Dante Alighieri - Opera Omnia >>  La Divina Comedia
Other languages:   italian_flag   united_kingdom_flag   french_flag   portugal_flag   dutch_flag   russian_flag   chinese_flag   japan_flag                                   



 


lalighieri integro completa de los trabajos de fuentes los trabajos literarios históricos en la prosa y en los versos



PARAISO
 
Traducido por Bartolomé Mitre
 
 
 
CANTO I
 

     De la gloria de Aquel que todo mueve
lleno está el universo, donde esplende
en una parte más y en otra leve.

     En el cielo, en que más su luz enciende,
estuve, y cosas vi que relatarse
no sabe o puede quien de allá desciende;

     porque nuestro intelecto, al acercarse
a sus deseos, profundiza tanto,
que la memoria atrás no puede alzarse.

     Pero, en verdad, cuanto del reino santo
he guardado en mi mente cual tesoro,
ora será materia de mi canto.

     ¡Oh, Apolo!, en mi postrer labor te imploro;
que tu alta inspiración colme mi vaso,
y acuérdame el laurel que más valoro.

     Me ha bastado una cima del Parnaso
hasta el presente, y ahora dos te pido,
para la justa que me queda al paso.

     ¡Penétreme el espíritu atrevido,
con que a Marsyas el cuerpo ensangrentado
sacaste, de su vaina desprendido!

     ¡Oh, divina virtud! por ti ayudado,
la sombra de aquel reino bendecido
diré cómo en mi mente se ha estampado.

     Caiga, ¡oh, Padre!, de tu árbol tan querido
sobre mi frente una hoja soberana,
que haya por ti mi canto merecido.

     Tan rara vez con ella se engalana
el César o el poeta triunfalmente
(¡culpa y baldón de voluntad humana!),

     que debiera gozarse alegremente
la délfica deidad, cuando la rama
de Penea despierta ser ardiente.

     Leve chispa produce grande llama:
tal vez en pos de mí, mejores luces
alumbrarán en Cirra nueva fama.

     ¡Oh, luminar del mundo! ¡Tú conduces
al mortal por mil sendas; mas aquella
que junta cuatro cercos en tres cruces,

     con mejor curso y con mejor estrella,
de ti conjunta, nuestra cera humana,
según sus leyes, atempera y sella!

     Era de noche acá, y allí mañana:
el hemisferio aquel estaba blanco,
y el otro, negro por la sombra vana;

     cuando a Beatriz, hacia el siniestro flanco
vi que miraba al sol, más fijamente
que un águila imperial, con ojo franco.

     Como un segundo rayo torna ardiente,
del reflector que al paso se le opuso,
o el peregrino hacia el hogar ausente,

     así del ojo de Beatriz, infuso
el acto repetir surgió en mi mente,
y al sol miré con terrenal desuso.

     Mucho es lícito allá nativamente,
que no en la tierra; pues por gracia creado
fué sitio propio de la humana gente.

     Mal resistí su círculo inflamado,
pero pude mirar su luz chispeante
como hierro por fuegos abrasado.

     Y súbito pensé tener delante,
día con día, cual si Dios hubiera
ornado de otro sol, cielo radiante.

     Beatriz miraba hacia la eterna esfera,
con ojo fijo, y yo la contemplaba,
mi ojo apartando de remota hoguera.

     Y mi interior su aspecto transformaba,
como Glauco, al gustar marina hierba,
consorte de los dioses se tornaba.

     Trashumanar, significar per verba,
es imposible; que el ejemplo baste
al que tal experiencia Dios reserva.

     Si era sólo de mí lo que tú creaste,
tú lo sabes, ¡oh, amor!, que eres gobierno
cuando en tu luz al cielo me elevaste.

     En la esfera en que gira sempiterno
el deseo hacia ti, que en armonía
dirige moderando el juicio eterno,

     me pareció que el cielo se encendía
con la llama del sol: gran lago extenso,
cual lluvia y ríos nunca formaría.

     La novedad del son y el brillo intenso,
de conocer su causa en mí encendiera
deseo no sentido y más inmenso.

     Y ella, que cual yo mismo mi alma viera,
por aquietar el ánimo alterado,
antes de preguntar, su boca abriera,

     y comenzó: «Tú mismo te has turbado
con tu falso pensar, y así no atinas
a ver, porque tu error no has desechado.

     »En la tierra no estás cual te imaginas:
un rayo de los cielos disparado
corre menos que tú, que allá caminas.»

     De mi primera duda desnudado
por su dulce sonrisa y breve acento,
en nueva duda me sentí enredado,

     y le dije: «Se aquieta en el contento
mi grande admiración; pero me admira
cómo, leve, traspaso este elemento.»

     Ella, después que con piedad suspira,
vuelve hacia mí los ojos, con semblante
de madre, para el hijo que delira.

     Y así empezó: «El orden es constante
de las cosas en sí; y por tal forma
el universo a Dios es semejante.

     »Aquí, los nobles seres ven la norma
de lo eterno que todo determina,
según ley a que todo se conforma.

     »Toda natura al orden tal se inclina
de varias suertes, y según concierto
que al principio del alma se avecina:

     »y así navegan a diverso puerto
por el gran mar del ser, y cada una
con el instinto que le da el acierto.

     »Este lleva los fuegos a la luna;
éste mueve en su pecho a los mortales;
éste la tierra en sí cierra y aduna.

     »Y a más de los que son irracionales,
de su arco la saeta se endereza
a los que aman y entienden racionales.

     »La Providencia, centro de grandeza,
de sus luces al cielo siempre quieto,
cabe al que gira con mayor presteza.

     »Y allá, como lo manda alto decreto,
nos lleva la impulsión de aquella cuerda,
como flecha que apunta al bien dilecto.

     »Es verdad que la forma no concuerda
alguna vez con la intención del arte,
pues la sola materia se hace lerda;

     »y así, de aquel camino se departe
la criatura, que, aun siendo compelida,
puede inclinarse libre hacia otra parte;

     »(como se ve de nube suspendida
fuego caer), si en su ímpetu primero
por falso halago a tierra es atraída.

     »No te debe admirar, si bien infiero,
el que subas así, cual corre un rivo
que de alto monte al valle cae ligero.

     »Maravilla sería, si cautivo,
sin reatos, quedases en el suelo,
como quieto en la tierra el fuego vivo.»

     Dijo, elevando su semblante al cielo.




CANTO II
 

     ¡Oh, los que vais en pequeñuela barca,
que ansiosos de oír el canto habéis seguido
tras de mi leño que el espacio abarca!

     ¡Volved la proa hacia el hogar querido!
¡No penetréis al piélago agitado,
que os perderíais, siendo yo perdido!

     En estas aguas nadie ha navegado:
guía Apolo, Minerva hincha mi vela,
y las Musas, las Osas me han mostrado.

     Los que alzáis vuestro cuello, y que desvela
temprano el pan, angélico alimento
que aquí, si más se come, más se anhela,

     podéis la vela desplegar al viento,
en los mares mi surco continuando,
que en el agua se iguala en el momento.

     Gente gloriosa, a Colcos arribando,
menos que lo estaréis, quedó admirada
viendo a Jasón con toros ir arando.

     La sed perpetua con el alma creada
en el deiforme reino nos movía,
veloces cual la bóveda estrellada.

     Beatriz miraba en lo alto, y yo la vía;
y es más tarda la flecha presurosa
en volar de la nuez, que el arco envía,

     que yo, al mirar otra admirable cosa,
desviar el rostro, y retornarlo a aquella
a quien nada se oculta en mi alma ansiosa;

     la que dijo, tan plácida cuan bella:
«Levanta a Dios tu mente, agradecido,
pues has llegado a la primera estrella.»

     Estar me pareció todo circuido
de nube clara, sólida, infinita,
como diamante por el sol herido.

     Envueltos por la eterna margarita,
nos recibió, como agua que recibe
rayo de luz, y el agua no se agita.

     Si en cuerpo estaba allí, no se concibe,
cómo una dimensión otra reciba,
cuando uno y otro cuerpo se percibe;

     y esto nuestro deseo más aviva
de penetrar la esencia que trasciende,
y que une a Dios a la criatura viva.

     Allí se ve lo que por fe se aprende,
sin otra prueba, por sí mismo noto,
cual la prima verdad que el hombre entiende.

     Yo respondí: «Madona, tan devoto
como puedo, regracio al ser potente,
que me trajo del mundo más remoto.

     »Mas dime, si la sombra es evidente,
¿cuando visto este cuerpo de la tierra
el cuento de Caín trae a la mente?»

     Sonrióse un poco, y dijo: «Porque yerra
la opinión y el sentir de los mortales,
sin poseer la llave que abre y cierra,

     »no debieras de asombro dar señales,
pues ves que los sentidos en su ascenso
tienen cortas las alas racionales.

     »Dime si piensas tú como lo pienso.»
Y yo: «Lo que parece aquí tan vario,
creo efecto de cuerpo raro y denso.»

     Y de ella a mí: «Tu juicio aun es falsario,
y lo verás, al escuchar atento
el argumento que te haré en contrario.

     »La octava esfera muestra en su elemento
muchos astros, y en él cada lumbrera
difiere en su grandor y alumbramiento.

     »Si de lo denso o raro esto naciera,
una sola virtud fuera la esencia,
que, en más o menos, distribuído fuera.

     »Virtudes varias son la consecuencia
de principios formales, menos uno,
y esto destruye tu razón y ciencia.

     »A más, si fuese causa de lo bruno
lo raro que tú buscas, fuera en parte,
o bien de su materia propia ayuno,

     »este planeta; o tal cual se comparte
lo gordo y magro un cuerpo, fuera aquesto
un volumen que en hojas se reparte.

     »Si lo primero, fuera manifiesto
en eclipses de sol, pues se vería
la luz, a cuerpo raro contrapuesto.

     »Como esto no es así, la otra teoría
si llego a refutarla en cuanto expresa,
mostrará de tu juicio la falsía.

     »Si ese cuerpo no es vano que atraviesa
rayo de luz, él tiene un punto, donde
todo contrario cuerpo en él tropieza;

     »por ende, aquí el reflejo corresponde,
como el color en un cristal bruñido
cuando detrás de sí su plomo esconde.

     »Tú dirás, que al mostrarse oscurecido
el rayo aquí, proviene de que en parte
más hacia adentro su refracto ha sido.

     »A esa instancia, tú puedes contestarte
con la experiencia que comprueba todo,
y es fuente humana de la ciencia y arte.

     »Tres espejos prepara, de tal modo
que, dos cercanos, lejos el tercero,
entre los dos promedie tu acomodo.

     »Si a tu espalda se enciende un candelero,
verás que en todos tres la luz se enciende,
en ti repercutiendo por entero;

     »y bien que menos grande se trasciende
en el que está de ti más apartado,
verás que igual la triple luz esplende.

     »Como al rayo estival acalorado,
la nieve se desnuda por su efecto,
del color y del frío de su estado,

     »de tal modo aclarado tu intelecto,
te mostraré una luz tan peregrina,
que te hará cintilar su vivo aspecto.

     »Dentro del cielo de la paz divina,
un cuerpo gira, que en el ser infunde
cuanta virtud contiene y predomina.

     »En el siguiente cielo se difunde
el ser en astros de diversa esencia,
distintas de él, pero que en él refunde.

     »En otros cielos hay la diferencia,
que conteniendo en sí germen fecundo,
a otros fines se adaptan y otra influencia.

     »Como ves, estos órganos del mundo
o reciben o dan de grado en grado,
desde arriba hasta el cielo más profundo.

     »Y considera bien cómo he encontrado
el camino que buscas, verdadero,
de modo de pasar tú solo el vado.

     »De los astros el santo derrotero
se atribuye a beatíficos motores,
como al martillo la obra del herrero;

     »y el cielo que hermosean resplandores,
de la profunda mente que lo mueve
toma imagen que sella con fulgores.

     »Y como el alma en vuestro polvo leve,
en diferentes miembros conformada,
varias potencias por igual promueve,

     »la inteligencia así multiplicada,
en esos astros su bondad despliega,
girando en unidad bien ordenada.

     »Cada virtud diversa así se allega
con el cuerpo precioso, que la aviva,
y cual la vida en ti, en él se apega.

     »De esa alegre natura se deriva
mixta virtud que en ese cuerpo luce,
como leticia en la pupila viva.

     »De aquí proviene que su luz induce
a ver diverso, no lo denso y raro;
que es el formal principio el que produce,

     »conforme a su bondad, lo turbio y claro.»




CANTO III
 

     El sol, que antes de amor prendió mi pecho,
de la verdad mostróme la belleza,
probando y refutando con el hecho.

     Y yo, por confesarme con firmeza,
cuanto es posible, de mi error curado,
para hablar levanté más mi cabeza;

     mas por una visión quedé estrechado,
que mi atención atrajo fijamente,
y de mi confesión quedé olvidado.

     Como en el vidrio terso y transparente,
o bien en agua nítida y tranquila
cuyo fondo se vea claramente,

     miramos nuestra imagen que vacila,
tan tenue, como perla en blanca frente,
y que fija más pronto la pupila,

     tal deseosa de hablar miré una gente,
que en el error opuesto me indujera
al que encendió el amor entre hombre y fuente.

     Y apenas sorprendido la entreviera,
que espejados semblantes parecían,
volví los ojos para ver lo que era:

     nada viendo, volví donde lucían
los ojos de mi guía, dulcemente,
que con santos ardores sonreían.

     «No te sorprenda verme tan sonriente»,
ella me dijo, «si pueril te noto:
aún no pisas la huella firmemente,

     »y te extravías en camino ignoto.
Esos que ves, son seres relegados
en este sitio, por romper su voto.

     »Háblales, oye, y cree, son fortunados,
que verdadera luz, que es venturosa,
sus pies retiene con su luz atados.»

     Y yo, a una sombra al parecer deseosa
de hablar, me dirigí, a la ventura,
cual hombre a quien el mucho anhelo acosa:

     «¡Oh, espíritu feliz! que con dulzura
sientes los rayos de la eterna vida,
que sólo el que la gusta ama y procura;

     »a decirme tu nombre te convida
mi voluntad, lo que eres y quién fuiste.»
Me contestó sonriente y complacida:

     «La nuestra caridad nunca resiste
a justa voluntad, que es como aquella
que en la corte celeste igual existe.

     »En el mundo yo fuí sóror doncella,
y si tu mente mi recuerdo guarda,
no a ti me ocultaré por ser más bella,

     »pues ya conocerás que soy Piccarda,
que aquí moro con estos bendecidos,
beata como ellos en la esfera tarda.

     »Nuestros afectos viven encendidos
del Espíritu Santo en goce tanto,
en leticia a su arbitrio sometidos.

     »Y esta suerte que abajo fuera encanto,
dada nos fué por votos claudicantes,
que descuidamos en la tierra un tanto.»

     «Admirando», le dije, «esos semblantes
en que se esplende no sé qué divino,
que transfigura vuestra forma de antes,

     »por eso en recordar no fuí festino;
pero ora que me ayuda lo que dices,
para refigurarte bien atino;

     »pero si bien no sois aquí infelices,
¿no os impulsa hacia lo alto algún deseo,
para ser más arriba más felices?»

     A ella y las otras sonreírse veo,
respondiendo después, tan dulce y leda,
como el primer amor en su alboreo:

     «Hermano, aquí la voluntad aqueda
virtud de caridad, y a la sed place
tan sólo lo que el cielo nos conceda,

     »y que el deseo nunca se ultrapase,
porque, en discordia, fuera otra ventura
contraria del querer que todo lo hace:

     »lucha tal no es posible en esta altura,
que estar en caridad aquí es preciso,
de Dios considerando la natura;

     »que esencia de este ser, cual Dios lo quiso,
es no apartarse del divino agrado,
con un solo querer, siempre sumiso;

     »y así, sembrado de uno en otro grado,
en este reino todo nos complace,
como al rey que lo tiene decretado.

     »Su voluntad estar en paz nos hace:
hacia El, como a la mar, todo se mueve,
lo que natura cría, cual le place.»

     Claro vi entonces que allí todo debe
ser cielo y paraíso, aunque la gracia
del sumo bien en vario modo llueve.

     Mas cual suele ocurrir en boca sacia
que ora le harta un manjar y otro le excita,
que de éste pide, cuando aquél regracia,

     mi acción y mi palabra así se agita,
para de ella saber cómo su tela
la lanzadera no dejó finita.

     «Perfecta vida», dijo, «más enciela
a una mujer, a cuya regla y norma,
en vuestro mundo vístese y se vela:

     »vive y duerme y en muerte se conforma
con el esposo que su voto acepta,
con caridad que con su amor se informa.

     »En edad juvenil, yo fuí su adepta;
huí del mundo, y en su hábito encerrada,
juré observar la regla de su secta.

     »Pero una gente, al mal más que al bien dada,
me arrancó de mi dulce celda estrecha.
¡Dios sabe cuál mi vida fué quebrada!

     »Y ese nuevo esplendor, que a mi derecha
se muestra a ti, y que en la luz se enciende,
de esta esfera de vivas luces hecha,

     »lo que digo de mí, de ella se entiende:
soror cual yo, le fuera arrebatado
el velo que la sacra sombra extiende;

     »pero devuelta al mundo mal su grado,
contra las leyes de la buena usanza,
guardó en su corazón su velo amado.

     »La luz es ésa de la gran Constanza,
en que el segundo Suabio engendraría,
de su tercer varón, postrer pujanza.»

     Así habló, y cantando: Ave María,
se disipó en su atmósfera cantando,
cual peso que en el agua descendía.

     La vista mía la siguió mirando
hasta que su visión hube perdido,
a mi mayor anhelo retornando,

     hacia Beatriz del todo convertido:
mas fulguró en mis ojos su mirada,
y en el primer momento, sin sentido,

     la voz quedó en mi labio retardada.




CANTO IV
 

     Como entre dos manjares atrayentes,
que equidistan, el hombre, libre, hambriento,
antes muere que hincar en uno dientes;

     como un cordero queda sin aliento
entre dos lobos fieros, o confuso
un can entre dos gamos por evento;

     si así yo me callaba, no me acuso,
ni elogio, pues de dudas asaltado,
forzoso era callar, y no lo excuso.

     Callaba, y el deseo bien pintado
en mi rostro a lo vivo se veía,
aun más viviente que si fuera hablado.

     Hizo Beatriz lo que Daniel un día,
las iras de Nabuco serenando,
que tan injusto y tan crüel lo hacía.

     «Bien veo», dijo, «te hallas oscilando
entre un deseo y otro, y su atadura
quieres romper, tu aliento afuera echando.

     »Si la buena intención -te dices- dura,
¿por qué violencia ajena, que domina,
del merecer me acorta la mesura?

     »Hacia la duda al parecer te inclina
pensar que el alma vuelve a las estrellas,
como Platón enseña en su doctrina.

     »Esas las dudas son con que te estrellas,
y trataré, probando su falsía,
de la que mayor hiel detiene de ellas.

     »El serafín que en Dios más se gloría,
Moisés, Samuel y Juan, el que tú quieras,
y todos, sin excluir ni aun a María,

     »tienen el mismo asiento en las esferas
que esas almas que has visto en giro alterno,
ni serán más o menos duraderas.

     »embelleciendo el primer cerco eterno,
gozan de diferente dulce vida,
cerca o lejos del soplo sempiterno.

     »Al mostrarse en esfera restringida,
no es que moren acá, sino cual signo
de la celeste y la inferior subida.

     »Y a vuestra mente, así al hablar, asigno
lo que por sus sentidos sólo aprende
y que de su intelecto es lo condigno.

     »Por eso, la escritura condesciende
con vuestro entendimiento, y pies y mano
a Dios le da, aunque otra cosa entiende.

     »La santa Iglesia, con aspecto humano,
a Miguel y a Gabriel los representa,
y a otro que a Tobías volvió sano.

     »Lo que Timeo de las almas cuenta,
con lo que aquí se ve no configura,
si es que, como lo dice, tal lo sienta.

     »Según dice, retorna el alma pura
hacia su estrella de donde ha salido
al darle forma humana la natura.

     »Tal vez en su sentencia, otro sentido,
que no es visible, encierre su dictado,
que en intención pudiera ser tenido.

     »Si honor o improbación él ha pensado
atribuir de estos orbes a la influencia,
su arco quizá algo cierto haya acertado.

     »Tal principio, por mala inteligencia,
hizo nombrar, a casi todo el mundo,
Jove, Marte y Mercurio en esta esencia.

     »Otra duda te trae cogitabundo:
tiene menos veneno, y su malicia
no podría llevarte a mal profundo.

     »Juzga injusta el mortal nuestra justicia,
cuando debiera hallar de fe argumento,
en lugar de una herética nequicia.

     »Pero puede el humano entendimiento
penetrar la verdad con evidencia,
y cual deseas quedarás contento.

     »Si esas almas pasivas de violencia,
inertes se entregaron a la fuerza,
no hay excusa, no habiendo resistencia.

     »La voluntad activa es, si se esfuerza,
como la llama viva, que subiendo
no hay violencia posible que la tuerza;

     »y aunque poco, su fuerza sometiendo,
coopera a la violencia, y la consiente,
al sagrado lugar tornar pudiendo:

     »en posición de su querer consciente,
como Mucio al tender severa mano
o San Lorenzo en la parrilla ardiente,

     »habrían vuelto por camino llano,
libres, por el sendero antes perdido.
¡Pero firme querer no es siempre humano!

     »Con esta distinción, si has comprendido
como lo debes, tu argumento caso,
que te habría en errores inducido.

     »Mas otra duda se atraviesa al paso,
que no puedes salvar tú solamente,
sin que se agote el pensamiento laso.

     »Cual cosa cierta te infundí en la mente;
beatitud y mentira no condice,
porque suma verdad tiene presente.

     »Esto en parte, Piccarda contradice,
pues Constanza lloró su velo amado,
y es bueno que tal caso profundice.

     »Muchas veces, hermano, de mal grado,
por huir un peligro, se consiente
hacer lo que un deber nos ha vedado;

     »como Almeón, al padre fué obediente,
a su madre matando, sin defensa,
y que, por ser piadoso, fué inclemente.

     »Sobre este punto delicado, piensa
que si el querer a fuerza da tributo,
no puede disculparse tal ofensa.

     »No admite mal, querer que es absoluto,
y si consiente, de temores presa,
al retraerse coge amargo fruto.

     »Luego, cuando Piccarda así se expresa,
entiende en absoluto el albedrío,
y yo lo otro, y la contienda cesa.»

     Así las ondas de aquel santo río
que de la fuente de verdad deriva,
dieron la paz al pensamiento mío.

     «¡Oh, del amante primo, amada! ¡Oh, diva»
le dije, «cuyo hablar mi ser inunda
con un fuego que más y más se aviva!

     »¡No es la afección que siento tan profunda
que baste a compensar gracia con gracia:
mas quien todo lo ve, respuesta infunda!

     »Bien sé que el intelecto no se sacia,
si la verdad por siempre no lo ilustra.
y ninguna verdad fuera se espacia.

     »Posa en ella, cual fiera en su palustra,
cuando puede alcanzarla, y la retiene,
sin lo cual todo anhelo al fin se frustra:

     »de la verdad, la duda al pie se tiene,
como un retoño; que es de su natura
llevarnos a la cima que conviene.

     »Y esto me mueve, y esto me asegura,
a esclarecer con toda reverencia
otra verdad que me parece oscura.

     »¿Puede de buenas obras la excelencia
compensar algún voto quebrantado,
inclinando en el cielo a la clemencia?»

     Vi de Beatriz el ojo iluminado
por tantas chispas del amor divino,
que volviendo la espalda desmayado,

     cuasi perdido, la cabeza inclino.




CANTO V
 

     «Si en mis ojos flamea amor ardiente,
como en la tierra nunca visto ha sido,
que ante su brillo tu ojo es impotente,

     »no te admire, porque esto ha provenido
de perfecta visión, tal como aprende
su marcha el pie, hacia su bien sabido.

     »Bien veo ya cómo en tu mente esplende
la luz divina que por siempre luce,
y que con sólo verla amor enciende;

     »y si otra cosa vuestro amor seduce,
es tan sólo de aquélla algún vestigio
mal mirado, que en ella se trasluce

     »quieres saber si un bien con su prestigio
contra violado voto pueda tanto
que al ánima asegure su litigio.»

     Así Beatriz encomenzó este canto,
y como hombre que sigue lo que empieza,
siguió el proceso del discurso santo:

     «El don mayor que Dios en su largueza
hizo creando, con bondad colmada,
y para El más conforme a su grandeza,

     »fué el de la voluntad deliberada,
de que toda criatura inteligente
por la gracia especial está dotada.

