La Esperanza


Virtud

Monasterio La esperanza es una virtud infundida por Dios en nuestras almas. Ella nos dirije a desear a Dios como bien supremo, con la confianza de obtener, de Él, el Paraíso y las ayudas necesarias para conseguirlo.

La fe nos muestra a Dios como Sumo Bien y, a través de Él, la posibilidad de obtener la felicidad eterna.

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Virtud teologal

Como consecuencia, nace en nuestro corazón, el deseo de un amor sobrenatural, a conseguir a través del buen hacer, y por medio de la gracia, las promesas de Dios. "Estoy alegre por lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor" (Sal 122 y 121.1). Las gracias son inimaginables para vencer las tentaciones y obtener las virtudes y conseguir la salvación eterna.

La esperanza es de gran ayuda en la obra de nuestra santificación. Ella nos une a Dios, destacándose ante los bienes de la vida presente, la estima de los hombres, los bienes temporales, los placeres. La esperanza nos hace ver estas cosas como miserables en sí, y nos impulsa a huirles por su duración. Pues procuran escaso consuelo y con la muerte desaparecen para siempre, mientras que el alma sólo llevará consigo el bien o el mal hecho. Sólo Dios será TODO ETERNO en la alegría.

La esperanza y la confianza son necesarias para obtener la gracia, y muchas son las Promesas Divinas: "En verdad, en verdad os digo que cualquier cosa que pidáis en mi nombre, mi Padre os la concederá" (Jn 16,23). "Pedid y obtendréis. Pedid y se os dará"
(Mt 7,7).

La esperanza nos estimula en deseos de paraíso, en el ardor de la plegaria, nos dá energía en el trabajo, con la seguridad de que Dios está con sus siervos fieles que de Él se fian. "Lo que es posible para la ley, en lo que era débil a causa de la carne, ha sido posible" (Rm 8,3). Si Jesucristo está con nosotros, y nosotros lo estamos con Él ¿qué podrán hacernos demonio y los hombres?. Quién está seguro de la victoria está en el buen camino del apostolado. "Por ello, con los flancos de vuestra mente ceñidos, en un estado de sobriedad, confiad completamente en la gracia que nos ha traído la manifestación de Jesucristo. Animados como estáis por el espíritu de obediencia, no volváis a las pasiones de antes, las que en vuestra ignorancia, os dominaban, sino en conformidad con el Santo que os llamó a ser santos por vuestro comportamiento, puesto que está escrito: "Sed santos, puesto que yo soy santo"
(1 Pe 1,13-16).

El Señor infunde en el alma que ora, la esperanza que crecerá por medio de la plegaria ardiente y transmite a los hechos el deseo de confianza y de amor a los bienes celestes. Nuestra cooperación es condición indispensable para toda virtud: "Somos colaboradores de Dios y vosotros sois su campo" (1Cor 3,9). Como quiere que el campesino siembre, riegue y cultive dándoles el vivir y el crecer, así desea que hagamos en la vida sobrenatural. La esperanza sobrenatural eleva a la natural. "Por gracia de Dios, soy lo que soy y su gracia en mí no fue vana" (1Cor 15,10). Escribe San Pablo. "puesto que somos sus colaboradores, os exhortamos a no tomar en vano la gracia de Dios"
(2Cor 6,1).

Y a su discípulo escribe: "Sufrió conmigo como buen soldado de Jesucristo" (2 Tim 2,3). Trabajar, sufrir, orar, combatir por el cielo y por el crecimiento de las virtudes lleva a un robustecimiento y ardor de la esperanza. Necesita estar, pues, bien convencidos de que la obra de nuestra santificación depende totalmente de Dios, pero es necesario actuar como si sólo dependiese de nosotros mismos. Dios nos da su gracia, por la que no nos debemos preocupar más que de nuestros esfuerzos.

Todos debemos hacer, al menos, actos de esperanza, especialmente en las tentaciones o en peligro de muerte. Dos peligros podemos encontrar: presunción y desesperación. La presunción es desear por Dios el paraíso y la gracia sin esforzarnos. Son los que ignoran los mandamientos, ignoran la abnegación, la oración, el esfuerzo, la vigilancia... Se exponen como Pedro a la ocasión sin necesidad, no cuidando el "vigilad y orad, para no caer en la tentación: el espíritu está listo, pero la carne es débil" (Mt 26,41) y acaban cayendo.

La desesperación, el abandono... son enfermedades opuestas, que, sin embargo, llevan a dejar los medios de salud y de santificación. San Pablo estaba convencido de que solo no habría podido resistir: pero confiado en la promesa y en la gracia de Dios, decía: "Sean dadas gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro"
(Rm 7,25).

Todo lo que Dios hace es por nuestro bien. Los mismos dolores físicos y morales se pueden volver preciosas gemas para el cielo.

Elevemos el corazón y la mirada al cielo: "Para que habitemos también nosotros con el espíritu en la morada celeste" Y cuidad "entre lo mundano, fijo el corazón donde reside el gozo verdadero" Y el pensamiento que nos hace perseverar y orar para perseverar. Muchos son los atractivos de la tierra: muchas son las intrigas y persecuciones. Pero San Vicente decía: "Cuando aún todo el mundo se levantase para perdernos, tal no ocurrirá sin el permiso del Señor: en Él está toda respuesta para nuestra esperanza».