Guerra
 y paz

Ideas y pasiones

Cierto pacifismo es más odio lanzado a la calle

 
Don Luigi Giussani,


Estimado Director:
Los bandos que se enfrentan ante la perspectiva de la guerra están cargados de razones y acusaciones. Ahora bien, las razones tienen más valor que las acusaciones y, teniendo en cuenta las más relevantes, conducen a afirmar: «¡Ningún error que cometa EEUU justifica su destrucción con bombas y terrorismo!», o bien, «¡No se puede permitir que un tirano como Sadam utilice bombas de destrucción masiva y provoque una catástrofe!».


Es cierto que todas las naciones se deben someter al juicio de la ONU, pero puesto que parece imposible alcanzar una decisión satisfactoria para las dos partes, entonces Irak podría decir: «Ya que la ONU está al servicio de EEUU y de Inglaterra, nosotros no respetamos sus decisiones»; y, por otro lado, EEUU e Inglaterra: «Respetamos a la ONU sólo si apoya a nuestras posiciones». De esta manera ambos tendrían sus razones para decir: «Hágase la guerra».


Para salir de un equívoco tan terrible, es necesario reconocer que no basta con discutir o pactar - como sostienen ciertos “amantes” de la paz, que luego resultan ser los peores belicistas -, porque cada uno de los beligerantes parte de la convicción de que el otro quiere la guerra para defender o destruir una primacía de poder: quienes están en contra de Irak defienden el poder que tienen, y quienes están en contra de EEUU quisieran conquistar un poder que todavía no tienen. El problema no parece tener más salida que el uso de la fuerza. La razón caería de parte de los pretenden triunfar con la fuerza y saben que tienen los medios para callar al enemigo. Lo cual debería llevar también a ciertos líderes de movimientos pacifistas a reflexionar sobre si su actuación no es más que más odio lanzado a la calle.


La solución no está en decantarse por uno u otro bando. Cuando la sociedad se encuentra en una encrucijada decisiva, es fundamental que el juicio de aprobación o condena, en primer lugar, cuente con la urgencia de educar a los jóvenes y los adultos, esto es, a todos los hombres, pues todos necesitamos impulsar nuestra capacidad de justicia y de bondad. Si renuncia a educar en una estima verdadera por el hombre y, por tanto, en una justicia real, la humanidad queda atrapada por los desastres que ella misma se procura. Y se ve obligada a afrontarlos recurriendo a instrumentos de muerte para justificar el mismo error que pretende combatir: el uso de la guerra. El drama actual no estriba tanto en que EEUU quiera destruir a Irak para sacar provecho de ello, o que Sadam represente una amenaza letal para Occidente, sino en que ambos carecen de una educación a la altura de la trascendencia que tiene la lucha entre los hombres. Se trata realmente de un problema educativo y el único que lo indica es el Papa, puesto que el tribunal que se requiere para juzgar a otro exige una educación a favor de una unidad y justicia verdaderas (como hace poco apuntaba también el Presidente de la República italiana Ciampi).


El mundo se enfrenta a un grave problema, que es el de la rebelión contra la verdad; la misma que llevó al pecado original y al hombre concreto y a la humanidad entera a sufrir sus consecuencias a lo largo del tiempo. Por ello, ante todo lo que sucede no se puede eliminar la figura de Cristo: esta es la clave - ¡la clave! - de la verdad sobre el hombre (y quienes en la historia destruyen a la cristiandad destruyen a la humanidad). He aquí por qué nuestra autoridad es el Papa, que defiende dos argumentos cruciales: en la historia la guerra precede a la paz; y, para evitar la guerra, hace falta la paz.
En la situación actual, en la que nadie quiere de verdad la paz y resulta ficticia la manera de alcanzarla, hacer la guerra es abominable, pues es entregarse a la masacre. Por tanto, decimos no a la guerra contra Irak que EEUU quiere a toda costa, pero decimos sí a EEUU porque admite la posibilidad de una educación que salve realmente el deseo de paz y de justicia.


De alguna manera todos estamos derrotados mientras la sociedad humana se rija por los instintos en nombre de una justicia que no puede hacer justicia, pues para hacerla es preciso, por lo menos, corregirse siempre. La cuestión acuciante es educar en esto. A causa del problema de la justicia, Cristo será siempre condenado y perseguido en su cuerpo real, que es la Iglesia. Por lo tanto, para un cristiano la forma más verdadera de ayudar al mundo para que sea más humano es incrementar lo más posible el juicio de que el mundo acabará cuando Cristo lleve a cabo su «fermento»; por tanto, al final de los tiempos. Para toda la humanidad, la resurrección de Cristo es como una singular «bomba atómica» que empieza a afectar a la historia y seguirá haciéndolo hasta su culminación (afecta y dominará, porque el dominio será sólo al final). Por ello, el final de la historia no está en manos de los hombres; nadie lo puede poseer, permanece en el misterio del Padre.


El Papa ha afirmado que la guerra es un delito que brota del pecado original, vigente en el mundo a través de los pecados de nosotros los hombres. Por tanto, tomar el Rosario y rezar a la Virgen, como insistentemente pide Juan Pablo II, es suplicar que nuestros delitos sean los menos posibles. La idea fundamental es la maduración de la vocación cristiana, en la que florece esa humanidad de la que Cristo es el ejemplo (sólo aquí culmina realmente la reflexión).
 
 

Guerra y paz: «Ideas y pasiones. Cierto pacifismo es más odio lanzado a la calle», Luigi Giussani, Corriere della Sera, 25 de febrero de 2003