     »Ora verás, juzgando con tu mente,
el gran valor del voto, y si es exacto
que Dios consienta a lo que el hobre asiente;

     »que al firmar entre el hombre y Dios el pacto,
víctima voluntaria, ese tesoro
se ofrece, como digo, por tal acto.

     »¿Qué puede compensarlo con decoro?
¿Creerás hacer buen uso de lo oferto
volviendo lo robado con desdoro?

     Del punto principal, esto es lo cierto;
mas si la santa Iglesia lo dispensa,
lo que te he dicho quedaría incierto.

     »No te levantes de esta mesa inmensa:
porque el duro alimento que has probado,
con fuerza digestiva se compensa.

     »Abre la mente a lo que te he enseñado,
y guárdalo entre ti, pues no da ciencia
oír sin retener lo ya escuchado.

     »Dos cosas corrsponden a la esencia
del sacrifio: la una, la empeñada;
y la otra es la ofrecida conveniencia.

     »Esta última no queda cancelada
si no se cumple; y explicada ha sido
en lo demás con precisión sobrada.

     »Por necesario, fuéles permitido
a los Hebreos permutar ofrenda
alguna vez, como lo habrás leído.

     »Puede que lo primero esto comprenda,
como materia en lo que no se manca,
el voto permutado por la enmienda.

     »Mas nadie de su espalda el peso arranca
por propia voluntad, si no da vuelta,
bien la llave amarilla, bien la blanca;

     y cualquiera permuta es mal resuelta,
si no lleva la cosa que la ha dado,
cual va en la seis la cifra cuatro envuelta.

     »Pues vale y pesa tanto lo pesado
por su valor, que en toda fiel balanza,
por su valor tiene que ser pagado.

     »¡No toméis los mortales voto a chanza!
Sed fieles sin jurar a la ligera;
no cual Jefté, tan cruel y sin templanza;

     »que decir: Hice mal, más le valiera,
y no hacer lo peor; ni con torpeza,
cual el gran rey de Grecia procediera,

     »que llorando Ifigenia su belleza,
hizo llorar al loco y sabio grave,
al oír hablar de un culto sin terneza.

     »Sed cristianos; que os mueva causa grave:
no seáis como pluma a todo viento,
ni penséis que toda agua culpas lave.

     »Tenéis el viejo y nuevo testamento,
y el pastor de la Iglesia es vuestro guía:
esto basta del alma al salvamento.

     »Si os grita en contra la codicia impía,
sed hombres, y no estúpida borrega,
a quien pueda mofar gente judía.

     »No cual cordero hagaís, que se despega
del pezón de la madre, y que, lascivo,
consigo mismo retozando brega.»

     Esto dijo Beatriz, como lo escribo;
y volvióse después, toda anhelante,
hacia el puento del mundo que es más vivo.

     Y su silencio, al trasmutar semblante,
silencio impone a mi ardoroso anhelo,
que ya nuevas cuestiones ve delante.

     Como saeta que, en su raudo vuelo.
hiere, cuando aún la cuerda no está quieta,
así alcanzamos el segundo cielo.

     Leda a Beatriz, la vi yo tan perfecta,
al entrar en el cielo reluciente,
que más luciente pareció el planeta.

     Y si la estrella se hizo sonriente,
¿qué podría yo hacer, que por natura
soy mudable mortal tan variamente?

     Como en una pesquera quieta y pura
se precipitan peces nadadores,
en lo que cae buscando su pastura,

     así miré venir mil esplendores
a nosotros, y en cada cual se oía:
Ved quien acrecerá nuestros amores.

     Y cada sombra que hacia nos venía,
se mostraba colmada de leticia
en el claro fulgor que difundía.

     Piensa, lector, si lo que aquí se inicia
se interrumpiera, cuál te angustiaría
no ver el fin de la eternal caricia.

     ¡Y podrás estimar el ansia mía,
si el tuyo y mi deseo parangono
por conocer mejor lo que veía!

     «¡Oh, bienaventurado, a quien el trono
del triunfo eterno dado es ver por gracia,
antes que de milicia el abandono!

     »La luz de todo el cielo que se espacia
nos ilumina; y pues saber ansías
qué es lo que somos, a placer te sacia.»

     Así, por una de estas almas pías
dicho me fué; y mi Beatriz, siguiendo:
«¡Di!, di, creyendo como a Dios creerías.»

     »Qué tenéis vuestros nidos, estoy viendo,
en vuestra propia luz, pues la mirada
resplandece en tus ojos sonriendo.

     »Mas quién eres, no sé, ¡oh, alma elevada,
ni por qué permaneces en la esfera,
que se esconde al mortal, de luz velada!»

     Esto dije, mirando a la lumbrera,
que primero me hablara entre esplendores,
y aun más luciente de lo que antes era.

     Como el sol con sus propios resplandores
se oculta por su luz, cuando consume,
con su calor, del aire los vapores,

     más gozosa de nuevo se reasume
dentro a su rayo la figura santa,
y encerrada en la forma que así asume,

     habló, como el siguiente Canto canta.




CANTO VI
 

     «Constantino, del águila la insignia,
volvió contra del sol en la carrera
que antes seguía al que ganó a Lavinia.

     »Por cien años y cien se mantuviera
en el confín de Europa, venerada,
cercana de aquel monte en que naciera;

     »y a la sombra de su ala consagrada,
al mundo gobernó de mano en mano,
hasta que fué a mis manos entregada.

     »Yo fuí César, y soy yo Justiniano,
que por querer del primo amor que siento,
limpié las leyes de su exceso vano.

     »Antes de realizar tan noble intento,
una sola natura veía en Cristo,
y lo creía, con tal fe contento.

     »Mas el beato Agapito, que provisto
fué cual sumo Pastor, con fe sincera
me hizo ver lo divino en Jesucristo.

     »Creíle; y lo que el santo me dijera,
veo claro, cual ves tú claramente,
cuál opinión es falsa o verdadera.

     »Así que de la Iglesia fuí creyente,
a Dios plugo inspirarme voluntario
la grande obra a que díme enteramente.

     »De las armas di el mando a Belisario,
cuya diestra del cielo fué conjunta,
marcándome reposo necesario.

     »Ya he contestado a tu primer pregunta;
pero hay una cuestión que se interpone
y me obliga a seguir porque se ayunta,

     »para mostrarte no hay razón que abone,
a quien combate el sacrosanto signo,
si se lo apropia, o bien si se le opone.

     »Ve por cuantas hazañas se hizo digno
de reverencia, desde aquel momento
en que marcó Palante su destino.

     »Bien sabes tú que en Alba tuvo asiento
por tres siglos, peleando aún por su gloria,
tres contra tres con varonil aliento.

     »Desde el rapto sabíneo hasta la historia
del dolor de Lucrecia, y siete regios,
sabes que en torno impuso la victoria.

     »Sabes cuál los romanos más egregios
la condujeron contra Pirro y Breno,
y en contra de otros reyes y colegios.

     »A él le deben Torcuato y Quinto el bueno
de inculta cabellera, con sus haces
y Fabio y Decio su renombre pleno.

     »El aterró a los árabes tenaces
que, de Aníbal en pos, fieros cruzaron
la alpestre roca, ¡oh, Po!, donde tú naces.

     »A su sombra muy jóvenes triunfaron
Pompeyo y Escipión; y en la colina
donde naciste tú, muchos lloraron.

     »Después que plugo a voluntad divina
dar al mundo, de paz día sereno,
Roma en manos de César lo consigna.

     »Lo que hizo el signo desde el Var al Reno,
lo vió el Iser y el Era, lo vió el Sena
y los valles que al Ródano dan lleno;

     »y lo que hizo saliendo de Ravena,
pasando el Rubicón, fué de tal vuelo
que la lengua y la pluma se refrena.

     »Y las huestes llevó de España al suelo;
luego a Durazzo; y en Farsalia dando,
hasta el caliente Nilo sintió el duelo.

     »Hacia el Simois y Antandro retornando,
tumba de Héctor, que hoy son ruinas troyanas,
por mal de Tolomeo fué volando.

     »Vino, y cual rayo de alas soberanas,
venció a Juba, corriendo al occidente,
al sentir las trompetas pompeyanas.

     »Por lo que hizo el que alzólo subsecuente,
Casio con Bruto abajo están ladrando,
llora Peruza, y Módena doliente.

     »Y aun Cleopatra la triste está llorando,
que ante su vista huyó, y por despojo
al áspid entregó su seno blando.

     »Con él corrió hasta el linde del mar Rojo;
el mundo fué con él pacificado,
y del templo de Jano echó el cerrojo.

     »Pero este signo de que tanto he hablado,
y hecho había, y haría en lo futuro
en el reino mortal que ha sojuzgado,

     »todo aparece poco y aun oscuro,
si en el César tercero se le mira
con ojo claro y con afecto puro;

     »que la viva justicia que me inspira,
le concedió, llevándole en su mano,
la gloria de vengar del cielo la ira.

     »Y admírate: su esfuerzo soberano
hizo a Tito tomar digna venganza
de la venganza del pecado anciano.

     »Y cuando el diente del lombardo alcanza
a la Iglesia a morder, bajo su aspicio,
Carlomagno, venciendo, es su esperanza.

     »Ora puedes juzgar por este indicio
a los que antes juzgué y he condenado,
causas de tanto humano maleficio.

     »Uno con lises jaldes ha afrontado,
el signo que otro apropia por su parte;
y es difícil saber cuál más culpado.

     »Que siga el Gibelino y siga en su arte
bajo otro signo, que no ampara el cielo
al que de la justicia marcha aparte.

     »No abatirla pretendan por el suelo
Carlos, ni Güelfos; teman a su garra,
que a más valiente león dejó sin pelo.

     »A veces la justicia al hijo agarra
por la culpa del padre; y no se crea
que trueque Dios blasón por lis en barra.

     »Esta pequeña estrella se rodea
de espíritus de bien, que han sido activos
por el honor y fama con idea:

     »que cuando por terrenos atractivos
los deseos desvían a la gloria,
en menos luz de amor quedan cautivos.

     »Si la paga, con la obra meritoria
medimos, encontramos la leticia,
que es en menos o en más consolatoria.

     »Aquí se endulza en vívida justicia
nuestro afecto, tan libre de pasiones,
que no puede torcerlo la nequicia.

     »Diversas voces forman dulces sones:
y así en diversos grados se concita
la armonía celeste en sus regiones.

     »Y dentro a la presente margarita,
luce su luz Romeo: su obra buena
la gente ingrata declaró maldita.

     »Empero, el provenzal de su condena
no se ha reído: pues quien mal camina
a sí mismo se busca daño y pena.

     »Cuatro hijas tuvo, cada cual regina;
Raimundo Berenger, que las hiciera,
fué una humilde persona peregrina.

     »Torpe consejo a su señor moviera
a pedirle sus cuentas a ese justo,
quien por diez, siete y cinco devolviera.

     »Fuese pobre, cuando era ya vetusto,
y si el mundo supiera su valía,
al mendigar su pan en su disgusto,

     »más de lo que lo ensalza, ensalzaría.»




CANTO VII
 

     ¡Hossanna, sanctus Deus sabaoth,
superillustrans claritate tua
felices ignes horum malaoth!

     Así canta, y en coro continúa,
según vi, retornando la sustancia
en que una doble luz la perpetúa.

     Y a las otras, danzando en consonancia,
como chispas veloces pasar veo,
y súbitas perderse a la distancia.

     Yo, dudando, no sé ni lo que creo,
y me digo entre mí: ¡Oh, Beatriz mía!
¡Dulce apaga la sed de mi deseo!

     Mas el grande respeto que sentía,
apenas pronunciado el B y el Iz,
como a un hombre dormido me oprimía.

     De tal estado me sacó Beatriz,
y comenzó, radiante en su sonrisa,
que entre llamas haría a un ser feliz.

     «Según segura inspiración me avisa:
¿Cómo, en justa venganza, justamente
hay castigo?, tu idea está remisa.

     »Mas yo te alumbraré la oscura mente:
escucha bien, que la palabra mía
de una grande verdad te hará presente.

     »Por no sufrir el freno que regía
su voluntad, el hombre no nacido,
perdiéndose, su prole perdería.

     »Y así el género humano sumergido
vivió por muchos siglos en error,
hasta que el Verbo santo descendido

     »la natura divina del Creador
a la humana natura unió en persona,
por acto sólo de su eterno amor.

     »Atiende, y bien con mi razón razona:
está natura a su Hacedor unida,
cual fué creada, su bondad abona:

     »mas fué por ella misma despedida
del paraíso, porque incautamente
dejó la senda de verdad y vida.

     »Así la pena de la cruz pendiente,
si en el orden humano se mensura,
impuesta fué cual nunca justamente,

     »y ninguna pudiera ser más dura
mirando a la persona que sufría,
y que estaba encerrada en tal natura.

     »De igual causa otro efecto provenía:
que al Judío y a Dios plugo una muerte
que, al conmover la tierra, el cielo abría.

     »Y así no debe extraño parecerte
que se diga que fué venganza justa
la que después vengó justicia fuerte.

     »Mas veo que en tu mente más se ajusta
un nudo, y de la duda al bamboleo,
en ella la verdad no bien se incrusta.

     »Tú dices: Lo que escucho bien lo creo,
mas por qué Dios quisiera, me es oculto,
darnos tal redención, eso no veo.

     »Este decreto, hermano, está sepulto
a los ojos del ser inteligente
que en las llamas de amor aún no es adulto.

     »Como en este misterio, ciertamente
si más se mira, menos se discierna,
su gran razón haré más evidente.

     «La divina bondad, que de sí externa
todo rencor, y ardiendo en sí cintila,
y así despliega su belleza eterna,

     »lo que directamente ella destila,
no tiene fin, porque jamás se mueve
su sello, cuando próvida sigila;

     »lo que por su virtud de lo alto llueve,
libre es del todo, por no estar sujeto
a otra causa menor lo que promueve;

     »lo más conforme le merece afecto,
que el santo ardor que en todo resplandece,
tiene, en más semejanza, más efecto.

     »Con estos dones su virtud acrece
la humanidad: si la criatura falla,
de su innata nobleza desmerece:

     »el pecado del todo la avasalla,
y más se aleja de aquel Bien divino
cuanto en ella su blanca luz desmaya.

     »Y no recobra su frescor pristino,
si de culpa el abismo no es colmado;
que mal placer tiene el dolor condigno.

     «Cuando el humano germen fué manchado,
su dignidad perdió, cuando perdía
el paraíso de que fué expulsado;

     »y recobrarlo ya no más podía
(si meditas con clara sutileza),
si no siguiendo la una o la otra vía:

     »o bien Dios, por sí mismo, en su largueza
perdonase por sí, o el hombre mismo
expiase por sí mismo su flaqueza.

     »Fija tu ojo en el fondo del abismo
del eterno pensar, en cuanto es dado,
y escucha mis razones asimismo.

     »El hombre, en su natura limitado,
mal podía pagar con la obediencia
su deuda, ni aun postrándose humillado,

     »cuanto se alzó soberbio en resistencia;
y por esto, la culpa no ha podido
el hombre rescatar en su impotencia;

     »así, el juicio de Dios ha convenido
volver al hombre a su plenaria vida,
y si una digo, dos he comprendido.

     »Mas siendo la obra tanto más querida
cuanto más al obrero representa,
de la bondad del corazón nacida,

     »la divina bondad que al mundo alienta,
procediendo por esta doble vía,
al rescataros se encontró contenta.

     »Entre la última noche y primo día,
nunca un acto más alto y más grandioso
por una u otra ley se hizo ni haría;

     »porque al darse, fué Dios más generoso,
habilitando al hombre a rescatarse,
que en perdonar la falta bondadoso.

     »De otro modo no puede compensarse
a la justicia, si de Dios el Hijo
no se hubiera humillado hasta encarnarse.

     »Ora quiero llevar tu anhelo fijo,
volviendo al punto a que de nuevo llego,
y veas por qué senda te dirijo.

     »Dices: Yo veo el aire, el agua, el fuego,
y la tierra con todas sus mixturas,
venir a corrupción, perderse luego.

     »Y estas cosas de Dios fueron creaturas,
y siendo lo que digo verdadero,
contra la corrupción fueron seguras.

     »Los ángeles, ¡oh, hermano!, y el sincero
mundo en que estás, se llaman bien creados,
por cuanto gozan de su ser entero;

     »mas los cuatro elementos ya nombrados
y las cosas que engendran y retienen,
por creada virtud son informados.

     »Creada fué la materia que contienen,
y su virtud informativa, en cuantas
estrellas giran, que en contorno tienen.

     »El ánima del bruto y de las plantas
de una sustancia organizada tira
la luz y acción en esas luces santas.

     »Mas vuestra vida por su medio inspira
la alta bondad, y de ella la enamora,
con un anhelo que jamás expira.

     »Y de esto puedes deducir ahora
vuestra resurrección bien meditada,
como la humana carne nació en su hora,

     »y en los primeros padres fué creada.»




CANTO VIII
 

     Creía el mundo, en su profano ciclo,
que la bella Ciprina los amores
presidía, brillando en su epiciclo.

     Y así le tributaba los honores
del sacrificio y voto agradecido,
la antigua gente imbuída en sus errores

     que veneraba a Dione y a Cupido,
la una por madre y otro por ser hijo,
que en la halda, dicen, se sentó de Dido.

     Y de Venus, como antes ya se dijo,
el nombre daban a la blanca estrella
que en pos o antes del sol es astro fijo.

     No acuerdo cómo remonté hasta ella,
mas al entrar en ella, iluminada
con su fulgor, miré a Beatriz más bella.

     Como se ve una chispa en llamarada,
o voces ora graves, ora tiernas,
se notan en cantata concertada,

     contemplo en esa luz muchas lucernas
girar en alternados movimientos,
según las hieren luces sempiternas:

     de fría nube nunca raudos vientos,
vistos o no, bajaron tan festinos,
que parecieran tardos y muy lentos.

     Al ver los luminares peregrinos
a nosotros venir, rompiendo el giro
que comienza en los ángeles divinos,

     en pos de aquellos que delante admiro,
sonó un Hosanna tan divinamente,
que desde entonces a escucharlo aspiro.

     Uno de ellos paróse a nuestro frente,
solo, y me dijo: «Aquí todo te asiste:
goza en el goce de esta noble gente,

     »que entre celestes príncipes existe,
y que de giro en giro te promete
lo que en el mundo alguna vez dijiste:

     »Voi, che intendendo il terzo ciel movete!,
y es tanto nuestro amor para tu agrado,
que hace que le giro nuestro aquí se aquiete.»

     Después que reverente hube mirado
los ojos de mi guía y mi señora,
y que fuí por sus luces confortado,

     volvíme hacia la luz tan promisora,
y tan sólo: ¿Quién eres?, la voz mía
articuló, si bien halagadora.

     ¡Oh! ¡Cuánto y cómo vi que se acrecía
su brillo, en nuevo goce transportada
al escucharme hablar, con alegría!

     Y radiante me habló: «Corta morada
hice en el mundo: de haber larga sido,
harta desgracia fuérale evitada.

     »Esta leticia de que estoy circuído
me envuelve con su velo esplendoroso
(cuasi animal que en seda está escondido).

     »Mucho me amaste en vida, cariñoso:
yo, si hubiera vivido, te brindaba,
más que la hoja y la flor, fruto jugoso.

     »Aquella izquierda orilla, que allí lava
el Ródano, y el Sorga mixturado,
por su señor un tiempo, me esperaba;

     »y así el cuerno de Ausonia, rematado
en Bari, en Gaeta y en Crotona,
en que al mar Tronto y Verde es derramado.

     »Ya en mi frente brillaba la corona
de aquella tierra que el Danubio riega,
cuando playas tudescas abandona.

     »Y la bella Trinacria, a donde llega
en Pachino y Peloro sobre el golfo,
en que no Tifeo con el Euro brega,

     »mas con humo de azufre en el regolfo,
sus monarcas legítimos tuviera,
natos de mí, de Carlos y Rodolfo,

     »si el mal gobierno al pueblo no moviera
a sacudir el yugo y lo indujese
a gritar en Palermo: ¡Muera! ¡Muera!

     »Si estos casos mi hermano preveyese,
de Cataluña pobre y avarienta
como de un gran peligro, de ella huyese.

     »Porque en verdad, debiera tomar cuenta,
por otros o por sí, de que a una barca
muy cargada no más carga se aumenta.

     »De rica estirpe de natura parca,
precisaba tener una milicia
que no cuidase sólo henchir el arca.»

     Yo exclamé: «Siendo en mí la alta leticia
que infundes, señor mío, y pienso y creo
que todo bien termina y que se inicia,

     »como lo sientes y cual yo lo veo,
y es por eso tu hablar tanto más grato,
porque mirando a Dios, ves su deseo.

     »Bien que feliz, mis dudas aun combato,
que al escucharte nacen nuevamente,
como de dulce germen, fruto ingrato.»

     Esto a él: y él a mí: «Si bien patente
una verdad presento a tus razones,
darás la espalda a lo que das la frente.

     »El bien que alegra y mueve estas regiones
en que feliz te elevas, providente
difunde en estos cuerpos grandes dones:

     »y no vela por ellas solamente
en su mente, por siempre en sí perfecta,
sino también por salud inmanente;

     »pues lanzada de su arco la saeta,
predestinada hacia su fin se inclina,
como flecha que al blanco va directa.

     »De otro modo, la luz que te encamina
produciría su contrario efecto,
y su obra, en vez de un arte, fuera ruina.

     »Y esto no puede ser, si el intelecto
que mueve estas estrellas no ha fallado,
creando en su origen orden imperfecto.

     »¿Quieres por más verdad ser aclarado?»
Y yo: «No más: Pues veo claramente,
que natura no falta en lo creado»

     Siguió hablando: «¿Sería procedente
que en la tierra viviere el hombre aislado?»
Yo contesté: «¡Oh, no!, seguramente.»

     «¿Sería bien no ser al hombre dado
trabajar según varia competencia?
No; que el maestro el bien os ha enseñado.»

     Y de aquí, deduciendo una evidencia,
concluyó: «Y así surge de esta base
de una causa, diversa consecuencia.

     »Que uno nace Solón, o Jerjes nace;
otro Melquizedet; de otro el destino
es ver volando al hijo que se abrase.

     »La natura en acción, estampa el signo
en la cera mortal, con tino y arte,
sin distinguir morada en su camino.

     »De aquí proviene que Esaú se aparte
del germen de Jacob, y que Quirino,
hijo de padre vil, elija a Marte.

     »La natura engendrada, en su camino
repetiría el tipo generante.
a no prevalecer poder divino.

     »Ya ves atrás lo que antes por delante;
y para darte de mi amor la prueba,
un corolario quiero que te enmante.

     »Siempre que la natura se subleva
contra su ley, como cualquier simiente,
fuera de su región, la ruina lleva.

     »Si el mundo no apartara de su mente
del proceder nativo las razones,
siguiéndolo tendría buena gente.

     »Mas vosotros desviáis a devociones
al que nació para ceñir las espada;
y hacéis un rey del que se da a sermones:

     »y así marcháis por senda descarriada.»




CANTO IX
 

     Después que me alumbró, bella Clemencia,
tu buen Carlos, narróme los engaños
que debía sufrir su descendencia,

     mas dijo: «¡Calla y deja andar los años!»
Y así, sólo diré que justo llanto
ha de pagar vuestros injustos daños.

     Y el espíritu envuelto en fuego santo
volvióse a las celestes claridades
del sol, que con su bien nos llena tanto.

     ¡Oh, almas oscuras, llenas de impiedades.
que apartáis de la luz vuestros amores,
con frente erguida, en vanas vanidades!

     Entonces, otro de esos esplendores
vino a mí, con anhelos de acudirme,
mostrándolo en sus luces exteriores.

     La vista de Beatriz, que siempre firme
estaba sobre mí, su caro asenso
en su mirada pereció infundirme.

     «Concede a mi querer pronto compenso,
beato espíritu», dije, «y dame prueba
que se refleja en ti lo que yo pienso.»

     La luz que para mí aun era nueva,
desde el profundo foco en que cantaba,
habló, como una luz que al bien nos lleva:

     «En esa parte de la tierra prava
que se extiende en Italia, entre el Rialto
y las fuentes del Brenta y de la Piava,

     »un collado se eleva, no muy alto,
de donde bajó un día una centella,
que fué de la comarca el sobresalto.

     »De esta misma raíz nací con ella:
me llamaron Cunicia, y hoy refulgo,
vencida por los fuegos de esa estrella.

     »Aquí yo misma mi perdón promulgo,
ledamente, y su causa no me altera,
aunque extraño tal vez parezca al vulgo.

     »Lo que está cerca a mí, clara lumbrera
del cielo, que en el mundo por mi acento
grande fama dejó y antes que muera,

     »cinco siglos tendrán su cumplimiento:
ve si debe el mortal ser excelente,
legando nuestra vida en incremento.

