Verdaderos hombres (y otros animales)

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Nota: La respuesta de Laura a esta carta es: Su André: risposta a Veri uomini (e altri animali) de Alessandra, enviada a la mailing list cafè Jarjayes.

 

Una imagen que me quedó impresa, de André, entre tantas: aquella de su rostro silencioso y bellísimo, con los ojos serios, después de la sorpresa que se los abrió en un doloroso miedo pocos fotogramas antes, y los labios cerrados, mientras Óscar feliz corre donde Fersen, de retorno de las Américas, y él la mira, inmóvil. Una expresión impasible, en aquella inmovilidad absoluta, como si sólo quedándose inmóvil pudiese contener las reacciones que el corazón le estaba dictando, para no manifestarlas. Es un personaje complejo, André, complejo y profundo. Difícil, lleno de fuerza y de grandeza pero también de sombras, de silencios, de lados indescifrables. No es el clásico héroe de cuerpo entero: perfecto, todo virtud, sucesos, victorias, seguridades (en este sentido, quizá es Óscar la que corresponde más a aquel modelo, salvo tenerse que topar con una atroz falla, después. Pero esta es otra historia, y no menos importante). Y no es tampoco alguien que no se haya equivocado nunca, André.

 

Bueno, nunca lo he imaginado a él como el hombre perfecto. Muchas veces lo habría querido diverso, en el anime. Habría querido que se rebelase a su rol de amigo eterno, que tomase en mano las situaciones haciendo razonar a Óscar, que supiese hacer más, o mejor, para contrastar a Fersen en su corazón. Lo habría querido más fuerte, más luminoso, menos silencioso y difícil. He amado sus silencios porque sabía lo que había adentro, pero los he odiado cuando callaba mientras que sólo con hablar habría servido para salir del dolor. Y también a Óscar la he odiado por el mismo motivo, sí, es por esto. Habría querido que André alguna vez abatiese a Óscar con la espada y que no se hiciese herir en el duelo con el Caballero negro, y que no aceptase ponerse a combatir una Revolución ya casi ciego, con una mujer amadísima y apenas tenida y con una relación tan frágil, a punto de construir, todavía. Lo he odiado porque no debía morir, porque si hubiese sido un héroe de aquellos que a menudo el cine y no la vida nos describen él no habría muerto: Habría superado todo, la habría desposado, llevado lejos, hecho feliz finalmente, como deseaba sobre cualquier otra cosa y como ambos ameritaban, después de todo. No habría continuado siguiendo las órdenes de ella, aún después de que ella se hubiese convertido en su mujer, no habría seguido siendo un soldado como los otros obedeciéndole yendo contra su destino de muerte sin oponerse, si hubiese sido perfecto.

Esto, al menos, es lo que pensé por años sin tener el valor de confesármelo a mí misma, como una idea triste que te perseguía ni bien la ahuyentas, pero no te abandona, con todo. Por mucho tiempo me pregunté si de veras, de veras Óscar estaba enamorada de André. En este sentido comprendo también la opinión de quienes consideran que él haya sido una suerte de "segunda elección", para ella. Yo no lo pienso así, ahora, pero debo admitir que por mucho tiempo esta carcoma me ha atormentado.

No, no es perfecto, André, no. No lo es.

 

Fersen es perfecto, tan bello y capaz de hacer de inmediato brecha en el corazón de la mujer que ama. Y también en el corazón de Óscar, sin el mínimo esfuerzo. Condenado, sí, a no poder vivir su amor por la Reina plenamente, pero pleno de fascinación, también. Y también por esto. Una fascinación inalcanzable y maldita, en el fondo.

 

Alain es perfecto, porque es fuerte y sensible, porque esconde su profunda emotividad bajo una coraza ruda, porque tiene posturas claras cundo habla del mundo y de las cosas por hacer y de la injusticia; porque sabe tratar a Óscar de igual a igual y cuando hay necesidad de un cocacho[1] se lo da, como dice Elisa en su bellísima historia ("Alain"), publicada en este sitio; cuánto habría querido que André supiese dárselo, algún cocacho, a Óscar, en el momento oportuno. Si lo hubiese hecho, ella lo habría aceptado, de él, y habría comprendido antes que lo amaba. En vez de eso, fue Alain quien la abofetea y la desafía, y la arrastra fuera y la enfrenta en duelo con la espada, mientras André no sabe qué hacer y se limita a mirar. Y también allí hubiera querido que interviniese, André, para proteger a su mujer de su amigo. En cambio es su amigo quien la protege, y la salva, cuando admite haber sido abatido –porque es justo, porque es verdad que le ha herido ella- pero cuando ya ha sido él quien la ha derrotado, y la tiene en su poder, y todos lo saben. Aún ella.

