El Paraíso


Doña Gloria Polo

Monasterio "La señora Gloria Polo, dentista de Bogotá (Colombia) estuvo en Lisboa y Fátima, la última semana de Febrero de 2007, para compartir su testimonio. En la página de internet www.gloriapolo.com aparece un estracto (en inglés) de una entrevista que ella concedió a Radio María en Colombia. Agradecemos a Ph. D. el haberla traducido desinteresadamente para nosotros.

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Testimonio

"Hermanos y hermanas, es maravilloso para mí compartir con vosotros, en este instante, la inefable gracia que Nuestro Señor me ha concedido desde hace más de 10 años. Me enontraba en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, en Mayo de 1995. Con mi sobrino, dentista como yo, preparábamos una lección. Mi marido, cubierto por un impermeable, se acercó a la biblioteca del Campus. Mi sobrino y yo lo seguíamos, nos dirigíamos hacia los árboles huyendo de la manta de agua. En aquel instante, los dos fuimos alcanzados por un rayo. Mi sobrino murió en el acto: era joven y a pesar de su juventud, se había consagrado a Nuestro Señor, pues sentía gran devoción por Jesús Niño.

En cuanto a mí, mi cuerpo quedó abrasado de un modo horrible, interior y exteriormente. Este cuerpo que ahora estáis viendo, resanado, lo está por la gracia de la Divina Misericordia. El rayo me había carbonizado: carecía de senos y toda mi carne había desaparecido prácticamente junto a una parte de mi costado. El rayo salió por mi pie derecho tras haber quemado casi por completo mi estómago, hígado, riñones y mis pulmones.

Yo practicaba la anticoncepción una espiral intrauterina de cobre. El cobre, siendo un excelente conductor de la electricidad, carbonizó mis ovarios. Por ello, sufrí una parada cardiaca, sin vida, mi cuerpo padecía sobresaltos a causa de le electricidad que aun tenía.

Pero esto es sólo en lo que respecta a la parte física de mí misma, porque cuando mi carne se quemó, en el mismo instante, me encontré en un bellísimo túnel de luz blanca, llena de alegría y de paz: no hay palabras para describir la grandeza de aquel momento de felicidad. El apoteosis del instante fue inmenso.

Mientras que me elevaba, supe que estaba muriendo. En aquel instante pensé en mis hijos y me dije: "Oh Dios mio, mis hijos, ¿qué pensarán de mí?. La madre tan activa que habían tenido, no tuvo tiempo para dedicárselo". Me fue posible ver mi vida tal cómo había sido realmente y esto me entristeció.

Yo dejaba la casa cada día para cambiar el mundo y no había sido capaz de ocuparme de mis hijos. En aquel momento de vacio que sentí por mis hijos, ví algo magnífico: mi cuerpo no formaba parte del espacio ni del tiempo. En un instante me era posible abrazar con la mirada todo el mundo: el de los vivos y el de los muertos.

Pude sentir a mis abuelos y a mis padres difuntos. Pude abrazar a todo el mundo: fue un momento maravilloso. Comprendí entonces haberme equivocado creyendo en la reencarnación de la que me había hecho seguidora. Mientras estaba fuera de mi cuerpo, perdí la noción del tiempo. Fuera de mi cuerpo consideraba las personas interiormente (el alma). Qué hermoso es ver el alma de la gente. Pero en aquel momento, oí la voz de mi marido que lloraba y me llamaba sollozando: "Gloria, te lo ruego, no te vayas. Gloria, despierta. No abandones a los niños, Gloria". Lo miré y no sólo lo ví, sino que sentí su profundo dolor.

Y el Señor me ha permitido volver aunque no era mi deseo. Yo experimentaba una gran alegría, mucha paz y felicidad. Y he aquí que desciendo ya lentamente a mi cuerpo donde yo yacía sin vida. Fui puesta en una camilla, en el centro médico del Campus. Pude ver a los médicos que me practicaban un electrochoc, pues intentaban reanimarme tras la parada cardicaca que había sufrido. Estuvimos allí durante dos horas y media. Antes, estos doctores, no podían tocarnos porque nuestros cuerpos aun contenían electricidad: pero cuando pudieron se esforzaron en reanimarnos. Yo me puse cerca de la cabeza y sentí como un choque entraba violentamente en el interior de mi cuerpo. Esto fue doloroso porque saltaban chispas por todas partes. Me vi incorporada a algo muy estrecho. Mis carnes muertas y quemadas me dolían, pues contenían humo y vapor.

