CARTA APOSTÓLICA
EN LA BEATIFICACIÓN DE
SANTA MARÍA JOSEFA ROSSELLO

Carta apostólica con la que será proclamada Beata, la venerable Sierva de Dios María Josefa Rossello, terciaria franciscana fundadora de la Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia.


SS PÍO XI EN PERPETUA MEMORIA

"La tierra está llena de la misericordia del Señor y particularmente abundante es su misericordia con aquellos que lo invocan; porque Él mismo es gloria de la virtud de quienes caminan en la luz de Su rostro y transitan sus senderos"

Confiada en esta divina misericordia María Josefa Rossello con fortaleza heroica superó cada adversidad, se estimó a sí misma en nada, mostró con los hechos el poder de Dios que la sostuvo con su misericordia y se manifestó en el Instituto Religioso fundado por ella para socorrer tanto a la instrucción de las niñas, especialmente las más abandonadas, como al cuidado de los enfermos.

Tomó el nombre de Nuestra Señora de la Misericordia, porque la Beatísima Virgen Madre de Dios, no sólo es fuente perenne de gracia sino que ella misma es maestra y dispensadora de Misericordia. En consecuencia debían ser las Hijas de su Instituto quienes soliciten continuamente ayuda y gracias a la Madre de Dios y al ser fieles seguidoras de tan grande Madre de Dios, cumplirán con mayor facilidad las obras de misericordia que les confíen.

La Sierva de Dios nació en Albisola Marina de la Diócesis de Savona el 27 de mayo de 1811. Fue bautizada el mismo día de su nacimiento con el nombre de Benita.

Sus padres auténticos cristianos poseían en su casa una pequeña fábrica de vasijas de barro cocido. De ellos recibió las primera nociones de religión y desde sus más tiernos años se destacó por la piedad y por sus costumbres dignas de ser imitadas.

Cuando contaba con un poco más de siete años se sentía muy feliz ayudando a los más pobres, reuniendo a las niñas de su edad para rezar el Santo rosario, en orientarlas al bien y alejarlas del mal, acercarlas a la Iglesia y exhortarles para que reciban los sacramentos.

Más adelante, en su juventud manifestó el deseo de servir al Señor en alguna Comunidad Religiosa, pero por causa de su falta de dote o por su escasa salud tuvo que postergar este deseo. Durante este tiempo profesó la Regla en la Tercera Orden de San Francisco, la observó de manera ejemplar y mantuvo su vocación con la oración y las prácticas religiosas. Dedicaba su tiempo en la realización de las tareas del hogar y acompañando a un matrimonio savonés que deseaban permaneciera junto a ellos como a una hija y a quienes siempre les agradeció.

Benita renunció a las cosas mundanas, castigó su cuerpo con mortificaciones y ayunos. Fue incansable en las ocupaciones familiares y en la oración, volviendo siempre el pensamiento a Dios para ser santa en cuerpo y en espíritu con verdadero deseos de perfección cristiana.

El 10 de agosto de 1837 puso finalmente las bases de su Instituto, no sólo con la aprobación, sino también con la ayuda del Obispo que regía la Iglesia de Savona en esa época.

La Sierva de Dios con el propósito de socorrer a las necesidades espirituales de las niñas se reunió con tres compañeras en una modesta casita alquilada con la ayuda de benefactores. Comenzó valientemente su trabajo bajo la potente protección de la Santísima Virgen de la Misericordia (su imagen en Savona ya fue venerada por el Sumo Pontífice Pío VII, nuestro predecesor de venerada memoria pocos años antes de ser coronada) y de su purísimo esposo San José, por su fiel devoción a Madre de Dios y su esposo; cambió el nombre de Benita por el de María Josefa.

"Como el grano de mostaza cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas del mundo, pero una vez sembrada llega a ser el mayor de todos los arbusto y tiene grandes ramas, de modo que los pájaros del aire se posan en él y se albergan bajo su sombra" (Mc. 4, 31- 32) de la misma manera la pequeña familia religiosa instituida por la Sierva de Dios, creció de manera admirable. En efecto en cuarenta años ella misma pudo fundar en Italia, en Sudamérica cerca de setenta casas del Instituto y proveerles todo lo necesario.