     »No piensa así la turba que al presente
Adige y Tagliamento allá circunda,
y ni por castigada se arrepiente;

     »mas la palude que al paduano inunda,
roja hará el agua que a Vicenza baña,
pues del deber rompieron la coyunda;

     »y do el Cagnan con Sile se acompaña,
hay un señor, con frente enhiesta y alta,
que por cogerle, alguna red se amaña.

     »Y Feltre llorará también la falta
de su pastor, tan cruda y tan impía,
que por más crimen no se ha entrado en Malta.

     »¡Qué ancha cuba la sangre llenaría
del ferrarense! ¡Y quién no fatigado
pesarla onza por onza intentaría!

     »Sangre que hará verter el preste airado
por servir a su bando; que estos dones
son del país regalo acostumbrado.

     »Altos espejos hay, que por nociones
tronos llamáis, que el fallo justiciero
reflejan y hacen buenas mis razones.»

     Aquí calló, y de su acción infiero
que a lo alto su atención fuera llamada,
volviendo al coro que ocupó primero.

     La otra luz que me fuera señalada
resplandeció ante mí, cual se reviste
piedra preciosa por el sol bañada.

     Porque el placer allá de luz se viste,
como de risa aquí; y en el infierno
la sombra es más cuanto es el alma triste.

     «Dios todo ve, y tú ves en lo eterno»,
dije, «espíritu beato; así que nada
se oculta a ti del gran pensar interno;

     »tú que mezclas tu voz, armonizada
con esas luces de eternal chispeo,
cada una de seis alas enmantada,

     »¿por qué no satisfaces mi deseo?
Mi alma no esperaría tu demanda
si yo me altruase como en ti me veo.»

     «El mayor valle donde un mar se expanda»,
me respondió el espíritu brillante
(fuera del que en la tierra es la guirlanda),

     »entre dos continentes, sol delante,
comprende espacio tal que el meridiano
transporta al horizonte confinante;

     »de este valle yo he sido litorano,
entre Ebro y Macra, que por corta vía
al genovés divide del toscano;

     »cuasi entre ocaso y orto, está Bugía,
en el promedio, tierra en que he nacido,
cuya sangre caldeó su parte un día.

     »Por Fulco fuí en el mundo conocido:
y con mis luces se imprimió este cielo,
como yo fuí por ellas imprimido.

     »No ardió con más amor la hija de Belo,
agraviando a Siqueo y a Creüsa,
cual yo, mientras blanquear no vi mi pelo.

     »Ni ardió más Rodopea, a quien ilusa
Demofonte engañó, ni Alcides, cuando
ni aun devanar por su Yolé rehusa.

     »No se arrepiente el alma, que gozando
borra culpa, que al alma no retorna;
goza en quien todo ordena vigilando.

     »Aquí se admira un arte, que se adorna
con la virtud, mostrando el bien que viene
y que del cielo hasta la tierra torna.

     »Y a fin que tu ansia de saber te llene
de las cosas que ves en esta esfera,
seguir más adelante me conviene.

     »¿Quieres saber quién guarda esa lumbrera
que en este cielo junto a mí cintila,
cual luz solar que en agua reverbera?

     »Has de saber que dentro está tranquila
el alma de Raab, de otras conjunta,
sobre la cual más esplendor destila.

     »En este cielo, a que la sombra apunta
de vuestro mundo, bendecida su alma
en el triunfo de Cristo quedó asunta,

     »Bien merece ser puesta como palma,
en algún cielo, de la gran victoria
que él conquistó con una y otra palma;

     »que ella favoreció la primer gloria
de Josué, al pisar la tierra santa,
de que el Papa no guarda la memoria.

     »Tu ciudad cultivó la mala planta
del que olvidó al autor de los autores,
de cuya envidia viene pena tanta,

     »que da y esparce las malditas flores,
los corderos y ovejas extraviando,
en lobos convirtiendo a los pastores.

     »Por eso, el Evangelio abandonando
sus magnos doctos, falsas decretales
sólo estudian, sus márgenes sobando.

     »De esto se ocupan Papa y cardenales,
sin pensar que al venir a Nazareto,
voló Gabriel con alas inmortales.

     »Pero en el Vaticano, y lo selecto
que Roma tiene, el sacro cementerio
de Pedro y de su ejército perfecto,

     »libre al fin quedará del adulterio.»




CANTO X
 

     Mirando al Hijo en el amor intenso
que eternamente al uno y otro inspira,
el motor inefable de lo inmenso,

     cuanto en la mente y en el ojo gira
todo ordenó, tan justa y sabiamente,
que más se goza en él si más se mira.

     Conmigo, pues, lector, alza la frente,
derecho a las esferas, en la parte
donde un giro del otro es divergente.

     Y allí, comienza a contemplar el arte
del gran Maestro, que en sí mismo se ama,
sin que sus ojos de su hechura aparte;

     contempla cual de allí se desparrama,
el cielo oblicuo, de planetas guía,
para servir al mundo que los llama:

     si no marchase por oblicua vía,
mucha fuerza del cielo fuera en vano,
y en tierra su potencia moriría,

     y si su recto curso, más lejano
o menos fuese, desde tal momento
fallara todo el existir mundano;

     puedes, lector, quedar quieto en tu asiento
ante tanto prodigio, pensativo;
que sin fatiga, quedarás contento:

     toma la copa en que por ti prelibo:
vuelvo al trabajo que mi mente apura
en la materia que obediente escribo.

     El ministro mayor de la natura,
que el sello celestial en todo asienta
y el tiempo con sus luces conmensura,

     en la parte que arriba se comenta,
conjunto a sus espiras circulaba
donde la hora temprana se presenta:

     en aquel punto fijo me encontraba;
y como pensamiento que sorprende,
sin acordarme cómo, me elevaba.

     y mi Beatriz, cual ser que se desprende
de lo bueno a mejor, súbitamente,
sin medida del tiempo, leve asciende.

     ¡Cuán bella estaba, de por sí luciente,
al entrar en el sol, que me envolvía
no por color, sino por luz creciente!

     Ni arte ni ingenio imaginar podría,
no digo describir, tanta belleza:
puedes creerlo, y por mirarla ansía.

     Que nuestra fantasía en su bajeza
no se eleve, la cosa es bien sencilla.
¡Qué ojo arriba del sol vió más grandeza!

     ¡Tal la cuarta familia que aquí brilla,
del alto Padre que en mirar se sacia
de trinidad la eterna maravilla!

     Y así Beatriz me habló: «¡Al sol regracia
de los querubes, al brillar visible
ante tus ojos por inmensa gracia!»

     Nunca pecho mortal fue más sensible
a la piedad, cual fuera yo movido,
con tanta gratitud cuanta es posible,

     cuando esa voz repercutió en mi oído;
en El puse mi amor tan solamente,
y se eclipsó Beatriz en el olvido.

     No le desagradó; más bien sonriente,
al esplender en su ojo la sonrisa,
puede ver cada cosa claramante.

     Miro una luz fulgente, que indivisa
nos rodea, formando una corona
que, más que en luz, en voces se armoniza.

     Así a veces de la hija de Latona
vemos ceñido en aire condensado
su cinto en el espacio de su zona.

     En la corte celeste, donde he estado,
vense joyas, tan ricas y tan bellas,
que de aquel reino transportar no es dado;

     y el canto de las luces es de aquéllas.
Quien no pueda volar hasta su cielo,
espere un mudo que le hable de ellas.

     Cantando, aquellas soles en su vuelo
giraron en contorno con tres vueltas,
como del polo estrellas en el cielo.

     Parecían cual jóvenes esbeltas
que, al bailar, se detienen esperando
que la música indique nuevas vueltas.

     Del seno de uno de ellos, sonó: «Cuando
el rayo de la gracia en que se enciende
el verdadero amor que crece amando,

     »y que multiplicado en ti resplende,
te ha traído subiendo esta escalera,
que el que sube una vez siempre la asciende:

     »quien a tu sed el vino no ofreciera
de su redoma, libre no sería:
agua estancada en su corriente fuera.

     »Quieres saber qué planta es la que cría
la flor de la guirnalda iluminada
que circunda a la bella que te guía.

     »Yo fuí cordero de la grey sagrada,
que conduce Domingo por camino
en que engorda la oveja no extraviada.

     »El que tengo a la diestra por vecino,
mi hermano fué y maestro; y éste, Alberto,
grande en Colonia; yo Tomás de Aquino.

     »Si de los otros quieres estar cierto,
que a mi palabra siga tu mirada,
girando por el cerco de concierto.

     »Graciano, con sonrisa iluminada,
es quien, eximio en uno y otro foro,
tuvo en el paraíso grata entrada.

     »El otro, que es ornato de este coro,
fué el Pedro que a la que en Roma destella,
donó cual viuda triste su tesoro.

     »La quinta luz, más lúcida y más bella,
respira tanto amor que todo el mundo
se alegrará tener noticia de ella.

     »Un saber ella encierra tan profundo,
que si lo verdadero es verdadero,
no surgirá en la tierra su segundo.

     »Al lado resplandece otro lucero,
que penetró la angélica natura,
siendo carne, con ánimo certero.

     »La luz pequeña, que al sonreir fulgura,
de la creencia cristiana fué abogado,
y de él San Agustín hizo lectura.

     »Ora, si tu atención me ha acompañado
de luz en luz, debes estar ansioso,
quién es la octava luz que no he nombrado.

     »De ver el sumo bien se halla gozoso
el espíritu noble, que ha mostrado
la falacia del mundo al estudioso.

     »El cuerpo de que fuera separado
yace en Cieldauro, y su alma aquí ha venido,
de su destierro a santa paz alzado.

     »Mira arder el espíritu encendido
de Isidoro, de Beda y de Ricardo,
que entre los hombres gran varón ha sido.

     »De ese por quien ya tu pregunta aguardo
de un espíritu son las claridades
que con grave pensar morir vió tardo:

     »de Sigerio es la luz, en las edades
que en la calle de Fuarre, como es fama,
silogismó entre envidias sus verdades.»

     Luego, como reloj que en su hora llama
a maitines de Dios a casta esposa,
para adorar al que su amor inflama,

     en que una y otra rueda cadenciosa
fija el puntero, y el tin-tin sonando,
el alma llena de emoción piadosa;

     así la excelsa rueda vi girando,
y cantar a la vez con voz tan tierna
que sólo escucha el coro venerando.

     donde se goza de la paz eterna.




CANTO XI
 

     ¡Oh, de mortales insensato anhelo,
que con sus defectivos silogismos
hace arrastrar tus alas por el suelo!

     Uno estudia derecho, otro aforismos,
cual otro se dedica al sacerdocio,
y otro a reinar por fuerza o embolismos;

     y quién al robo, o al civil negocio;
quién en el goce de la carne envuelto,
fatígase, o bien se entrega al ocio;

     mientras que yo, de ligaduras suelto,
subiendo al cielo con Beatriz, espero
en la gloria inmortal quedar absuelto.

     Volvió a su posición cada lucero
y se afirmó en un punto de la esfera,
como cirio fijado en candelero.

     Y sentí dentro hablaba la lumbrera
que antes me habló, y grata sonriëndo
con más intensidad resplandeciera:

     «Así como en su rayo aquí me enciendo,
así, mirando hacia la luz eterna,
tu pensamiento y su razón comprendo.

     »Tú dudas, y tú quieres que discierna,
en clara lengua y no en la que te asorda,
lo que mi dicho a tu razón concierna,

     »cuando te dije: «donde bien se engorda»;
y cuando dije: «no tendrá segundo»,
distinga bien la inteligencia sorda.

     »La Providencia que gobierna al mundo,
con tino tal que vence al intelecto
del hombre, sin llegar a lo profundo,

     »por mantener unida al ser dilecto,
la esposa del que en grito de agonía,
como esposo le dió sangre y afecto,

     »y fuese siempre fiel y siempre pía,
dos campeones le dió con sus favores,
que sus guardianes fuesen y su guía:

     »el uno, con seráficos ardores;
el otro fué en la tierra la sapiencia,
que el querub coronó con esplendores.

     »De uno hablaré, pues, de ambos la excelencia,
el elogio del uno ambos comprende,
que un mismo fin buscaron en conciencia.

     »Entre el Tupín y el río que desciende
de la colina del piadoso Ubaldo,
de alta montaña fértil cuesta pende;

     »y entra a Perugia el frío y el rescaldo
por su puerta del sol, y a espaldas llora
bajo su yugo, el de Nocera y Gualdo;

     »allí donde la cuesta trepadora
declina, vino al mundo un sol ardiente,
como en el Ganges se levanta ahora:

     »quien de palabra designarlo intente,
no diga Asís, pues quedaría corto;
si bien quiere nombrarlo, diga Oriente.

     »Aun no lejano estaba de su orto,
y ya empezó a sentirse por la tierra
de sus grandes virtudes el conforto.

     »Joven aún, con su familia en guerra,
a una mujer amó, que como a muerte
la mano del placer su puerta cierra:

     »ante su corte espiritual, en suerte,
Et coram Patre, a ella siempre unido,
dióle de día en día amor más fuerte.

     »Esta, privada del primer marido,
mil cien y un años, en desdén y oscura,
había sola sin amor vivido.

     »En vano dicen la encontró segura,
con Amiclas, la voz, que poderosa
difundió por el mundo la pavura;

     »fué en vano que constante y valerosa,
cuando María al pie quedó en tristeza,
con el Cristo subiese a cruz gloriosa;

     »y para hablar con menos oscureza,
el nombre te diré de esos amantes:
Francisco el uno, la otra la Pobreza.

     »Su concordia y sus plácidos semblantes,
su amor de vanidades al resguardo
la piedra reflejaban inspirantes;

     »tanto que el venerable San Bernardo
se descalzó, buscando paz dichosa,
y aun corriendo pensó llegar ya tardo.

     »¡Oh, ignorada riqueza, tan preciosa!
¡Descalzo Egidio sigue, con Silvestro,
y van hacia el esposo, por la esposa!

     »Y juntos van el padre y el maestro,
con su mujer, y con la pobre gente
que de humildad ceñía ya el cabestro.

     »No sonrojaba su apacible frente
el que de un Bernardón el hijo fuera,
ni el ser mirado desdeñosamente.

     »Ante Inocencio, su misión severa
regiamente explicó, y el Padre Santo
su sello puso a religión austera.

     »Cuando la pobre gente creció tanto,
en pos del ser que a la virtud incita,
y merece del cielo dulce canto,

     »con segunda corona fué bendita
por Honorio, de Dios mismo inspirado,
por la obra santa de este archimandrita.

     »Por la sed del martirio devorado,
del gran Soldán ante la faz superba,
de Cristo predicó el apostolado.

     »La gente halló su conversión acerba,
y para no permanecer ocioso,
volvió al cultivo de italiana hierba.

     »Entre el Arno y el Tíber peñascoso,
Cristo le impuso su postrer estigma,
que dos años llevó cuerpo glorioso.

     »Y cuando Aquel que de su humilde cima
lo levantó, y halló merecederos
sus santos hechos de la sacra estima,

     »a sus hermanos, fieles herederos,
recomendó la esposa dulce y pura,
amándola con votos verdaderos;

     »y de su seno, su alma de ventura
quiso, al tornar a la mansión primera,
que de su cuerpo fuese sepultura.

     »¿Quién después de él en alta mar pudiera,
como colega, mantener la barca
de Pedro, por la ruta más certera?

     »Ese fué después de él nuestro Patriarca;
y quien sigue su regla en lo que manda,
puede decir que la merced embarca.

     »Pero el rebaño quiere nueva vianda,
y por glotón bien suceder podría
que por diverso campo al fin se expanda.

     »Que oveja que del pasto se desvía,
y que errante se aleja del rebaño,
vuelve al redil de leche ya vacía.

     »Pero hay ovejas que, temiendo el daño,
se estrechan al pastor; mas son tan pocas,
que se pueden cubrir con poco paño.

     »Ora, si mis palabras bien evocas,
si has escuchado con oído atento,
y en tu mente lo dicho no revocas,

     »tu anhelo en parte quedará contento,
viendo dónde la planta forma esqueje,
y entenderás bien claro el argumento:

     »Medra bien quien perdido no se aleje.»




CANTO XII
 

     Al apagarse el postrimer acento
de la bendita llama de aquel santo,
la gran rueda se puso en movimiento;

     y no bien en contorno giró un tanto,
por otra nueva rueda fué cercada,
uniendo giro a giro y canto a canto.

     Canto que vence en voz tan acordada
a la Musa y la voz de la sirena,
cuanto la luz a imagen reflejada.

     Cual dos arcos en nube alta y serena
paralelos se prestan sus colores,
cuando a su mensajera Juno ordena

     (naciendo de los rayos interiores,
como ecos de la ninfa enamorada
que el amor consumió, cual sol vapores),

     y que es presagio de promesa dada
al buen Noé por la potencia eterna:
¡La tierra no será nunca inundada!;

     así la doble rosa sempiterna
giraba alrededor como guirlanda,
uniéndose la externa con la interna.

     Y cuando el canto de la doble banda,
y que su danza circular radiante,
con ley tan placentera como blanda,

     se detuvo en su vuelo concertante,
como dos ojos que el placer conmueva
se abren y cierran en un mismo instante,

     sopla una luz una lumbrera nueva,
que como aguja a la polar estrella
mi vista de su lado al punto lleva;

     y me dijo: «El amor que me hace bella,
del otro jefe a razonar me mueve,
cuando del mío la gran luz destella.

     »Al uno y otro congloriarse debe:
por una misma causa militaron,
poniendo sus virtudes de relieve.

     »Las falanges de Cristo que se armaron
a tanta costa en pos de su bandera,
lentas en combatir, se acobardaron;

     »cuando el emperador que siempre impera,
acudió en protección de su milicia,
por gracia, no que así lo mereciera,

     »dos campeones armados de justicia
a su esposa le dio, para adquirirse
la voluntad del pueblo más propicia.

     »Donde al soplo de Céfiro, a expandirse
comienza en su estación la nueva fronda,
de que mira a la Europa revestirse;

     »no lejos donde el mar percute su onda,
tras del cual, cuando el sol a Cáncer llega,
alguna vez su luz al hombre esconda,

     »está la afortunada Caleruega,
bajo la protección del gran escudo
que león vencido y vencedor allega.

     »Allí nació el Apóstol, que nervudo
fué de la fe cristiana el santo atleta,
manso al amigo, al enemigo crudo;

     »y de vivaz virtud fué tan repleta,
su mente, en el momento de ser creado,
que en el vientre a su madre hizo profeta.

     »Con la fe por esposa, bautizado
en la sagrada fuente, de su ciencia
con recíproca gracia fué dotado.

     »La madrina que diera su aquiescencia,
en sueños vió los frutos admirables
que dejaría como rica herencia.

     »Y a colmarlo de dones incontables,
un ángel fué a la tierra a bautizarlo
con el nombre de bienes inefables.

     »Domingo se llamó; y hay que nombrarlo
como el cultivador del bien, que CRISTO
en su viña eligió para ayudarlo;

     »que vióse que era familiar de CRISTO,
pues su primer amor, de manifiesto,
en el consejo se inspiró de CRISTO.

     »En vela, mudo, de rodillas puesto,
muchas veces hallólo su nodriza,
cual si dijera: ¡Yo nací para esto!

     »¡Félix! ¡Tu hijo tu nombre simboliza!
¡Oh feliz Madre, bien llamada Juana,
nombre que de venturas es premisa!

     »No para el mundo en estudiar, se afana
al Ostiense y Tadeo: su conciencia
nutre el maná con verdadera gana.

     »En poco tiempo, gran doctor en ciencia,
se contrajo a la viña saludable,
que se emblanca por causa de indolencia;

     »se presentó a la sede venerable,
antes benigna al pobre, hoy sin clemencia.
Ella no: quien la ocupa miserable.

     »No dispensas pidió ni fraudulencia,
ni provisión de la primer vacante;
Non decimas quœ sunt, del pobre herencia:

     »ir pidió contra el mundo claudicante,
y del germen porque él ha combatido
hay veinticuatro plantas por delante.

     »De alta doctrina y voluntad nutrido,
su apostolado se inició, corriendo
cual torrente de lo alto desprendido,

     »las espinas heréticas barriendo,
y con ímpetus siempre poderosos,
los mayores obstáculos venciendo.

     »De él brotaron arroyos abundosos
con que el huerto católico se riega,
donde brotan arbustos vigorosos.

     »Si el poder de una rueda a tanto llega
de la Iglesia en la viga victoriosa,
al defenderse en intestina brega.

     »ya podrás comprender cuán poderosa
es la virtud, antes de mí ensalzada
por Tomás con palabra cariñosa.

     »Más la huella por la órbita trazada
de lo alto de la rueda se ha borrado,
y en maleza la planta fué trocada.

     »Su grey de su camino se ha desviado,
y en vez de proseguir fiel y derecha
vuelve el talón hacia el camino andado.

     »Muy pronto dará muestra la cosecha
del mal cultivo, en la cizaña impura
que del arca del grano se desecha.

     »Quien haga hoja por hoja la lectura
de nuestro libro, encontrará una carta
donde se lea: Me conservo pura.

     »Mas no será en Casale ni Acquasparta,
porque allí se interpreta la Escritura,
que uno la esquiva y otra la coarta.

     »En vida, me llamé Buenaventura
de Bañoregio, que, en piadoso estado,
de siniestros afectos no hice cura.

     »Aquí están Agustín e Iluminado,
los primeros descalzos miserables
que a Dios con el cordón se han propiciado,

     »de Hugo de San Victorio inseparables;
y Pedro Mangiador; y Pedro Hispano,
que dejó doce libros memorables.

     »Natán profeta; el metropolitano
Crisóstomo, y Anselmo; y el Donado
que, en el arte, primero puso mano.

     »Rabán también está, y brilla al lado
el abate Joaquín, el Calabreto,
de espíritu profético dotado.

     »A ensalzar a un apóstol tan perfecto
me mueve la inflamada cortesía
de fray Tomás y su decir discreto,

     »que mueve a esta celeste compañía.»




CANTO XIII
 

     Quien quiera comprender lo que he mirado,
que retenga en su mente mis visiones,
cual firme signo, en el peñón grabado:

     quince estrellas del cielo en las regiones
que se imagine, de esplendor ameno,
que en los aires difundan radiaciones;

     que imagine aquel Carro, a quien el seno
basta de nuestro cielo noche y día,
girando su timón, siempre sereno;

     que se imagine el Cuerno, por su vía,
con su boca, en la punta de eje a vuelo,
que del cielo primero es centro y guía,

     formar de sí dos signos en el cielo,
cual de la hija de Minos la corona
cuando sintiera de la muerte el hielo;

     y sus luces mezclar la doble zona
en sus opuestos giros, de manera
que el doble movimiento se escalona;

     y se tendrá una sombra bien somera
de la constelación y doble danza
que circulaba en la celeste esfera,

     porque difiere de la humana usanza
cuando la marcha lenta del Quiana
del astro que en los cielos más avanza.

     Allí cantóse, no canción profana,
de tres personas divinal natura,
y en una, la divina con la humana.

     Cumplió el canto y la danza su mesura,
fijándose las santas luces de oro,
felices en gozar de otra ventura.

     Rompió el silencio del divino coro
la luz que antes contó la santa vida
de aquel pobre de Dios y su tesoro:

     «Cuando la paja se halla dividida
de la simiente en el granero puesta,
a nueva trilla caridad convida.

     »Crees que en el pecado, do salió la cuesta
que a la primer mujer dió su semblanza,
y cuyo paladar tanto nos cuesta;

     »crees que en aquél, que traspasó la lanza,
y que antes y después ha rescatado
toda culpa, pesada en su balanza;

     »que cuanto a la natura humana es dado
en luz intelectual, le fué infundido
por la virtud que a entrambos ha formado;

     »por eso debo haberte sorprendido
cuando te dije que el saber más hondo
en la quinta lumbrera está escondido.

     »Fíjate bien, que a tu pensar respondo,
y la verdad de lo que te he afirmado
verás, como su centro en lo redondo.

     »Lo inmortal, o a morir predestinado,
es sólo el esplendor de aquella idea
que nuestro Dios, amando, nos ha dado:

     »la viva luz, que en esa luz flamea,
sin que jamás del foco se desuna,
en el amor que el trino y uno crea,

     »por su virtud su radiación aduna,
espejada en sus nueve subsistencias,
que eternamente permanece en una.

     »Cuando baja a las últimas potencias,
gradualmente su acción disminuyendo,
ya no son sino breves contingencias;

     »y que esas contingencias son, entiendo,
las cosas generadas, que produce,
con germen o sin él, cielos moviendo:

     »la forma a que su cera se reduce,
no es igual, pero siempre en su diseño
el ideal más o menos se trasluce.