Pero la herida más terrible era la de mi vanidad: yo era una mujer de mundo, una líder, intelectual, una estudiosa esclava de su cuerpo, de la belleza y de la moda. Hacía gimnasia cuatro horas al día, para tener un cuerpo esbelto: masajes, terapias, dietas de toda clase...Esta era mi vida, una rutina que me encadenaba al culto del cuerpo. Yo me decía: "Tengo hermosos senos. Los muestro. No hay razón para esconderlos".

Lo mismo para mis piernas, porque yo creía tener unas hermosas piernas y un precioso pecho. Pero en un instante, vi con horror que habia pasado mi vida cuidando mi cuerpo. El amor a mi cuerpo se habia convertido en el centro de mi existencia.
Ahora, ya no tenía cuerpo, nada de pecho: sólo un horrible agujero. Mi seno izquierdo, en particular, habia desaparecido. Pero lo peor, no eran sino llagas abiertas sin carne, quemadas y carbonizadas. Y me llevaron al hospital de urgencia al quirófano donde empiezan a raspar y limpiar las quemaduras. Cuando estaba bajo los efectos de la anestesia, salgo de nuevo de mi cuerpo y veo lo que los cirujanos están haciendo. Estaba preocupada por mis piernas.

De repente pasé un momento horrible: toda mi vida. Era una católica de "régimen": mi encuentro con el Señor era la Misa del Domingo, no más de 25 minutos, allá donde la homilía del sacerdote fuese más corta, porque me resultaba pesada. Tal era mi relación con el Señor. Todas las corrientes (de pensamiento) del mundo me habían influenciado como a una veleta.

Un día, siendo ya dentista profesional, había oído a un cura afirmar qie el infierno, como los diablos, no existían. Esto era lo único que me movía para frecuentar la Iglesia. Oyendo tal afirmación, yo me dije que todos iríamos al paraiso, independientemente de lo que hagamos y me alejé completamente del Señor. Mis conversaciones llegaron a ser malsanas porque no podía reprimir el pecado. Comencé a decir a todos que el diablo no existía y que era una invención de los sacerdotes: pura manipulación.

Cuando salía con mis colegas de la universidad, les decía que Dios no existía y que éramos producto de la evolución. Pero, en aquel instante, allá, en el quirófano, estaba totalmente aterrorizada al ver a los diablos venir hacia mí: yo era su presa. En las paredes de la sala de operaciones vi mucha gente. Al principio, parecían normales, pero enseguida ellos tenían caras de odio: detestables. En aquel momento, por cierta perspicacia que me fue dada, comprendí que yo pertenecía a ellos. Entendí que el pecado tenía consecuencias y que la mentira más infame del demonio, era hacer creer que no existía.

Yo les vi venir a buscarme, imaginad mi terror. Mi espíritu intelectual y científico no me ayudaban en nada. Yo quería volver a mi cuerpo, pero aquello no me dejaba entrar. Entonces corrí hacia el exterior de la estancia, esperando poder esconderme en alguna parte entre los pasillos del hospital, pero de hecho acabé saltando al vacio. Yo caía en un túnel que me aspiraba hacia abajo. Al principio era una luz que se asemejaba a una colmena de abejas. Había muchísima gente, pero pronto comencé a descender pasando por túneles completamente oscuros.

No hay comparación alguna entre la oscuridad de aquel lugar y la oscuridad total de la tierra cuando no aprece la luz de las estrellas. Esta oscuridad produce sufrimiento, horror y vergüenza. El olor era pestilente. Cuando acabé de descender estos túneles, aterricé sobre una plataforma. Yo que tenía la costumbre de presumir de una voluntad de acero, y que nada era demasiado para mí...allí, mi voluntad no servía para nada, pues no podía volver en absoluto.

