RASGOS SUBLIMES
DE SU VIDA Y DE SUS VIRTUDES
 

El día martes siguiente a la canonización - 14 de junio de 1949 - en horas de la tarde, el Santo padre Pío XII concedió una solemne audiencia a las delegaciones y a los peregrinos congregados en Roma con motivo de la canonización de Santa María Josefa Rossello, Fundadora del Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, la Audiencia se realizó en la sala de la Bendiciones.

En el estrado se encontraban SS.EE. Rev. Monseñor Pacifico Giulio Vanni, Arzobispo de Sian: Mos. Igino Nuti, Obispo tit. di Pupiana; Giovanni Battista Parodi, Obispo de Savona; el Ministro general de los Hermanos Minores, Rvmo Padre Pacifico Perantoni; con todos los miembros del Definitorio General; el Postulador Revmo Padre Fortunato Scipioni, O. F. M.; la Rvda. Madre General de las Hijas de Nuestra señora de la Misericordia Sor Vicenzina Vattuone, con el Consejo General y todas las Provinciales de Italia, Estados Unidos, Argentina, Brasil, etc. convocadas en Roma por el Capítulo General del Instituto y otras mucha personalidades eclesiásticas y laicales.

Muchísimos fieles colmaban no sólo la Sala de las Bendiciones sino los Salones Regio y Ducal junto a innumerables alumnas de los Colegios dirigidos por las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia.

Las Palabras del Vicario de CRISTO trazó una completa síntesis de la vida y virtudes de la nueva Santa.


"Sería difícil, amados Hijos, al describir la figura moral de vuestra Santa Madre, querer sacar a plena luz su aspecto característico, sin correr peligro de dejar en la sombra los demás rasgos de su fisonomía. La primera cualidad que, sin duda, se presenta a la mente, cuando se habla de la Santa, es la que Ella misma escogió, entre los atributos de la Santísima. Virgen al tomar el hermoso nombre de Hijas de Ntra. Sra. de la Misericordia. Nada más justo, puesto que la misericordia inspiró e informó toda su actividad. Pero si no se considerasen más que las manifestaciones externas, se correría el riesgo, ante su variedad y esplendor, de no penetrar hasta el foco íntimo del cual irradiaron.

AMOR A DIOS, AMOR A LOS HIJOS DE DIOS

Este foco es la caridad: caridad, virtud teologal, amor único en su doble objeto: Dios y el prójimo; caridad, que todo lo abraza, en su amplitud sin límites; caridad generosa, que le hacía apurar todos los medios de que la dotara, con liberalidad, la Providencia. Nada en verdad le faltaba: ni los dones de naturaleza ni los de la gracia; unos y otros, iluminados por la experiencia personal y el dolor, fecundados por la oración y la constante unión con Dios, con los Santos, con la Reina de todos Ellos, la Madre de Misericordia.

Amar a Dios en su adorable majestad y en su paternal bondad; amar también su imagen, en la miseria de sus criaturas; he aquí lo que da a la caridad el sello particular de la misericordia.

Ver a Dios, Autor, Creador y Padre, desconocido e injuriado por sus propias criaturas; ver en ellas la imagen de Dios manchada, profanada, desfigurada por el vicio y el pecado; ver a los hijos de Dios padecer, abandonados, mancillados por el contagio del mal; ver a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, ignorada, despreciada, odiada; todo esto despedazaba el corazón de María Josefa Rossello y la impulsaba irresistiblemente a procurar a todos el oportuno remedio, puesto que el sentimiento de la misericordia sería vana lisonja y estéril ilusión si no se tradujera en actos; vale decir, en el don de sí mismo, tanto por la oración y la penitencia como por el trabajo y las obras.

Ahora bien, en vuestra Madre encontramos en grado eminente esa íntima unión de la contemplación y la acción. ¿Cómo ha podido una mujer realizar tan perfectamente en sí misma el ideal de Marta y María, sin que jamás fuera una obstáculo de la otra; antes al contrario, vivificando y fortaleciendo la una mediante la otra? Para eso, Ella debió ser admirablemente dotada de excelsas cualidades y heroicamente Santa.

MULTIPLICIDAD DE OBRAS EN LA MAGNÍFICA UNIDAD DE LA CARIDAD UNIVERSAL

Lo que en ella aparece a primera vista es la actividad exterior; actividad que atrae las miradas del incrédulo y del indiferente no menos que las del cristiano; pero a través de tal actividad se puede descubrir y adivinar el foco encendido en el secreto del corazón.

