HOMILÍA DE PAPA PIO XI
CUANDO SE PROCLAMO
LA HEROICIDAD DE LAS VIRTUDESDE LA SIERVA DE DIOS
 

El 19 de marzo de 1936, en la sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano en presencia del Sumo Pontífice Pío XI, su Excia. Rvma. Mons. Carinci, Secretario de la Sagrada Congregación de Ritos, dio lectura al decreto oficial sobre la heroicidad de las virtudes de María Josefa Rossello.

El Santo Padre, luego de expresar su satisfacción de asistir en la persona del Legado Pontificio a las celebraciones en Savona (El cuarto centenario de la aparición de la Virgen de la Misericordia y la proclamación de las virtudes heroicas de Sor María Josefa Rossello) exaltó la virtud descollante de la Santa Madre: la "caridad"


La Caridad ejercitada, expresada con exquisita fineza,con todas las delicadezas de la Misericordia.

Es hermoso, es exquisitamente consolador para Nos, queridísimos hijos e hijas aquí reunidos en el nombre, en la luz, en la gloria, de esta grande y generosa hija de Savona; hermoso y exquisitamente consolador pensar que en este momento nos hallamos también en Savona, unidos a una reunión aún más grande y luminosa que esta, pero en verdad del mismo tono elevado y bello. Aquí, la Hija de la Misericordia, maestra heroica de la misericordia; allá la Reina de la Misericordia, que triunfa en el piadoso entusiasmo de la multitud y la presencia de numerosos Pastores, también la Nuestra, representada por nuestro Eminentísimo Legado, a quien de todo corazón concedimos y enviamos a dicha ciudad.

CARIDAD: NOTA DOMINANTE

Amadísimos hijos e hijas: El decreto que hemos escuchado y el extenso, brillante y afectuoso comentario que lo han seguido han expuesto ya lo mejor que se podía decir y proponer de esta magnífica Sierva de Dios, alma grande, una más entre las de santidad, insigne, que la Iglesia, desde siempre tiene mandato de exaltar a la vista de los fieles.

Y el Decreto lo han demostrado bien: en la corona de todas las virtudes, que forjan la santidad, en el corazón y en la vida de la Venerable Sierva de Dios María Josefa Rossello, en el conjunto de virtudes que resplandecen en ella, impera, como bien se podía esperar, cual reina soberana, la caridad. Y puede decirse que quiso practicarla, expresada en sus exquisitas finezas y en todas sus delicadezas. Lo dice el nombre de Misericordia, que nos recuerda a María Reina de la Misericordia, quien confirma que la Misericordia es la perfección de la caridad.

Solo la Misericordia nos dice cómo y cuánto nos ama y ama a sus criaturas la Divina Caridad. Porque verdaderamente la caridad ve, busca la miseria, esto es, busca aquello que más real y ampliamente necesita de la caridad, de sus auxilios, de las solicitudes, de sus heroísmos. Es esta precisamente la característica que inmediatamente se destaca en la vida de la Sierva de Dios: amar a Dios -y ella en el recuerdo grandioso de su vida y de sus ejemplos inmortales continúa diciéndolo- amarlo mucho para dedicarse al prójimo y, en el prójimo amar a Dios; amar al prójimo y, por amor a Dios, ir en su ayuda, en alivio de sus miserias y necesidades más dolorosas. He aquí la nota dominante de la caridad.

DÓNDE OBTUVO ESTE MATIZ TAN EXACTO, GRANDE, PERFECTO DE CARIDAD Y MISERICORDIA.

No es difícil ver dónde la Sierva de Dios obtuvo este matiz tan exacto, grande, perfecto de caridad y misericordia que imprimió a su vida. Había estudiado muy bien las lecciones de caridad y misericordia que el mismo Nuestro Señor Jesucristo se encargó de darnos, tanto que siguiéndola en estos admirables caminos, Nos parece que sería útil a todos entrar en esta escuela de Dios y escuchar del divino maestro este tema, ya que se nos ofrece la ocasión.