En cierto punto, vi abrirse el suelo como un gigantesco abismo y un precipicio sin fondo. La cosa más horrible de este agujero ancho era que se percibía la ausencia absoluta del amor de Dios y esto, sin la más mínima esperanza. El agujero me aspiraba y yo estaba aterrorizada. Sabía que si me quedaba allí dentro mi alma moriría. Yo era arrastrada hacia este horror: alguien me había cogido por los pies. Mi cuerpo ahora entró en este abismo y fue un momento de extremo sufrimiento y espanto.

Mi ateismo me abandonó y empecé a gritar a las Almas del Purgatorio para obtener ayuda. Mientras gritaba, sentí un fortísimo dolor porque se me concedió comprender que millares y millares de seres humanos se encontraban allí, sobre todo jóvenes. Es con terror que oígo rechinar dientes, horribles gritos y gemidos que me sacudían en lo más profundo de mi ser.

Necesité varios años, porque cada vez que me acordaba de estos instantes, lloraba pensando en sus terribles sufrimientos. Comprendí que allá van las almas de los suicidas que en un momento de desesperación, se encuentran en medio de estos horrores. Pero el tormento más indecible era la ausencia de Dios: no se podía percibir a Dios.

En aquellos momentos me puse a gritar: "¿Quién ha podido cometer un error similar?. Yo soy casi una santa: jamás he robado, nunca maté a nadie: he dado de comer a los pobres, he curado dentaduras gratis a quién lo necesitaba. ¿Qué hago aquí?. Soy católica, ayudadme, soy católica. Sacadme de aquí".

Mientras gritaba que era católica apareció un débil llamarada. Os puedo asegurar que en aquel sitio la más pequeña luz era el más hermoso de los dones. Vi escaleras al otro lado del precipicio y reconocí a mi padre, fallecido cinco años antes. Muy cerca, y cuatro peldaños más arriba, estaba mi madre rezando, más iluminada por una luz. Al verlos, me llené de alegría y les dije: "Papá, mamá, sacadme de aquí, os lo suplico. Sacadme de aquí". Cuando se doblaron hacia el abismo. Imaginad ver su inmenso dolor.

En aquel lugar, podéis percibir los sentimientos de los demás y ver sus penas. Mi padre se puso a llorar poniendo la cabeza entre sus manos: "Hija mía, hija mía", decía. Mamá oraba y entendí que ellos no me podían sacar de allí. Mi pena se sumó a las suyas porque ellos compartían las mias. Así, yo me puse a gritar de nuevo: "Os suplico que me saquéis de aquí. Soy católica. ¿Quién ha podido cometer este error?. Os lo suplico, sacadme de aquí". Esta vez se oyó una voz tan dulce que hizo temblar a mi alma. Todo, entonces, se inundó de amor y de paz y todas estas tristes criaturas que me rodeaban huyeron porque no podían estar frente al Amor. Esta preciosa voz me dijo: "Perfecto, puesto que eres católica, dime cuáles son los mandamientos de Dios".

He aquí una estrategia equivocada por mi parte. Sabía que había diez mandamientos y nada más. ¿Qué hacer?. Mamá me hablaba siempre del mandamiento del amor: no tenía que repetir lo que ella me decía. Pensé improvisar y esconder mi ignorancia, como en la tierra, donde encontraba siempre una buena excusa y me justifiqué para ocultar mi ignorancia. Dije: "Amarás al Señor, tu Dios, sobre todo y al prójimo como a tí mismo". Oí entonces: "Perfecto, ¿allí amaste?. Yo respondí: "Sí, los he amado, los he amado, los he amado".

Y se me contestó: "No. Tú no has amado al Señor, tu Dios, sobre todo, y menos aun al prójimo como a tí misma. Tú te has creado un dios que adaptabas a tu vida y tú le servías sólo en caso de urgente necesidad. Tú te posternabas ante él cuando eras pobre, cuando tu familia era humilde y cuando deseabas ir a la universidad. En aquellos momentos tú rogabas y te arrodillabas durante horas para suplicar a tu dios que te sacara de la miseria: para que te concediese el diploma que te permitiera ser alguien. Cada vez que tenías necesidad de dinero tú rezabas el rosario. Esta es tu relación con el Señor".