     »Y así se ve brotar de un mismo leño,
según su especie, mala o buena fruta,
cual nace el genio con su vario empeño.

     »Si la cera que a punto se trasmuta,
guarda del cielo la virtud suprema,
la luz del sello en todo se computa.

     »Mas la natura da siempre su esquema,
a semejanza obrando del artista,
hábil en su arte, cuya mano trema;

     »pero el ardiente amor, de clara vista,
si de prima virtud le estampa el signo,
toda la perfección consigo aquista.

     »Así del barro, nació el hombre digno,
dotado de animales perfecciones,
y la Virgen parió bajo su signo.

     »Doy aquí la razón a tus razones:
pues la humana natura no ha formado
dos criaturas colmadas de más dones.

     »Sigo, que tu pensar he penetrado;
aun me dirás, con labio vacilante:
¿Cómo fué Salomón sin par creado?

     »Disipará tu duda, en el instante,
pensar en la razón que le moviera,
cuando se dijo Pide, al demandante.

     »Y si aún mi explicación oscura fuera,
verás que, rey, pidió sabiduría,
para ejercer su potestad entera:

     »no por saber la fuerza y la cuantía
de motores del cielo, o si necesse
es contingencia, y si necesse cría.

     »Y no, si est dare primum motum esse,
o si en el semicírculo cabría
un triángulo que recta no tuviese.

     »Esto anota y lo que antes te decía,
y a la regia prudencia que comparo,
que apuntaba, verás, la flecha mía.

     »Y si al Surse levantas ojo claro,
a los reyes verás me he referido,
que, si son muchos, uno bueno es raro.

     »Con esta distinción fija el sentido,
que a tu creencia dará su firme aplomo,
sobre el padre común y el Dios querido.

     »Y esto sirva a tus pies siempre de plomo
para ir con lentitud, como hombre laso,
entre el sí y entre el no, mirando el cómo.

     »Entre los mentecatos, el más baso,
es quien afirma o sin criterio niega
lo mismo un caso, que el contrario caso.

     »Y de este modo la razón se pliega,
con el juicio vulgar a falsa parte,
y el amor propio al intelecto ciega.

     »Y en vano alguno de la orilla parte
a pescar la verdad con que no acierta,
pues vuelve peor, porque le falta el arte.

     »De esto al mundo le dan la prueba cierta,
con Parménides, Briso con Melbiso,
sin encontrar su rumbo en marcha incierta;

     »y Arrio y Sabelio, y todo aquel que quiso,
necio la espalda dar a la Escritura,
haciendo tuerto lo que recto se hizo.

     »Necia es la gente por demás segura
en juzgar, como aquel que el trigo estima
cuando la mies no se halla bien madura.

     »He visto a veces en helado clima,
árbol silvestre en apariencia yerto,
mostrar después las rosas en su cima.

     »Y he visto buque muy veloz y cierto
correr el mar por todo su camino,
y naufragar al fin dentro del puerto.

     »No crean, doña Berta o seor Martino,
si ven a uno robar y a otro ofrecerse,
el fallo penetrar del juez divino;

     »que uno puede salvarse, otro perderse.»




CANTO XIV
 

     Del centro al borde, y desde el borde al centro,
Muévese el agua en el redondo vaso,
según se impulse desde fuera o dentro.

     Así en la mente se produjo el caso,
como lo digo, cuando ya no oyera
al glorioso Tomás, en este paso,

     por la similitud, que proviniera,
de la voz de Beatriz y de aquel santo,
a la que hablar después, así pluguiera:

     «Este ha bien menester en su quebranto,
si no lo dice (pues ni piensa ahora),
que raíz de otra verdad alcance en tanto.

     »Muéstrale si la luz, con que se enflora
vuestra sustancia, en ella inextinguible,
eternamente brillará cual ora;

     »y como, al revestir forma visible,
en el día final, resucitada,
contemplar su fulgor será posible.»

     Cual a veces en danza concertada
se anima la alegría bulliciosa,
con cadencia y con voz más animada,

     así al oír esta oración piadosa,
la alegría en las almas se acreciera,
girando al son de nota melodiosa.

     Quien se lamenta porque acá se muera,
para vivir arriba, no concibe
cómo la eterna lluvia refrigera.

     El Uno, el Dos y el Tres, que siempre vive,
y reina siempre en Tres, en Dos y en Uno
no circunscrito, y todo circunscribe,

     ensalzó por tres veces, cada uno
de los seres, con tanta melodía,
que a gran virtud, sería justo muno.

     Y escuché que la luz de mayor día
del círculo menor, con voz modesta,
tal vez cual la del ángel de María,

     responder: «Cuanto dure la gran fiesta
del paraíso, en nuestro amor ardiente,
tendremos esa luz por sobrevesta.

     »Su claridad nace de amor ferviente;
su ardor de la visión; y aquélla es tanta,
cuanta es la gracia que la gracia aumente.

     »Cuando otra carne más gloriosa y santa
revista nueva vez nuestra persona,
más grata y más completa en gloria tanta.

     »será porque se acrece lo que dona
el Sumo Bien, que en esta luz nos tiene,
gratuita luz que al Bien se acondiciona;

     »pues que crecer a la visión conviene,
y crecer el ardor que aquélla inflama,
y en el ardor crecer que de ella viene;

     »más cual carbón que lanza viva llama,
y que lo envuelve en viva incandescencia,
y conserva su forma entre la flama,

     »así el fulgor que envuelve nuestra esencia,
nuestra carne, hoy en tierra sepultada,
mostrará en luminosa transparencia.

     »Su intensa luz parecerá atenuada
a los sentidos de la carne inciertos,
y con su vista el alma deleitada.»

     Un Amén, en los célicos conciertos,
me pareció escuchar, cual si anhelasen
de nuevo revestir sus cuerpos muertos.

     Y tal vez no por ellos suplicasen,
sino por padre o madre, o prenda cara,
antes que en llama eterna se abrigasen.

     Entonces vi, con luz brillante y clara,
un resplandor surgir de la primera,
a guisa de horizonte que se aclara.

     Como del día en la hora postrimera,
el cielo al presentar nueva apariencia,
se duda de si es falsa o verdadera,

     así me apareció la nueva esencia
de otras almas, girando centelleante
fuera a la doble gran circunferencia.

     ¡Oh, de Espíritu Santo luz radiante,
en toda su verdad! ¡y cuán candente
venciste mi pupila vacilante!

     ¡Mas Beatriz siempre bella y sonriente
se me mostró y esta visión querida
hoy no podría renovar la mente!

     Aquí la vista fuéme restituída,
y al levantarla vime trasladado,
sólo ella y yo, a esfera más subida.

     Bien percibí que estaba levantado,
por el ardiente brillo de la estrella,
de un rojizo color, no acostumbrado.

     Con todo el corazón y el habla bella,
una en todos, a Dios hice holocausto,
al contemplar la gracia que destella;

     y aun no en mi pecho el sacrificio exhausto,
conocí la eficacia de mi ruego,
que era acogido en su momento fausto;

     entre dos rayos rojos miré luego
aparecer tan grandes resplandores,
que yo exclamé: ¡Oh Helión, he aquí tu fuego!

     Cual blancos astros magnos y menores
tiende de un polo al otro centelleantes,
Galaxia, confundiendo a los doctores,

     los dos rayos de Marte, rutilantes,
forman constelación del sacro signo
que en el círculo trazan sus cuadrantes.

     Aquí mi genio y mi memoria inclino:
en aquella gran cruz flameaba CRISTO,
y ante tan gran modelo, nada es digno.

     Mas quien carga su cruz, y sigue a Cristo,
disculpará que el numen se reprima
al ver en su árbol relumbrar a Cristo.

     De un cuerno al otro y desde el pie a la cima,
se mueven vivas luces, cintilando,
al encontrarse y condensarse encima.

     Así, variadas formas renovando,
en la tierra se ven cambiar de aspecto
los átomos que en grupo van girando,

     en el rayo de luz, que cruza recto
la sombra de la estancia clausurada,
donde el hombre se entrega a sueño quieto.

     Y como giga y arpa bien templada
con muchas cuerdas dan dulce sonido,
bien que la nota siéntase apagada;

     dentro del luminar aparecido
resonaba en la cruz tal melodía,
que arrobaba, sin ser el himno oído.

     Que era en loor yo bien lo percibía,
porque el Risurgi e vinci me llegaba
como al que oye y no entiende una armonía.

     Y todo de tal modo enamoraba,
que en mi vida mortal ninguna cosa
más dulce ni atractiva recordaba.

     Mi palabra es tal vez desamorosa,
si parezco olvidar los ojos bellos
en que el deseo mío se reposa;

     mas si se piensa que esos vivos sellos
cuanto más suben dan más luz infusa,
sin que volviera a contemplar aquéllos,

     de lo que yo me acuso, tendré excusa
al procurar decir lo verdadero,
pues el santo placer no se recusa,

     porque se hace, subiendo, más sincero.




CANTO XV
 

     Benigna voluntad, en que se licua
siempre el amor que rectamente inspira,
como en el mal la voluntad inicua,

     silencio impuso a aquella dulce lira,
aquietando sus cuerdas con la mano
que en el cielo las templa y las estira.

     ¡No había sido mi plegaria en vano,
cuando la rueda de ánimas, atenta,
me brindaba su goce soberano!

     ¡Bien merece el mortal que se lamenta,
corriendo tras de cosa que no dura,
la suerte que en la vida lo atormenta!

     Como en aura serena, quieta y pura,
transcurre una centella pasajera,
agitando la vista, antes segura,

     que una estrella creyérase viajera,
a no ser que en el punto donde asciende
no falta estrella alguna de la esfera;

     así del brazo que a la diestra extiende
hasta el pie de la cruz, corriera un astro
de la constelación que en ella esplende:

     sin desviarse la perla de su rastro,
discurrió por la lista iluminada,
como luz encerrada en alabastro.

     Tal la sombra de Anquises, bien amada
(si hemos de creer a la más alta musa),
corrió hacia el hijo en eliseal morada.

     O sanguis meus! o super infusa
gratia Dei! sicut tibi, cui
bis unquam coeli janüa reclusa!

     Así la lumbre habló, y a ella volví;
y luego hacia Beatriz torné el semblante,
y quedé estupefacto aquí y allí.

     Ardía una sonrisa tan radiante
en sus ojos, que estar me imaginaba
de la gracia en el cielo confinante.

     El alma, cuya lumbre me encantaba,
su oración prosiguió, mas de manera
que no pude entender lo que me hablaba;

     no porque oscuro su lenguaje fuera,
sino por lo sublime del concepto,
que no se alcanza en la mortal esfera.

     Mas cuando el arco del ardiente afecto
desprendió la palabra, que apuntada
y en el blanco acertó de mi intelecto,

     entendí que decía emocionada:
«¡Bendito seas Tú! ¡Tú, Trino y Uno!
¡Que has protegido a mi progenie amada!»

     Y prosiguió: «Cuan largo y grato ayuno,
desde que leo en este libro magno,
inmutable en lo blanco y en lo bruno,

     »has satisfecho al fin, ¡Hijo y hermano!
¡Gracias a la mujer que te ha subido
en su alas al cielo soberano!

     »Tú crees que tu pensar a mí ha venido
por reflexión de Dios, como radiante,
el uno en seis o cinco se halla incluído;

     »por eso no me pides suplicante
que te diga quién soy, cuando gozoso,
aún más que la otra, brillo en este instante.

     »Y es verdad; lo pequeño y lo grandioso
de esta vida se espeja en el espejo
que alumbra el pensamiento vagaroso;

     »pero el sagrado amor, de que no alejo
la vista siempre fija, me asaeta
como dulce anhelar, que da consejo.

     »Ora, en tu voz segura, alegre y quieta,
suene la voluntad, suene el deseo,
que mi respuesta el cielo la decreta.»

     Miro a Beatriz, y en su sonrisa leo,
que sin hablar penetra mi conciencia,
y exclamo, dando vuelo a mi deseo:

     «Dotados al venir, de amor y ciencia,
arte, igualdad suprema y primitiva,
os dió valor igual en su existencia.

     »porque el sol, de sus llamas fuente viva,
os dió calor y luces siempre iguales,
a semejanza de su llama activa;

     »mas querer y saber entre mortales,
por razón que tenéis bien manifiesta,
tienen alas con fuerzas desiguales.

     »Esta desigualdad me ha sido impuesta
como a mortal, y el corazón congracio,
para asistir a la paterna fiesta.

     »¡Y te suplico a ti, vivo topacio,
adorno en esta joya tan preciosa,
dejes mi pecho con tu nombre sacio!»

     »¡Hoja de mi árbol; cuánto tiempo ansiosa
mi alma esperó! Yo tu raíz he sido.»
Así me dijo el alma luminosa.

     Y prosiguió: «Aquel de que ha venido
tu cognación, cien años sin consuelo,
del monte el primo tramo ha recorrido;

     »fué hijo mío, y él fué tu bisabuelo,
y es justo que tú abrevies su fatiga
con meritorias obras en el suelo.

     »Florencia, en muro antiguo que la abriga
donde aún se oye sonar la Tercia y Nona,
vivía en paz, de la modestia amiga.

     »No gastaba collares, ni corona,
ni sus damas, calzados ni cintura
que brillasen aun más que la persona.

     »Aun era para el padre una ventura
una hija tener, porque venía
con los años la dote en su mesura.

     »La casa de hijos no se vió vacía,
ni pudo Sardanápalo mostrarle
el lujo que en sus cámaras cabría.

     »No pudo a Montemal sobrepujarle
Ucalatayo, que, como ha vencido
para subir, bajar ha de costarle.

     »He visto a Belinchón andar ceñido
de cuerpo y hueso, y asomar su esposa
al espejo con rostro no teñido.

     »Y a los Vequios y Nerli ser preciosa
una piel, de bordados no cubierta,
y a su consorte rueca laboriosa.

     »Felices, cada cual tenía cierta
la tierra de su tumba, y aun ninguna,
su cama, por la Francia halló desierta.

     »Una velaba al lado de la cuna
consolando a los niños en su idioma,
que a padre y madre en un amor aúna:

     »la otra, los hilos de su rueca toma,
haciendo a la familia algún relato
del Troyano, de Fiésola o de Roma,

     »Era entonces hallar, tan insensato,
una Cangüela, un Lapo Saltarelo,
cual hoy una Cornelia, un Cincinato.

     »En tal quietud, de la virtud modelo,
y en tal ciudad del cielo bendecida,
me hizo María huésped de su suelo,

     »por tierno grito maternal movida,
y en vuestra antigua pila bendecido,
nací a la vez cristiano y Cachagüida.

     »Mis hermanos, Morón y Elíseo han sido;
mi mujer vino a mí del Val de Pado,
y de esta fuente viene tu apellido.

     »Serví bajo el imperio de Conrado
y caballero fuí de su milicia,
y por mi bien obrar gané su agrado.

     »Seguílo a combatir a la malicia
del impío, que usurpa torpemente,
por culpa del Pastor, vuestra justicia.

     »Y fuí por mano de tan torpe gente
desatado de mundo tan falaz,
cuyo amor es de vicios la simiente,

     »y vine del martirio a santa paz.»




CANTO XVI
 

     ¡Oh, nobleza de sangre con pobreza;
que de ti se gloríe tanta gente
en la tierra tan llena de flaqueza,

     ya no me maravilla ciertamente;
que allá do el apetito se modera,
en el cielo, llenaste tú mi mente!

     Bien sé que tú eres capa pasajera,
que si no se remienda cada día
la cercena del tiempo la tijera.

     Con el Vos, que era en Roma primacía,
aunque no siempre fuera acostumbrado,
recomencé con la palabra mía;

     y Beatriz, que se estaba a mi costado,
reía como aquella que tosiera
de Ginebra al galán enamorado.

     «Vos sois mi padre», así yo prosiguiera.
«Vos prestáis a mi labio la energía;
vos me eleváis a más sublime esfera.

     »Por tantos ríos corre la alegría,
en mi mente, que goza en la leticia
de poder contenerla el alma mía;

     »habladme, pues, oh vos, cara primicia,
de vuestros padres, y de aquellos años
que señalaron la primer puericia.

     »Decidme cuáles eran los rebaños,
entonces de San Juan, y entre la gente
la digna de ocupar estos escaños.»

     Como el carbón en llamas más ardiente
hacen los vientos, vi la luz aquella
por mi amor esplender más vivamente;

     y a mis ojos mostrándose más bella,
me habló con voz más dulce y más süave,
no en el moderno hablar que el labio sella:

     «Desde aquel día en que se dijo el AVE,
al parto, en que mi madre, mujer santa,
se alivió con mi ser, del peso grave,

     »Marte quinientas veces se adelanta
con más ochenta y tres en su carrera,
a encenderse del León bajo la planta.

     »De mi familia el sitio en que naciera
en Florencia precede al postrer sexto,
meta en la fiesta anual de la carrera.

     »Baste de mis mayores decir esto;
quiénes fueran, de dónde procedieran,
más callar que el decirlo creo honesto.

     »Los que entonces llevar armas pudieran
entre el puente de Marte y el Bautista,
un quinto de los de hoy acaso fueran.

     »Mas la ciudadanía, que ora es mixta,
con Figuinos, Certaldos y Campeanos,
era genuina en el más bajo artista.

     »Más valiera tenerlos más lejanos
a esos hombres y haber por colindantes
los pueblos de Galluzzo y de Trepianos,

     »que sufrir los olores repugnantes
de los villanos de Aguillón y Signa,
en materia de estafa penetrantes.

     »Si en gente cada día menos digna,
César, en vez de hallar una madrastra,
tuviera madre con amor, benigna,

     »florentinos que mercan en subasta,
hubieran retornado a Semifontes
do mendigó el abuelo de su casta.

     »Montemurlo sería de sus contes;
estarían los Cerquios en su Ancona,
y en Valgreba quizás los Buendalmontes;

     »que a fuerza de mezclar tanta persona,
las ciudades se ven indigestadas,
como el cuerpo que sebos amontona.

     »Cae más pronto que ovejas encegadas
el toro ciego, que una espada, una,
corta a veces mejor que cinco espadas.

     »Si ves, cómo Urbisaglia y cómo Luna
se han ido, y cómo yace en decadencia
de Sinigaglia y Chiusi la fortuna,

     »no te admire mirar, en consecuencia,
de las familias la mudable suerte,
si hay ciudades que acaban su existencia.

     »Todas las cosas vuestras llevan muerte,
y si hay entre ellas más durable alguna
vuestra vida es muy corta, y no lo advierte.

     »Como bajo el influjo de la luna
el mar cubre la playa o se retira,
así a Florencia trata la fortuna;

     »y por eso no es cosa que se admira
lo que diré de excelsos florencianos,
cuya escondida fama nadie mira.

     »Vi a los Hugos, yo vi los Catalanos,
Filipis, Crecio, Ormanes y Alverigios,
en decadencia, ilustres ciudadanos;

     »y ancianos vi rodeados de prestigios,
junto con los Sannella a los del Arca,
y Ardisgos, Soldanieris y Bostigios.

     »Cabe a la puerta, que al presente abarca
de nueva felonía tanto peso,
que hará muy pronto naufragar la barca,

     »los Raviñani vi, que carne y hueso
dieron al conde Guido, y los que el nombre
del alto Belinchón llevan impreso;

     »Pressa ganaba en el gobierno, agnombre,
y doraba su espada Galigayo
en su pomo grabando su renombre.

     »Grande era la columna ya del Vayo:
Saquios, Yoquis, Fifantis y Berucios,
los Galli y los que afrenta hoy el estayo.

     »La cepa que dió origen a Calfucios
era grande también, y se sentaban
en las curules Sizios y Arrigucios.

     »¡Oh, cuán nobles entonces se mostraban
los hoy caídos, con las bolas de oro
que a Florencia con glorias enfloraban!

     »Esto hacían los padres con decoro,
mientras los hijos en la iglesia vaca,
van a buscar engorde en su tesoro.

     »La raza que hoy como dragón ataca
al fugitivo, y a quien muestra el diente
o la bolsa, cordero se le aplaca,

     »ya subía, salida de ruin gente;
tal que no plugo al Ubertín Donato
se la diera su suegro por pariente.

     »Camposacco vivía en el Mercato,
de Fiésola venido, y ya se viera
buen ciudadano a Juda y a Infangato.

     »Y diré, cosa increíble y verdadera:
por breve puerta a la ciudad se entraba,
a que daban su nombre los de Pera.

     »Todo aquel que la enseña levantaba,
del gran Barón de alto renombre regio,
de Tomás en la fiesta tremolaba:

     »de aquí, de su milicia el privilegio;
bien que después al pueblo se reunían
los que han dorado su blasón egregio.

     »Gualderios, Importunis, ya existían,
y sin tanto vecino que le ha entrado,
aun los del Burgo quietos estarían.

     »La casa que tus males ha causado,
por el justo rencor que se ha encendido,
y vuestra paz por siempre ha desterrado,

     »gozaba de un honor bien merecido.
¡Oh, Buendalmonte! ¡Cuánto mal trajiste
desdeñando el consorcio apetecido!

     »¡Feliz aun fuera mucha gente triste,
si Dios te hubiera sumergido en Ema
la primer vez que a la ciudad viniste!

     »Pero faltaba a su marmóreo emblema,
que de Florencia guarda el viejo puente,
víctima hacerla de su paz postrema.

     »Con los nombrados y otra mucha gente
vide a Florencia en plácido reposo,
sin motivos de llanto, felizmente;

     »y con ellos al pueblo, que glorioso,
y justo, enarbolaba blanco lirio,
que, invertido cual símbolo oprobioso,

     »trocó en rojo la guerra en su delirio.»




CANTO XVII
 

     Como acudió a Climene a cerciorarse,
Faetón, de lo que en contra había oído,
y que aun hace a los padres cautelarse,

     tal me encontré, y así fuí comprendido
por mi Beatriz y por la eterna lumbre
que para hablarme habíase movido.

     Ella me dijo: «Que el deseo alumbre
tu mente, y a la llama dé salida,
en que la interna estampa se vislumbre.

     »Lo que puedes decir, cosa es sabida;
pero di la gran sed que a ti te afana
para ofrecer a tu alma la bebida.»

     «¡Cara planta, que te alzas soberana!
cual en triángulo ven humanas mentes,
dos obtusos incluir, es cosa vana,

     »tú ves claro las cosas contingentes,
antes de ser en sí, mirando al punto
que los tiempos sin fin tiene presentes.

     »Mientras que estuve de Virgilio junto,
en el monte en que el ánima se cura,
y al descender al ámbito difunto,

     »me anunciaron en mal, suerte futura;
bien que con resistencia yo me siento
cubo de piedra a golpes de ventura;

     »pero tendría mi ánimo contento
si preveyese la fortuna mía,
que dardo que se ve, viene más lento.»

     Así a la luz que antes me hablara pía
díjele, confesando humildemente
mi sentir, cual Beatriz me lo pedía.

     No con ambages, que a insensata gente,
enviscaba, cuando aun no redimiera
el cordero de Dios al inocente,

     sino con lengua clara y verdadera
me repuso la luz, de amor paterno
irradiando sonrisa placentera.

     «Contingencia, que fuera del cuaderno
de la materia humana se desprende,
pintada tiene el ojo del Eterno;

     »pero su acción sobre ella no se extiende,
cual no altera la vista en que se espeja
nave en corriente que veloz desciende:

     »de aquí que, como hiere vuestra oreja
del órgano la música, he sentido
el destino que el tiempo te apareja.

     »Como salió de Atenas compelido
por su madrastra el hijo de Teseo,
de Florencia saldrás entristecido.

     »Lo que se busca y quiere, claro veo,
y pronto ha de lograrlo quien lo piensa
donde a Cristo se merca en regateo.

     »La culpa seguirá la parte ofensa,
a gritos; mas del cielo la venganza
testigo de verdad será en defensa.

     »Tú dejarás cuanto el amor alcanza,
que es éste el primer dardo envenenado
que el arco del destierro en pos nos lanza.

     »Probarás el ajeno pan salado,
y el subir y bajar cuanto es penoso
ajenas escaleras desterrado.

     »Y el peso a tus espaldas más gravoso
será la imbécil, la malvada gente
que te caiga en el valle doloroso.

     »Tan ingrata será como inclemente,
en tu contra; mas pronto y así mismo,
ella, no tú, tendrá roja la frente.

     »Su proceder será de su cinismo
prueba y sentencia, cuando a ti levanta
haberte hecho un partido por ti mismo.

     »Tu refugio primero en pena tanta
el afecto será del gran lombardo
que porta sobre Escala el ave santa.

     »Y será tan benigno su resguardo
que a la inversa del uso, tu pedido
al favor otorgado, será tardo.

     »Con él verás a un príncipe nacido
bajo el influjo de marcial estrella,
que será por sus hechos aplaudido.

