trechos claros y comprensibles y por trechos borrados por las señales del llanto. ¿Por qué, por qué llorabas, amor mío? Leyó el contenido de la carta. Su rostro palideció. La más terrible de sus pesadillas se materializaba en la hoja que estrechaba entre las manos. Era una denuncia. Óscar intentaba escribir entre las lágrimas que él la había...

No es posible, Óscar no es posible, cómo... cómo... es posible que tú... yo... yo... no te he hecho daño... no te he hecho daño... nosotros... nos hemos amado aquella noche... nos hemos amado... ¿por qué Óscar, por qué?

La carta no había sido completada. No había conseguido terminarla. Y probablemente no la habría terminado. Nunca. Pero la idea de que ella pudiese tan sólo haber pensado de escribirla lo inquietó. Profundamente. André abrió la segunda hoja. Era una carta para él. Que le preguntaba por qué hubiese llegado hasta aquel punto, por qué le había hecho algo que ella no quería.

Óscar... ¿has enloquecido? No es posible que tu pienses esto de mí. No es posible. ¿Por qué una mentira semejante? ¿Por qué? ¡Mentirosa! ¡Falsa!

Una frase emerge de lo escrito, imponiéndose sobre todas las otras, improvisamente:

 

"Yo he olvidado casi todo, por fortuna, y quiero olvidar. No te denunciaré. Pero ayúdame, ayúdame a olvidar."

 

¿Qué? ¿Qué debería ayudarte a olvidar, Óscar? Pensaba André apelotonando rabiosamente la hoja, casi despedazándolo en el apretón. ¿Has olvidado que me buscabas? ¿Has olvidado que me deseabas? ¿Has olvidado lo que me has dicho aquella noche, en este lecho, has olvidado de haber sido feliz entre mis brazos, de haberme sonreído, de haberme querido, y querido, nuevamente... nuevamente... nuevamente.

¿Quisieras olvidarme? ¿Quisieras olvidar lo que nos hemos dicho? ¿Quisieras olvidar cada gesto de amor que nos hemos intercambiado? ¿Cada caricia, cada suspiro? Me parece escucharte todavía gemir, aún ahora. ¿Y tú quisieras olvidar todo esto? ¿Por qué? ¿Qué te he hecho? No, no Óscar, no quiero salir de tu vida de este modo. ¡Mentirosa y loca! No me excluirás en este modo de tu vida. ¿Qué hay? ¿Quisieras olvidar todo esto? ¿Por qué... por qué... quieres borrar haber sido... frágil... de haberte dejado llevar... de haberte dejado amar... y de haber amado, a tu manera, un hombre como yo? Sí, estabas ebria, y quizá poco consciente. Pero lo estaba también yo, y quizá más que tú. No es una justificación. Asumo mi culpa. Pero no he olvidado ninguno de los instantes vividos contigo aquella noche y tú no puedes, no puedes haberlo olvidado. Porque no puedes olvidar haber conocido la felicidad. Tú que feliz no has sido nunca. Porque feliz no has sido jamás. ¿Por qué, por qué olvidar?

Como si aquella noche tu... hubieses sido débil... y quisieses olvidar. Como si para borrar aquella debilidad... para olvidar tus mismas sensaciones... tus mismas emociones... debieses olvidarme con ellas, debieses borrarme con ellas. Aún a través de una sucia mentira. Aún arrojando fango sobre mí.

Pero no te lo permitiré, no te lo permitiré, Óscar. Te impediré olvidarme, te impediré olvidar aquello que consideras sólo una debilidad. Seré tu tormento. Debo serlo. Y lo seré. Hasta que no recuerdes. Hasta que no admitas haberme amado. Hasta que no admitas amarme. Eres mentirosa, y alocada, pero yo soy más alocado que tú. Yo no quiero desaparecer de tu vida así. Yo no quiero desaparecer de tu mente así.

Yo no quiero morir en tu corazón así.

 

Habían pasado al menos diez días desde que André se había marchado de su casa. La abuela preparaba una de sus exquisiteces. Sonreía, la abuela, preparando la cena para Óscar. Y farfullaba, contra aquel nieto que decidía alejarse al improviso sin decírselo a ella por algunas semanas para ir a encontrar los lejanos primos. Pero habría sido sólo algunas semanas. Así le había dicho Óscar... y ya pregustaba la escenaza que le habría hecho a su retorno.

Su nieto era hábil con la espada, lo reconocía. El general había enseñado muy bien a André cómo defenderse con la espada. Pero el largo y pesante cucharón era un arma imbatible en las manos hábiles y veloces de la vieja gobernanta. André no se habría salvado jamás de una sonora lección, ¡aún con toda su habilidad de espadachín! Introdujo el cucharón en el ollón como si enfundase una pistola en la cartuchera. André no tenía salvación. Sonrío. Después miró a su niña. Estaba extraña. Tenía una expresión extraña sobre el rostro. Parecía casi triste... Intentó llamar su atención. Pero no le respondía. Permanecía en silencio.