Sí, debo reconocer que cogía el rosario y esperaba dinero a cambio, tal era mi relación con el Señor. De repente se me concedió ver el diploma junto a la notoriedad obtenida, no tuve jamás el más mínimo sentimiento de amor por el Señor. Ser agradecida, no, nunca. Cuando abría los ojos por las mañanas, nunca daba gracias a Dios por el nuevo día que me concedía para vivir, no Le agradecía tampoco mi salud, la vida de mis hijos, por todo lo que me había dado. Era la ingratitud en persona. Yo no tenía compasión por los necesitados. En realidad, tú ponías al Señor tan bajo que tenías más confianza en las respuestas de Mercurio y de Venus.

Estabas obsesionada por la Astrología, proclamando que las estrellas dirigían tu vida. Tú vagabundeabas hacia todas las doctrinas del mundo. Te creías que morirías para renacer. Y te has olvidado de la misericordia. Te olvidaste que fuiste rescatada por la Sangre de Dios. Ahora me pone a prueba con los diez mandamientos. Me demuestra que pretendía amar a Dios pero en realidad, era a satanás a quién amaba. Así, un día, entró en mi consulta una señora para ofrecerme sus servicios de magia y yo le dije: "No creo, deje el amuleto aquí por si acaso funciona". Yo tenía puesto en un rincón un caballo de hierro y un cactus para alejar las energias negativas.

Qué vergonzoso era todo esto. Fue un examen de mi vida de los diez mandamientos. Se me mostró cual había sido mi comportamiento cara a cara con mi prójimo. Me enseñó cómo pretendí amar a Dios mientras tenía la costumbre de criticar a todos, de acusarlos con el dedo, yo, santa Gloria. Me mostró que era envidiosa e ingrata. Jamás reconocí el amor que me tenían mis padres ni los sacrificios que habían hecho para educarme y enviarme a la Universidad. Por obtener el diploma, ellos se sacrificaron: me avergonzaba de la pobreza de mi madre, de su sencillez y humildad. En cuanto a mi comportamiento como esposa, se me recordó que siempre me levantaba, desde la mañana a la noche. Si mi marido decía: "Buenos dias", yo contestaba: "No es tan bueno si está lloviendo". También me levantaba contínuamente de mis hijos. Me mostró que jamás había amado ni tuve compasión por mis hermanos y hermanas de la tierra.

Y el Señor me dijo: "Tú nunca tuviste consideración por los enfermos en su soledad, nunca les hiciste compañía. No tuviste compasión de los huérfanos, de todos estos niños infelices". Yo tenía un corazón de piedra en una cáscara de nuez. En la prueba de los diez mandamientos no tenía ni media respuesta correcta. Fue terrible, devastador. Estaba completamente alterada. Y me dije: "Al menos no me podrá reprochar haber matado a alguien". Por ejemplo, compré suministros para los necesitados. Esto no era por amor, más bien era por aparentar generosidad. Y por el gusto de sentir que podía manipular a los que tenían necesidad. Les decía: "Coged estas provisiones e id en mi lugar a la reunión de padres y profesores, porque no tengo tiempo de participar". También me gustaba rodearme de personas importantes. Me había hecho una cierta imagen de mí misma. También me dijo que mi dios era el dinero. Estás condenada a causa del dinero. Es por esta razón que estás sumergida en el abismo y por haberte alejado del Señor. Nosotros habíamos sido realmente ricos, pero al final llegamos a ser insolventes, sin ingresos y llenos de deudas. Por toda respuesta, grité: "¿Qué dinero?. En la tierra dejamos un montón de deudas".

Cuando vino el segundo mandamiento, vi con tristeza que en mi infancia, aprendí pronto que la mentira era un excelente medio para evitar los severos castigos de mamá. Comencé de la mano con el padre de la mentira (satanás) y me convertí en mentirosa. Mis pecados aumentaban como mis embustes. Observé como mamá respetaba al Señor y a su Santísimo Nombre. Y usé esa arma para blasfemar Su Nombre. Decía: "Mamá, te juro por Dios que...". Y así evitaba los castigos. Imaginad mis mentiras, implicando al Nombre Santísimo del Señor...Y notad, hermanos y hermanas, que las palabras jamás son vanas porque cuando mi madre no me creía, tome la costumbre de decirle: "Mamá , si miento, que me parta un rayo ahora mismo". Si las palabras han volado con el tiempo, me encuentro con el buen rayo que me partió: me carbonizó y gracias a la Misericordia Divina estoy aquí.

