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Misterio del mal

Sólo la visión cristiana nos permite dar un significado al problema del mal, ya que no hay lugar para la desesperación atea o la existencial.

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A la razón del pecado

Según el cristianismo, el problema de los males físicos e intelectuales, está directamente conectado al problema del pecado; pues éste es un problema de libre voluntad. De esta relación tenemos, si no una prueba fehaciente, sí una manifestación en nuestra experiencia diaria: cuantos males son consecuencia del pecado. La crónica negra de los telediarios son el documento incontestable y espantoso de la culpa. Son muchos los sufrimientos que nacen de las ambiciones, egoismos, crueldades y lujurias; cuantos sufrimientos por el pecado.

Son dolores del cuerpo y del alma, lateraciones físicas, enfermedades, pérdidas, muerte; alteraciones psicológicas hasta el abatimiento y la insensibilidad que nos llevan a los más sórdidos delitos como el matricidio y el infanticidio. En el fondo sólo bastaría con eliminar el pecado del mundo, para que la humana coexistencia, fuese profundamente sanada.

En la raíz del pecado hay una realidad más profunda que condiciona toda la historia del género humano, como situación de pecabilidad, pues el mal está íntimamente ligado a la libre voluntad del hombre. Entonces, el problema del mal se reduce al problema del pecado y a la libertad. Dios, en su omnipotencia, habría podido hacer un mundo en que las criaturas, aun siendo libres, no pecasen ¿porqué no lo hizo así? ¿Porqué permite que el hombre asuma la tremenda responsabilidad del pecado?. Es un misterio encerrado en el abismal secreto de Dios.

Si todo pecado es cometido con libertad, se puede entrever la espiral de luz, pues la posibilidad de pecar pone en evidencia, de forma particular, el valor de no pecar, que llega a ser, así, una prueba de amor. Esto sólo, propio de la criatura libre, es más valioso en cuanto que puede ofrecer a Dios todas las demás criaturas. Mi acto libre de amor pone, en cierto sentido, algo nuevo en la creación, pues no existiría si yo no lo hubiese puesto. Esta responsabilidad hace la responsabilidad, la grandeza y la gloria de la criatura libre.

Todo ser, consciente y libre, está sometido por Dios, antes de su estado definitivo, a una prueba de fidelidad o infidelidad. "Podría prevaricar y no lo hago, hacer el mal y no lo hago; por eso sus bienes son establecidos por el Señor" (Eclo 31,10). La libertad es la dote más alta, pero también es la más peligrosa.

El mal es consecuencia del pecado. Ello es por sí mismo destructivo, porque nos impide alcanzar la amistad del hombre con Dios que es, de forma radical, el fin último: la felicidad en Dios. El verdadero mal es el que priva al hombre del Verdadero y Único Bien, que es, a su vez, el que constituye su fidelidad, Dios; y sólo el pecado hace imposible al hombre alcanzar a Dios.

Si el pecado es el verdadero y único mal, sufrimiento, enfermedad,dolor, error, males fícos, psicológicos, no son considerados absolutamente malos, desde cierto punto de vista, inmediato o provisional, pues aun pueden convertirse en bien.

La utilidad del sufrimiento, en el orden sobrenatural, según la enseñanza de Jesucristo, no ofusca también al orden natural. La misma naturaleza comienza una consideración positiva del dolor, poniéndolo bajo el prisma de miles de hechos naturales conectados con el dolor y el bien. Todo brote de vida nueva ha traspasado el dolor de una nueva vida que se consume y apaga, nacimiento y muerte, pues éstos están ligados en un círculo irrompible: el nacimiento de uno es la muerte de otro. Parece que sin dolor no hay nada valioso en el mundo.

Los hombres maduran en el dolor. Pobre es quién no lo ha conocido; los seres se cansan, sufren - no los que gozan - son las personas socialmente útiles. Gozo y placer conforman, con demasiada frecuencia, a egoistas y crueles. El dolor y el sufrimiento, sin embargo, unen y abren el ánimo hacia los demás. Estas consideraciones son sencillas e, incluso, hay quien afirma que "si el mundo fuese bueno, sería absolutamente inútil".