     »Su nombre entre las gentes no descuella,
pues nueve años no cuenta todavía,
que en las esferas su destino sella.

     »Antes que el Gasco enrede en su falsía
al gran Enrique, despreciando el oro
mostrará su valor y gallardía.

     »Grande en magnificencia y en decoro,
sus enemigos le serán propicios,
y sus lenguas, de aplauso serán coro.

     »El te dispensará sus beneficios:
por él, los ricos y la hoy pobre gente
cambiarán condición por sus auspicios.

     »Y esto de él además guarda en tu mente;
mas no lo digas...», y me habló de cosas
no creíbles, aun vistas de presente;

     agregando: «Hijo mío, he ahí las glosas
de lo anunciado a ti, con las insidias
que te ocultan las horas tenebrosas.

     »Deja a tus compatriotas su envidias,
que será tu existencia prolongada
hasta ver castigadas sus perfidias.»

     Calló el ánima santa, reposada,
luego que hubo tejido la gran tela
cuya urdimbre por mí fué preparada.

     Y yo empecé, como hombre a quien desvela
la duda, y se aconseja de persona
que mira y ama, y que escuchar anhela:

     «Veo, ¡oh, padre!, que el tiempo me espolona
y viene contra mí su golpe a darme,
que es más grave al que débil se abandona.

     »Y así, de previsión es bien que me arme,
por si el suelo natal pierdo, mi canto
de otros suelos no llegue a desterrarme.

     »Allá en el mundo del eterno llanto,
y por el monte a cuya excelsa altura
me alzó la vista de la que amo tanto,

     »y en los cielos, de lumbre en lumbre pura,
aprendí muchas cosas que atestiguo,
con sabor, para muchos, de amargura;

     »y si con la verdad me muestro exiguo,
temo puedan juzgarme sin decoro
los que a este tiempo llamarán antiguo.»

     La luz que revestía mi tesoro,
sonreía más bella y más corrusca,
como un rayo de sol se espeja en oro.

     Y repuso: «Conciencia que se ofusca
por vergüenza que en otros o en sí mira,
has de golpear con tu palabra brusca.

     »¡No importa!, y apartando la mentira,
tu visión por entero manifiesta
y a otros deja rascar sarna con ira.

     »Tu palabra, al principio, harto molesta
al paladar sabrá; mas nutrimiento
sano y vital será cuando digesta.

     »Tu voz tendrá la fuerza del gran viento
que sacude las cimas empinadas,
y esto dará a tu honor más valimiento.

     »Para eso, en estas ruedas estrelladas,
y en el monte y el valle doloroso,
te han mostrado las almas elevadas.

     »Que el ánimo de aquel que espera ansioso,
no fía en el ejemplo que se esconda
en origen oscuro o sospechoso,

     «y que a su íntimo anhelo no responda.»




CANTO XVIII
 

     En silencio gozaba de su Verbo
aquella alma bendita, y yo gustaba
templando en mí lo dulce con lo acerbo;

     y la mujer que a Dios me encaminaba,
me dijo: «Reconcentra el pensamiento
ante Aquel que las culpas desagrava.»

     Volvíme al son del amoroso acento,
y el santo amor que en su mirar veía,
abandono decirlo al sentimiento;

     no es que no fíe en la palabra mía,
sino porque expresar no puede en mente
lo que me pesa, si otro no la guía.

     Y podría decir tan solamente
que, contemplándola, mi ardiente afecto
libre de otro deseo al fin se siente.

     Mientras gozaba del placer directo
de lo eterno en Beatriz, su bello viso
gozar me hacía del segundo aspecto,

     venciéndome con luminoso hechizo;
y ella me dijo: «vuélvete y atiende,
que mis ojos no son el paraíso.»

     Cual suele suceder que se trasciende
el afecto en la vista, cuando es tanto
que por todo el espíritu se extiende,

     así en las luces de aquel fuego santo,
que contemplaba, conocí el anhelo
de aleccionarme todavía un cuanto;

     y a decirme empezó: «Del quinto cielo,
el árbol que se nutre de su cima,
siempre con frutos con su verde velo

     »los celestes espíritus anima,
que antes de acá venir tuvieron fama,
y las musas cantaron con estima.

     »Los brazos de la cruz mira y su llama,
que al nombrar a cada uno, diseñarse
verás, como la nube que se inflama.»

     Al nombrar a Josué, desarrollarse
en la cruz resplandor súbito veo,
que un acto fué nombrarlo y él mostrarse.

     Y al nombre del insigne Macabeo,
otro vi, sobre sí mismo girando,
peonza que el goce bate en su volteo.

     Así de Carlomagno y de Rolando
el resplandor siguió mi vista atenta
cual cazador, halcón que va volando.

     Tras Guillermo, Reinaldo se presenta,
y el grande Godofredo ante mi vista
con Roberto Guiscardo allí se cuenta.

     Al fin movida con las luces mixtas,
mostróme el alma que me había hablado,
que era, en el canto, celestial artista.

     Volvíme entonces hacia el diestro lado
por ver lo que Beatriz me prevenía,
con signos o en palabras expresado;

     y en sus ojos tan pura luz ardía,
tan llena de placer, que su semblanza
sus otros resplandores excedía.

     Y como el hombre que más dicha alcanza
obrando el bien, cuando de día en día
en el camino de virtud avanza,

     yo advertí que mi vuelo se extendía
en el arco del cielo dilatado,
y que el milagro más se embellecía.

     Y así, como en semblante sonrojado
de blanca virgen, su color perdido
pronto retorna a su primer estado,

     pasé de pronto al cielo emblanquecido
del sexto cielo, en cándidos albores,
que en su seno me había recibido.

     Vi la estrella Jovial con sus fulgores,
irradiando el amor que reverbera,
palabras nuestras dar en resplandores.

     Cual aves que, de un río en la ribera,
congratulándose de sus pasturas,
forman cercos o vuelan en hilera,

     así en su luz las célicas criaturas
voltijeando cantaban y formaban
de D, de I y de L las figuras.

     Primero, al son de su cantar volaban;
luego, al trazar sus signos esplendentes,
detenían el vuelo y se callaban.

     ¡Diva pegásea que a mortales mentes
llenas de gloria eterna, y la existencia
haces durar, los reinos y las gentes,

     que tu luz ilumine mi conciencia,
al descifrar tus letras inmortales,
y que muestren mis versos tu potencia!

     Trazando consonantes y vocales,
por cinco veces siete, sus letreros
brillaban en las luces celestiales:

     Diligite justitiam, los primeros,
con el nombre y el verbo bien distinto:
qui judicatis terram, los postreros.

     Después, en la M del vocablo quinto,
se ordenaban, y a Jove convertían
en argentino globo de oro cinto.

     Y hacia lo alto de la M descendían
otras luces, que al tiempo de posarse
cantaban, creo, al bien en que venían.

     Después, cual dos tizones al chocarse
dan origen a súbito chispeo,
en que suelen los necios augurarse,

     mil luces resurgir en torno veo,
una más densa y otra más somera,
según el sol la enciende en su sorteo.

     Y quieta en su lugar cada lumbrera,
de aquel foco de luz ha renacido
testa y cuello de un águila altanera.

     Quien la trazara, guía no ha tenido;
él es su guía, que la vida alienta,
con la propia virtud que forma el nido.

     La otra legión de luces, que contenta
cual corona de la M se mostrara,
al moverse la imagen complementa.

     ¡Oh, dulce estrella, cuánta piedra rara
me mostró, que del mundo la justicia,
es efecto que el cielo nos depara!

     Y así ruego a la mente que se inicia
tu fuerza y tu virtud, que el humo impuro
vea en el fuego que tu rayo vicia.

     Y su brazo otra vez fustigue duro
al que compra y que vende dentro al templo,
que señaló con el martirio el muro.

     ¡Oh, milicia celeste que contemplo!
¡Ruega por los que se hallan en la tierra
descaminados por el mal ejemplo!

     Con espadas se hacía antes la guerra;
ora se hace, de aquí, de allá quitando
el pan que el Padre bueno da a la tierra.

     Tú, que escribes tan sólo cancelando,
piensa que Pedro y Pablo han perecido,
y aun viven, por la vid que estás guastando.

     Mas tú dirás: Mi amor tan grande ha sido,
al solitario cuya efigie entablo,
y al martirio una danza ha conducido,

     que no conozco al Pescador ni a Pablo.




CANTO XIX
 

     Ante mí, con las alas desplegadas
la bella imagen vi, que tracendía
el goce de las almas concentradas.

     Un rubí cada cual me parecía,
por los rayos del sol tan encendido
que en mis ojos lucientes refringía.

     Lo que debo trazar, nunca lo ha sido
por voz alguna, ni estampar tentado,
ni fué por fantasía comprendido;

     que vi, y oí al pico, que animado
en sus voces sonaba el Yo y el Mío,
y el Nos y Nuestro era el concepto dado.

     Y comenzó: «Por ser tan justo y pío,
exaltado me veo en esta gloria,
que de todo deseo vence el brío.

     »En la tierra he dejado una memoria,
que bien que aplauda la malvada gente,
no sigue las lecciones de mi historia.»

     Como de muchas brasas solamente
brota un solo calor, de mil amores,
brotaba un son de imagen esplendente.

     Y así yo proseguí: «Perpetuas flores
de la eterna leticia, que por uno
juntas me hacéis sentir vuestros olores,

     »poned fin, respirando, al grande ayuno
que largo tiempo padecí en el suelo,
sin hallar para mi alma pasto alguno.

     »Sé bien que la justicia es luz del cielo,
que si se muestra en el divino espejo,
no veis vosotros al través de un velo.

     »Sabéis que atentamente me aparejo,
a escucharos, sabiendo que he dudado;
duda que, en tanto ayuno, me hizo viejo.»

     Como halcón del capillo libertado
aletea, moviendo la cabeza,
galano al emprender su vuelo osado,

     así aquel signo ostenta su belleza,
en la divina gracia entretejido,
con un canto que allí sólo embelesa;

     me habló: «Quien a compás tiene medido
el extremo del mundo, y en su esfera
lo visible y lo oculto ha comprendido,

     »no imprimió su potencia de manera,
en todo el universo, que su Verbo
del todo lo infinito comprendiera;

     »y esto se muestra en el primer superbo,
suma de perfección de la criatura,
por no esperar la luz, cayendo acerbo;

     »y es natural que la ínfima natura
no pueda con los bienes ser colmada,
de lo que es infinito en su mesura.

     »Por eso vuestra ciencia limitada,
débil reflejo de su grande mente,
en sus creaciones con amor mostrada,

     »no sea por natura tan potente
que su principio intrínseco discierna
más allá del principio proveniente.

     »Por eso, en la justicia sempiterna.
sólo alcanza la vista en vuestro mundo
lo que ojo humano que en la mar se interna,

     »que en su orilla no llega a lo profundo,
sin penetrar del piélago en el seno,
porque oculta su ser en lo más fundo.

     »Sólo da luz el resplandor sereno,
que no se enturbia; lo demás es niebla,
o sombra de la carne, o su veneno.

     »Bastante he disipado la tiniebla
que te escondía la justicia viva
con esa duda que tu mente puebla.

     »Decías: Nace un hombre allá en la riba
del Indus, sin que nadie en sus regiones
ni hable de Cristo ni su nombre escriba.

     »Tan bueno en sus deseos y razones
cuanto puede pedirlo el humanismo,
vive puro, en palabras y en acciones.

     »Muere sin fe, muriendo sin bautismo;
¿dónde está la justicia que condena?
¿cuál su culpa si no creyó asimismo?

     »¿Quién eres tú que como juez ordena
y a millones de leguas ver pretende,
cuando tu propio palmo ves con pena?

     »Al que por sutileza bien no entiende,
no es maravilla turben dudas tales,
si en la santa Escritura no lo aprende.

     »¡Pobres mentes! ¡Terrestres animales!
La prima voluntad, de esencia buena,
sin mudanza, da bienes celestiales.

     »Todo lo justo con su ser consuena;
ningún creado bien a sí la tira;
mas alla irradia el bien que todo ordena.»

     Como en su nido la cigüeña gira,
después que a sus polluelos alimenta,
y su prole la mira y la remira,

     al levantar mis ojos, tal se ostenta
la imagen cuyas alas celestiales
agita al pensamiento que la alienta.

     Y cantando circula y dice: «Cuales
son mis voces que tu ánimo no entiende,
tal es el juicio eterno a los mortales.»

     Quietas las luces que la luz enciende
del Espíritu santo, en el emblema
que el respeto de Roma al mundo extiende,

     prosigue: «Nunca a esta región suprema
subió ninguno sin creer en CRISTO,
vivo o clavado en la cruz postrema;

     »pero muchos que gritan ¡CRISTO! ¡CRISTO!;
en el juicio final, aun menos prope
de él estarán, que el que negara a CRISTO.

     »A esos cristianos damnará el Etiope,
cuando las almas formen dos colegios,
el uno siempre rico, el otro inope.

     »¿Qué no dirán de vuestros guías regios
los pérsicos, al ver el libro abierto
que atestigüe sus propios sacrilegios?

     »Allí la culpa se leerá de Alberto,
consignada por pluma que condena,
que del reino de Praga hará un desierto.

     »Y se verá el dolor, del que en el Sena
por moneda de ley falsificada,
diente de jabalí sufrir en pena.

     »Veráse la soberbia no saciada
que a ingleses y a escoceses, en su furia,
hizo salvar su meta limitada.

     »Veráse la molicie y la lujuria
del rey de España, y del Bohemio indigno,
cobarde rey, que su blasón injuria.

     »Y al cojo de Sión, juicio condigno,
con un uno marcar su buena vida,
y sus mil vicios de M con el signo.

     »Veráse la avaricia envilecida
del que en la isla del Etna tiene asiento,
donde Anquises finó su larga vida.

     »Y por mostrar su poco valimento,
su registro, con letras mutiladas,
será de gran maldad breve comento.

     »Y veránse las obras condenadas
con que han dejado, el tío, y el hermano,
su estirpe y dos coronas deshonradas.

     »Y también rey noruego y lusitano,
como el duque de Racia, han de informarse,
que el cuño adulteró del Veneciano.

     »Fuera Hungría feliz si maltratarse
no se dejara más; y si Navarra
con la montaña que la ciñe armarse.

     »Y es de liberación segura el arra
que se quejan Nicosia y Famagosta
de la bestia feroz y de su garra,

     »que de las otras bestias más se acosta.»




CANTO XX
 

     Cuando el astro que al mundo todo alumbra,
del hemisferio nuestro ya desciende,
y se consume el día en su penumbra,

     el cielo, que antes él tan sólo enciende,
aparece alumbrado de repente
por muchas luces, en la que una esplende.

     Este aspecto del sol vino a mi mente,
cuando el signo del mundo y de sus Duces,
quedó en silencio el pico reverente.

     ¿Por qué todas aquellas vivas luces,
más brillantes, estallan en un canto
que tú, memoria mía, no produces?

     ¡Oh, dulce amor, de sonriente manto!
¡Cuál ardían tus chispas inmortales,
que anima un solo pensamiento santo!

     Cuando las bellas gemas celestiales
de que la sexta luz está incrustada
apagaron sus sones divinales,

     de un río de corriente despeñada,
claro el rumor, me pareció que oía,
indicando su fuente bien colmada.

     Si en cítara se forma la armonía
por el mango, y así como de fuera
en la zampoña el viento se la envía,

     tal, sin tardanza, respondió a mi espera
el rumor, como en flauta perforada,
que del cuello del águila subiera,

     dando el pico su voz articulada,
en forma de palabra, que elocuente
en mi pecho escribí, do está guardada:

     «La parte que en mí ves, que en sol ardiente
fija águila mortal», así empezara,
«importa que ahora mires fijamente.

     »De los fuegos que asoman en mi cara,
y en ojo y testa como luz cintila,
es de todas las luces la preclara.

     »La que luce en el medio por pupila
fué el cantor del Espíritu más santo,
que el Arca en triunfo transportó tranquila.

     »Ora el valor conoce de su canto,
en cuanto su obra su intención refleja,
cual fué remunerado en otro tanto.

     »De cinco, que son arco de mi ceja,
la que al pico cercana es manifiesta,
la viuda consoló, que el hijo deja.

     »Ora conoce cuanto y cuanto cuesta
al Cristo no seguir, con la experiencia
de aquella dulce vida y de la opuesta.

     »El que sigue en igual circunsferencia,
que en mis ojos describe arco superno,
su muerte retardó, con penitencia.

     »Ora sabe que el juicio del Eterno
no se trasmuta, aunque el ferviente ruego
postergue abajo su decreto eterno.

     »Conmigo y con las leyes, viene luego
quien con buena intención mal fruto ha dado,
cuando, al pastor dejando, se hizo griego.

     »Hoy conoce que el mal que se ha imputado
al bien que procuró, no le es nocivo.
aunque por él el mundo esté arruinado.

     »El que miras del arco en el declivo,
Guillermo fué, cuyo país lo llora,
y lloran Carlo y Federico vivo.

     »Hoy reconoce cómo se enamora
el cielo del buen rey y su semblante
tiñe con el fulgor que lo colora.

     »¿Quién pensaría en vuestro mundo errante
que el troyano Rifeo, en lo redondo
de mi ojo, quinta luz fuese brillante?

     »Ora conoce lo que el mundo, en lo hondo,
pueda alcanzar de la divina gracia,
bien que su vista aun no discierna el fondo.»

     Tal como alondra que su vuelo espacia,
canta primero, y satisfecha cesa
con el final gorjeo, que la sacia;

     me pareció la imagen ver impresa
del eterno placer, que rectamente
las cosas cuales son las endereza.

     Bien que fuese mi duda transparente,
cual un color el vidrio manifiesta,
sin poder enfrenar labio impaciente

     de mi boca salió: «¿Qué cosa es ésta?»,
cual cediendo a la fuerza de aquel peso;
y vi relampaguear, con luz de fiesta,

     aquel ojo, encendido en nuevo acceso;
y respondióme el signo bendecido,
un término poniendo a mi embeleso:

     «Veo que cuanto he dicho lo has creído,
porque lo digo, sin saber consciente,
y así lo que tú crees te está escondido.

     »Haces como el que el nombre fácilmente
de algo aprende, mas no su cualidad,
si otro no se la explica sabiamente.

     »Regnum coelorum fuerza a la piedad
de ardiente amor y vívida esperanza,
venciendo la divina voluntad;

     »no del hombre soberbio a semejanza:
véncela, porque así quiere ser vinta,
y vinta vende en bienaventuranza.

     »Te asombra ver la luz primera y quinta
en mi ceja, cual signo venerado
que en la región angélica se pinta.

     »No de paganos cuerpos han volado,
sino cristianos, y de fe creyente,
una al futuro, otra al de pies clavado.

     »Una, desde el infierno, cual viviente,
tornó a sus huesos; nunca vista gracia,
premio acordado a la esperanza ardiente:

     »esperanza tan viva en su eficacia,
que por Dios su plegaria fué atendida,
moviéndolo a piedad su pertinacia;

     »el ánima gloriosa, revertida
a su carne, que poco la guardara,
en El creyó, buscando su acogida;

     »y creyendo, tal fuego la inflamara
de santo amor, que en su segunda vida
mereció que en los cielos se gozara.

     »La otra, en gracia de linfa bendecida,
que brota en fuente que humanal criatura
saber no puede donde fué nacida,

     »todo su amor dió a la justicia pura,
y Dios, de gracia en gracia, así le abriera
la vista a santa redención futura;

     »y al creer en ella, desde entonces fuera,
a su piedad, hediondo el paganismo,
y el vicio reprobó justa y severa;

     »y fueron bautizadas asimismo
las tres que viste al canto de la rueda,
más de mil años antes del bautismo.

     »¡Oh predestinación! ¡Cuán lejos queda
tu raíz del que busca tu secreto,
que la prima razón in totum, veda!

     »¡Y tú, débil mortal, sé circunspecto
al juzgar, pues nosotros, que a Dios vemos,
no conocemos todo el ser electo!

     »Y este ignorar por dulce lo tenemos,
pues nuestro bien con este bien se afina,
y lo que quiere Dios, también queremos.»

     Y fué así como el águila divina,
aclaró con su luz mi corta vista
y me brindó la suave medicina.

     Y como a buen cantor buen citarista
bien acompaña con vibrante cuerda,
en que mayor placer el canto aquista,

     así cuanto escuché se me recuerda
que yo vi las dos luces benedictas,
tal como el parpadeo se concuerda,

     mover con la palabra sus flamitas.




CANTO XXI
 

     Volví a fijar mi vista en el semblante
de mi Beatriz, y mi alma toda entera
llenaba su atractivo dominante.

     No sonreía, y dijo: «Si sonriera,
en cenizas tu ser convertiría,
como a Semele incauta sucediera.

     »Por esta escala, la belleza mía
en el palacio eterno más esplende,
como lo has visto cuanto más subía;

     »tanto que, a no templarla, más se enciende,
y tu mortal potencia, a sus fulgores,
sería rama que centella prende.

     »A los séptimos y altos esplendores
subimos en junción del León ardiente,
cuya virtud, abajo, templa ardores;

     »pon el alma en tus ojos; que tu mente
espejo sea al ver a la figura
que en ese espejo mirarás patente.»

     Quien supiese cuál era la pastura
que daba a mi ojo, con su aspecto beato,
al tener que admirar otra ventura,

     comprendería cuánto me era grato,
al compensar aquel placer divino,
obedecer del guía su mandato.

     Dentro al globo, que gira, cristalino,
con el nombre del padre venerando
que en la tierra mató germen maligno,

     de áureo color sus luces irradiando,
una escalera vi, tan prolongada
que íbase para mí en lo alto borrando.

     Y miré descender de grada en grada
tanto esplendor, como si aquella lumbre
fuese la luz del cielo concentrada.

     Tal como las cornejas, por costumbre,
al calentar sus alas ateridas,
cuando del sol asoma la vislumbre,

     vuelan, en varia dirección movidas,
juntas volviendo al sitio acostumbrado,
y otras por los espacios van perdidas,

     del mismo modo el resplandor sagrado
de aquellas luces vino unidamente,
hasta que se fijara en cierto grado.

     La más cercana a mí, tan reluciente
se puso que yo dije en mí, pensando:
Bien veo el grande amor que por mí siente.

     Mas como la que indica el cómo y cuándo,
del hablar y callar, se estuvo quieta,
venciendo mi deseo, no demando.

     Ella, benigna, ve mi ansia secreta,
en Aquel de que toda luz procede,
y dijo: «Tu deseo ardiente aquieta.»

     Y comencé: «¡Bien sé que sólo puede
mi pobre merecer ser atendido
por la que la pregunta me concede!

     »¡Oh, espíritu que te hallas escondido
en tu leticia! Di: ¿qué simpatía
tan cerca de mi lado te ha traído?

     »¿Y por qué calla aquí la sinfonía
del concierto eternal del paraíso,
que otras esferas llena de armonía?»

     «Es tu oído mortal como tu viso»,
repuso: «En esta esfera no se canta,
por causa que en Beatriz apaga el riso.

     »Yo desde lo alto de la escala santa
he descendido por hacerte fiesta,
con esta luz celeste que me enmanta,

     »sin que más grande amor me haga más presta;
que tanto y más amor en sí contiene
esa llama que a ti se manifiesta.

     »Mas la alta caridad, que nos retiene
siervas del que los mundos ve y gobierna,
en la suerte que observas nos mantiene.»

     «Bien veo», dije yo, «sacra lucerna,
de cómo el libre amor todo concierte
obedeciendo a providencia eterna;

     »bien que en mi juicio a discernir no acierte
como vienes a mí predestinada
entre las almas de tu propia suerte.»

     Con mi última palabra pronunciada
el foco de la luz giró en su centro,
cual piedra de molino apresurada.

     Después dijo el amor que estaba dentro:
«La luz divina sobre mí gravita,
penetrando en la luz en que me encuentro;

     »y su virtud, que en mi visión palpita,
me eleva tanto sobre mí que veo
la suma esencia, que mi acción concita.

     »De aquí proviene el gozo en que flameo,
porque en mi vista, cuanto más aclara,
mayor fulgor de caridad poseo.

     »Pero del cielo el alma más preclara,
el serafín que está junto a Dios mismo,
a tu pregunta nada contestara.

     »La respuesta se oculta en el abismo
del eterno estatuto, tan profundo
que su fondo no alcanza el humanismo.

     »Y esto dirás al retornar al mundo,
a fin que el ser humano no presuma
mover su pie del cielo en lo más fundo.

     »La mente, que aquí es luz, abajo es bruma.
¿Qué extraño que el mortal sea impotente
a comprender lo que es de esencia suma?»

     Ante esta prescripción tan imponente,
prescindiendo de inútiles cuestiones,
le pregunté quién era, humildemente.