Óscar no había tenido el coraje, de decir a la abuela que André no habría regresado más a aquella casa. No había tenido el coraje de decirle la verdad. Ni a ella ni al padre.

André se había ido donde sus primos y habría estado fuera por algunas semanas. Una mentira, para sobrevivir todavía algún tiempo, para pensar en qué hacer, o quizá para no pensar, para no pensar en las cosas sucedidas. Para no pensar en él. Para no pensar.

Terminada la cena se despidió muy velozmente. El padre hizo seña a Óscar de quererle hablar pero ella rehusó, aduciendo como excusa un fuerte dolor de cabeza.

 

Eran las diez, cuando entró en la habitación. Se quitó el uniforme. Se desvistió completamente y se tiró sobre el lecho. Pero se echó sobre un lecho que no era el suyo. Hizo correr los dedos velozmente sobre la sábana. La textura era mucho menos mórbida que la seda que recubría su lecho. Suspiró.

Había entrado en la habitación de él. Era ya la tercera vez que sucedía en aquellos días. No había quedado más nada de sus vestidos. De sus cosas. De él. Había intentado retomar su vida y por los primeros días le había parecido fácil. Pero ahora, era ya la tercera vez que se encontraba allí, sobre aquel lecho. Sin un porqué. Sin un motivo aparente. Se descubrió pensando sobre dónde estaría André en aquel momento. Y ese pensamiento la perturbó.

Y aún más le incomodó la idea que André hubiese podido abusar de ella. Se giró hacia la ventana. La cortina se movía levemente suspendida por un leve viento. Tuvo la sensación de haber ya visto algo del género. Sonrió, pensando en cuánto un pensamiento semejante pudiese ser tonto. Cierto, las cortinas se movían si su tela era atravesada por el viento. Cerró los ojos. Una cortina que se movía levemente. Que se movía levemente. En lontananza. Sintió su cuerpo temblar. Sintió su cuerpo como quemar al improviso. Sintió su cuerpo casi desvanecerse. Y vio. Vio un rostro sobre el suyo. Dos ojos verdes, intensos, sobre ella. Una gota de sudor descendía lentamente de la frente. Y una sonrisa, dos labios que se movían, que dicen algo que no se escucha. Y vio. Dos manos largas, ahusadas, circundar aquel rostro, como a contenerlo. Sintió su cuerpo moverse, siempre más velozmente, casi convulsamente. Hasta detenerse. Se vio. Se vio en el acto de abrazar el cuerpo de aquel hombre que continuaba mirándola. Se vio desnuda y desnudo vio el cuerpo de aquel hombre. Se vio besar los labios de aquel hombre. Sintió su boca abrirse. Pero no escuchó ninguna palabra. Y vio lágrimas descender del rostro de aquel hombre. Y sintió lágrimas descender del suyo.

Óscar abrió los ojos, trastornada. Aquel hombre era él. Aquella mujer era ella.

¿Qué está... qué está  sucediendo? Yo no entiendo, no entiendo, él... él ha abusado de mí, yo lo sé, lo recuerdo. Él me ha hecho daño. Ha hecho algo que yo no quería. Y... entonces... y entonces ¿qué significa esta sensación?

Al pensar en él debería sentir dolor... sólo dolor... debería recordar algo terrible...

Y entonces por qué, por qué parece tan... extraño... agradable... tan...

Una palabra muy difícil tan sólo de pensar.

...excitante...

no...no es así... no debe ser así... no puedo y no debo sentirme así. De todos modos debe haber sido sólo un sueño... sólo un sueño, una fantasía absurda... no puede ser... no puede ser...

Una duda sutil se insinuó en la mente de Óscar.

...no puede ser el recuerdo de aquélla noche...

No, no lo es. Es solamente mi cansancio. Es mi cansancio que me hace extraña. Que me hace pensar cosas absurdas. Inverosímiles. Él ha abusado de mí. Yo no lo quería. No debo pensarlo más. No debo... recordar... Yo debo olvidar. Un error. Ha sido un error.

Las últimas palabras le sonaron extrañas en la mente, como desentonadas, como las cuerdas de su violín cuando se rompían.

Salió casi corriendo de la habitación de André, olvidando completamente no llevar vestidos encima, como en una fuga desesperada hacia el único refugio que le parecía seguro y sin sombra de peligro. Entró en su habitación. Se introdujo en un instante en su lecho. Se envolvió en la sábana. Completamente. Se acurrucó sobre sí misma. Para escapársele. Pero no estaba sola. La sensación de las manos de él sobre su piel. La sensación de los labios de él sobre los suyos. No la abandonaban. Casi la perseguían. No había ángulo de aquel lecho que fuese seguro. Donde no pudiese ser alcanzada por aquellas manos, por aquellos labios. Por aquellos ojos.