 

Hasta Girodel es perfecto, en su perfección mediocre y correcta, que no va más allá de la fachada pero aquella fachada, de forma tal, hace una armadura formidable contra todo.

 

¿Y en cambio André?

No, él no. Su armadura está llena de grietas. Y a nosotros nos gusta esa debilidad de él –a mí no me gustaba, cuando no lo entendía- porqué era por esto, que quizá, Óscar no conseguía verlo, darse cuenta de su amor. André era el amigo fraterno porque era eso lo que para nosotros sería el "buen muchacho", tranquilo y sin grillos en la cabeza, aquel que todas las madres desean y que nunca soñaron tomar cuando eran hijas, y que todas las hijas se guardan de tener prefiriendo largamente hacerse maltratar por los bellos y condenados, de pocas promesas y buenos argumentos. Fersen, señalo, o Alain, que con Óscar habría tenido mucho menos problemas que André y la habría hecho feliz, quizás. Ya, quizá.

No es un hombre perfecto, André. Pero es el hombre para Óscar. Es por esto que es un hombre verdadero.

Es esto a lo que me refiero cuando hablo de él.

Porque André entiende a Óscar profundamente, y porque la acepta sin tratar de cambiarla, y el amor es esto, no otra cosa. Porque André es el punto de equilibrio de Óscar, lo que la tiene en pie y le da fuerza de afrontar todo: y esto sucede –puede suceder solo- porque ella no lo sabe. Óscar tiene necesidad de tiempo para comprenderlo, y André sabe que se lo debe dar, este tiempo.

Porque André tiene la fuerza del valor, y el valor no es vacío egoísmo sino la capacidad de combatir los propios temores, de admitir que existen, aquellos miedos, y afrontarlos y no darles la espalda, hasta el fondo. André sabe admitir que tiene necesidad de ella, aun cuando admitirlo pueda parecer una prueba de debilidad, cuando le pregunta: "¿Puedo hacer algo por ti?" después que Fersen se hubo marchado y ella está sola y desesperada contorciéndose en su sueño imposible que no es la realidad y que no es la verdadera vida. Él lo admite, consigo mismo, también entonces, aún cuando cae a tierra porque saliendo no ve más y tiene miedo, y piensa en ella inmediatamente como la única cura para este miedo, y la invoca en la oscuridad, solo, pero sin decírselo porque sabe que no debe. Porque si va a embriagarse solo, para no pensar y no pensar en ella, pero luego retorna y al día siguiente está allí todavía, no la abandona nunca. Porque comprende que no puede constreñirla a amarle, porque comprende que sólo ella puede decidir y la deja libre de decidir, y aún no le falta nunca, no le niega nunca lo que siente.

André es adulto, porque como adulto "verbaliza", expresa su amor: acepta hacerlo, al final, aun cuando para aceptarlo deba haber superado los límites del dolor y arriesgado hacerle daño; aunque deba afrontar las lágrimas de ella y el dolor de un remordimiento que no termina y de una separación que le quita la respiración y que no puede hacer nada para impedir. Lo hace, le dice que le ama, se lo dice abiertamente y no se presenta de incógnito a un baile como hizo ella, negando su natura y su nombre. André sabe no tener esperanza, sabe que ella es noble y él no, que ella es un coronel y él su siervo, que ella quiere a Fersen y no a André, que no hay un futuro que pueda prometerle: pero lo hace, porque también sabe que aquel futuro que no puede prometerle es el único futuro posible para ellos. Y no se puede escapar de aquel futuro, porque tiene dentro la única cosa que cuenta verdaderamente, el amor por una mujer que ha estado siempre en su corazón no obstante el mundo. En André hay la certidumbre de estar en el corazón de Óscar, desde que nació. Él lo sabe, lo ha sabido siempre, porque la ama: porque sabe que ella no puede vivir, no puede concebir su vida, sin André.

De otro modo, ¿por qué se molestaría tanto Óscar, descubriéndolo entre los soldados de la Guardia, si él no le importase? Se enfada porque su sola presencia la pone enfrente a sí misma, y es de ella misma que Óscar escapa, no de él: cuando aprende a aceptarse a sí misma le acepta también a él, inmediatamente, porque aceptar su naturaleza de mujer y amarle son la misma cosa.

