|
Mi
sueño hecho realidad
Margarita es una mujer con mucho dinero, trabaja en una
gran tienda de alta costura. Siempre tiene mucho trabajo, pero
es feliz, tiene grandes amigos y clientes muy valiosos, hace
trajes de novia, de noche.... pero no siempre ha sido así...
Ella os va a contar su historia.
Mi nombre es Margarita, nací en Chile,
en un pequeño y humilde pueblo cerca de la capital, Santiago
de Chile. Era una mujer muy pobre, no pude estudiar porque desde
los 12 años tuve que trabajar para sacar adelante a mis
papás, ya que mi papá sufría graves problemas
de corazón y no podía ganar suficiente plata como
para sacarnos de la enorme miseria en que vivíamos y
mi mamá no podía cuidarle todo el tiempo, porque
también debía trabajar mucho. Mi infancia fue
bastante dura, siempre igual, trabajar, trabajar y trabajar
para ganar un poco de plata, una milésima parte de lo
que se gana actualmente en un trabajo de España con un
contrato basura, pero aquello junto con lo que ganaba mi papá
y mi mamá era suficiente para poder comprar un litro
de leche, un kilo de arroz y una barrita de pan que debía
racionar para toda la semana para mis papás y mi hermano
pequeño. A pesar de eso era muy soñadora, soñaba
con trajes de alta costura hechos por mí, expuestos en
bonitos y grandes escaparates de centros comerciales como los
de la capital.
De pequeña me levantaba a las 5 y media
de la mañana, iba al mercado donde vendía lo que
encontraba: trapos, cuero, cinturones, toallas, latas... cualquier
cosa. Los trapos y ropa vieja los lavaba en el río y
los cosía para que parecieran otra cosa. Soñaba
que aquellas cosas viejas y sucias eran hermosos vestidos de
noche, de fiesta... que utilizarían las princesas, pensaba
cómo sería ser rico, trabajar en una gran tienda
de alta costura, hacer hermosos trajes que se posarían
en muchachas de pasarela... pero en seguida volvía a
la realidad con la voz de alguna señora qué decía:
- “¿Ese jarroncito de barro lo
has hecho tú, niña? ¿En cuanto me lo dejas?
Parece que está un poco roto, ¿no crees?”.
Yo no era costurera, era una simple trapera
que debía vender aquellos tejidos como fuese para lo
que, como decía mi mamá, no debía soñar
tanto. Volvía a las 2 de la tarde para hacer la comida
a mi hermano. Yo no tomaba leche, porque no había suficiente
y prefería dejársela a mi hermanito pequeño,
por no hablar de la carne, era imposible para mi familia comprar
un trozo de carne ya que era carísima. A las 3 salía
de mi casa para caminar durante dos horas y llegar a otro trabajo,
una granja pequeña de las afueras donde debía
limpiar la cuadra, el granero... Volvía a mi casa a las
12 de la noche hacía la cena para mi hermano, que fue
criado por mi abuela, y me dormía. Siempre lo mismo.
La situación era muy dura.
Pronto encontré marido y pensé
que con el dinero de ambos algo mejoraría, pero no fue
así, la situación estaba muy mal y no teníamos
para comprar comida y comer relativamente bien. A pesar de ello
tuve 2 hijos, una chica y un chico, que a poco también
tuvieron que trabajar para ayudar a la familia.
Mi papá empeoraba y no podíamos
permitirnos pagar un buen médico que le operara del corazón;
tuvo que dejar de trabajar. A los pocos meses murió en
el hospital central de Santiago de Chile. Mi mamá lo
pasó muy mal, lloraba todo el tiempo y prácticamente
dejó de comer. Adelgazó tanto que no se tenía
en pie, hasta que también murió.
Yo ya no podía más y por suerte
encontré una oferta de trabajo en España, como
servicio doméstico. Pero el problema seguía. Los
hombres que me proporcionaron el trabajo me pedían mucho
dinero por traerme a España. Yo de todos modos accedí,
¿qué otra cosa podía hacer?
Llegué a España en una avioneta
muy pobre con mucha gente como yo, de Chile, Perú, Bolivia...
Yo nunca había viajado en avión, era muy inestable
y estaba bastante asustada. La gente además hablaba sobre
qué pasaría si caíamos. Creo que me pasé
todo el viaje rezando. Al llegar al aeropuerto, un hombre me
quitó mi dinero excepto 40.000 pesetas para que pudiera
pasar los controles, lo que supuestamente debía usar
para mi estancia de dos semanas en España, pero al cruzar
la aduana otro hombre se llevó el dinero. Realmente me
lo habían dejado sólo para poder pasar la aduana
y lo de la oferta de trabajo tampoco era cierto, claro.
Al fin estaba en España, aunque sin
dinero, ni lugar donde dormir, sin familia ni amigos... Por
suerte una señora chilena, como yo, me dio una dirección
de una especie de asociación donde podían ayudarme.
Acudí allí sin dudarlo y me dijeron que había
un puesto de servicio doméstico en una casa y que tenían
una habitación que podía compartir con dos mujeres
ecuatorianas. Acepté, por supuesto, a pesar de que debía
pagarles 7.000 pesetas a la semana por cama y comida yo no tenía
nada.
