Devoción a Jesús


Sexto viernes

Santos - Primera meditación

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Primera meditación

"Oh Señor, una intención particular: queremos que ésta sea, nuestra reunión Contigo, presente en el Sacramento.".

En esta meditación queremos honrar a tu Corazón para acercarlo aún más a nosotros, vivo y latente, aquí, que estás con tu cuerpo, con tu alma: con tu divinidad. Pero también es en este sacramento, donde tu amor es más ofendido.
Si la solemnidad por Tí requerida, nos hace celebrar las maravillas de tu amor: también quieres que sea una común celebración para reparar las ingratitudes que recibes en la Eucaristia.
Oh Jesús, estamos aquí para renovar nuestro espíritu de reparación Eucarística: para que todos nuestros dias sean un ofrecimiento de amor por el no correspondido. Y para hacer más generosa y sentida nuestra reparación, escuchamos tu palabra, allá donde denuncia una ingrata respuesta a la invitación para una gran cena.

Uno de los comensales, habiendo oído esto, dijo: "Bienaventurado el que coma el pan en el reino de Dios". Jesús repuso: "Un hombre dió una gran cena e invitó a muchos. A la hora de la cena, mandó a su siervo a decir a los invitados: Venid, está listo. Pero todos, al unísono, comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado un campo y debo ir a verlo; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco pares de bueyes y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Otro dijo: He tomado esposa y por ello no puedo ir. A su vuelto el siervo refirió todo esto a su patrón. Entonces, el patrón de casa, irritado, dijo al siervo: Sal de inmediato a las plazas y a las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, lisiados, ciegos y cojos. El siervo dijo: Señor, he hecho lo que me has ordenado y aun queda sitio. El patrón entonces dijo al siervo: Sal a las calles, a los cercados, oblígales a entrar, para que mi casa se llene. Porque os digo: Ninguno de los que han sido invitados probará mi cena"
(Lc 14,15-24)

La gran parábola se aplica directamente al pueblo hebreo, llamado a la gran cena del Reino de Dios, a la salvación traida por Jesús; a la que todo el antiguo testamento había servido de preparación. La invitación se extiende a participar en la mesa de la Palabra y del Cuerpo del Señor. Nosotros la aplicamos, precisamente, al Convite Eucarístico.

El amor de Jesús
Prueba más grande de su amor, Jesús no pudo dar tras este don maravilloso de sí mismo, compendio de toda la obra de su misericordia por nuestra salvación. la Eucaristia.
Aquí renueva, para nosotros, el ofrecimiento de su vida, el sacrifico de la cruz como victima pura, santa, inmaculada, para gloria de la Trinidad, como reparación por los pecados, para obtener la gracia de la salvación y como fuente de vida. Y aún más: se renueva la obra de la redención como cúlmen y centro de toda la vida cristiana. Intimamente ligado al sacrificio está el Convite con el que Jesús, inmolado y resucitado, se une a cada uno de nosotros para nutrirlo de Sí: para hacerle vivir de su vida y se transformado en Lo que come. Es la meta última de su amor: formar una única cosa.
En este Sacramento tras el sacrificio vivo y verdadero, Jesús está presente con su Corazón que contínuamente se ofrece al Padre por y para nosotros: intercede incansablemente. Permanece aquí presente como centro difusor de caridad, de fecundidad apostólica: como corazón de su comunidad.
Sacrificar la vida, hacerse comer para unirse a los suyos para estar presente en medio de ellos con una presencia velada, pero real: éstas son pruebas de su amor, el convite con el que nos llama a su Corazón.

La respuesta negativa.
En la parábola, el poder, los bueyes, las bodas, son excusas que evidencian como los hombres, por cosas secundarias, pierden lo esencial y eterno. Por bienes terrenos y materiales, pierden el Reino de Dios. Hoy es igual, ante Jesús que nos llama y ofrece sus bienes, que son: alimento de vida eterna, la Sangre fuente de expiación, a Sí mismo con todas sus riquezas de vida y amor, ¿cómo nos comportamos?.
Atrapados por lo material, poseidos por el dinero y actividades comerciales; trabajo, preocupaciones, familia, política, deporte, cuestiones sindicales, sexo, amor, diversión... con el alma inquieta y febril no tenemos tiempo para el fin real de la vida: el amor de Dios, y como consecuencia, rechazamos estos maravillosos dones que nos ofrece el Corazón de Jesús presente en la Eucaristía.