     «Entre playas de Italia, dos peñones
se levantan, no lejos de tu patria,
do el trueno suena abajo sus crestones,

     »formando giba, que se llama Catria:
consagrada, a su pie se halla una ermita,
que de culto de Dios tan sólo es latria.»

     Así recomenzó la luz bendita,
prosiguiendo después: «Con fervor vivo
allí a Dios entregué mi alma contrita.

     »Mi alimento fué el jugo del olivo,
feliz pasando del calor al hielo,
entregado al placer contemplativo.

     »Abundante cosecha daba el cielo
a ese lugar, que hoy es un yermo vano,
y que en un tiempo fuera fértil suelo.

     »En aquel sitio fuí Pedro Damiano,
y Pedro Pecador, viví en la casa
de la Virgen, a orillas del Adriano.

     »Mi existencia mortal era ya escasa,
cuando cubierto fuí con el capelo
que hoy de malos a peores se traspasa.

     »Vienen, Cefas y el vaso del consuelo
del Espíritu Santo, y, mendicantes,
se hospedaron descalzos en el suelo.

     »Los modernos pastores son paseantes,
que por detrás precisan de sostenes,
tan graves son sus carnes abundantes.

     »Con su manto, cubriendo palafrenes,
bajo una piel, dos bestias van andando.
¡Oh, paciencia que tanto te contienes!»

     A esta voz, muchas flámulas, girando,
bajar de grada en grada, vi animarse,
en cada nuevo giro, más brillando,

     y en torno de aquella ánima agruparse,
lanzando un grito de fragor tan lleno
que no puede con nada compararse,

     y que me anonadó cual sordo trueno.




CANTO XXII
 

     Opreso de estupor miré a mi guía,
como el niño en sus cuitas, cuando corre
a buscar el amparo en que confía;

     y aquélla, como madre que socorre
al hijo desolado, con anhelo,
y tierna voz que a la desgracia acorre,

     me dijo: «¿Qué? ¿No ves que éste es el cielo,
y que en el cielo cuanto existe es santo,
y lo que se hace es por devoto celo?

     »¡Cuánto te habría conturbado el canto,
con mi sonrisa, juzgará tu oído,
cuando ese grito te conmueve tanto!

     »Si en él su ruego hubieras entendido,
tú sabrías el voto de venganza
que, antes de tú morir, verás cumplido.

     »La alta espada no hiere con tardanza,
ni presteza, cual piensa el que la espera,
con deseos o trémula esperanza.

     »Más vuélvete a mirar otra lumbrera:
verás muchos espíritus famosos,
si, cual digo, tu vista considera.»

     La obedecí con ojos anhelosos,
y cien esferas vi que, mutuamente,
se hermoseaban con rayos luminosos.

     Y como aquel que en sus deseos siente
clavado el aguijón, y que trepida
entre callar y hablar osadamente,

     estaba yo, cuando la más lucida
de aquellas perlas hacia mí se vino,
de colmar mis deseos complacida.

     Y dentro oí: «Si vieses, cual yo atino,
la caridad que entre nosotros arde,
tus ideas hallaran su camino.

     »Y a fin de que la espera no retarde
tu alto fin, voy a darte la respuesta,
ya que tu pensamiento se resguarde:

     »El monte que a Cassin tiene en su cuesta,
en los antiguos tiempos tuvo encima
idolátrica gente mal dispuesta.

     »Yo fuí el primero que llevé a su cima
la palabra de Aquel que trajo al mundo
la sagrada Verdad que nos sublima;

     »y su germen en mí fué tan fecundo
que retraje a los pueblos circundantes
del culto impío que sedujo al mundo.

     »Esas otras lumbreras, contemplantes,
varones fueron, en que ardor primario
cría flores y frutos consagrantes.

     »Aquí ves a Romualdo, aquí a Macario;
y a mis hermanos, que en las obras nuestras,
almas y cuerpos dieron al santuario.»

     «El afecto», repuse, «que demuestras
al hablarme, y la plácida semblanza,
cuya bondad veo en las luces vuestras,

     »han dilatado tanto mi confianza
como el sol a la rosa, cuando abierta
se expande cuanto en sí su fuerza alcanza;

     »y así te pido, ¡oh, padre!, que revierta
tu luz su gracia, y que me digas, pío,
si puedo ver tu imagen descubierta.»

     Y él: «Colmados, hermano, a tu albedrío
tus deseos serán en la alta esfera,
donde se exauden los demás, y el mío.

     »En su perfecta madurez, se entera
cada esperanza; y sólo allí inmutable
todo gravita donde siempre fuera,

     »que entre polos no está, ni es confinable;
y nuestra escala hasta su altura abarca
lo que a tu vista penetrar no es dable:

     »hasta la grada que su altura marca,
cuando cargada de ángeles se viera,
sólo la vió Jacob, el gran patriarca.

     »Mas hoy, para subir esta escalera
nadie el pie mueve en tierra, y la Orden mía
vive abajo, en las Cartas que vulnera.

     »El muro que los claustros circuía,
hoy es caverna y son los capuchones
sacos llenos de harina de avería.

     »Mas la usura no tantas maldiciones
de Dios merece cuanto el torpe fruto
que trastorna del fraile las pasiones.

     »De la Iglesia la ofrenda es el tributo
debido a pobre grey, que pan demanda,
no a parientes, ni empleo disoluto;

     »es la carne mortal por si tan blanda;
que allá no basta buen comenzamiento,
pues al nacer la encina no da glanda.

     »Pedro empezó sin oro y sin argento;
y yo, con oraciones, con ayuno;
y Francisco fué humilde en su convento.

     »Si ora ves el principio de cada uno,
en su regla, verás que en su carrera
lo que era blanco convirtióse en bruno.

     »Dios, en verdad, mayor milagro hiciera
al torcer el Jordán y el mar secando,
que el socorro que aquí prestar pudiera.»

     Así la luz me dijo, retornando
al colegio de luces, que reunido
se alzó a los cielos cual turbión, volando.

     Y de mi dulce guía, en pos traído,
a una señal me hizo subir la escala,
por su virtud mi natural vencido.

     Ni el subir y bajar en tierra iguala
a mi ascensión en vuelo acelerado,
como si el aire me llevara en su ala.

     Así pueda, ¡oh, lector!, al triunfo ansiado
tornar, cual pido en mi continuo ruego
en contrición llorando mi pecado,

     como es verdad -que cual tu dedo al fuego
pronto acercas y esquivas-, dentro al signo
que sigue a Tauro me encontré yo luego.

     Astros gloriosos que el poder divino
impregnó de virtud, yo reconozco
que mi ingenio cual sea está en tu signo.

     Con vosotros nació, celóse vosco,
el padre universal de toda vida,
cuando sentí al nacer el aire Tosco.

     Después, por alta gracia concedida
en la alta esfera que girando os lleva,
vuestra región me lleva en la subida.

     Mi alma a vosotros con amor se eleva,
por el premio alcanzar de la virtud,
en este trance de difícil prueba.

     «Próximo estás de la final salud»
clamó Beatriz, «y debe tu mirada
ver claro con intensa plenitud.

     »Antes de ir a región más encumbrada,
mira hacia abajo, y mira cuánto mundo
dejé a tus pies, en rápida jornada,

     »para que ofrezcas corazón jocundo
a las legiones de almas que, triunfantes
ledas vienen, del cielo en lo rotundo.»

     Yo, por las siete esferas circundantes,
giré la vista, y vi este globo oscuro,
y sonreí ante su vil semblante.

     Y así este juicio tengo por seguro,
que a quien menos lo estima, y en más piensa,
puede llamarse ciertamente puro.

     La hija vi de Latona en luz intensa,
sin sombra, que, de lejos entrevista,
antes creí que fuese rara y densa.

     Y de tu hijo el fulgor sufrió mi vista,
¡oh, Hiperión!, y moviéndose en su esfera
a Venus y a Mercurio mi ojo avista.

     Y aparecióme Jove, que atempera
a su padre y a su hijo, claro viendo
la variación que marca su carrera.

     Y los siete planetas vi luciendo,
veloces son y grandes, y en el cielo
con sus distancias su girar midiendo.

     En los Gemelos, con su eterno vuelo,
vi la pequeña Tierra, que entre enojos
miran los hombres, y miré su suelo,

     y alcé mis ojos a los bellos ojos.




CANTO XXIII
 

     Cual ave dentro de la amada fronda,
el nido abriga de su prole amada,
cuando la noche toda cosa esconda,

     y por gozar su vista, tan deseada,
y procurarles luego la pastura
-duro trabajo que a su instinto agrada-,

     en lo alto de una rama, el tiempo apura
y con ardiente afecto aguarda el día
que anunciará del alba la blancura;

     erguida así, mi encantadora guía
miraba hacia aquel punto de la esfera
donde aparenta el sol marcha tardía.

     Viendo que pensativa se estuviera,
me hallé cual quien desea vacilando
y sus ansias aquieta con la espera.

     Pero sentíme más tranquilo, cuando
entre la espera, digo, y lo previsto,
vi que el cielo venía ya aclarando,

     y ella me dijo: «Mira aquí de Cristo
la falange triunfal, que ha cosechado
el fruto que en los orbes tiene aquisto.»

     ¡Me pareció su rostro iluminado,
los dulces ojos de leticia llenos,
de un modo tal que no es para expresado!

     Como en los plenilunios más serenos
Diana ríe entre ninfas sempiternas,
que dan color a los celestes senos,

     yo vi sobre millares de lucernas
un sol, que a todas ellas encendía,
como el nuestro a las lámparas supernas.

     Y por la viva luz trasparecía
la divina substancia en luz tan clara
que afrontarla mi vista no podía.

     ¡Oh, Beatriz! ¡Oh, mi dulce guía cara!,
dijiste: «Lo que vence tu potencia,
es virtud de quien nadie se repara.

     »Allí está la potencia y la sapiencia,
que abre camino al cielo, de la tierra,
que de las almas fué larga apetencia.»

     Tal como fuego que la nube encierra,
al dilatarse porque allí no cabe,
contra su propia ley, baja y aterra,

     mi mente así con nutrición tan suave
se dilató con impetuoso brío,
que mi recuerdo retrazar no sabe.

     «Abre tus ojos: mírame cual río;
lo que han mirado te hace tan potente
que puedes ver hasta el aspecto mío.»

     Yo estaba como aquel que se resiente
de olvidada visión y que procura
en vano renovar dentro la mente,

     cuando escuché tal nuncio de ventura,
que en el libro del pecho consignara
como imborrable letra que perdura.

     ¡Si Polimnia y su coro me ayudara
con las lenguas de múltiple armonía,
que alimenta su leche dulce y cara,

     ni cantar un milésimo podría
de la sonrisa de esplendor divino,
que su celeste aspecto embellecía!

     Por eso, el paraíso que adivino
debe saltar el místico poema,
como quien halla roto su camino;

     y quien estime el ponderoso tema,
que una espalda mortal doble y enarca,
no ha de increparle, porque débil trema.

     No es travesía para frágil barca
el mar que surca la atrevida prora,
ni de nauclero de fatiga parca.

     «¿Por qué tanto mi rostro te enamora
que no ves el jardín, que, peregrino,
bajo los rayos de Jesús se enflora?

     »La rosa que encarnó verbo divino
aquí está, con los lirios perfumados,
cuyo perfume indica el buen camino.»

     Dijo Beatriz, y, pronto a sus dictados,
mi flaqueza otra vez vencer procuro,
levantando mis párpados cansados.

     Como en rayo de sol que hiende puro
rota nube se ven las bellas flores
de un prado, antes envuelto en aire oscuro,

     así vi multitudes de esplendores
alumbrados de lo alto, fulgurantes,
sin el principio ver de sus fulgores.

     ¡Oh, virtud, que tus rayos emanantes
alzaste pía, dilatando un poco
el campo de mis ojos vacilantes!

     El nombre de la flor que siempre invoco,
mañana y noche, en mi ánimo el anhelo
concentro, de admirar el grande foco,

     y cuando con mis ojos vi, sin velo,
el cual y el cuanto de la viva estrella,
que al mundo vence y que venera el cielo,

     bajó dentro del cielo una centella,
formando cerco a guisa de corona,
y la ciñó, girando en torno de ella.

     La melodía que más dulce entona
la voz humana, y más el alma tira,
sería nube, cuando rota atrona,

     comparada al sonar de aquella lira,
que coronaba el límpido zafiro
con que el cielo más claro se enzafira.

     «Soy el amor angélico, que giro
en el goce, que espira el vientre santo,
que albergue fué de universal suspiro.

     »Y giraré, reina del cielo, en tanto
sigas a tu hijo, y se ilumine el día
de la suprema esfera con tu encanto.»

     Así la circulante melodía
cantaba, y las lumbreras en su canto
ensalzaban el nombre de MARÍA.

     Aquel orbe, de mundos regio manto,
en que la llama del amor se aviva
de Dios potente al soplo sacrosanto,

     tan lejos se halla de terrestre riba,
el limite sin fin, que su apariencia
de lo infinito estaba más arriba;

     pues no tenía mi ojo la potencia
para seguir la coronada llama,
que levantóse a su alta descendencia.

     Y como niño que, después que mama,
los tiernos brazos a la madre tiende,
al dulce impulso que su seno inflama,

     así, cada fulgor su luz extiende
hacia la cima, y el sublime afecto
que tienen por María mi alma entiende;

     y luego en mi presencia, ante su aspecto,
cantan Regina coeli, dulcemente,
con voces que al pensarlo me delecto.

     ¡Oh, cuánta es la abundancia proficiente
de aquellas arcas, ricas por su aforo,
que al mundo dieron tan feraz simiente!

     Allí se vive y goza del tesoro,
con lágrimas ganado en el exilio
de Babilonia, despreciando el oro;

     y del hijo de Dios con el auxilio,
y de María triunfa en su victoria,
con el Antiguo y Nuevo gran concilio,

     el que tiene las llaves de tal gloria.




CANTO XXIV
 

     «¡Oh consorcio selecto en la gran cena
del cordero pascual, cuya comida
siempre y por siempre el apetito os llena!,

     »si de Dios por la gracia que convida,
este mortal merece su alimento,
antes del tiempo fijo de la vida,

     »¡satisfaced su inmenso sentimiento,
y rociadle; vosotros que en la fuente
bebéis, en donde está su pensamiento!»

     Beatriz dijo; y las almas, ledamente,
globos que en polos fijos van rotando,
cual cometas, difunden luz ingente.

     Como las ruedas de un reloj, girando,
que en la primera que se pone mente,
quieta parece, y otras van volando,

     los ígneos globos, así en diferente
modo, danzando, muestran la riqueza
de su luz, más o menos lentamente.

     De aquel en que noté mayor belleza
vide salir un fuego venturoso,
que ninguna quedó de más clareza;

     y de Beatriz en torno, fulgoroso
giró tres veces, con cantar tan divo,
que aun fantaseando no redigo, ansioso;

     y la pluma lo salta y no lo escribo,
que no hay para idearlo humanamente
palabra ni color bastante vivo.

     «¡Oh, santa hermana, que con ruego ardiente
devota pides! Por tu dulce afecto
me aparto de la esfera reluciente.»

     Detúvose el espíritu selecto
y envió a mi dona su hálito afectuoso,
después de hablar de modo tan perfecto.

     Y ella: «Gran luz del gran varón glorioso,
a quien Nuestro Señor dejó las llaves
que El llevó de este gaudio milagroso!

     »A éste, en los puntos más o menos graves,
puedes tentar, sobre la fe sincera,
que te hizo andar sobre la mar cual sabes.

     »Si ama el bien, si bien cree y bien espera,
no se oculta, pues tienes por delante,
espejo fiel de la verdad entera;

     »pero si de este reino es habitante
sólo quien tiene fe, glorificarla
debe este ser, con voz vivificante.»

     Como contiene el bachiller su parla
cuando el maestro pone su problema,
pensando en la cuestión sin aclararla,

     me armaba de argumentos sobre el tema,
mientras ella le habló, para estar presto
a responder a la cuestión suprema.

     «Di, buen cristiano, y pon de manifiesto:
¿Qué es la fe?» Yo a la luz alcé la frente,
ante la luz que preguntaba aquesto;

     y me volví a Beatriz, quien prontamente
me hizo señal para que yo expandiese
afuera el agua de mi interna fuente.

     «¡Pues la gracia permite me confiese»,
prorrumpí, «con el alto Primipilo,
que él haga mi pensar claro se exprese!»

     Y proseguí: «Como en veraz estilo
tu caro hermano, ¡oh, padre!, lo ha enseñado
-el que contigo puso a Roma al hilo-,

     »la fe es en sustancia lo esperado
y argumento de cosa no presente.
Pienso que bien su esencia he demostrado.»

     Y escuché: «Bien está, si claramente
sabes por qué la fe se ha definido,
sustancia y argumento juntamente.»

     «El Bien profundo», repliqué advertido,
«que aquí me ofrece el cielo en su apariencia,
a los ojos del hombre está escondido.

     »Pues su ser sólo existe en su creencia,
y, como su esperanza ella contiene,
a la sustancia el nombre da de esencia.

     »Con tal creencia, al hombre le conviene
silogizar, con nuestra corta vista:
por eso el nombre de argumento tiene.»

     Y escuché: «Si el saber que allá se aquista
hubiera tal doctrina comprendido,
no habría ocupación para el sofista.»

     Sopló el amor, en fuegos encendidos,
y prosiguió: «Muy bien la ley y el peso
de tu moneda comprobada ha sido.

     »Mas dime si en tu bolsa tienes eso.»
Yo repuse: «Tan lúcida y rotunda
que tiene de virtud el cuño impreso.»

     Salió la voz de aquella luz profunda:
«¿De dónde viene esa preciosa joya
sobre la cual toda virtud se funda?»

     Y yo: «Lluvia sin fin que desarrolla
el Espíritu Santo, y que profusa
del viejo y nuevo cuero el texto apoya,

     »silogismo y verdad es inconcusa,
grabada en mí con tal convencimiento,
que toda otra razón parece obtusa.»

     La luz: «Del viejo y nuevo Testamento,
¿qué luz o qué intuición te ha revelado,
que contenga el divino pensamiento?»

     Y yo: «Ser prueba de verdad me ha dado,
en sus obras nativas la natura,
que ni hierro fundió, ni en yunque ha dado.»

     Respondido me fué: «¿Quién te asegura
que tal obra existiera? Eso es lo mismo
que probar por lo mismo que se jura.»

     «Si el mundo convirtióse al Cristianismo»,
repliqué, «sin milagros, ése es uno,
que vale por centenas asimismo;

     »pues que viniste tú pobre y ayuno
a sembrar en el campo buena planta,
que viva fué, y hoy es silvestre pruno.»

     Y esto acabado, de la Corte santa
por las esferas resonó un Laudamos,
con melodía, como allá se canta.

     Y aquel varón, que en tan diversos ramos
me examinara y conducido había
a sus últimas hojas con reclamos,

     así recomenzó: «La gracia pía
que tu mente alumbró, te abrió la boca,
y la has abierto tal cual se debía;

     »si bien confirmo la verdad que evoca,
es menester decir qué fe te asiste,
cuando tu labio la verdad invoca.»

     «¡Santo Padre!, ¡que ves lo que creíste,
cuando al santo sepulcro penetraras,
y a más jóvenes pies te antepusiste!»,

     yo comencé: «Quieres que en formas claras
manifieste del todo mi creencia,
y aun su razón también me preguntaras;

     »yo respondo: de un Dios creo en la esencia,
solo y eterno, que los cielos mueve,
inmóvil, con amor y diligencia.

     »No necesito prueba que lo pruebe,
física o metafísica, ni ensalmos;
me la da la verdad de que aquí llueve,

     »por Moisés, los profetas y los salmos,
y el Evangelio con su sacro texto,
¡que escribisteis vosotros, seres almos!

     »Creo en las Tres Personas, y con esto
creo en su esencia, que es tan una y trina,
que lleva el sunt y el est de manifiesto.

     »Y la profunda condición divina
de que me ocupo, en mi cabeza sella,
con su sello, evangélica doctrina.

     »Este principio que en mi hablar destella,
y me tiene en sus llamas encendido,
¡en mí cintilla como en cielo estrella!»

     Como el señor que escucha complacido,
y que abraza a su siervo, gratulando
la noticia feliz que le ha traído,

     así en torno bendíjome cantando,
por tres veces, a tiempo que callara,
la apostólica luz -a cuyo mando

     dije lo dicho-; tanto le agradara.




CANTO XXV
 

     Si aconteciera que el poema santo,
en el que han puesto mano cielo y tierra
y ha largos años me enflaquece tanto,

     venciese la crueldad que me destierra
del bello aprisco, en que dormí cordero
enemigo del lobo que hace guerra,

     con otro pelo y canto más entero,
retornaré poeta, y en la fuente
de mi bautismo, mi laurel espero.

     ¡Su agua la fe me dió del inocente,
y entrando en Dios, por ella mereciera
Pedro girase en torno de mi frente!

     Entonces vi venir una lumbrera,
del grupo, que dio paso a la primicia,
que Cristo por vicario instituyera.

     Y mi Beatriz, colmada de leticia:
«Mira, mira al varón», dijo, «que asoma,
por quien allá visitan a Galicia.»

     Como cuando se posa la paloma
con su pareja y en su amor se expande,
y circulando dulce arrullo toma;

     tal el uno glorioso, el otro grande,
con beatíficos giros se acogieron,
alabando el manjar que el cielo mande.

     Congratulados, mudos se vinieron,
y coram me cada uno quedó fijo,
con fuegos que mis párpados vencieron.

     Sonriendo Beatriz, entonces dijo:
«Inclita vida, que la gran largueza
de este templo escribió con regocijo:

     »haz sonar la Esperanza en esta alteza,
cual sabes, porque tú la has figurado,
en Jesús a los tres, con más terneza.»

     «Alza la frente, y mira asegurado;
que lo que viene del humano mundo,
conviene en esta luz ser madurado.»

     Este conforto, el luminar segundo
me dirigió; y el ojo alcé a los montes,
que antes su peso hundióme en lo profundo.

     «Pues alta gracia quiere que tú afrontes
a nuestro emperador, antes de muerto,
en el aula secreta, con sus contes,

     »para que veas con su brillo cierto
la Esperanza, que tanto os enamora,
y confortes con ella al mundo incierto:

     »Dime lo que es, y en tu alma cuál se enflora.
¿Cuál es su origen? ¿Cómo a ti te viene?»
Así me habló la luz deslumbradora.

     Y aquella pía, que de sí me tiene,
dando a mis alas vuelo tan pujante,
mi respuesta solícita previene:

     «No se cuenta en la Iglesia militante
hijo que más espere, como escrito
está en el sol, que brilla por delante.

     »Por eso fuéle dado desde Egipto,
que a ver Jerusalén aquí viniera,
antes del plazo militar pescripto.

     »Las otras dos cuestiones, en tu esfera
bien se saben, que son para que cuente
cuanto su gran virtud te es placentera,

     »a él dejo resolverlas llanamente,
sin jactancia mundana ni sabihonda.
¡Que la gracia de Dios llene su mente!»

     Como el alumno que al doctor responda,
sin trepidar, en punto en que es experto,
de modo que a su ingenio corresponda,

     dije: «Esperanza es esperar lo cierto
de la gloria futura, que produce
Gracia divina en mérito no incierto.

     »De muchos astros esta luz me luce,
mas quien la destiló y al pecho envía,
es el sumo cantor del sumo duce.

     »¡En ti esperen -nos dice en su Teodía-,
los que saben, ¡oh, Padre!, tu alto nombre!
¿Y quién no la sabrá con la fe mía?

     »Su lluvia derramaste sobre el hombre,
que has destilado, en este pecho, lleno
con tu Epístola santa y tu renombre.»

     Mientras que hablaba, dentro al vivo seno
de aquel incendio tremolaba un lampo,
cual relámpago brota antes del trueno;

     y espiró: «El amor con que aun me alampo,
que a su virtud mi espíritu somete,
desde que con la palma dejé el campo,

     »quiere que en ti se infunda y te delecte;
y me agrada saber tu pensamiento:
¿Qué es lo que la esperanza te promete?»

     Y yo: «El antiguo y nuevo Testamento
lo dicen: Y él: «Pues dilo.» Yo en seguida:
«En las almas, de Dios el sentimiento,

     »dice Isaías; cada cual vestida
en su tierra será con doble veste;
y es su tierra esta pura y dulce vida.

     »Y el texto de tu hermano está conteste,
cuando a blancas estolas se refiera,
y esta revelación nos manifieste.»

     Y antes que estas palabras concluyera,
un Sperent in te arriba oía,
que al coro celestial le respondiera.

     En seguida, una luz resplandecía,
que si un cristal así Cáncer tuviera,
en el invierno, un mes durara un día.