Gritó.

La abuela la encontró. Óscar había perdido el sentido. Y estaba desnuda. Completamente. Cubierta sólo por una sábana.

 

En los diez días sucesivos a cuanto había comprendido qué había impulsado a Óscar a expulsarlo fuera de casa, André había reflexionado mucho sobre qué hacer. Había sopesado todos los riesgos de aquello que se disponía a hacer. No habría sido simple. Y no habría sido inmediato. Habría requerido tiempo. Tal vez. Y quizá no habría sucedido jamás nada. Pero debía probar. Por sí mismo y por ella.

 

Óscar llegó a Versalles muy temprano. Sus soldados estaban alineados para la acostumbrada parada.

La jornada habría sido particularmente larga y pesante para ella. La Reina tenía muchas ocupaciones durante la jornada. Audiencias, ocupaciones sociales, cambios de traje, paseos con las damas más importantes, juegos en el parque, un banquete, encima un concierto en el kiosco del Bosquecillo de Venus. Tantas ocupaciones. Por primera vez, en todos aquellos años pasados al lado de su Reina, a Óscar parecieron muchos, decididamente muchos. E inútiles, profundamente inútiles. Óscar dio las órdenes necesarias. Los soldados en pocos segundos estuvieron formados. Iniciaba la jornada de la Reina en Versalles. Siempre diversa e igual a sí misma.

 

Una sombra se aproximó furtiva y veloz a las caballerizas de Versalles. Pero el caballo de Óscar no pareció asombrarse de aquella presencia.

 

El concierto en el kiosco no parecía terminar jamás. Óscar estaba apoyada a una columna y pregustaba su retorno a casa. Al terminar el concierto, la Reina decidió licenciar a Óscar.

Se dirigió a las caballerizas. Estaba por subir sobre su caballo cuando vio algo insospechado. Suspendido a la silla de montar. Había un pequeño botón de rosa, cuyo color blanco se entreveía apenas entre las ensenadas de verde tierno, y un billete, legados juntos con una cintilla verde. Óscar abrió el billete.

¿Puedes de verdad continuar viviendo sin recordar?

A.

Óscar se volteó. Miró entorno. Con estupor. Con ansia. ¿En dónde estás, André? ¿En dónde estás? ¿En dónde estás escondido? ¿Qué quieres de mí?

Lo buscó. Por todas partes. Sin descanso. Sin pensar más en ninguna otra cosa que en ésta. A encontrarlo. Enseguida. Pero no lo encontró. André no había dejado ninguna traza de su momentánea presencia.

 

Había caído la noche sobre el palacio de Versalles. Óscar se dio cuenta que debía regresar a casa.

 

Comió desganadamente. Dejando gran parte de su cena intacta.

No dijo una palabra.  La abuela de André la miraba. Óscar estaba extraña, estaba extraña, desde hacía muchos días. Desde hacía demasiados días. Pero no tuvo el coraje de preguntarle nada.

 

Después de la cena Óscar se retiró inmediatamente a su habitación.

Tendida sobre el lecho miraba el billete de André.

Yo no tengo nada que recordar, André, te lo aseguro. ¿Crees de verdad que haya algo que valga la pena de ser recordado? Algo que yo pueda recordar sin... sin... ¿avergonzarme? No estaba... no estaba en mí aquella noche... yo no soy así... Sacudió la cabeza: lo que había apenas pensado la pareció extraño.

Vergüenza. Era la única palabra que le venía en mente rememorando aquella noche.

El sonido de aquella palabra no le agradaba, no le agradaba para nada. Ella se avergonzaba. ¿De qué cosa? La palabra vergüenza no entraba en su idea inicial de lo que había sucedido aquella noche. Uno se avergüenza cuando se ha cometido algo que no debe hacer. De algo prohibido. Pero, ¿qué cosa culpable había cometido ella? Había sido culpa de André, había sido sólo culpa suya. Con todo Óscar sentía vergüenza. ¿Por qué?

El cansancio tomó la ventaja y Óscar se durmió. Pero con el billete de André todavía estrecho, como para no dejarlo escapar, en la mano.

 

En el próximo episodio:

André provoca a Óscar y Óscar se interroga sobre el tema de las provocaciones... pero los sentimientos son todavía algo oscuros para Óscar, algo de lo cual tiene vergüenza... o se siente... en culpa. En el fondo ella es siempre... la hija del general.

¡Buen divertimiento!

 

Continúa...

Mail to: f.camelio@libero.it

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy Zegarra shophy@ec-red.com

Lima, sábado 28 de junio, 2003.

 

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