En primer lugar, hay que considerar el tono que el Divino Redentor da a la ley de la caridad. La caridad es precepto suyo, el precepto nuevo. Se diría que no vino al mundo sino para esto. Bajó a la tierra para cumplir y observar todas las leyes: "No vine a abolir la ley, sino a darle cumplimiento". Pero por encima de ellas, quiso darnos un precepto del todo suyo, es decir el que lo apremia, el que debía practicarse según sus propias indicaciones. Y de aquí por qué nos da El mismo el sentido, el modo de cumplir dicho precepto de practicar la caridad: "Que os améis mutuamente, así como yo os he amado", viviéndola como Yo la he practicado con vosotros: "Como yo os he amado". La creatura nunca hubiera osado apuntar tan alto: amar al prójimo, amarnos entre nosotros de la misma manera como Jesucristo, Divina Caridad Encarnada, nos ha amado a todos; ¡y sabemos en qué forma! Pero el corazón del Divino Maestro así pensó, sintió, realizó la caridad.

Hay todavía una perfección más en la, manifestación de la caridad, en el pensamiento de la Divina Misericordia: es la perfección en su práctica como El la, entiende, la propone, la comunica cola una solemnidad única en toda su enseñanza durante la vida mortal. No hay, en efecto, aspecto más destacado en su mensaje, pues nos indica el punto y la altura a alcanzar, es decir, hasta donde debe llegar nuestra caridad. Casi al comienzo del Evangelio de San Mateo, Jesús dice a sus apóstoles la frase admirable: "QUIEN A VOSOTROS RICIBE, A MI ME RECIBE", quien os trata bien, a Mí me trata bien. El Divino Maestro se identifica aquí con sus discípulos, con sus apóstoles. Se podría pensar que estos eran solamente los privilegiados de su corazón, sus amigos: "VOSOTROS, EMPERO, SOIS MIS AMIGOS". No, esa identificación con la persona del Divino Maestro, del Dios de la Misericordia, de la caridad, no fue privilegio de nadie, es el tesoro de todos sin excepción.

LA LECCIÓN DEL DIVINO MAESTRO

El Rey inmortal de los siglos, cuando descubra el misterio, el ultimo día en el juicio universal, aplicará su enseñanza con una solemnidad única. Hacia el final del Evangelio de San Mateo, el Divino Maestro, futuro Juez de la humanidad, para anticiparnos la defensa de los justos, sus fieles servidores, en el juicio universal, evoca a grandes rasgos aquella escena suprema. El Hijo del Hombre, el Divino Redentor desciende del cielo y se sienta en su trono sublime, en medio del género humano convocado ante Sí. Se abre el juicio y, vuelto hacia los justos, pronuncia aquella sentencia: "Venid benditos de mi Padre. tomad posesión del Reino que os está preparado desde el origen del mundo; venid los que me habéis dado de comer cuando tenía hambre, de beber cuando tenía sed; que me hospedasteis cuando era peregrino; me vestisteis cuando estaba desnudo; me consolasteis cuando enfermo, me visitasteis cuando preso. Venid, benditos, conmigo".

En este momento desaparece el marco y queda, en cambio, delineado el cuadro de la caridad, no el de la justicia sino el de la misericordia. Parecería que todo este grandioso escenario tuviera por objeto atraer la atención a este supremo mandato que en nada puede competir con los otros preceptos. Y luego, ante la invitación del Juez Divino, los justos preguntarán: "¿Cuándo, cómo hemos hecho esto, Señor?" "Cuando lo hicisteis a uno de mis más pequeños hermanos, a Mí lo hicisteis". -Los llama hermanos, identificándolos con su propia Persona Divina-. Por el contrario, serán objeto de maldición eterna, aquellos que no hicieron cuanto debían al Divino Juez, en la persona de sus hermanos más pequeños: ... no me habéis dado de comer, de beber, no me habéis hospedado, vestido, consolado, visitado . . . ¡Id, malditos!