     Como entra en danza, virgen hechicera,
haciendo a nueva esposa los honores,
y, en su inocencia, nada más espera,

     así la luz brotada de esplendores
vino a las dos, girando en su cadencia
con el intenso ardor de sus amores,

     y al canto se mezcló, por complacencia;
inmóvil, mi Beatriz ante su aspecto,
callaba como novia en su inocencia.

     «Este es quien sobre el pecho, con afecto,
el Pelícano nuestro puso, y fuera
sobre la cruz a grande oficio electo.»

     Beatriz estas palabras profiriera,
inmóvil siempre, con la vista atenta,
contemplando la espléndida lumbrera.

     Como aquel que mirar al sol intenta,
y piensa que es el sol el eclipsado,
y que, mirando, su ceguera aumenta,

     así quedé ante el fuego, deslumbrado,
y una voz escuché: « La luz te ciega,
buscando aquí lo que jamás ha estado.

     »Tierra en tierra es mi cuerpo, mientras llega
a completar el número fijado,
que el eterno propósito se allega.

     »Con doble estola, en claustro tan sagrado,
sólo dos luces en lo excelso miro:
y esto al mundo por ti sea llevado.»

     A estas palabras, el ardiente giro
quieto quedóse, el cántico cesando,
que el trino daba en celestial respiro.

     cual los remos, que el agua van golpeando,
por fatiga o por riesgo, en un momento,
paran, al son de un pito, reposando.

     ¡Ay!, ¡cuánto de mi mente fue el tormento
al volverme a mirar a mi Beatriz,
por no poderla ver, aunque me siento,

     al lado de ella, en mundo tan feliz!




CANTO XXVI
 

     Mientras que vacilaba enceguecido,
por la fúlgida llama deslumbrado,
sonó un respiro en el atento oído,

     diciendo: «Si en tus ojos se ha apagado
la luz que por mi luz fuera consunta,
de hablar y razonar no estás privado.

     »Comienza, pues, y dime adónde apunta
el alma tuya, y ten por cierto y fía
que tu vista extraviada no es difunta;

     »porque la Dona que tus pasos guía
en esta esfera, tiene en su mirada
la virtud de las manos de Ananía.»

     Y yo: «¡Que presurosa o retardada,
dé remedio a mis ojos, vivas puertas,
por donde entró su llama siempre amada!

     »El bien que da a esta corte dichas ciertas
alfa y omega es, cuya escritura
lee mi amor en sus letras nunca muertas.»

     Y aquella voz, que al infundir pavura
produjo en mí la súbita ceguera,
hacerme razonar aun más procura,

     diciendo: «Con más fina cernedera
te conviene cernir. Di por qué pones
tu arco apuntado al blanco de esta esfera.»

     Y yo: «Por filosóficas razones
y autoridad que desde aquí desciende,
tengo del grande amor las impresiones.

     »Que el bien, en cuanto bien por tal se entiende,
encendiendo el amor, más lo sublima
cuanto mayor bondad en sí comprende;

     »y pues la esencia es la que todo anima,
que, fuera de ella, el bien que se promueva
no es sino un rayo de su lumbre prima;

     »es necesario que a ella más se mueva
la inteligencia, amando, y que discierna
la verdad que se funda en esta prueba.

     »Esta verdad en mi intelecto, externa
aquel que con su ciencia ha demostrado
que el primo amor sustancia es sempiterna;

     »y lo enseña el Autor que no ha fallado,
cuando alentar quiso a Mosiés diciendo:
Todo lo bueno te será mostrado.

     »Tú también me lo enseñas precediendo
al sublime pregón, y el alto arcano
con alto grito abajo difundiendo.»

     Y me observó: »Por intelecto humano,
y por la autoridad con que concuerda,
reserva a Dios tu amor más soberano.

     »Pero dime si sientes otra cuerda
que a Dios te arrastre, y di con claros sones
con cuantos dientes ese amor te muerda.»

     Bien penetré las santas intenciones
del águila de CRISTO, y a qué honduras
quería dirigir mis confesiones.

     Y así recomencé: «Las mordeduras
que convierten a Dios el alma entera,
son de mi caridad señales puras;

     »que el ser del mundo, y el que Dios me diera,
la muerte que sufrió porque yo viva
y lo que todo fiel conmigo espera,

     »con la predicha conoscencia viva,
al sacarme del mar del amor muerto
me han conducido a salvadora riba.

     »Las frondas que enfrondecen todo el huerto
del Hortelano eterno, yo amo tanto
cuanto de bienes él las ha cubierto.»

     Así que hube callado, un dulce canto
resonó por el cielo, y mi señora
repitió con el coro: ¡Santo! ¡Santo!

     Como una luz desvela punzadora
el sentido visivo, y prevalece
y va de fibra en fibra vibradora,

     y que despierto lo que ve aborrece,
¡tan necia es la vigilia inesperada!,
hasta que el sano juicio se esclarece,

     tal por Beatriz mi vista fué lavada
por los rayos que su ojo despedía,
alumbrando mil millas su mirada.

     Vi que con más poder que antes veía,
y estupefacto pregunté quién era
un cuarto resplandor que percibía.

     Dijo Beatriz: «Desde esa gran lumbrera
contempla a su Hacedor el alma prima,
que la prima virtud formó primera.»

     Como la hoja del árbol, que en su cima
dobla el viento al pasar, y se endereza
por la propia virtud que la sublima,

     tal hice yo, doblando la cabeza
mientras me hablaba; pero más seguro
de hablar sentí el deseo, con viveza,

     clamando: «Unico fruto, que maduro
nació en el mundo, ¡oh padre primitivo,
del hombre en el pasado y el futuro!,

     »te ruego, por cuanto hay más expresivo,
que me hables y comprendas el desvelo
en que por escucharte me desvivo.»

     Suele animal cubierto por un velo,
al moverse, mostrar por lo que ansía,
manifestando al exterior su anhelo:

     de tal manera el alma se movía,
dejando traspirar por su cubierta
cuanta era en complacerme su alegría.

     Y respiró: «Sin que me sea oferta
tu voluntad, mejor que tú discierno
la cosa que tú tengas por más cierta;

     »porque la veo en el espejo eterno,
que en sí refleja todo lo creado
sin que de él se refleje nada externo.

     »Quieres saber desde qué tiempo he estado
en el jardín excelso, que tu guía,
subiendo larga escala, te ha mostrado;

     »qué tiempo lo gozó la vista mía;
cuál de la ira de Dios la causa ha sido,
y el idioma que entonces profería.

     »No ha sido por gustar fruto prohibido,
fué por sí la razón del largo exilio,
sino el haber su linde trasgredido.

     »Allí donde Beatriz te envió a Virgilio
por cuatro mil trescientos y dos giros
del sol, ansié por ver este concilio;

     »lo vi girar en luces de zafiros
en su camino, novecientos treinta,
exhalando en la tierra mis suspiros.

     »Del idioma que hablé perdióse cuenta
antes de aquel trabajo interminable
que de la gente de Nemrod se cuenta;

     »porque ningún efecto razonable
por voluntad del hombre es duradero,
si Dios no lo hace para siempre estable.

     »Hablar es en el hombre don primero,
pero de un modo u otro, a la natura,
lo deja cual le plazca, por entero.

     »Antes de caer a la mansión oscura,
uno, llamóse al bien que el bien contiene
y que aquí me circunda de luz pura:

     »después llamóse Elí, y esto conviene,
porque la usanza humana es vagabunda
como la hoja del árbol que va y viene.

     »En el monte que se alza en mar profunda
puro viví, y en vida deshonesta,
de la hora prima hasta la que es segunda,

     »si cambia el sol cuadrante en la hora sexta.»




CANTO XXVII
 

     »¡Gloria al Padre y al Hijo y Almo Santo!»
el paraíso con amor cantaba,
y me embriagaba con el dulce canto.

     A universal sonrisa semejaba
lo visto, y la embriaguez de su belleza
por el oído y por la vista entraba.

     ¡Oh, inefable contento de alegreza!
¡Oh, de paz y de amor íntegra vida!
¡Oh, sin afán, segura y gran riqueza!

     Ante mis ojos contemplé encendida
una cuádruple luz, y la primera
a brillar comenzó, más clarecida.

     Mas su color cambió de tal manera
como si Jove se tornase en Marte,
que ave que muda pluma pareciera.

     La sabia providencia que reparte
celestes cargos, a las luces de oro
puesto había silencio en toda parte,

     cuando escuché: «Si yo me trascoloro
no te asombre, mortal, porque a mi acento
verás cambiar color a todo el coro.

     »El que en la tierra usurpa mi alto asiento,
el lugar mío, mi lugar que vaca,
ante el hijo de Dios que mira atento;

     »mi cementerio ha convertido en cloaca
de sangre y podre, tanto que el malvado
que del cielo cayó, su rabia aplaca.»

     De aquel color, que el sol transparentado
tiñe la nube en tarde y en mañana,
se mostró todo el cielo iluminado.

     Cual casta dama de conciencia sana,
que oye el relato de una acción impura,
por sí tranquila, con rubor de afana,

     tal de Beatriz cambióse la figura:
así debió eclipsarse el firmamento
cuando expiró Jesús en su amargura.

     El grande apóstol prosiguió el comento
pero con voz en sí tan demudada,
cual fuera del color el cambiamiento:

     «No la esposa de Dios fué alimentada
con sangre mía y la de Lino y Cleto,
para ser en ganancia de oro usada;

     »sí, por gozar de este vivir perfecto
que Calixto, que Sixto, Pío, Urbano,
derramaron su sangre con afecto.

     »No fué nuestra intención, que a diestra mano
de mi heredero un grupo se pusiera,
y dividir en dos, pueblo cristiano;

     »ni que las llaves que mi Dios me diera
se convirtiesen en pendón impío
que contra el bautizado combatiera;

     »ni que pudiera ser el rostro mío
sello de ventas torpes y mendaces,
que me causan rubor y dolorío.

     »¡Con capa de pastor, lobos rapaces
se ven de aquí por los amenos prados!
¡Oh, defensa de Dios, que inerte yaces!

     »Veo a Cahors y a Guasco, preparados
a beber nuestra sangre, ¡Oh, buen principio,
así serán tus fines malhadados!

     »Mas la alta Providencia, que en Escipio
dio a Roma un defensor, gloria del mundo,
socorrerá su grande municipio.

     »Tú, hijo mío, que triste y vagabundo
volverás a la tierra, abre la boca
y no le ocultes lo que yo difundo.»

     Cual helado vapor que se desfloca
baja en copos de nieve, cuando el cuerno
de la Cabra del cielo al sol ya toca,

     vide al éter ornarse en lo superno
al nevar hacia arriba los triunfantes,
del lado nuestro, hasta su coro eterno.

     Yo seguí con mi vista sus semblantes,
y los seguí hasta que fué ocultado
su resplandor en cielos más distantes.

     Beatriz, viendo que mi ojo desmayado
se dirigía en vano a la alta cima,
me dijo: «Mira atrás lo que has andado.»

     Desde que vi a la tierra en la hora prima,
miré que el arco había contorneado,
que va del meridiano a nuevo clima;

     vi el estrecho de Gades, que esforzado
franqueó Ulises, y luego la ribera
donde Europa fué a Jove peso amado.

     Y mucho más al descubierto viera
de este mundito; pero el sol ya había
a otro signo llevado su lumbrera.

     Mi enamorada mente siempre ansía
contemplar de mi Dona la hermosura,
y, por volverla a ver, cual nunca ardía.

     Si el arte puede así cual la natura
cautivar por los ojos a la mente,
en carne humana o en vivaz pintura,

     es nada, visto todo juntamente,
ante el placer divino que sintiera
al contemplar su rostro sonrïente.

     Por la virtud que su mirar me diera,
volé de Leda desde el bello nido
hasta alcanzar veloz celeste esfera.

     Las partes de aquel cielo esclarecido
tan uniformes son, que mal podría
decir a cuál Beatriz me hubo subido.

     Ella, que mis anhelos comprendía,
me habló animada de sonrisa leda,
que Dios gozarse en ella parecía:

     »La ley del movimiento, que está queda
en su centro, y que todo en torno mueve,
aquí comienza, meta de su rueda.

     »En este cielo, todo lo promueve
la mente divinal, que amor enciende
dándole impulso y la virtud de él llueve.

     »De luz y amor un cerco lo comprende,
como éste a los demás, y ese precinto
aquel que lo ciñó tan sólo entiende.

     »Su mover, no lo mueve otro distinto,
pero mide a los otros, cual dispuesto
se halla en el diez, el dos, que forma el quinto.

     »De cómo el tiempo tenga en este tiesto
sus raíces y en otros de sus frondas
ora tú puedes ver de manifiesto.

     »¡Oh, vil codicia, que el abismo ahondas
en que el mortal, hundiéndose, perece,
sin retirar los ojos de tus ondas!

     »La voluntad humana bien florece;
mas la continua lluvia la marchita,
y mala fruta, en vez de buena, crece.

     »La inocencia y la fe tan sólo habita
en el pecho infantil; pero cada una,
la barba al asomar, se debilita.

     »Quien, balbuciente aún, primero ayuna,
y, la lengua al soltar después devora
cualquier comida y en cualquier luna;

     »quien, balbuciente, que a su madre adora,
y la escucha, cuando habla y cuando crece,
muerta quisiera ver su genitora;

     »así la hija del sol blanca aparece
en su primer aspecto de mañana,
y su piel en la noche se ennegrece.

     »Y has de saber que allá, en la tierra insana,
nadie tiene el timón de su gobierno,
y así naufraga la familia humana.

     »Y antes que enero salga de invierno,
por la céntima, abajo descuidada,
ha de girar el cerco sempiterno,

     »que la fortuna allá tan esperada,
pondrá la popa donde está la prora,
a su recto camino enderezada,

     »y el fruto bueno nacerá en su flora.»




CANTO XXVIII
 

     Después que la verdad me hizo patente,
la que me enseña, que esta vida es nada,
y emparaísa mi terrena mente;

     como el que en un espejo reflejada
ve una luz que se enciende a su reverso,
sorprendiendo su mente y su mirada,

     y mira atrás, por ver si el vidrio terso
le dice la verdad, y que concuerda
con ella ve, cual música con verso,

     así, mi fiel memoria lo recuerda,
hice, los bellos ojos contemplando,
donde amor por prenderme hizo la cuerda;

     y al volverme, los míos admirando
cuanto aparece en aquel cielo inmenso,
que bien se ve, sus giros escrutando,

     un punto vi de resplandor intenso,
luz, que punzante en mi visual se afoca,
y, deslumbrado, me dejó suspenso.

     La estrella que de acá se ve más poca,
luna sería colocada al lado,
como estrella y estrella se coloca.

     En espacio, tal vez aproximado,
al anillo en que el sol su luz destiñe,
entre vapor opaco y condensado,

     un ígneo cerco que aquel punto ciñe,
giraba tan veloz, que habría vinto
el veloz movimiento que restriñe;

     y este cerco otro tiene por precinto,
y un tercero después, y luego un cuarto,
y un quinto, más un sexto en pos del quinto;

     y un séptimo seguía en el reparto,
de tal grandor que la secuaz de Juno
en su arco magno encontraría aun harto;

     y así el octavo, el nono, y cada uno
más tardo se movía, según era
su número distante allá del uno;

     y se inflamaba más y más sincera
el más cercano de la chispa pura,
por ser, lo creo yo, más verdadera.

     Al mirar mi sorpresa, con dulzura
me dijo así Beatriz: «De ese alto punto
depende el cielo y toda la natura.

     »Mira el cerco que más le está conjunto
y sabe que, si gira velozmente,
es que el amor se afoca en ese punto.»

     Y yo a ella: «Si el mundo símilmente
estuviese ordenado, de esta esfera
hallara, lo que dices, evidente.

     »Mas del mundo sensible, la carrera,
en sus giros, es tanto más divina,
cuanto más de su centro se halla fuera.

     »Disipa, pues, de mi alma la neblina,
en ese milagroso y sacro templo
que en el amor y con la luz confina.

     »Necesito saber cómo el ejemplo
y el ejemplar no marchan de igual suerte,
que en vano yo sin penetrar contemplo.»

     «Que tus dedos no basten a solverte
ese nudo que nadie ha desatado,
ni lo intentó, no debe sorprenderte.»

     Dijo ella, y prosiguiendo: «Pon cuidado
en mis palabras, y tendrás conciencia,
si lo meditas, de lo que has pensado.

     »La mayor o menor circunferencia
de los cercos corpóreos no depende
sino de la extensión de su alta influencia.

     »Mayor bondad mayor salud trasciende,
y más salud en cuerpo mayor cabe,
si una igual perfección en sí comprende.

     »Así esta esfera, que es principio y clave
de todo el universo, corresponde
al cerco que más ama y que más sabe.

     »Por eso tu medida no responde
a su íntima virtud, que en apariencia
la sustancia en tus ojos se enredonde.

     »Tú verás la final correspondencia
del más y más, y del mayor al menos,
en cada cielo, en su alta inteligencia.»

     Como quedan brillantes y serenos
los espacios del aire, cuando blando
inflase Bóreas con alientos plenos,

     purificándolos, y disipando
las nubes, y la esfera ríe bella,
sus bellezas eternas ostentando;

     yo así también, con las razones de Ella,
tan clara la verdad mis ojos vieron
como se ve en los cielos una estrella.

     Y apenas sus palabras concluyeron,
como bullente hierro derretido,
chispas de luz los cercos despidieron.

     Era aquel un incendio tan seguido,
que el número de chispas, redoblado,
en tabla de ajedrez no es contenido.

     De coro en coro, Hosanna fué cantado,
al punto, que en el ubi, y sus confines,
los tiene y los tendrá donde han estado.

     La que en mis dudas ve y en sus afines,
me dijo: «En esos círculos primeros,
los querubes has visto y serafines,

     »que al impulso obedecen tan ligeros,
por semejarse al punto, cuanto es dado
volar a los angélicos luceros.

     »Los amores que en torno van al lado,
se llaman tronos del divino aspecto,
porque la prima terna han circundado.

     »Y has de saber que es tanto más su afecto
cuanto su vista en la verdad profunda
penetra más, y aquieta el intelecto.

     »Y aquí se muestra bien cómo se funda,
que es la visión la que hace al bienhadado,
más que el amor, que sólo la secunda.

     »Y ese mirar en su medida es dado
al que merece, por bondad divina,
y que procede así de grado en grado.

     »Y ese ternario, que también germina
en esta primavera sempiterna,
que Aries nocturno su verdor no arruina,

     »perpetuamente en el Hosanna alterna
en triple orden feliz, triple armonía,
que, cual el primo, su delicia interna.

     »De estas deas, la triple jerarquía,
Virtud, Dominación y Prepotencia,
en el orden tercero se gloría.

     »En la doble exterior circunferencia,
los príncipes y arcángeles que giran,
loan sin fin, con ángeles, su esencia;

     »y así ordenados, hacia arriba miran,
abajo influyen, y hacia Dios llevados,
unos a otros con amor se tiran.

     »Dionisio, con ardor, en sus dictados,
al contemplar este orden angelorio,
como yo los distingo, están nombrados.

     »De esta doctrina discrepó Gregorio,
pero más tarde, con el ojo abierto,
de sí rióse en el celeste emporio.

     »Y si tan gran secreto vió tan cierto,
un mortal, no te admires, ni me admiro,
pues quien aquí lo vió, le ha descubierto

     »otros secretos del celeste giro.»




CANTO XXIX
 

     Cuando entrambos, los hijos de Latona,
bajo el signo del Aries y la Libra
en un mismo horizonte forman zona,

     cuanto tiempo el cenit los equilibra,
hasta que el uno y otro, de aquel cinto,
y al cambiar de hemisferio, se delibra,

     tanto, con rostro de sonrisas pinto,
Beatriz callada estuvo, contemplando
fija en el punto que me había vinto.

     Luego empezó: «Yo digo, y no demando,
lo que quieres oír, porque lo he visto,
donde el ubi termina y todo quando.

     »No por hacer de bien mayor aquisto,
que posible no es, pues sus fulgores
pueden al esplendor decir subsisto,

     »El, en su eternidad, sin precursores,
como le plugo y de los tiempos fuera,
vertió su eterno amor en nueve amores.

     »No que al principio en inacción yaciera,
pues no tuvo jamás horas contadas
de Dios sobre estas aguas la carrera.

     »Materia y forma juntas depuradas,
procedieron de acciones integrales,
flechas de arco tricorde disparadas.

     »Como en el vidrio, en ámbar o en cristales,
venir, mostrarse, rayo reflejado,
son acciones y efectos iniciales,

     »así el triforme efecto fué irradiado,
en su completo ser, de Dios nacido,
sin principio ni fin en lo acabado.

     »Concreado fué tal orden y construído
con las sustancias puestas en la cima
del mundo, en sólo un acto producido.

     »La potencia pasiva está en la sima,
ligando en medio la potencia activa,
con lazo que jamás se desarrima.

     »Jerónimo escribió que en primitiva
edad fueron los ángeles creados,
antes que en tierra toda cosa viva:

     »la verdad está escrita en los traslados
de escritores de espíritu muy santo,
y la verás con ojos avisados;

     »y aun la simple razón alcanza un tanto
que existir no pudieron los motores,
sin perfección ni fines entretanto.

     »Sabes ya dónde y cuándo estos amores
fueron creados, y el cómo, en sus portentos;
y así apago en tu mente tres ardores.

     »Antes que veinte, cuenten tus alientos,
de los ángeles creados, una parte
turbó los terrenales elementos.

     »La otra quedó, y dió comienzo al arte
que admiras con placer tan exquisito,
que de su giro nunca se departe.

     »El caer, fué soberbia de maldito,
que has visto tú en los antros tan funestos
bajo el peso del mundo, en su delito.

     »Los que mirando estás, fueron modestos,
por celestial bondad edificados,
que para su obra los creó dispuestos.

     »Por sus méritos fueron exaltados
con gracia iluminante, y en su acierto
son por la firme voluntad guiados.

     »Y no quiero que dudes, que es lo cierto,
que recibir la gracia es meritorio,
si la recibe el corazón abierto.

     »Ya la ordenanza de este consistorio
puedes bien comprender (si con cautela,
me oíste), sin ningún otro adjutorio;

     »pero, como se enseña en vuestra escuela
que tiene en sí la angélica natura,
memoria y voluntad que la desvela,

     »más te diré, para que veas pura
la verdad allá abajo oscurecida,
con equívocos textos de lectura.

     »Estas sustancias, en celeste vida,
siempre en éxtasis, ven de Dios la cara,
de quien ninguna cosa está escondida.

     »Por eso, su mirada no repara
en nada más, ni en recordar se empeña,
ni de su pensamiento la separa.

     »Así en la tierra, sin dormir se sueña,
creyendo o sin creer lo verdadero,
y esto es más culpa, y de vergüenza seña.

     »Por eso no seguís igual sendero,
filosofando: tanto así os transporta
vana idea que os trae el retortero.

     »Y esto, tanto en el cielo en sí comporta
mayor censura, que cuando es pospuesta
la divina escritura que se entorta.

     »Allá no piensan cuanta sangre cuesta
en el mundo sembrarla, y cuanto place
quien humilde la sigue y manifiesta.

     »Por lucirse, cada uno, textos hace,
que cunden de la prédica revuelta,
callando el evangelio, que deshace.

     »Uno dice: La luna se dió vuelta
en la pasión de Cristo, y se interpuso
entre el sol y la tierra en noche envuelta.

     »Que la luz se escondiera, otro supuso,
y que al Indo, la España y la Judea,
el eclipse alcanzara circunfuso.

     »No es tan grande de Bindos la ralea
en Florencia, cual fábulas por año,
que aquí y allá el púlpito vocea;

     »y las pobres ovejas del rebaño
tornan del pasto pácidas de viento,
sin ser excusa el ignorar el daño.

     »Cristo no dijo a su primer convento:
Andad y predicad al mundo chanzas;
que les dió la verdad por fundamento.

     »De sus bocas brotaron enseñanzas
del evangelio, y, por su fe luchando,
sus escudos hicieron y sus lanzas.

     »Ora el predicador habla chanceando,
y, con tal que la gente bien se ría,
de nada cuida, el capuchón inflando:

     »si supiese qué pájaro se cría
el vulgo, en su cogulla, ciertamente
en tales perdonanzas no creería.

     »Y esto hace que en la tierra se acreciente
la estulticia que cree, sin testimonio,
cualquiera promisión inconsistente,

     »para el cerdo engordar de San Antonio;
y otros, peores que cerdos, que han pagado
con moneda de falso testimonio.

     »Mas del asunto mucho me he apartado;
en el recto camino, tu ojo orienta,
que el tiempo es corto y nos está contado.

     »Esta natura angélica se aumenta,
si más y más se sube, y no hay locuela
que con lengua mortal pueda dar cuenta.

