Benito


Humildad

Santos En la Sagrada Escritura, hermanos, se proclama: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido." Con estas palabras, nos muestra que toda exaltación es una especie de orgullo.

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La Regla de San Benito "Sexta parte, cap. 7

Hermanos, si queremos llegar a la cumbre más alta de la humildad, si queremos ascender rápidamente a la altura del cielo que se eleva a través de la humildad en esta vida, tenemos que, dirigir nuestros actos, a ascender en la escala que apareció en un sueño a Jacob a lo largo de la cual vio ángeles ascendiendo y descendiendo.

Descender y ascender sólo puede ser entendido en este sentido de la siguiente manera: la exaltación nos hace descender, la humildad en su lugar nos asciende. El aumento en la escala representa nuestra vida en la tierra, si mantenemos humilde el corazón, el Señor nos levantará hacia el cielo. Se puede decir que los dos peldaños de la escalera son nuestro cuerpo y nuestra alma: en este ascenso la llamada divina ha insertado diversas etapas de humildad y disciplina para elevarnos.

En el primer paso de la humildad está constantemente presente el temor de Dios, para que no lo olvidemos de ninguna manera y recordemos en todo momento todos los preceptos divinos, siempre considerando la existencia del infierno donde puede ir el alma, donde ardera el alma por los pecados para los que desprecian a Dios, y la vida eterna, en su lugar preparada para los que le temen.

En el segundo paso en el ascenso hacia la humildad consideramos que no hay nada más amante que la sola voluntad, no hay ni siquiera placer en satisfacer sus propios deseos, sino en poner en práctica estas palabras del Señor que decía: "No he venido a hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado".
(Jn 6,38)

El tercer paso de la humildad es como la sal que da sabor, cuando uno se somete en total obediencia al superior por el amor de Dios, imitando al Señor de que el apóstol dice: "Se hizo obediente hasta la muerte."

La cuarta etapa de la humildad se alcanza cuando la obediencia, a pesar de las dificultades, los contratiempos e incluso la injusticia de cualquier tipo, es sufrida en silencio y de buena gana.

La quinta etapa de la humildad es no ocultar, tal como lo manifiesta el Abad; a través de una humilde confesión, cada mal pensamiento que surge en el alma y cualquier fallo cometido en lo secreto.

El sexto paso es contentarse en todo lo que es más humilde y despreciable, y que se considere trabajador indigno e incapaz de hacer frente a cualquier orden que se le da.
La séptima etapa de la humildad no es sólo para declarar con palabras ser el más humilde y despreciable de todos, sino sentir la sensación de serlo, incluso en lo más profundo del corazón.
El octavo grado de humildad, se alcanza cuando no se hace nada sin haber sido aprobado por la regla común del monasterio o de los ejemplos de los superiores.

La novena etapa de la humildad se alcanza cuando el fraile sabe frenar su lengua y, observando el silencio, se abstengan de hablar hasta que le preguntan.
La décima etapa de la humildad se obtiene cuando el fraile no es fácil ni listo para la risa, porque está escrito: "El tonto levantaba la voz mientras se reía".

(Sir 21:20)

El undécimo grado de humildad se alcanza si el fraile, cuando habla, lo hace en silencio y sin risa, con humildad y con gravedad, diciendo algunas palabras y ponderados, sin tener que levantar la voz.

El duodécimo grado de humildad cuando el fraile no sólo conserva la humildad en su corazón, sino que también la manifiesta a los que observó en la actitud externa.

Después de ascender todos estos pasos de la humildad, el fraile llega a la etapa en la que el amor de Dios es perfecto y que echa fuera el temor.

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