La Misericordia


María Valtorta

Monasterio El 26 de Julio, dijo Jesús: "El amor, la misericordia, la oración, la mortificación, el deseo de poseer los dones de Dios, de poseer la santidad, sentimientos innegables dignos de alabanza, pueden mancharse de impurezas que lo estropean y lo hacen no gratos a Dios".

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La Misericordia

La pureza de corazón no consiste en tener un cuerpo virgen en un corazón cerrado, ni en tener ese deseeo. La pureza de corazón es tan delicada que la física es nada en comparación. Este enorme muro choca, sin seria lesión, las tentativas de Satanás. Basta que uno no quiera, que no quiera traicionarse a sí mismo. Pero la otra es tela plateada de araña y el ala de una mosca la puede romper. El ala de una mosca. La marea del espíritu que cesa de despertar constante y atentamente. Entonces es facilísimo que las cosas más santas se manchen de humanidad, descomponiéndose o, al menos, desfigurando su buena esencia.

El amor a Dios es impuro cuando se da a Dios un culto cuyo fin es éste: "Te amo porque quiero mucho de Tí". Podéis pedir de todo y esperar de Dios que os ama, pero es más hermoso decir: "Padre, yo te amo y quiero lo que Tú quieras. No pido sino lo que Tú quieras. Quiero sólo que Tú me mandes, porque si Tú me mandas, seguro que es por mi bien. Tú eres mi Padre y yo me abandono en tu amor". Es impuro cuando es para obtener recompensa. Dios es amado por encima de todo cálculo. Amado en Sí y por Sí. Si he dicho "amad sin esperar recompensa" refiriéndome al prójimo, ¿con cuanta más razón este amor libre de cálculo no debe ser dado a Dios?.

Igualmente el amor al prójimo es impuro cuando entre el prójimo amáis solamente a los que os aman, a los que os sirven o a los que de cualquier forma os son útiles.

Yo no he puesto límite al amor al prójimo. He dicho "Amad al prójimo como a vosotros mismos". Y conociendo vuestra tendencia a autoproclamaros buenos, amables, queridos, santos y cosas así, es también vuestra sutileza en el distinguir lo que os hace predistinguir - cosa que os habría llevado a amar bien poco, porque en todos habríais encontrados defectos respecto a vuestras virtudes, defectos que habrían justificado, a vuestros ojos, vuestro rigor hacia el prójimo - he especificado: "Ofreced la otra mejilla a quien os ha pegado, a quien te ha robado la túnica, dale también el manto. Amad a los que os odian, orad por los que os persiguen".

Sé que el sentido del mundo llama a estos consejos "estupidez". Los cerdos llaman piedras sucias a las perlas y prefieren la porqueria sobre la que se enfangan, los excrementos y los desperdicios. El sentido del mundo tiene muchas afinidades con los gustos de los cerdos. Por lo que es estupidez para el mundo, lo que para los hijos del Altísimo es inteligencia y gracia.

Seguid esta ciencia y gracia y obtendréis un gran premio en el Cielo y una paz sobrenatural en la tierra, la paz de todas las horas que en vano los mundanos buscan encontrar entre las cosas del mundo, y cuanto más se sumerjen en ellas, mayor es la amrgura y el disgusto que penetran en sus corazones. Dios da la paz y la buena conciencia. Dos cosas que los pecadores no poseen.

La misericordia es muy hermosa, pero para ser verdaderamente hermosa y pura como virgen feliz que va hacia el altar, necesita apoyarse en las rectas intenciones como en el brazo del esposo amado, al que jura fidelidad. De otro modo llega a ser vanidad y soberbia, y hasta el dar es inútil como echar óbolos en las fauces de Satanás.

Yo dije: "Sed misericordiosos como lo es mi Padre", pero el Padre Dios no toca la trompeta o se baja de los Cielos para decir: "Oíd, oíd. Yo he dado pan a muchas criaturas, he defendido de peligros a otras tantas, he perdonado a muchas más". No, Él lo hace en silencio. Él lo hace con modestia, con cuidado por vosotros, oh tontos del mundo, no penséis ni siquiera en el gozo con el que Dios lo concede, siempre bueno con vosotros, y vosotros estáis muy lejos de ser lo cristianos que deberíais ser, pues decís: "Dios me lo ha dado, pero es que me lo merezco". Oh, oh él lo ha merecido. ¿Y no es esta soberbia la fuente del desmérito? ¿Y quién puede decir, sobreentendiéndose: "Si Dios no lo hubiese hecho se habría equivocado".

De la mañana a la noche y del alba al ocaso, Dios es misericordioso y benefactor, y sólo en rarísimas ocasiones, los hijos de la tierra, lvantan la mirada y el corazón para decile con una sonrisa: "Gracias Padre bueno. Reconozco en este don tu mano". Cuando hagáis misericordia hacedla únicamente por amor a Dios, para imitar al Padre bueno, para obeceder mi palabra y mi ejemplo.