Para cumplir su obra tuvo que afrontar las graves dificultades que se le presentaron. En muchas oportunidades no fueron comprendidas las virtudes de la Venerable Sierva de Dios pero su espíritu de obediencia y el amor de la Hijas hacia la queridísima Madre que continuamente la alentaban en silencio o de viva voz le ayudó a continuar en el camino hacia la perfección.

Posteriormente María Josefa recibió con gran veneración las Santas Reglas y el Hábito religioso de manos del Obispo de Savona.

Durante los últimos años de su vida se sintió atormentada por una grave enfermedad. Con amor entrañable condujo hasta su muerte al Instituto de la Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia el cual sin ninguna duda dio una respuesta acorde con los fines establecidos.

Cuando en los comienzos del Instituto azotó a la Liguria una epidemia mortal, las Hijas de Nuestra señora de la Misericordia -por iniciativa de la Madre María Josefa- no escatimaron esfuerzos día y noche, para aliviar los dolores de tantos enfermos. De igual manera se brindaron para servir en muchos hospitales.

Con el propósito de que el rebaño de Cristo sea formado en la Fe, la Venerable Sierva de Dios fundó muchos Hogares de niñas, de niños, colegios y escuelas.

A sus hijas les recomendó especialmente y con mucha insistencia que se ocupasen del florecimiento de estas obras, y sus hijas siguieron fielmente el precepto de la Madre de manera que hasta el presente han demostrado sus abundantísimos frutos tanto para la Iglesia como para la sociedad. Estos copiosos frutos fueron creciendo por el gran celo de la Venerable María Josefa.

En efecto en la conducción del Instituto se mostró siempre como madre vigilante, sobre todo fue solícita por la formación sólida de quienes servirían al Señor y luego de formarlas las recibía en el Instituto aún cuando fueran pobres y les faltara dote. Las orientaba en el cumplimiento de las Santas Reglas y ellas misma las observaba sin permitir que la dispensara ni aún cuando se encontraba enferma.

Se mostró siempre como maestra de virtudes. Resplandeció en ella la pureza virginal, la humildad profunda, la prudencia perfecta, la preocupación constante por acercar las almas a Dios, la fortaleza en la adversidad, el amor a la pobreza evangélica, la gran confianza en la Divina Providencia.

Acrecentó todas las virtudes, pero especialmente la preciosa virtud del amor a Dios y al prójimo y se entregó totalmente por la salud del alma y del cuerpo de la humanidad sufriente.

Es ciertamente hermoso recordar su celo por favorecer a las vocaciones sacerdotales y la ayuda prestada espontáneamente y con alegría a la Obra del rescate de las niñas africanas.

Encendida por un gran ardor hacia la Pasión del Señor, a su Santísima Madre honraba especialmente a su castísimo esposo. Veneró al Angel Custodio, a San Juan Bautista, San Vicente de Paul y a los patronos de su obra.

Finalizada su apostólica vida y afectada de una larga enfermedad la Sierva de Dios terminó su activísima y religiosa vida en la Casa Madre a la edad de sesenta y nueve años, el día 7 de diciembre de 1880, en la vigilia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Virgen.

Su cuerpo acompañado de muchos conciudadanos de distintas clases sociales, fue sepultado en el cementerio local, y posteriormente trasladado a la Casa Madre del Instituto en Savona. Fue colocado en el jardín en un templete circundado de cipreses, posteriormente al reconocimiento llevado a cabo regularmente en 1917, el cadáver fue piadosamente colocado junto al Altar mayor de la Capilla de la casa, en el lugar preparado por las hijas, para su delectísima Madre.

Por la fama de sus virtudes, con la que la Sierva de Dios fue señalada todavía en vida y también por los extraordinarios prodigios realizados después de la muerte se decía de ella que Dios confirmaba la santidad de su Sierva.

Iniciados y jurídicamente cumplidos los procesos diocesanos se comenzó a tratar por la Sagrada Congregación de Ritos, la causa para conceder a la Sierva de Dios el honor de la Beatificación. Es así que en un Decreto promulgado el 23 de julio de 1924 nosotros mismos suscribimos de nuestra mano la Comisión de introducción de la causa. La cual apenas introducida, superaron las dudas menores, avanzó tanto que de inmediato se comenzó la discusión en torno a las virtudes de la Venerable Sierva de Dios María Josefa Rossello, que Nosotros aprobamos y dijimos el 19 de marzo de 1936 que está adornada y dotada de carácter heroico.