Respuesta ofensiva.
Esta actitud de rechazo a los dones de Jesús, evidencia una grave ofensa, puesto que se rechaza a su amor. Y hay más: por causas humanamente inexplicabels, pero comprensibles, sí se admite la instigación diabólica contra este Sacramento del amor, pues los hombres se comportan con irreverencia, sacrilegio, frialdad y descuido, incluso por personas que deberían estar empeñadas en amarlo y adorarlo.
Jesús se lamenta expresamente.

En el Evangelio encontramos diversas señales y expresiones de este sufrimiento de su corazón, ante la frialdad y la grosería: el que ama es más sensible a la falta de correspondencia y atenciones. Es iluminador el episodio de la pecadora arrepentida: "Y volviéndose hacia la mujer pecadora, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer?. He entrado a tu casa y tú no me has ofrecido agua para los pies; ella, sin embargo, ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con su pelo. Tú no me has dado un beso, ella, sin embargo, desde que ha entrado, no ha dejado de besarme los pies".
(Lc 7,44-45)

Jesús comparte sus sentimientos con Santa Margarita María de Alacoque. Escribe la Santa: "Descubriéndome, entonces, su divino corazón, añade: Aquí está mi Corazón que tanto ha amado a los hombres y nada ha ahorrado hasta agotarse y consumirse, para atestiguar su amor. Y en reconocimiento, no recibo más que ingratitud; tantas son las irreverencias, sacrilegios, frialdades y desprecios hacia Mí, en este sacramento de amor. Lo que más me duele son los corazones a Mí consagrados, que me tratan así. Te pido, pues, que el primer viernes, tras la octava al Santísimo Sacramento, sea dedicado a una fiesta particular para honrar a mi Corazón, ofreciéndole una reparación de amor..." "Yo te prometo que mi Corazón se dilatará para infundir con abundancia, los efectos de su divino amor, sobre cuantos le rindan este amor y procuren que le sea devuelto".

Y bien, ¿qué debemos hacer?. Dice un proverbio "El amor corre como la sangre: corre hacia la herida". Entonces, corramos hacia allá, donde Jesús se ha lamentado. El amor y la gratitud nos deben empujar a reparar y sugerir qué hacer para reparar las culpas contra la Eucaristia. El culto al Corazón de Jesús nos debe llevar a tener los mismos sentimientos de jesús: para ofrecerse con Él al Padre y vivir en este espíritu de ofrecimiento.
  1. Alimentarnos de Él para ser una sola cosa con Jesús. Acogerlo en nuestro corazón como Él desea. Compensar con nuestro amor todas las veces que el pecado le ha rechazado, o que no ha sido recibido con las debidas disposiciones y delicadezas a Él debidas.

  2. Ir a visitarlo al Tabernáculo para estar un rato con Él: como se hace con una persona amada, para desahogarnos, para orar con Él por la salvación de los hombres que no piensan en Él y para darle gracias por un don tan grande.

  3. Empeñarnos en dar a conocer su Corazón y sus requerimientos, exhortando a las personas a responder.

Segunda meditación

La verdadera definición del amor de Jesús hacia los hombres es ésta: "El amor de Dios manifestado en Jesús, nuestro Señor". Esta definición es tan densa en significado, que necesita limitarse a examinar, sólo progresivamente, la perspectiva infinita que ella nos abrirá, gratamente, mientras continuamos en la consideración del Corazón de Jesús. Tendremos modo de comprender las manifestaciones de la misericordia y amistad humana de Jesús; sucesivamente, el don que Él nos ha hecho de su vida, la prueba más grande de su amor y, por último, el amor divino que nos revela con su venida a la tierra.

En el Evangelio, todo parece testimoniar este amor de Jesús, en el contínuo conmoverse ante las miserias que Él encuentra a su paso. En efecto, el desconsolado dolor de la viuda de Naim lo conmueve profundamente ella era viuda y tenía un único hijo. Le afecta, del mismo modo, las lágrimas de María por su hermano Lázaro: Jesús, entonces, cuando la vio llorar y también llorar a los judios que habían ido con ella, se conmovió profundamente, se turbó y dijo: "¿Dónde lo habéis puesto?". Le dijeron: "Señor, ven a ver". Jesús rompió en llanto. Dijeron entonces los judios: "Cómo lo amaba".
(Jn 11, 33-36)

El Evangelio evidencia la sensibilidad de Jesús en la manifestación del amor, y parece evidente que Él se domina más que nosotros, porque no conoce los desórdenes del pecado original. Jesús, a través de sus ojos, recibe impresiones vivas, como las nuestras. Sus reacciones llegan a las lágrimas; lo testifican los presentes, cuando exclaman: "Cómo lo amaba". Incluso ni sus enemigos se atreverán a negarlo. Sólo se sorprenden de que un amigo tan poderoso, en la vida y en la muerte, el taumaturgo famoso que ya había abierto los ojos a un ciego de nacimiento y, resucitado al hijo de la viuda de Naim, no haya podido evitar la muerte de su amigo.