¿Por qué lo llevaría, si no, siempre consigo en las misiones? Es una gran contradicción, después de haberle reprochado haberla seguido.

André le dice que la ama, y desde que lo hace no deja de mantenerse fiel a aquella obstinada y dura elección suya, por su testarudez de quererla proteger a pesar de ella misma, porque su presencia cercana le recuerda siempre quién es, que ella es una mujer, que hay un hombre que la ama, y está presto a morir por ella, aunque si cualquiera diría, al verle proceder así, que morir por ella en aquella situación es humillante, es para sorprenderse y nada más.

 

En la vida, no siempre se puede hacer la parte de los héroes. Los héroes incorruptos e inalcanzables no son hombres verdaderos, esto lo he comprendido después, mucho después, pensando en André. André es un hombre de verdad, porque un hombre verdadero tiene todos los lados oscuros, y, sobre todo, el valor de afrontarlos sin escapar. Y es por esto que Óscar le ama. Le ama de veras.

 

Apuntes sobre la escena del episodio 28

(Carta semiseria sobre la camisa desgarrada)

 

El celebérrimo episodio 28, es –como se sabe- aquel en el que André revela su amor a Óscar después de una dramática escena en la que le desgarra la camisa, empujándola sobre la cama, fuera de sí. Después, cuando ella llora, se repone y le pide perdón, la cubre y se va, confesándole que la ama.

Nos hemos preguntado si André, en esta ocasión, quisiese verdaderamente desgarrar la camisa de Óscar, o si en cambio, lo acontecido no hubiese sido una suerte de accidente, por la que la camisa se hubiese desgarrado casualmente –quizá a causa de la lejía errada con la que la abuela la hubiese lavado[2]-, mientras la intención de André habría sido solo la de "agarrarla por las solapas" a Óscar. Sacudirla, en suma, no violarla. Recientemente en el salón italiano del Café Jarjayes se ha discutido este argumento, y también yo he dicho la mía, que repito aquí. Perdónenme los tonos bromistas que he usado.

 

Ahora bien; yo creo que, no, lamentablemente, la lejía no tiene nada que ver, y que lo que André quería hacer era justamente lo que en efecto fue, esto es, rasgarle a Óscar la camisa y no sujetarla por la solapa -también porque me parece un poco difícil tomar por la solapa a una pobrecilla que está ya echada a cuatro de espadas[3] (con brazos y piernas extendidas) sobre una cama. Pardon[4], me corrijo, me he dejado transportar por la memoria de la escena, que –confieso- provoca en mí entusiasmos hooligans...

Decía, André quiere justamente desgarrarle la camisa, en el sentido que desgarrarle la camisa es el gesto al que le ha llevado el trastorno de aquel dramático momento: el André fuera de sí, que claramente está en acción aquí, quería hacer precisamente lo que hizo. Quería besar a Óscar, quería empujarla hacia el lecho, quería ir más allá, ni siquiera él sabe cuánto más allá.

Estoy hablando, naturalmente, del André llevado a la exasperación y al estallido emotivo por la tensión acumulada, no del André en sí que en cambio vuelve a surgir inmediatamente después, pasado el momento enceguecedor.

En buena sustancia, aquí para mí es como si André se desdoblase, y de aquel bueno (André Dr. Jekyll) naciese aquel malvado (André Mr. Hyde), que se desencadena solo por un instante para luego volver a ser un cachorro[5] ni bien su gesto extremo pintase ante los ojos del André bueno el horror de lo que estaba haciendo. En este punto la mitad buena toma el control y llora lágrimas amarguísimas (si bien en suma lo debemos a la mitad malvada que finalmente, después de años de suplicios etéreos, nuestro héroe dé una sacudida a su bella quitándole contextualmente las tajadas de prosciutto de los ojos).

Dicho así es un poco esquematizado, me doy cuenta.