Las obras de nuestra Santa, creciendo en número y variedad, adquirirán una prodigiosa extensión; su familia religiosa, sin detrimento de su consolidación, aumentaba con extraordinaria rapidez. Es como para dejar desconcertado, la vista de los trabajos y de las instituciones tan diversas, y no obstante tan armonizadas, en la magnífica unidad de la caridad total. ¿Qué cosas en efecto, más desemejantes entre sí que los asilos para la infancia abandonada, la educación de las niñas de todas las clases sociales, la casa de los clérigos, los hospitales, los refugios para arrepentidas e indefensas, el cuidado de los ornamentos sagrados para el culto, las fundaciones en América, la obra de rescatar de la esclavitud a las morenitas? Añádase el celo incesante con que se preocupa de la formación de sus Religiosas, tanto y más aun que del afianzamiento y estabilidad material, económica, administrativa, moral de las casas que se multiplican y engrandecen con maravillosa celeridad. Ella se traslada continuamente de un lugar a otro y causa la impresión, nada menos, que de estar presente, a un tiempo, en todas partes. A todo provee; y dirige con el mismo acierto y maestría los trabajos de los arquitectos y albañiles como de las enfermeras y docentes. La enfermedad le impide trasladarse a la Argentina, donde su Instituto se implanta y difunde felizmente, pero mantiene constante correspondencia con sus hijas lejanas, siguiendo atentamente los progresos en la perfección religiosa y en el espíritu propio de su vocación, y dando simultáneamente oportunas instrucciones para el gobierno de las casas y para el orden temporal.

Sabe adaptarse a todas las circunstancias, a todas las condiciones, a todas las exigencias, sin dejarse turbar por ninguna contrariedad; ni cuando se impuso a las maestras la obligación de rendir exámenes para conseguir el diploma, ni cuando debieron someterse a la enseñanza de la gimnasia. Ella toma las medidas más sabias y prácticas para capacitarlas en el desarrollo de los programas, sin menoscabo de su vida espiritual y de su profesión religiosa.

Y no se piense que la Santa cumple toda esa inmensa labor superficialmente o de lejos, de una manera general trazando solamente las líneas fundamentales, indicando los grandes principios y dejando a los demás el cuidado de determinar los detalles y resolver las dificultades de la ejecución. ¡Todo lo contrario! En la fundación y marcha de las nuevas casas y obras –que cada año veía surgir en buen número- Ella acompaña y aun precede a sus Hijas, y trabaja con ellas, hasta que todo se encamine y marche normalmente. Muchos otros, obrando así, hubieran podido correr riesgo de ser o parecer molestos, de estorbar la actividad de los demás; Ella, no. Así como el alma no impide los movimientos del cuerpo, Ella guía y, guiando, forma. Posee, de una manera particular, el don de discernir y de preparar sabiamente a las futuras Superioras: de una joven Hermana, juzgada inepta por otros, la Santa hace en poco tiempo, una Superiora de gran valor.

ADMIRABLE EQUILIBRIO DE DOTES

Todo esto es lo que aparece exteriormente: pero claro está que, para actuar en esa forma, se requiere, aun en el orden puramente natural, una dosis no común de cualidades y dotes admirablemente equilibradas. Vuestra Fundadora las poseía. Sus facultades se hallaban egregiamente desarrolladas y armónicamente coordinadas: la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad, en toda su actividad, disponen y combinan su respectiva cooperación según las más justas y felices proporciones. De ahí se sigue que en la práctica cotidiana, se manifiesten en las formas más variadas y sin que una atenúe el brillo de la otra, aquellas virtudes que se titulan cardinales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza. De modo que las facultades y virtudes intensamente cultivadas por la Santa, en su acción y concurso, se encuentran siempre unidas con tal perfección que no se podría determinar la parte de cada una separadamente de las otras.

A primera vista, la Santa Madre descubre una necesidad y, de inmediato, concibe la obra con que llenarla; capta el valor de una propuesta y su alcance; considera los medios de resolver los problemas y dificultades que se presentan; discierne a qué personas, de cualquier grado o condición, conviene recurrir y la parte que corresponde a cada una. Ella no se queda sólo con hermosas concepciones y magníficos proyectos: no es menos realista que idealista. Apenas ha tomado una determinación, emprende valientemente la obra, dando con su ejemplo, impulso a los demás. Cuando imparte órdenes a sus Hijas, cuando suplica o informa a sus superiores eclesiásticos, cuando da prisa a sus bienhechores, cuando presenta sus condiciones y hace valer sus derechos ante las autoridades civiles, se conduce siempre con una fortaleza y una dulzura, con un tacto y una delicadeza tales, que triunfa de todas las resistencias y vacilaciones, que obtiene todos los socorros, que vence o evita todos los obstáculos. Nunca se deja abatir ni sobresaltar por las dificultades; no se turba ante una tentativa fallida ni se desconcierta ante una primera repulsa. En cuanto a sí, nunca niega ella nada a nadie; y si en algún caso raro se ve obligada a una negativa, pronto lo resarce, dando más de lo que se le pedía.