Me puse a trabajar en la casa que me proporcionaron
y progresivamente encontré 4 casas más, por lo
que pude ir reuniendo dinero para pagar mi estancia en la asociación
y después con bastante tiempo pude ir pagando mi deuda
a aquellos desconocidos que me trajeron a España, “el
país de las oportunidades”.
Estuve 2 años para pagar la deuda a los hombres de los
que os hablado, los que me trajeron a España y después
comencé a ahorrar algo de dinero para mí, a parte
del que yo mandaba a mi familia.
Es curioso que en suramérica España
sea conocida como “el país de las oportunidades”,
gran paradoja porque realmente de oportunidades no está
tan bien provista como dicen. No es fácil encontrar trabajo,
no es fácil adaptarse viniendo en las condiciones en
venimos los inmigrantes. La gente en algunas ocasiones no es
tan amable como aparenta... Hay personas muy amables, pero también
encuentro en mi trabajo, servicio doméstico, otras que
no lo son, otras que me miran por encima del hombro, como diciendo
“¿qué haces aquí? Estás en
mi país y yo soy tu señora ” y éstas
no me tratan bien. No es nada sencillo ser un extranjero inmigrante
en España.
Hablaba con mi marido y con mis hijos dos veces
a la semana. La situación allí no cambiaba en
absoluto, mi hijo trabajaba como chapero y mi hija como costurera
en un pequeño mercadito del pueblo, pero ellos me agradecían
que me hubiera venido a España, decían que lo
poco que ganaban ellos y algo que yo les podía mandar
les hacía felices. Yo les contaba cómo era la
vida aquí, tan diferente de la que había vivido,
la comida sin tantas especias, la gente con ese acentito tan
diferente, (no era tan caluroso como el de América),
el trato que algunas personas me daban, tan poco afable... ¡Cómo
les echaba de menos! La voz de mi hija diciéndome que
había hecho un bonito vestido con una sábana vieja
que le cambió a una señora, la voz tan dulce de
mi hijo, mi marido diciéndome que todo saldría
bien... Me sentía muy sola y deseaba en todo momento
que estuvieran conmigo.
A la asociación venía casi todos
los días Sara, una chiquita jovencita, que nos traía
algo de ropa de vez en cuando, nos escuchaba cuando le decíamos
que no aguantábamos más, que echábamos
mucho de menos a nuestras familias... Nos hicimos muy amigas,
a ella también le gustaba mucho la costura e incluso
pudimos aprender un poco la una de la otra. Cada vez que venía
acabábamos hablando de los trajes que haríamos
incluso nos intercambiábamos bocetos.
Unos tres años después pude alquilar
un pequeñísimo local a medias con Sara, donde
pusimos una pequeña tiendita de arreglos de ropa: cogíamos
bajos, hacíamos ojales, cosíamos botones, puños,
cremalleras... Nos encantaba coser y lo hacíamos bastante
bien, aunque debo decir que esta chica, Sara, se esforzaba lo
que podía y mucho más por sacar el negocio adelante.
Era una chiquita estupenda, tenía mucha ilusión
por aumentar el negocio y se atrevió a hacer un traje
precioso que expuso en el escaparate, bajo el letrero que decía:
“ARREGLOS MAYSA”.
Ahora las cosas iban muy bien y pronto mi familia
tuvo el suficiente dinero como para pagarse un viaje a España,
aunque eso suponía venir sin nada, dejar todo atrás.
Se vinieron conmigo, mi hija me ayudaba en la tienda y esta
chica se portó muy bien, porque al hacerle un contrato
de trabajo a mi hija en la tienda hizo que pudiera acelerar
el proceso de que le concedieran sus papeles, y su hermano,
Ricardo, les hizo otro contrato a mi hijo y mi marido como jardineros.
Le debo mucho a Sara, me siento en deuda con
ella. Fue una de las primeras personas que conocí y la
única que me prestó una verdadera ayuda para salir
de la situación en la que estaba, la única que
me escuchaba y me aconsejaba sobre qué podía hacer,
qué haría ella en mi lugar.
En unos años la tiendita creció,
los clientes aumentaban y la demanda nos permitió mudarnos
a un local más grande, donde con el tiempo dejamos de
hacer arreglos para comenzar a hacer vestidos, trajes... y más
adelante convertirnos en modistas de alta costura, nuestro actual
trabajo, MODA MAYSA . Mi sueño estaba hecho
realidad, vivía en España, con mi marido y mis
hijos, trabajaba en lo que siempre había soñado,
la moda de alta costura y mi situación era fantástica.
Y aquí sigo en un gran local, una gran tienda de alta
costura. Siempre tengo mucho trabajo, pero soy feliz, tengo
grandes amigos y clientes muy valiosos, hago trajes de novia,
de noche.... pero como habéis visto, no siempre ha sido
así.
¿Y qué pasó con mi hermano?
Bueno esa es otra historia. A los pocos meses de saber que mi
papá no iba a poder curarse, mi hermano desapareció,
se buscó la vida no sé cómo y a los tres
años, después de la muerte de mi papá,
me enteré que mi hermano estaba en Colombia, era un importante
traficante de droga. Fue lo último que supe de él,
algún día os contaré su historia.
rachel
* versione in lingua originale
|
|