Pero en suma, pongámonos en los zapatos de André: decenios de pasión lacerante, exclusiva, fiel, días y noches de tormentos reprimidos, interminables sapos a por tragar –y hasta un sapo muy hermoso con los cabellos rubios y un acento marcadamente sueco, que ni siquiera se digiere con leche de magnesia-, con esta mujer desgraciada e inconsciente, que ni bien lo ve y se lo mira está para dirigirlo con su batuta, salvo para luego refugiarse bajo sus faldas apenas la vida la maltrata un poco (y llévame a beber aquí... y vamos a caballo allá... y ahora hago en serio con la espada... y ven conmigo André... en suma, un tormento que no termina jamás, y todo gratis y amor divino); decía, decenios de pasión, luego ella finalmente le dice adiós a Fersen, y en vez de decidirse a vivir como mujer ¿qué hace? No sólo persevera diabólicamente en su error de querer ser un hombre (una historia es hacer el coronel, otra es creer tener las pelotas –en sentido propio- si no se tiene), pero lo agrava aún haciéndose venir la brillante idea de soltarlo, y de quedarse sola; que estar con él era la única cosa sensata que había hecho durante toda su vida. "Ya no deberás ocuparte de mí". ¡OOOOHHHH! Pero cómo se dice algo así a alguien que te ha servido de niñera comprensiva por veinte años, ¿de buenas a primeras? Él se sintió mal, y –además- ya casi diría yo que al momento de pronunciar la fatídica frase "Una rosa etc." está ya en crisis de abstinencia de oxígeno. Encima, hace poco ha recibido la magnífica noticia que pronto terminará pidiendo limosna en las esquinas con armónica y platito ("Una caridad para el pobre ciego") y naturalmente sin ella, a menos que ella no quiera hacerla del monito. Consciente más que todo que sus ojos se los ha jugado para hacerle un regalo a ella, que en vez de estarse bella y tranquila bebiéndose un té dentro de la casa ha pensado bien en meterse en líos –tanto para variar- yendo a buscar al Caballero negro en el Palacio Real de París, con las consecuencias que todos bien conocemos; y que no obstante esto todavía no aprenda la lección y continúa buscándose líos, para la serie "eres o te haces". Pongámonos en los zapatos de este pobre desgraciado que un poco por amor, un poco por temor, un poco por diferencia social, un poco por la situación absurda de su bella, un poco porque sabe que no serviría tratar de hacerla razonar dada también su notoria testarudez y el no menos notable autolesionamiento, en suma por todo esto  es una vida que está callado consolándose al menos con el hecho de poderle estar cerca y esperar que ella un día se dé cuenta de él (y se sabe que la esperanza es siempre la última en morir); Mbé, en un cierto punto, ¿qué hace ella? Le dice "Hasta la vista y gracias, ha sido un placer masacrarte el corazón y lo que tienes entre las piernas por veinte años pero ahora, disculpa, no me sirves más". Es claro que él estalla. En suma, André no le ha visto nada más (oh, perdón, qué metida de pata), y se rebeló.

Al inicio en modo civilizado, y más bien, buscando también entablar una discusión, un razonamiento, con la profunda reflexión sobre la imposibilidad de modificaciones de entidad botánica correspondientes al nombre de rosa o al menos improbables –para él ignotas- manipulaciones genéticas. En suma, él tiene razón lo prueba, no obstante lo que diga arriba. ¿Y ella qué hace? Le pega bofetones, lo aferra, ella sí, por la solapa, lo trata en suma "de hombre a hombre" con toda la rabia que solamente una mujer desesperada puede tener.

Y él siente esto. Lo siente e improvisamente está tan desesperado como ella. Ella lo está tocando, si bien en modo agresivo, y es una vida que lo toca así, sin que él reaccione. Ella quiere fugar de sí misma, y es una vida que André lo ve y la deja hacer a pesar de saber que se está equivocando. Ella quiere mostrar su fuerza, su violencia, su capacidad de acción y comportarse como un hombre con sus bofetones, con sus puños sobre la solapa le grita "debes responderme"... y él en cambio en todo esto ve solamente a la mujer que hay debajo, y que siempre ha visto. Es a esta mujer a la que aprieta los puños, fuera de sí, porque la medida del dolor está colma, es a esta mujer a la que hace bajar la voz, fuera de sí, haciéndole daño porque él sí, es un hombre, y si quiere ver lo que es un hombre de verdad entonces helo aquí, mira Óscar, es esto; es esta mujer que besa, fuera de sí, y que fuera de sí empuja sobre el lecho quedándose encima de ella, perturbado por sentirla debajo de su cuerpo, trastornado por lo que su cuerpo le está gritando mientras la siente debajo de sí y mientras la besa después de veinte años que resiste al deseo de besarla, de tocarla, y ahora en cambio está allí, está en su poder y suplica, y él la ama pero la odia también porque no fuga sólo de él sino también de ella misma; y entonces en suma lo que quiere André fuera de sí en ese momento es justamente eso y no otra cosa. La quiere a ella, quiere poseerla. Y, sí, quiere también mostrarle que ella es una mujer y él es un hombre. Por esto le desgarra la camisa.