Esta situación se relacionó con los dos milagros que se expresaron cumplidos por Dios por intercesión de la Venerable, luego las dos Congregaciones, (esto es la antepreparatoria y después otra Congregación general) que se realizara en Nuestra presencia el 5 de abril del presente año, luego de haber examinado con severo juicio todas las cuestiones, Nosotros el día 10 del dicho mes, precisamente el Domingo de ramos, hemos declarado solemnemente que los milagros propuestos son ciertos y que se puede proceder a posteriori.

Una vez público el juicio en torno a las virtudes heroicas y a los milagros, quedaba aún por discutir si se podía incluir con seguridad entre los Beatos del cielo a la Venerable Sierva de Dios.

Este planteo fue presentado por Nuestro Dilecto Hijo Rafael Carlo Rossi, Cardenal de la Santa Iglesia romana, actual relator de la causa, en las Comicios generales llevados a cabo en Nuestra presencia en el Apostólico Palacio de Castel Gandolfo el 10 de mayo del año en curso, encontrándose presente tanto los Cardenales como los Consultores de la Sacra Rota, quienes dieron respuesta afirmativa con consenso unánime.

Nosotros en un acontecimiento de tanta importancia manifestamos Nuestro pensamiento, luego de pedir ayuda al Padre de las luces con incesantes oraciones. Finalmente el 26 de mayo, día de la Sagrada Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, celebrado debidamente el sacrificio Eucarístico en presencia de Nuestro hijo dilecto Cardenal de la Santa Romana Iglesia Don Camilo Laurenti de venerada memoria que en esa oportunidad fue designado por la Sagrada Congregación de la Rota y por Rafael Carlo Rossi Cardenal de la santa Romana Iglesia relator de la causa y de los hijos dilectos Alfonso Carinci, Secretario de la Congregación de Ritos y de Salvatore Natucci, Promotor General de la Santa Fe, solemnemente decretamos la posibilidad de proceder con seguridad a la beatificación de la Venerable Sierva de Dios María Josefa Rossello.

En conclusión: coincidiendo los deseos del Instituto de las Hijas de Nuestras Señora de la Misericordia, con Nuestra autoridad Apostólica, por medio de la presente carta, concedemos que la Venerable Sierva de Dios María Josefa Rossello de la Tercera Orden Franciscana, fundadora del Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, conviene en declararla con el nombre de Beata y tanto su cuerpo como su reliquia pueden ser expuestos a la veneración pública de los fieles, (no ser llevados en precesión) y permitir que la imagen de la Sierva de Dios lleve aureola. Por otra parte concedemos que cada año se celebre la Misa y se recite el Oficio propio de las Vírgenes con lecturas y oraciones propias aprobada por Nosotros.

De igual manera en la Diócesis de Savona en la que nació la Sierva de Dios y pasó de esta vida a la eternidad en las Iglesias y en las capillas y en cualquier parte donde se encuentren erigidas su imagen pertenezcan al Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia o pertenecientes a la Orden de los Hermanos menores y por todos los fieles que se encuentran obligados a recitar las horas canónicas y para aquellos que celebran la misa tanto sacerdotes seculares como religiosos que se encuentren en Iglesia y Capillas donde se celebre esta fiesta.

Concedemos finalmente que la Solemne ceremonia de la Beatificación de la Venerable Sierva de Dios María Josefa Rossello, Fundadora del Instituto de la Hijas de Nuestra señora de la Misericordia, sea también celebrada en la Diócesis de Savona y en la Iglesia y capillas en que se recordarán en el día indicado por la autoridad competente en el año de la celebración de la misma ceremonia en la sacrosanta Patriarcal Basílica Vaticana.

Deseamos que la copia de esta Carta sea impresa y suscripta por el secretario de la Sagrada Congregación.

Dado en roma, San Pedro, sobre el anillo del pescador, el día 6 de noviembre del año 1938, décimo séptimo de Nuestro Pontificado

Cardenal Eugenio Pacelli- Secretario de Estado