Sin presagiar su maldad, también nosotros nos sorprendemos de las tardías respuestas de Jesús en socorrer a esta familia fiel, aunque el Evangelio de Juan nos enseña que hay motivo bien preciso para esta tardanza: se trata de la gloria de Dios.
El amor de Jesús por los hombres es más solícito de lo que podamos imaginar: amor infinito alimentado por su Padre.
Un hecho similar debería inspirarnos más serenidad en el momento en que nos parece que Dios tarda en socorrernos: y no es porque nos haya olvidado, sino al contrario, porque se preocupa por nuestra suerte y no sólo en peligro de muerte. Lo demuestra su compasión y la solicitud en las dos circunstancias que le han inducido a multiplicar panes.

La primera vez es el buen Pastor, que se manifiesta: "Al bajar de la barca, Jesús vio a una gran muchedumbre y tuvo compasión de ella, porque estaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles, con calma".
Daba así respuesta a las tentaciones de Satanás, cuando Jesús se niega a hacer un milagro para procurarse pan al sentir hambre, tras cuarenta dias de ayuno. En esta circunstancia, Jesús citó un versículo del Deuteronomio: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor" (Deut 8,3). Él no solo se limita a evangelizar a las gentes, no convocada por Él; Jesús se preocupa de alimentarla de pan y pescado, hasta saciarlos. Y éste es el motivo: "Me da pena esta gente, porque llevan ya tres dias conmigo y no tienen qué comer; si se van así a sus casas, desmayarán, porque algunos de ellos han venido desde lejos".

En las bodas de Canaán surgen comentarios y María señala la angustia de los novios al ver la falta de vino. Ésto da pie para inculcar una mayor confidencia y solicitud maternal de María por nosotros. Es loable, aunque San Juan evangelista no nos dice si Jesús notó la falta, aunque afirme que lo sabía. Y son fundados los motivos al suponer que Jesús conocía perfectamente lo que iba a suceder. Jesús tiene ojos para ver. En el sermón de la montaña nos manda abandonarnos a la providencia porque El Padre lo sabe todo ¿Podemos pensar que Jesús sea menos, y sus ojos no se fijen en nosotros?.
Antes de cada una de las multiplicaciones de los panes, Jesús ha intuidoel hambre de la gente. Está tan concentrada en sus palabras, que durante tres dias no acusaban el hambre. En ambos casos, el Evangelio sostiene el mismo morivo "tuvo compasión".

Tras dos mil años, Jesús ha mantenido, respecto a nosotros, la misma mirada, el mismo sentimiento, idéntica voluntad de actuar.
Las promesas hechas a Santa Margarita María de Alacoque, lo confirman. Desde siempre, pero sobre todo tras estas garantías, Jesús nos mira con amor, nos sigue, nos sostiene porque estamos en su Corazón y jamás nos deja solos: para que no nos perdamos. Éste es su deseo: Yo los consolaré en todas sus aflicciones. Por eso, cuando llegue el momento de la soledad, del dolor, de las incompresniones, de las dificultades económicas, o cuando todo parece ahogarnos, en lugar de perdernos, es el tiemp ode acudir a Él.

Jesús nos dice que Dios es Padre y lo manifiesta perfectamente tanto en sus palabras como en sus obras. Cuando su palabra entra en el corazón, sabemos que hemos sido llamados y queridos por Dios y que nuestro origen está en el amor de Dios; que estamos constantemente bajo su mirada, que nos lleva de la mano, entonces subintra en nosostros la seguridad. Certeza que certifica que no estamos solos, que no estamos desperdigados en la creación: que no sobramos en la tierra.
La fe no nos oculta el aspecto dramático de la vida, nos dice que el mundo está regido por Dios, que es padre, y en el cual todo tiene sentido. en esta como en la otra vida. Los senderos inseguros y frágiles nos revelan que venimos de la nada; pero la certeza de un amor nos sostiene y jamás se cansará de nosotros. No nos detendrá la angustia...
"Yo les consolaré en sus sufrimientos".