Me enseñó como, yo, tan católica, no cumplía ninguna de mis promesas y cómo utilizaba inútimente el nombre de Dios. Me sorprendí ver que en la presencia del Señor, todas estas horribles criaturas que me rodeaban, se posternaban en adoración. Vi a la Virgen María que rogaba e intercedía por mí. En cuanto al día del Señor me daba vergüenza y sentí un dolor intenso. La voz me decía que los Domingos, pasaba de 4 a 5 horas ocupándome de mi cuerpo: no tuve ni siquiera diez minutos de acción de gracias o de plegaria para consagrar al Señor. Si empezaba un rosario, me decía: "Lo puedo hacer durante la publicidad, antes de la película". Mi ingratitud frente al Señor me fue reprochada. Cuando no quería ir a Misa, decía a mamá: "Dios está en todas partes, ¿porqué debo ir?"....La voz también me recordó que Dios velaba por mí día y noche y que en cambio yo no me acordaba de Él para nada: y los Domingos no Le agradecía ni Le manifestaba gratitud y amor. Al revés, cuidaba mi cuerpo, era su esclava y olvidé por completo que tenía un alma a la que alimentar. Pero nunca la fortalecí con la Palabra de Dios, porque decía que quién lee la Bíblia se vuelve loco.

Y en cuanto a los Sacramentos erre del todo. Dije que jamás iría a confesar porque esos viejos señores eran peores que yo. El diablo me impedía la confesión y así evitaba a mi alma limpiarse y curarse. La pureza de mi alma pagaba el precio cada vez que pecaba. Satanás dejaba su marca: una mancha oscura. Desde mi Primera Comunión no había hecho una buena confesión. A partir de entonces, no recibí al Señor dignamente. La falta de coherencia me había degradado tanto hasta blasfemar. "¿La Santa Eucaristía? ¿Puedo imaginar a Dios viendo un pedazo de pan?". A eso se había reducido mi relación con Dios. No sólo no alimenté mi alma sino que critiqué a los curas contínuamente. Desde mi infancia, tenía la costumbre de decir que aquella gente era aun más mujeriega que los laicos. Y el Señor me dijo: "¿Quién eres tú para juzgar así a Mis consagrados?. Son hombres y la santidad de los sacerdotes es sostenida por la comunidad que ruega por ellos, que le ama y ayuda. Cuando un cura comete un error, la responsabilidad es de la comunidad, nunca de él". En cierto momento de mi vida, acusé a un sacerdote de homosexual y la comunidad lo supo. No podéis imaginar el mal que he hecho.

En cuanto al cuarto mandamiento "Honrarás a tu madre y a tu madre", como os dije, el Señor me enseñó mi ingratitud cara a cara hacia mis padres. Yo me quejaba porque ellos no podían ofrecerme cuanto tenían mis compañeros. No agradecí loque ellos hicieron por mí, llegando a decir que no conocía a mi madre porque ella no estaba a mi nivel. El Señor me mostró cómo pude observar este mandamiento. En efecto, yo pagué las medicinas y el médico de mis padres cuando estuvieron enfermos, pero lo analizaba todo en función del dinero. Entonces, aproveché para manipularlos e incluso a aplastarlos. Me sentí mal al ver llorar a mi padre, porque aunque fue un buen padre que me enseñó a trabajar duramente y a emprender, él había olvidado un detalle importante: que tenía un alma y que, por su mal ejemplo, mi vida había comenzado a vacilar. Él fumaba, bebía, iba tras otras mujeres hasta el punto que un día sugerí a mamá que lo abandonará: "Tú no debes continuar más tiempo con un hombre como él. Ten dignidad, hazle ver tu valor". Y mamá respodió: "No, cariño, sufro pero me sacrifico porque tengo siete hijos y porque al final del día, tu papá demuestra que es un buen padre, jamás me separaré de vuestro padre. Es más, si yo me fuese, nadie rezaría por su salvación. Soy la única que lo puede hacer, porque todas estas penas y heridas que me inflinge, las uno al sufrimiento de Cristo en la Cruz, Cada día digo al Señor: `mi dolor es nada en comparación a tu Cruz, así te ruego, salva a mi marido y a mis hijos`. Por mí parte no conseguía entenderla y me rebelé, comencé la defensa de las mujeres, a apoyar el aborto, la cohabitación y el divorcio.