     »Al recordar lo que Daniel revela,
verás que, en sus millares de millares,
determinado número de cela.

     »La prima luz que esparce luminares,
de tantos modos ella la recibe,
cuantas sean las luces similares.

     »Y pues que sigue al acto que concibe
el afecto, el amor con su dulzura,
más ferviente o más libre lo percibe.

     »Contempla en su largueza y en su altura
del Eterno las luces rutilantes,
que, si en muchos espejos se fractura,

     »es uno siempre en sí, cual ora y antes.»




CANTO XXX
 

     Tal vez, a seis mil millas de lejano,
arde allá la hora sexta, y este mundo
su sombra inclina, cuasi al lecho plano,

     cuando el centro del cielo más profundo
comienza a ser, tal que una que otra estrella
muestra en su fondo brillo moribundo;

     y a medida que avanza clara y bella,
del sol la ancila, cierra el firmamento
de luz en luz, a la que más destella;

     así el coro triunfal con su contento
en torno al Punto, porque fuí vencido,
y que incluído parece en su elemento,

     poco a poco en mis ojos fué extinguido;
y así a tornarlos a Beatriz amada,
movióme amor y estar enceguecido.

     Si cuanto fué en mis cantos, alabada,
pudiese condensar, con más riqueza,
poco sería para ser loada.

     Lo que yo vi supera en su belleza
nuestro alcance, y aun vivo persuadido
que sólo Dios se goza en su grandeza.

     Me doy en este paso por vencido,
pues jamás escribiendo sobre un tema
autor grave o festivo, más lo ha sido;

     que como el sol deslumbra ojo que trema,
cuando recuerdo su sonrisa beata,
la mente ofusca con su luz suprema.

     Desde aquel día en que la vi tan grata,
en esta vida y en aquella vista,
mi canto de su amor no se desata.

     Mas ora es bien que de seguir desista
su beldad más allá, poetizando,
como en su último esfuerzo hace el artista.

     A canto más sonoro encomendado
el loor que mi trompa no le diera,
voy mi difícil obra terminando.

     Con gesto y voz de quien hablando impera,
comenzó: «Ved del cielo la luz pura:
ya del más grande cuerpo estamos fuera;

     »luz de la mente, llena de ternura,
de verdadero amor y de leticia,
que trasciende doquiera su dulzura.

     »Verás del paraíso la milicia,
la una y la otra, y la una con su aspecto
en el día de la última justicia.»

     Como súbito lampo por su efecto
quiebra fuerza visual, y que hasta priva
de ver, al ojo, ni el más grande objeto,

     así una circunfusa luz muy viva
ciñó mi vista con fulgente velo,
privándola de fuerza perceptiva.

     «Siempre el amor que da la paz del cielo
de este modo saluda al bienvenido
para encender la llama de su celo.»

     Al entrar estas voces en mi oído,
y en el pecho me hubieron penetrado,
sobre mi fuerza me sentí subido;

     por nueva vista me sentí alumbrado,
de modo tal que contemplar pudiera
el resplandor más vivo en lo creado.

     Entonces vi fluyente una lumbrera
que corría cual río entre dos ribas,
pintadas de admirable primavera.

     De aquel río brotaban chispas vivas
que se engarzaban en las bellas flores,
como en oro el rubí, luces activas.

     Embriagadas después en los olores,
se sumergían en la luz fluyente,
alternando con varios resplandores.

     «El gran deseo que te anima ardiente
de mirar lo que ves, con vista clara,
si a ti te place, a mí me es complaciente.

     »A beber de esas luces te prepara
antes que tus deseos sean sacios.»
De mis ojos el sol, así me hablara.

     «Este río que ves y estos topacios,
que entran y salen, y el verdor sonriente,
son de verdad sombríferos prefacios.

     »Pueden verse cual son muy fácilmente,
y si tú no los ves, es que turbada
tu vista, nada vió más esplendente.

     El infante, tan pronto la mamada
no busca más ansioso al despertarse,
cuando ha pasado la hora acostumbrada,

     como yo, por mejor ver espejarse
mi vista inclino a la fluvial hoguera,
que encierra la virtud de mejorarse.

     Y al par que de mis ojos la visera
mojaba en ella, vi que redondeada
en vez de larga, ante mis ojos fuera.

     Y como vese gente disfrazada,
al mostrarse con máscaras depuestas,
aparecer de pronto transformada,

     tal se cambiaron en mayores fiestas
las flores y las chispas; y así vide
ambas cortes del cielo manifiestas.

     ¡Oh, tú, esplendor de Dios, por quien yo vide
alto triunfo del reino verdadero!
¡dame fuerza a decir cómo lo vide!

     Hay en la altura celestial lucero
que el Creador sólo muestra a la criatura,
que en paz se goza en verlo por entero,

     y que se extiende en circular figura,
tan grande que su gran circunferencia
fuera en torno del sol larga cintura:

     un solo rayo muestra en su apariencia,
que del móvil primero es el reflejo,
de quien toma su vida y su potencia.

     Cual colina que mirase al espejo
del agua de su pie, por ver su adorno,
con sus hierbas y flores en festejo,

     así sobre la luz que gira en torno,
en gradería inmensa vi espejadas
a las almas, del mundo de retorno.

     Y si en ínfimo grado están bañadas
de tanta luz, ¡cuánta la luz sería
de esta rosa en sus hojas dilatadas!

     No en su amplitud mi vista se perdía,
ni en su altura, midiendo, aunque profano,
todo el cuánto y el cuál de su alegría.

     Allí no hay nada lejos ni cercano,
pues donde Dios sin mediador gobierna,
no tiene efecto ley del mundo humano.

     Al cáliz de oro de la rosa eterna,
que se dilata, y su loor ofrece
en su perfume al sol, y nunca inverna

     -como el que quiere hablar y que enmudece-,
Beatriz me atrajo, y dijo: «¡Mira, mira
cuánta cándida veste aquí aparece!

     »¡Y ve nuestra ciudad que inmensa gira!
¡Mira esa gradería tan colmada,
que poca gente más, tener aspira!

     »La gran silla que llama tu mirada,
por corona que tiene sobrepuesta,
antes que goces cena bienhadada

     »será ocupada por el alma honesta
del alto Enrique, que a la Italia triste
querrá ordenar antes de estar dispuesta.

     »Esa ciega codicia que os enviste,
os asemeja al niño, que maligno,
aun muerto de hambre, a la nodriz resiste.

     »Será Prefecto en tribunal divino,
uno, que ni en lo público o privado,
ha de marchar con él por un camino.

     »Mas de su santo oficio, despojado
pronto será por Dios, y echado al hondo,
con el mago Simón por su pecado;

     »y empujará al de Alaña más al fondo.»




CANTO XXXI
 

     Bajo la forma, pues, de blanca rosa,
se me mostraba la milicia santa,
que con su sangre Cristo hizo su esposa.

     Mas la otra, que volando mira y canta
al esplendor de Aquel que la enamora,
y a la inmensa bondad que la levanta,

     cual multitud de abejas que se enflora,
una vez y otra vez torna afanada
donde su miel dulcísima elabora,

     a la gran flor bajaba, engalanada
de tantas hojas, resurgiendo arriba,
allí donde su amor tiene morada.

     Eran sus rostros como llama viva,
sus alas de oro, y lo demás tan blanco
que ni la nieve a tal blancura arriba;

     y al descender así, de banco en banco,
esparcían la paz y los ardores
de Dios, batiendo el ala por su flanco.

     Aunque interpuesto, encima y entre flores,
y el Punto, aquél, la multitud volante,
no interceptaba vista ni esplendores;

     porque la luz divina es penetrante
en los orbes, según cada uno es digno,
y a eclipsarla, jamás nada es bastante.

     Aquel reino seguro y tan benigno,
habitación de antigua y nueva gente,
vista y amor, ponía en sólo un signo.

     ¡Oh, trina luz, solo astro refulgente,
que cintilas los ojos encantando!
¡Mira nuestro huracán piadosamente!

     Si el Bárbaro, de playas arribando
que Hélice cubre en diario movimiento
con el hijo que al lado va rotando,

     viendo de Roma el vasto monumento,
se asombraba, mirando el Luterano,
que es de cosas mortales el portento;

     yo, que al divino ser, del ser humano,
hasta el eterno tiempo era venido,
desde Florencia, a un pueblo justo y sano,

     ¡de cuán grande estupor sobrecogido
quedar debí, ante el sublime ejemplo
que ató mi lengua y asordó el oído!

     Cual peregrino que, llegado al templo
donde lo lleva un voto, está pensando
describirlo al regreso, así contemplo

     la viva luz, mi vista levantando,
que paseo vagante por las gradas,
ora arriba, ora abajo, circulando.

     Faces veía en caridad bañadas,
reflejos de otra luz, y con su riso,
de púdicas virtudes adornadas.

     La forma general del paraíso
en su extensión había contemplado,
mas sin fijarme en término preciso.

     Por ardientes anhelos reanimado,
busqué los ojos de mi dulce guía,
de tantas maravillas asombrado.

     En vez de la que ver me prometía,
un anciano encontré, de noble aspecto,
que gloriosos vestidos revestía.

     Sus ojos difundían del electo
la benigna leticia, y, silencioso,
me miraba como a hijo, con afecto.

     «¿Dónde ella está?, le pregunté yo ansioso.
Y él: «Tu Beatriz, para llenar tu anhelo,
me ha hecho dejar mi sitio luminoso.

     »Mira al sumo ternario de este cielo,
y la verás en trono refulgente,
premio de la virtud de que es modelo.»

     Mudo, la vista alcé súbitamente,
y la vi que se hacía una corona,
luz eterna irradiando de su frente.

     Del suelo nuestro en la más alta zona,
ni aun el ojo del buzo tanto dista
cuando a los hondos mares se abandona,

     cuanto distaba de Beatriz mi vista,
pero bien distinguía su semblanza,
pues no la interceptaba cosa mixta.

     «¡Mujer, en quien florece mi esperanza!
¡Tú, que por mi salud sufrir quisiste,
en el infierno dándome amparanza!

     »En cuanta cosa tú mirar me hiciste,
de la virtud que me has comunicado,
reconozco la gracia que te asiste.

     »Yo era un esclavo: tú me has libertado
y me has puesto en la vía en que me ayude
para alcanzar el término anhelado.

     »Que tu magnificencia mi alma escude
de todo mal, para que torne sana
cuando del cuerpo humano se desnude.»

     Así le hablé; y aquélla, tan lejana
cual parecía, sonrió y miróme:
luego volvióse a la eternal fontana.

     El santo anciano dijo: «Porque tome
tu piel mortal el salvador camino,
movida ella de amor, aquí mandóme.

     »Vuelve tu vista en el jardín divino,
y que vuele encendida y sin retardo,
hasta alcanzar el esplendor genuino.

     »La reina de los cielos, por quien ardo,
con todo amor dispensará su gracia,
porque yo soy, sabrás, su fiel Bernardo.»

     Y como aquel que viene de la Croacia,
de Verónica a ver la imagen nuestra,
por su fama, y de verla no se sacia;

     y se dice entre sí, mientras se muestra:
¡Jesucristo, Dios mío verdadero!
¿Es verdad que así fué la cara vuestra?

     Así, yo contemplando aquel lucero
de viva caridad, que en este mundo
saboreó dulce paz, justo y sincero.

     «Hijo de gracia, este vivir jocundo»,
así me dijo, «no ha de serte noto,
si miras solamente a lo profundo.

     »Mira esos cercos, en lo más remoto,
hasta ver en su trono a la regina
de que este reino es súbdito devoto.»

     Y al mirar, como en hora matutina
brilla más del oriente el horizonte,
que el occidente a donde el sol se inclina,

     vi como el valle que limita un monte,
con mis ojos, brillar en la alta esfera
una luz superior como en tramonte,

     y como donde el Carro ver se espera,
que mal guió Faetonte, más se inflama,
y aquí y allí toda otra ley supera;

     de este modo el pacífico oriflama,
avivado en su centro, se reparte,
debilitando en torno toda llama;

     y teniendo sus alas a esa parte,
ángeles mil, festejan sus encantos,
distinto cada cual en brillo y arte;

     allí vi, con sus juegos y sus cantos,
reír a una belleza, que leticia
era a todos los ojos de los santos.

     Si tuviese, en decir, tanta divicia
cual para imaginar, nunca pudiera
ni el bosquejo tentar de esta delicia.

     Cuando Bernardo vió que yo pusiera
toda mi alma en la luz resplandeciente,
y el amor en sus ojos más ardiera,

     mi extático mirar fué más ferviente.




CANTO XXXII
 

     Absorto, contemplando gracias tantas,
vertió el doctor su gran sabiduría,
de labios santos, con palabras santas:

     «La llaga que cerró y ungió María,
abrió y pungió esa mujer hermosa
que a sus plantas sentada se extasía.

     »En el tercer estado, está gloriosa
Raquel y entre las horas se levanta
con Beatriz, cual lo ves, y esplendorosa,

     »Judit, Rebeca, Sara, y cual se encanta
la bisabuela del cantor doliente
que en el la escritura el Miserere canta.

     »De grada y grada en la floral pendiente,
están los que uno a uno iré nombrando,
entre hoja y hoja cada cual sedente.

     »Hasta el séptimo grado remontando,
y bajando, se ven a las hebreas,
la flor en dos mitades separando;

     »porque según de Cristo en las ideas
vivieron y en su fe, y forman muro
partiendo las escalas eliseas.

     »De la flor en el círculo maduro,
que en sus hojas ostenta, están sentados
los que creyeron en Jesús venturo.

     »En estos hemiciclos, raleados,
están los que en el gran advenimiento
creyeron de Jesús, al ser salvados;

     »y como en torno del glorioso asiento
de la reina del cielo, los escaños
forman un celestial compartimiento,

     »enfrente está el gran Juan, libre de daños,
el siempre santo, en soledad y pena,
que en el infierno padeció dos años;

     »y más abajo, en su grandeza plena,
Francisco, Benedicto y Agustino,
y la falange que las gradas llena.

     »Admira el alto proceder divino,
que la fe vieja y nueva tiene en cuenta,
y les da en su jardín igual destino.

     »Abajo de aquel grado en que se ostenta
la línea de las dos circunscripciones,
nadie por propio mérito se sienta,

     »más por el de otro; en ciertas condiciones,
que son almas del cuerpo separadas,
sin la libre elección de sus acciones,

     »bien lo muestran sus faces delicadas
y el eco de sus voces infantiles,
si por ti son bien vistas y escuchadas.

     »Tu duda veo, empero la sigiles:
mas yo desataré las ligaduras
de esos tus pensamientos tan sutiles.

     »En la amplitud de estas regiones puras,
es todo lo casual desconocido,
como el hambre, la sed, las amarguras;

     »porque el orden eterno establecido
en cuanto ves, se amolda justamente,
como el anillo que va al dedo unido;

     »y la inocente, festinada gente,
no penetra a esta vida sine causa,
en grado más o menos excelente.

     »El rey que esta región rige con pausa,
con tanto amor y con placer perfecto
-que voluntad ninguna, mas no ausa-,

     »las almas todas con su ledo aspecto,
creadas a su placer, de gracia dota,
diversamente: y bástete el efecto.

     »Y esto, claro y expreso se denota
en los gemelos de la Biblia, aquellos
que en el vientre materno la ira azota.

     »Que así cual da color a los cabellos,
de tal luz los corona la alta gracia,
para dar a la frente sus destellos.

     »Así, pues, por bondad que los congracia
ocupan esas gradas, diferentes
tan sólo por la ingénita eficacia.

     »Bastaba en otros siglos precedentes,
para salvarse, sólo la inocencia,
y la fe de los buenos ascendientes;

     »en tiempos posteriores, de existencia
al dar vuelo a los niños, les conviene,
por la circuncisión, darles potencia;

     »mas cuando el tiempo de la gracia adviene,
sin el bautismo cándido de Cristo,
la inocencia en el limbo se retiene.

     »Ora mira la faz que más a Cristo
se asemeja; y la luz que ella fulgura,
puede sólo ayudarte a ver a Cristo.»

     Sobre ella vi llover tanta ventura,
que esparcían los ángeles flotantes,
creados para volar a tanta altura,

     que todo cuanto había visto en antes,
de tanta admiración no me colmara
cual ver de Dios los rasgos semejantes;

     y aquel amor primero que bajara,
cantando: ¡Ave María gratia plena!,
delante de él, sus alas desplegara.

     Respondió a la divina cantilena
todo el celeste coro esclarecido,
en radiación más pura y más serena.

     «¡Oh, santo Padre, que por mí has querido
dejar tu dulce sitio esplendoroso,
que por decreto eterno te es debido!

     »¿Qué ángel es ése, que, al mirar gozoso
a nuestra reina, ante su faz divina,
parece iluminar fuego amoroso?»

     Así busqué enseñanza en la doctrina
de aquel que se hermoseaba ante María,
como ante el sol la estrella matutina.

     Y él a mí: «Cuanta gracia y gallardía
puede un ángel tener y cabe en alma,
en él está conforme Dios lo fía:

     »él a María le llevó la palma,
cuando el hijo de Dios quiso, piadoso,
cargar con los pecados de nuestra alma.

     »Mas sigue mi palabra cuidadoso,
a fin que con tus ojos patentices
los patricios de reino tan piadoso.

     »Los dos más encumbrados y felices,
por más cercanos de la reina augusta,
son como de esta rosa las raíces.

     »El que a la izquierda de ella más se ajusta,
el Padre fué, por cuyo osado gusto
la especie humana tanto acíbar gusta.

     »Mira a la diestra, aquel Padre vetusto
de nuestra santa Iglesia, a quien las llaves
confía Dios de este jardín venusto.

     »Y el que antes de morir vió en tiempos graves
las conquistas de Cristo y de su esposa,
con su lanza y sus clavos, como sabes,

     »está a su lado; y a su lado posa
el guiador, bajo el cual vivió del mana
gente ingrata, rebelde y veleidosa.

     »Sentada frente a Pedro está Santa Ana,
de contemplar a su hija tan contenta
que ni ojos mueve por cantar ¡Hosanna!

     »Y junto al más gran padre allí se ostenta
Lucía, que, en tu trace de amargura,
para salvarte a tu Beatriz alienta.

     »Pero huye el tiempo que tu ensueño apura;
pongamos punto, y como el sastre haremos,
que mide por el paño la costura.

     »Al primo amor los ojos alzaremos,
para que, viéndolo, la luz penetres
de sus rayos profundos y supremos.

     »Y a fin que, por acaso, no te enhetres,
y al extender tu vuelo ultrapasarte,
conviene que con pío ruego impetres

     »gracia de la que puede aquí ampararte;
y tú me seguirás con afecciones,
sin que de mí tu corazón se aparte.»

     Y comenzó sus santas oraciones.




CANTO XXXIII
 

     «¡Virgen y madre, la hija de tu hijo,
alta y humilde como no hay criatura,
del acuerdo eternal término fijo!

     »Tú ennobleciste la humanal natura,
tanto, que en su grandeza el hacedor
no desdeñó encarnar su propia hechura.

     »Se reanimó en tu vientre el santo amor,
y a su calor, en paz eternamente,
ha germinado esta divina flor.

     »Tú eres la meridiana refulgente
de caridad aquí, y allá en el suelo
de esperanza mortal la viva fuente.

     »Señora, es tan valioso tu consuelo,
que quien pide merced, si a ti no corre,
es cual volar sin alas, vano anhelo.

     »No sólo tu bondad pía socorre
a quien demanda; a veces generosa,
al que no pide con amor acorre.

     »En ti misericordia y luz piadosa;
en ti magnificencia; en ti se aduna
cuanto hay en la criatura bondadosa.

     »Ora este ser, que de ínfima laguna
la vida espiritual ha recorrido,
por sus gradas subiendo, una por una,

     »ruega le sea en gracia concedido
poder mirar con ojo levantado
a la final salud, fortalecido.

     »Y yo, que en contemplarte me he abrasado,
pido por él, con voto más ferviente,
que no en vano su gracia haya implorado;

     »y disipes las nubes de la mente
de su mortalidad, y esplendorosa
pueda ver la ventura claramente.

     »También te ruego, ¡reina poderosa!,
quieras que guarde sus afectos sanos,
después de una visión tan portentosa.

     »¡Y le guardes de caer cual los humanos!
Mira a Beatriz, con todos los electos,
que a par de mí suplican con las manos.»

     Y los ojos que a Dios son tan dilectos,
fijos en el que oraba, demostraron
que acogía, en sus preces, sus afectos;

     y hacia la eterna luz se enderezaron;
que ojos mortales, según creen y creo,
nunca tan claramente penetraron.

     Y yo, que el fin de mis anhelos veo
tan próximo de mí, como debía,
apago en mí las llamas del deseo.

     Bernardo me apuntaba y sonreía
porque mirase arriba, pero ya era
yo por mí mismo, lo que en mí quería;

     pues mi vista, más fija y más sincera,
más y más se extendía penetrante
en la alta luz eterna y verdadera.

     Vi con mayor poder más adelante
lo que a la lengua y a la vista excede,
y postra la memoria vacilante.

     Como al que ve entre sueños, le sucede
que, en pos del sueño, la impresión pasada
queda en la mente, sin que más le quede;

     tal estoy, cuando casi disipada
la visión, todavía me destila
dulzura al corazón de ella emanada.

     Así la nieve al sol se desigila,
así el viento se lleva en hojas leves
las sentencias que lanza la Sibila.

     ¡Oh, suma luz, que en las alturas mueves
los mortales conceptos, da a mi mente
un poco del poder con que me eleves!

     ¡Y haz que mi lengua sea tan potente,
que al menos una chispa de tu gloria
pueda dejar a la futura gente;

     que al retornar un tanto en mi memoria,
y hacer mi verso un poco resonante,
acrezca en su concepto tu victoria!

     Pienso que de aquel rayo penetrante
la viva luz me habría desmarrido,
a no apartar los ojos al instante;

     mas recuerdo que fuí más atrevido,
al encarar de cerca el gran aspecto
del supremo Valer indefinido.

     ¡Gracia abundante, que, como a un electo,
me ha permitido ver la luz eterna,
hasta perder mi vista por completo!

     En su profundo ser vi cual se interna,
en un volumen por amor atado,
cuanto el vasto universo descuaderna;

     sustancia y accidente, combinado
todo de modo tal que forma un todo,
de que es vislumbre lo por mí narrado.

     ¡La forma universal, su nudo y modo,
pienso que vi, porque en contentos largos,
esto al decir, aun gozo sobre todo!

     Un instante me trajo más letargos
que veinticinco siglos de la empresa
en que Neptuno vió la sombra de Argos.

     Así la mente, llena de sorpresa,
mirando inmóvil, con fijeza atenta,
cuanto más mira ardiente, se embelesa.

     Y de tal modo aquella luz me alienta,
que dejarla de ver por otro aspecto,
no hay humano poder que lo consienta;

     por cuanto el bien, que es del querer objeto,
se encierra en ella; y fuera de su llama
es defectuoso lo que allí es perfecto.

     Ora que su presencia no me inflama,
es mi recuerdo como el de un infante
que se baña la lengua en lo que mama.

     No que variase el único semblante
de aquella viva luz que contemplaba,
que es siempre igual como la vi delante;

     sino porque mi vista se esforzaba,
haciendo ver en sólo una apariencia
lo que en mí y no en ella se mudaba.

     En la profunda y transparente esencia
de la alta luz, tres cercos percibía,
de tres colores, de una continencia.

     Uno de otro el reflejo parecía,
como dos iris, y el tercero un foco
del fuego que en los dos resplandecía.

     No alcanza mi palabra a lo que evoco,
para pintar las celestiales llamas,
¡y es tanto, que no basta decir poco!

     ¡Oh, luz eterna, que en tu luz te inflamas,
que te comprendes, y de ti entendida
al entenderte te sonríes y amas!

     Aquella irradiación de ti nacida,
que parecía en ti luz reflejada,
por mis ojos fué un tanto percibida.

     Dentro de sí, con su color pintada,
me pareció mirar nuestra figura,
reconcentrando en ella la mirada.

     Como afanoso geómetra procura,
sin hallar el principio que lo mueva,
del círculo encontrar la cuadratura;

     así me hallaba ante visión tan nueva,
queriendo comprender cuál se adunaba
el cerco con la imagen que en sí lleva.

     Con mis alas tan alto no volaba,
cuando repercutir sentí en la mente
un fulgor que su anhelo condensaba:

     ya mi alta fantasía fué impotente;
mas cual rueda que gira por sus huellas,
el mío y su querer movió igualmente,

     el amor que al sol mueve y las estrellas.








eXTReMe Tracker
        Dante Alighieri - Opera Omnia  -  revisado por ilVignettificio

w3c xhtml validation w3c css validation