Y Óscar lo comprende muy bien. En efecto cede, se rinde completamente solo en aquel momento, y gira la cabeza y llorando como una mujer dice "Bien, y ahora... ¿qué quieres hacerme, André? Qué deseas probar...". Sí, le ha demostrado que ella es una mujer. Pero, ¿en qué modo? ¿Y a qué precio? Humillándola.

André estaba fuera de sí, y lo ha hecho porque era lo que quería hacer, en aquel momento en el que no era dueño de sus actos.

Pero dura un momento, sólo un momento, señalo. Porque André no es esto de veras, no es violento, no es brutal, no es insensible al dolor de ella. Y porque la ama.

Por esto se bloquea a la vista del cuerpo desnudo de ella que tan brutalmente su gesto puso a luz. Sí, quizá también porque es bellísima, porque nunca la había visto, porque no se lo esperaba... pero sobretodo porque aquella vista, al verla humillada y llorosa y desesperada y en su poder y bellísima le hace volver en sí, le pone ante los ojos improvisamente el horror de lo que ha apenas hecho, y aún más, lo que quería hacer.

Por esto llora. Llora por ella, porque conoce y comprende profundamente su dolor, y llora por sí mismo, porque la ama y en vez de ayudarla y protegerla como debería hacer un hombre que ama le ha hecho daño, en cambio, la ha herido y se ha convertido en parte de aquel dolor. La parte más grave, más pesante, más difícil de sobrellevar para ella, porque André no es como todos los otros, para ella, porque André puede herirla como ningún otro.

Es en este momento que él vuelve en sí y llora y se arrepiente y comprende todo esto y está afligido, porque sabe que ahora ya no lo podrá remediar, ya no podrá ser para ella lo que fue antes. Porque ahora ella ya no podrá fiarse de él, apoyarse, consolarse en él. En el fondo André ha hecho justamente lo que ella pedía, con ese gesto, ha creado -de hecho- una separación, una fractura profundísima entre ellos dos. Antes quizá podía recuperarla, ahora ya no más. Y lo sabe.

Deja caer aquel pedazo de camisa de la mano, llorando, y llorando le pide perdón y la cubre con un ademán delicadísimo, le jura sobre Dios que no le hará nunca más una cosa como aquella, y luego se aleja. Pero le confiesa que la ama. Porque lo siente, para justificarse, pero también para ayudarla, para consolarla, para buscar una manera que un día ella pueda realzarse y tener todavía confianza. No lo he hecho porque quisiese humillarte, porque te odiase, porque quisiese herirte, Óscar. Lo he hecho porque te amo, porque te he amado en una forma equívoca, esta noche, una forma de amarte que te ha humillado. Pero te amo y mi gesto violento no nacía de una intención violenta y plena de desprecio por ti. Nacía del amor, en cambio, de demasiado amor, de la ternura e incluso del respeto, del respeto que he siempre tenido y que ha destrozado mi voluntad, esta noche, y me ha hecho volverme un monstruo. Pero no sucederá nunca más, porque yo no soy un monstruo: soy un hombre que te ama, y que después de esta noche aceptará todo lo que quieras hacer, como siempre lo ha aceptado antes de esta noche, aún cuando lo que hagas deba significar mi fin. Perdóname, por lo de esta noche.

No sucederá nunca más, porque yo no te haré nunca más algo como esto.

Es por esto que Óscar lo perdona de inmediato, porque le cree y le entiende (estos dos se entienden al vuelo desde que nacieron), si bien todavía no puede amarlo. Y de hecho se lo dice al día siguiente que lo perdona: "No tengo nada en contra tuya". Y es desde aquel día que empieza a enamorarse de él.

 

Pubblicazione sul sito Little Corner del mggio 2006.

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy  shophy@ec-red.com

Lima, miércoles 05 de abril, 2006.

 

Mail to alessandra1755@yahoo.it

 

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[1] NdTr. Coscorrón, golpes en español peruano.

[2] NdTr. Este debate fue inspirado por la publicidad italiana (lejía Ace) donde una viejecita semejante a la abuela de André, atribuye el desgarro de una camisa al uso de la lejía equivocada...

[3] NdTr. En el original "quattro di spade" (cuatro de espadas), alusión a la figura correspondiente en el juego de cartas regional italiano, donde el sujeto que figura tiene extendidos los brazos y piernas como una X. Gracias a Laura por la explicación.

[4] NdTr. En el original en francés, "perdón".

[5] NdTr. En italiano "cuccia", referido al cachorro hembra y a las órdenes que se le dan al perro: "cuccia giù, cuccia lì" (siéntate allí, échate allá).