Cuando llegó el quinto mandamiento, el Señor me hizo ver los asesinatos horribles que había cometido, el más terrible de los crímenes: el aborto. Es más, yo había financiado varios abortos porque pensaba que las mujeres tenían derecho a elegir estar embarazadas o no. Se me concedió leer en el Libro de la Vida y quedé profundamente mortificada, porque una jovencita de 14 años había abortado siguiendo mis consejos. Igualmente, había aconsejado malamente a otras tres chicas, entre las que se encontraba mi sobrina, hablándoles de la seducción de la moda, recomendándoles aprovechar sus cuerpos usando la anticoncepción: esto es una especie de corrupción de menores que agravaba el terrible pecado del aborto. Cada vez que se vierte la sangre de un niño, es un holocausto a satanás, que hiere y hace temblar al Señor. Yo vi en el Libro de la Vida como se formaba una alma, en el momento en que la semilla llega al óvulo. Una bella chispa surge, una luz como un rayo de sol de Dios Padre. Apenas el vientre de la madre es inseminado, se ilumina la luz del alma. Durante el aborto, el alma gime y grita por el dolor y se oye el grito en el Cielo porque se agita. Este grito igualmente se oye en el Infierno, pero es un grito de alegría. Estos niños son asesinados cada día. Es una victoria del Infierno.El precio de esta sangre inocente libera a un demonio más. Yo estoy sumergida en esta sangre: llego a estar totalmente oscurecida. Al apoyar estos abortos, había perdido la noción de pecado. Para mí, todo era perfecto. Y qué decir de todos aquellos niños a quién yo había negado la vida a través de la anticoncepción que usaba. Y así me hundía aun más en el abismo. Cómo pude afirmar que yo nunca había matado. Y todas las personas que yo había despreciado, odiado: que no he amado. También así he sido una asesina, porque no se mata sólo con balas de pistola. Se puede asesinar igualmente odiando, con actos de maldad, envidiando y siendo celoso.

Para aquel que guarda el sexto mandamiento, mi marido fue el único hombre de mi vida. Se me hizo ver que cada vez que mostraba mi pecho y que llevaba mis pantalones de leopardo, incitaba a los hombres a la impureza y les inducia al pecado. Es más, yo aconsejaba a las mujeres ser infieles a sus maridos, predicaba contra el perdón y valoraba el divorcio. Comprendí entonces que los pecados de la carne son terribles y condenables: aunque el mundo actual los encuentre aceptables: se comportan como animales. Fue doloroso particularmente ver como los pecados de adulterio de mi padre habían herido a sus hijos. Mis tres hermanos llegaron a ser copias de su padre, mujeriegos y bebedores, inconscientes del perjuicio que causaban a sus hijos. Por eso, mi padre lloraba con tanto dolor, comprobando que el mal ejemplo que había dado, había repercutido en sus hijos.

En cuanto al séptimo mandamiento-no robarás- yo me juzgaba honesta. El Señor me hizo ver el alimento desperdiciado en mi casa mientras el resto del mundo sufría hambre. Él me dijo: "Yo tenía hambre y mira lo que has hecho con lo que te he dado, cómo lo has desperdiciado. Yo tuve frío y tú eras esclava de la moda y des apariencias, tirando el dinero en dietas para adelgazar. De tu cuerpo has hecho un dios". Me hizo comprender que yo tenía parte de culpa de la pobreza en mi país. Me mostró también que cada vez que criticaba a alguien, robaba su honor. Hubiera sido más fácil robarles dinero, porque el dinero se puede restituir, pero no la reputación. Y hay más, yo robé a mis hijos la gracia de tener una madre tierna y cariñosa. Yo abandonaba a mis hijos para ir al mundo, los dejaba ante la televisión, el ordenador y los video juegos: y para callar la conciencia les compraba ropa de marca. Qué horror. Qué inmenso dolor. En el Libro de la Vida se vé todo como una película. Mis hijos decían: "Esperemos que mamá no regrese demasiado pronto y que haya un buen atasco,porque ella es pesada y gruñona". En efecto, les había robado a su madre y la paz que debía llevar a mi hogar. No les había enseñado el amor de Dios ni al prójimo. Es sencillo: si no amo a mis hermanos no tengo que ver con el Señor. Si no tengo compasión, no tengo nada que ver con él: nada.