SU VIDA SOBRENATURAL: SECRETO DE SU GRANDEZA

Pero todos los dones y virtudes naturales de que estaba ricamente dotada, no bastan para explicar, ni remotamente, la plenitud de su obra, su ardor y al mismo tiempo su calma e imperturbable serenidad; la naturaleza ha sido sobrepujada en mucho; ¡es en su vida sobrenatural donde hay que buscar y leer el secreto de su grandeza!

No tenía sino un solo deseo: el de santificarse, ser útil a los pobres e impedir los pecados que tanto mal causan en el mundo. En todas sus palabras y en todas sus acciones se proponía como único fin la gloria de Dios y el bien de las almas.

No obstante su actividad exterior, Ella estaba siempre en oración; y será más exacto decir que, de esta oración continua dimanaba precisamente, como de purísimo origen, su actividad exterior. En todas las cosas procedía con prudencia y fortaleza; pero no se apoyaba en ellas principalmente, antes bien, forzando un poco la expresión –sin quitarle su lugar en su conducta- ella decía que "la prudencia humana no sirve; dejadla a los hombres". En realidad, aunque utilizase y tuviese en cuenta los medios humanos, no ponía en ellos su confianza y no se servía de ellos sino como instrumentos de Dios.

Consultaba a personas sensatas y competentes; rezaba y hacía rezar; y luego, ¡adelante! En las resoluciones a tomar, en las dificultades a vencer, Ella se dirigía a la Providencia Paternal de Dios, a la Santísima. Virgen, Madre de Misericordia, a San José, que constituyó, desde su adolescencia, en su Protector, Administrador y apoyo en toda circunstancia. Fuerte, con el sostén de tan grandes amigos, Ella avanzaba sin debilidad, sin vacilación, sin temor, y jamás su confianza quedó defraudada, salvo en aquellos casos que fueron necesarios para demostrar su solidez y constancia. Aun entonces se mostró siempre ecuánime, sobrellevando la gravedad de las pruebas, que no le faltaron en el curso entero de su camino terrenal.

LAS PRUEBAS DE SU CAMINO

Si la pobreza, desde la infancia, le había hecho sentir las austeridades de la vida; si el trabajar por los demás fue, para ella, leve; el ver cerrársele, por falta de la más exigua dote, las puertas del Instituto religioso a las que llamara para seguir su vocación, fue la prueba grande que debió sufrir por la aparente contradicción de Dios que, al mismo tiempo la llamaba y la alejaba. Pero no, Dios no la alejaba. Dios continúa atrayéndola y la conduce a su fin, pero por otro Camino. El grande afecto de la señora que la amaba entrañablemente como a hija, trata de retenerla, con la bondad, con las promesas, con los reproches; mas se aparta de ella y al apartarse, atrae sobre su delicado corazón el cargo de ingrata.

¡Qué sufrimientos, qué trabajos, qué fatigas, cuántas contradicciones de todas partes debió soportar en la fundación de su Congregación religiosa, en el doloroso nacer de casi todas sus obras y casas! Apenas tiene tiempo de alegrarse y agradecer a su querido San José por la favorable iniciación y la firmeza de los primeros pasos, cuando nuevos peligros, nuevas oposiciones, amenazan su estabilidad. Sus más santas intenciones en servicio de la Iglesia y de las almas, despiertan sospechas. Una vez, la enfermedad azota a sus hijas de la comunidad de Savona y, como si la cruz no fuese ya bastante pesada para la Madre, la malignidad de los adversarios o la ceguera de los amigos y bienhechores hacen caer la responsabilidad sobre sus espaldas. Su alma agoniza, su corazón está destrozado; los dolores físicos aumentan, las penosas crisis cardíacas se hacen cada vez más graves y frecuentes; sólo su espíritu permanece vigoroso e invencible.

Esta mujer que "no podía estar jamás inactiva", incapaz ahora de moverse, continúa igualmente trabajando, obrando, gobernando siempre, en la oración y el sufrimiento. El amor, que sobrepuja sus fuerzas, sostiene su valor; Ella resiste hasta el fin y sucumbe, victoriosa, en la brecha.

MIRADLA, PEDIDLE, IMITADLA

¡Qué Madre la vuestra! ¡Qué santa! ¿Qué podremos deciros aun ante Ella?, ¿qué podremos recomendaros, para concluir, sino: ¡MIRADLA!, ¡PEDIDLE!, ¡IMITADLA!

Fieles a sus ejemplos y enseñanzas, amados Hijos, atraeréis sobre vosotros, sobre vuestras obras, sobre las almas confiadas a vuestra solicitud, las más abundantes gracias del cielo, en prenda de las cuales Os impartimos con toda la efusión de nuestro corazón, la Bendición Apostólica."

S.S. Pío XII, 14 DE JUNIO DE 1949