La oración. Oh, qué buena es la oración. Dios la ha puesto en el corazón del hombre como la necesidad de respirar. ¿No es, en efecto, la respiración del alma?. Sin respiración cesa también el movimiento de la sangre y el cuerpo muere. La oración es la que mantiene vital el espíritu teniéndolo siempre al lado de Dios: Dos que se ven no pueden olvidarse, ¿No es cierto?. Pues bien, la oración es ponerse al aldo de Dios, como hijo, y decirLe: "Aquí estoy. Sé que Tú eres mi Padre y por eso me acerco a Tí. ¿Con quién hablar con intensidad sino es con El que me ha enseñado la Palabra, su Palabra?".

Pero la plegaria debe, como las demás cosas, ser pura. No hecha por utilidad humana: Sobre los miles de millones de preces que se hacen en la tierra diariamente, la inmensa mayoria se hacen para pedir alegría humana, dinero, salud e incluso se pide la muerte de alguien para obtener la libertad de quien no es odioso, o pedís el mal para el prójimo que, con o sin razón, tiene la culpa de no gustaros. ¿Puede Dios dar el mal para complacer al que odia?.

Sólo unas pocas oraciones se hacen para obtener ayuda sobrenatural que nos permitan acceder a la perfección, que queréis conseguir para agradar a Dios, que os quiere santos y unidos a Él. Estas pocas plegarias son humildes y gratas y dicen: "Padre, ayúdame a santificarme. Mi debilidad tiene necesidad de Tí para ser fuerte. Padre, yo quiero amarte perfectamente y no sé. Enséñama a hacerlo. Tú, Amor, Padre, yo sé y me acuerdode cuanto me has dado ya. Sin Tí sería miserable en el cuerpo y en el espíritu. Gracias, Padre, por todo, por tus beneficios, pero no por sed de bienestar humano. Más que por la carne, lo digo por mi espíritu, al cual quiero hacer Patria eterna. Oh Padre Santo, tu criatura, suspira junto a tu pecho. Sostenme en el camino para que no me desvie de él y venga a Tí, mi Reposo y Alegría".

El deseo de poseer los dones de Dios y la santidad es casi obligatoria. Qué diríais del hijo de un rey que no desease poseer los dones que el rey, su padre, le da,mándándole decir a sus mensajeros: "Aquí están riquezas incalculables para tí, para que tú las uses, para utilidad y placer. Cuando las necesites, pídelas y te las enviaré". Este hijo del rey, sabiendo que el padre le ha destinado a la corona, no tuviese deseo de ceñírsela para continuar la realeza paterna. La corona que el padre rey le ha preparado es un signo del amor paterno, que ha pensado en su heredero, aunque en tierra de exilio. Rechazarla o ignorarla es desamor irrespetuoso hacia el padre. Lo mismo es el hijo del Rey, el rey que muere, con su espíritu, en la indigencia porque, con una apatía culpable, no recurre a los tesoros del Padre y nunca piensa en la corona: la santidad que lo hará rey en el Reino eterno.

Pero, ¿para qué santidad?, ¿qué dones?. Santidad para gozar de Dios. No por arrogancia ni para ser alabado por los hombres.

En verdad os digo: en mi Cielo hay santidad y santos de las más variadas características, pero no hay ninguno que haya alcanzado la santidad por el deseo de ser conocido y honrado por esto entre los hombres. Unos por el martirio, otros por ser anacoretas, otros por incansables trabajadores de corazones por la predicación y otros porque se consumieron en el silencio y en la adoración, éste por amar mi infancia y aquel por mi tortura, hay quienes fueron caballeros de la Purísima y otros heraldos del Gran Rey. Pero no hubo ni habrá santo por pensar en llevar la aureola a los ojos del mundo.

Vosotros no véis a los santos sobre la tierra que proclamen su santidad. Pero si lo pudíéseis ver, los veríais, que teniendo ya en la mano su juguete preferido, con estupor de niño, una persona mayor le pone una venda en los ojos y oyen al adulto decrle: "Mira qué bonito regalo te doy". El niño mira y calla, pero piensa con la lógica infantil: "Pero si ya tengo el que quiero". Y quedan indiferentes ante el regalo ofrecido, viendo y disfrutando del que ya tenían.

Los Santos tienen a Dios. ¿Qué queréis que les seduzca más?. La aureola aumenta su alegría. Ya la tienen completa y perfecta. Tienen a Dios.

Aun: un niño bueno, mucho, verdaderamente bueno, no un pequeño hipócrita, cuando es alabado por ser tan bueno, piensa: "¿No debía quizás hacerlo. Mi padre me dice siempre que debo serlo y por eso no he hecho nada que merezca alabanza. He obedecido a mi padre para agradarle". No entiende, en su humildad, lo grande que es obedecer por amor y para hacer feliz a quien lo ama.