Ahora hablaré de los falsos testimonios y de la mentira, porque llegué a ser una experta en la materia. No son mentirijillas, todo viene de satanás que es su padre. Las culpas que he cometido con la lengua. Cada vez que chismorreaba, que me mofaba de alguien, o le atribuía un mote descalificador, hería a una persona. Qué daño puede hacer un mote: podía acomplejar a una persona llamándola "la gorda"...

En el recorrido de este juicio sobre los diez mandamientos, se me mostró que todos mis pecados tenían como causa la codicia, este deseo malsano. Me he visto feliz con mucho dinero. Y el dinero se convirtió en mi obsesión. Es realmente triste porque para mi alma el momento más terrible había sido cuando tuve a mi disposición mucho dinero. También había pensado en el suicidio. Tuve tanto dinero que me sentí sola, vacía, amargada y frustrada. Esta obsesión por el dinero me apartó del Señor e hizo que me soltara de sus manos.

Tras el examen de los diez mandamientos, el Libro de la Vida me fue mostrado. Me gustaría tener las palabras adecuadas para describirlo. Mi Libro de la Vida comenzó cuando las células de mis padres se unieron. Inmediatamente hubo una chispa, una magnífica explosión y un alma se formó así, la mía, creada por las manos de Dios, nuestro Padre, un Dios tan bueno. Es verdaderamente maravilloso. Él vela sobre nosotros 24 horas al día. Su Amor era mi castigo, porque Él no miraba mi cuerpo de carne, sino a mi alma y Él veía cómo me alejaba de la salvación. Quisiera deciros también, que en aquel punto, yo era una hipócrita. Yo decía a una amiga: "Estás encantadora con este vestido, qué bien te sienta". Pero yo pensaba para mí: "Es un vestido grotesco, se cree una reína". En el Libro de la Vida aparecía todo, exactamente como lo había pensado. También se vé el interior del alma. Todas mis mentiras estaban expuestas y todos podían verlas. Con frecuencia hacía novillos en la escuela, porque mamá no me permitía ir adonde quería. Por ejemplo: mentí a propósito de un trabajo de investigación que debía hacer en la biblioteca universitaria, y, de hecho, en su lugar, fui a ver una película porno o a beber cerveza en un bar con los amigos. Cuando pienso que mamá ha visto desfilar mi vida y que nada ha sido olvidado. El Libro de la Vida es verdaderamente bellísimo. Mi madre tenía la costumbre de poner en mi cesta plátanos y, para mi almuerzo, pulpa de guayaba para la leche, porque en mi infancia éramos muy pobres. Me comía los plátanos y tiraba al suelo la piel, sin pensar que alguien podría resbalarse al pisarla y caerse.

El Señor me mostró como una persona resbaló al pisar la piel de mi plátano: habría podido matarse por mi falta de compasión. La única vez en mi vida que me confesé con dolor y arrepentimiento fue cuando una señora me dio 4.500 pesos de más en una tienda de alimentación en Bogotá. Mi padre nos había enseñado honestidad. Yendo al trabajo, mientras conducía, me di cuenta del error: "Esta idiota me ha dado 4.500 pesos de más y debo volver de inmediato a su tienda"- me dije. Había un atasco enorme y decidí no volver atrás. Pero el remordimiento lo llevaba en mi interior y fui a confesarme al Domingo siguiente, acusándome de haber robado 4.500 pesos sin haberlos restituido. No presté atención a las palabras del confesor, ¿Y sabéis lo que me dijo el Señor?: "Tú no has reparado esta falta de caridad. Para tí, era el dinero para tus pequeños gastos, pero para aquella mujer, que ganaba lo mínimo, aquella suma representaba tres dias de alimento". El Señor me mostró como ella sufrió, privándose ella y sus dos hijos pequeños porque tenían hambre.