Verdaderamente, no podría haber presentado con mayor solemnidad esta enseñanza. Es el Juez Divino que evoca, mejor aún, que anticipa esta escena de inmensa grandeza, de inmensa alegría del fin del mundo, como también de tremendo horror; de felicidad y de desesperación, para hacer triunfar este su pensamiento: que la caridad debe practicarse con el prójimo, identificándolo con su misma Divina Persona.

LA LECCIÓN DE MARÍA JOSEFA ROSSELLO

Aquí está el secreto de la santidad, el secreto de la caridad, que tanto enriquece a la historia de la Iglesia. Así es como todos los santos, y con ellos la venerable Sierva de Dios, María Josefa Rossello, nos imparten su lección.

Amante de los pobres, de los miserables, ]]las afín, de los más abandonados, la Venerable veía en ellos la Persona de Jesucristo; la veía presente en los necesitados. Al socorrer las miserias, sentía posar las acciones, los afectos de su corazón, los gestos de sus manos y los beneficios de su caridad en el Corazón Divino del Redentor.

Aquí está la explicación de todos los milagros que la caridad de Cristo obra en el mundo. Y de aquí surge un pensamiento que nunca profundizaremos suficientemente: No tenemos razón cuando creemos y pensamos que nuestra paciencia, misericordia, compasión por las miserias del prójimo tienen un límite legítimo. Verdaderamente, si esto pensamos, no tenemos razón, porque, ¿cuál es el límite? Lo indica Cristo mismo, Divino Rey de las Misericordias, al hablar del bien realizado al menor de sus hermanos, declarando que lo considera como hecho a Sí mismo: "A MI ME LO HICISTEIS".

SAN JOSÉ, PADRE DE GRAN CARIDAD

Pero no debemos olvidar, queridísimos hijos e hijas, otro pensamiento, recordado por la Venerable Madre Rossello y el Decreto leído. Al convite de caridad, gracia y misericordia, fue llamado el querido San José, padre de gran caridad y padre de toda la Iglesia. Su nombre representa otra gran enseñanza solemne, inmensa, que Jesús nos quiere dar cuando anticipa la descripción del juicio universal; un mensaje que señala viva y oportunamente San José, porque será esa su particularidad. Junto con María -la Reina de los Santos, que los supera inmensamente a todos-, la particularidad en aquel último día, será no decir nada, no responder, no poder replicar, interrogando sobre la suprema constatación del Divino Juez, porque cuando el Señor dé explicación del premio eterno de los justos, San José será el único que no responderá con sorpresa. Se ha pensado y dicho muy bien que, en medio de aquel estupor general, permanecerá sin asombro. El se hallará en la más tranquila luz de la verdad vivida y experimentada. A las afirmaciones del Hijo de Dios, cuando le recuerde que tuvo hambre y le dio de comer, sed y le dio de beber, sin ropa y lo proveyó, responderá: Es verdad, Señor. Magnífica consideración esta, a la que nos lleva la gran lección. Reflexión deliciosa sobre las relaciones de San José con el Redentor, porque en ese día supremo recibirá una gloria singular reservada solo a él y proclamada ante el mundo.

¿Qué nos queda, pues, sino encomendarnos de un modo especial a este Santo, único, entre todos, en gloria y relación con Nuestro Señor Jesucristo y con María Santísima, custodio de su virginidad y de la divinidad de Jesús, proveedor en sus necesidades; defensor en todos los peligros y dificultades?

Solo nos resta encomendarnos a él y obtener para todos que el Dios de caridad y misericordia, que tuvo singulares relaciones con San José, acompañe, amadísimos hijos, con sus bendiciones, favores y misericordias, las bendiciones que Nos queremos impartiros de todo corazón.

Nuestras bendiciones os acompañen en toda vuestra vida cristiana y, especialmente, en la vida religiosa a vosotras, afortunadas Hijas de la Venerable Madre Rossello, de quien habéis heredado las obras, el espíritu, el pensamiento, los sentimientos. Sed también vosotras, como ella, una personificación activa y eficaz de la caridad y de la misericordia de Dios.