También los santos, humildes, porque son santos, piensan: "¿qué he hecho de especial?. He obedecido el mandato de Dios para complacerle". Y así son completamente felices y las fiestas de la tierra les son indiferentes. Las fiestas, he dicho. No la oración de los fieles. Éstas son peticiones que los amigos lejanos mandan a los que, por estar al lado de Dios, pueden hablarle directamente de sus necesidades. Esto es caridad. Y la caridad, practicada por ellos perfectamente en vida, se ha hecho más perfecta, ya que se fusionó con la Caridad misma.

Por eso, desead con pureza la santidad y los dones que os ayuden a poseerla, pero con pureza de corazón: con el único deseo de uniros, lo más pronto posible, a Dios para amarlo más todavía y de deber con los hermanos, con vuestros méritos, por la comunión de los santos.

¿Y la mortificación?. Oh, que sea pura. Cuántas inútiles mortificaciones se hacen. Inútiles y pecaminosas. ¿Porqué? ¿Porqué impuras?. Están manchadas por el deseo de alabanza y la anti caridad. Ser buenos, para ser alabados, cumplir una penitencia para ser notorios, sacrificarse en comer un fruto para que el mundo admire y luego no saber ser pacientes, humildes, misericordiosos, es del todo inútil. ¿Qué queréis que haga con el fruto ofrecido, cuando os dedicáis a morder con palabras venenosas a vuestros hermanos? ¿Qué queréis que haga con vuestra penitencia, si luego no sabéis soportar ni siquiera lo que la vida os depara? ¿Qué mérito tiene ser buenos fuera de casa, cuando sóis víboras dentro de ella? ¿Qué mérito tiene llevar cilicio si no sabéis llevar en silencio el cilicio de mi voluntad?".

Recordad lo que dije: "Cuando hagáis penitencia, ungíos la cabeza y laváos la cara". Pasad por impenitentes a los ojos del mundo. Basta con no escandalizar, porque el escándalo está siempre mal, pero si sóis sólo personas comunes, obtendréis la indiferencia y ninguna alabanza, mientras que si en el secreto os consumíspor amor a Dios y a los hermanos, grande será vuestro mérito a los ojos de Dios.

Y si no sabéis imponeros impenitencias, oh, aceptad las de la vida. Ella es plena. Aceptadla, diciendo: "Si esta pena viene de Dios, hágase, oh Señor, Tu voluntad; si viene un pobre hermano malo, yo te lo ofrezco Padre para que Tú lo perdones y redimas".

Haced así, amados. Y todo en vosotros será puro. Tendréis entonces la pureza de corazón. Y en un corazón puro, pone Dios su trono.

Vete en paz, ahora, alma. Procede con mi paz en el camino de la pureza de corazón pesando que los puros verán a Dios.

28 de Julio Sabemos que Dios no escucha a los pecadores: que no escucha sino a aquellos que le honran y cumplen su voluntad (Jn 9,31). Dice Jesús: La fuerza de hacer la voluntad de Dios. Ella hace que Dios nada nos pueda negar. No se puede decir, dada la Majestad del Señor, que Él se hagas siervo del hombre obediente, pero parece que el Altísimo, ante su siervo obediente, quiers superarlo en prontitud, y para todo lo que es bueno, lo escucha con pronta solicitud.

No son las muchas oraciones las que obtienen. Es hacer la voluntad de Dios. Oraciones y resistencia a esta voluntad quiere decir hacer nulas nuestras plegarias. ¿Cómo podéis exigir, por justicia, que Dios se incline ante vuestra voluntad que desea algo, cuando vosotros no os inclináis al deseo de la suya, que pide otra cosa?.

Yo - pensad lo poderoso que es, en el corazón de Dios, la obediencia a su voluntad - no os he redimido con un acto mio propio. Lo habría podido, puesto que era Dios como el Padre, y todo es posible para Dios. Habría por eso, con una sola palabra, borrar la culpa del mundo así como curé enfermedades, perdoné pecados, y salvé de la muerte a personas. Pero para enseñar al hombre a convertirse en hijo de Dios, Dios se hizo hombre, he querido redimir a través de la obediencia a la voluntad de Dios. Y considerad que la obediencia fue mía. Cuando la cumplí por completo, totalmente, entonces se abrió el Cielo sobre el hombre decaido y salió el Perdón.

La desobediencia había deshererado al hombre, la obediencia lo rehizo hijo de Dios. Todo lo que es eterno e infinito fue vuestro de nuevo por la obediencia.

Comprended, pues, el camino para ser escuchado "Hacer la voluntad de Dios por amor a Él".
"Vete en paz"

Extraido de Quaderno nº 28 de Maria Valtorta.Ed CEV.