¡Oh, no poder dar luz a las tinieblas,
voz al silencio,
que mi dolor cantara
el salmo del misterio!
¡Oh, no poder decir lo que se muere
en sagrado secreto,
antes de haber nacido,
en el sepulcro-cuna de lo eterno!
¿Dónde está vuestro aroma de ambrosía,
¡oh, flores del invierno!,
que antes de abrir al sol vuestras corolas
- ¡dulce consuelo! -
volvisteis a los campos
a que la Muerte baña con su riego?
¡Cantar lo que no cabe
ni en palabras ni en tonos es mi empeño,
y decirte, mi amor, aquí, al oído,
mi corazón entero,
con su ritmo, sin música, ni letra,
con todo su silencio!
Terrible es la palabra
y su poder, poder de mal agüero.
Muere en ella la idea cuando nace,
enterrada en su cuerpo,
como muere al dar fruto
del todo nuestro anhelo.
Que al tocarte mi fiebre en ti despierte
la fiebre de tu seno,
y se fundan así nuestros ardores
en un mismo deseo.
Calla, mi amor, cierra tu boca fresca,
que así te quiero;
donde dejó su huella la palabra
no anida bien el beso.
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