Enseguida el Señor me hizo la siguiente pregunta: "¿Qué tesoros espirituales traes?". ¿Tesoros espirituales?. Mis manos estaban vacias. "¿De qué te sive-añadió-tener dos apartamentos, casas y oficinas si no puedes traerme más que un poco de polvo?¿Qué has hecho con los talentos que te he dado?. Tú tenías una misión: esta misión era la de defender el Reino de Dios, el Reino del Amor?". Sí, había olvidado que tenía un alma y recordé que tenías talentos: todo el bien que pude hacer ha ofendido al Señor.

El Señor me habló entonces de la falta de amor y de compasión. Igualmente me habló de mi muerte espiritual. En la tierra estaba vivia, pero en realidad estaba muerta. Si Vd. puede ver lo que es la muerte espiritual. Es como un alma odiosa, un alma amargada y disgustada por todo, llena de pecados y que hiere al mundo. Yo veía a mi alma que exteriormente estaba bien ataviada, pero interiormente era una verdadera cloaca y habitaba en las profundidades del abismo. No era extraño que así estuviese áspero y deprimido. Y el Señor me dijo:"Tu muerte espiritual ha comenzado cuando dejaste de ser sensible a tu prójimo. Yo te advertí mostrándote su miseria. Cuando veías en el telediario muertes, secuestros, la situación de los refugiados, tú decías ¡pobre gente,qué tristeza!. Pero en realidad tú no sentías dolor por ellos, no sentías nada en tu corazón. El poecado cambió tu corazón en piedra".

Vds. no pueden imaginar la grandeza de mi dolor cuando mi Libro de la Vida se cierra. Yo estaba apenada por Dios, mi Padre, por haberme comportado así, por todos mis pecados, por mi salvación, por todas mis indiferencias y a pesar de mis horribles sentimientos, el Señor me ha esperado hasta el final. Dios mendiga nuestra conversión. Es muy fuerte: yo no podía reprocharle el condenarme. Por mi propia voluntad, yo elegí a satanás como padre en lugar de a Dios. Después de que el Libro de la Vida se cerrase, me acordé de que me estaba dirigiendo hacia un pozo cuyo fondo era una trampa. Mientras me precipitaba comencé a llamar a todos los Santos del Cielo para salvarme. Vds. no tienen una idea del nombre de los Santos que me venían a la mente, a mí que era una pésima católica. LLamé a San Isidro o a San Francisco de Asís y cuando mi lista acabó, cayó el silencio. Experimenté entonces un gran vacio y una profunda pena. Pensaba que todas las personas de la tierra, creían que estaba muerta en olor de santidad, pueden ser que ellos mismos esperasen mi intercesión. Y mirad donde aterricé. Entonces levantá los ojos cruzándome con los de mi madre.Con grandísimo dolor grité hacia ella: "Mamá, me avergüenzo. Estoy condenada, mamá. Adónde voy no me verás nunca más". En aquel momento una magnífica gracia se le concedió. Ella se tiende sin moverse pero sus dedos comienzan a señalar hacia lo alto. Volví a ver en un instante mi vida pasada, cuando un paciente mio. me dijo: "Doctora, es Vd. muy materialista, y un día tendrá necesidad de esto: en caso de peligro inmediato, pida a Jesucristo que la cubra con Su Sangre, porque Él jamás la abandonará. El pagó el precio de Su Sangre por Vd."

Con grandísima vergüenza, me puse a sollozar: "Señor Jesús, perdóname,ten piedad. Dame una segunda oportunidad". En aquel bello momento de mi vida se me presentó - no tengo palabras para describirlo- Jesús viene y me saca fuera del pozo y todas aquellas horribles criaturas se agacharon al suelo. Cuuuuando me levantá, me dijo con todo Su Amor: "Estás para volver a la tierra, te doy una segunda oportunidad". Pero añadió que no era a causa de las plegarias de mi familia. "es justo, por su parte, implorar por tí. Esto es gracias a todos aquellos que te son extraños y que han llorado, orado y han levantado su corazón con un profundo amor por tí". Vi muchas luces encenderse, como pequeñas llamas de amor. Vi personas que oraban por mí. Había una llama mucho más grande: era la que me daba mucha más luz y su amor brillaba más. Intenté conocer quien era persona. El Señor me dijo: "El que te ama tanto, ni siquiera te conoce". Me explicó que este hombre tenía por cama un trozo de periódico matutino. Era un pobre paisano que habitaba al pie de Sierra Nevada de Santa Marta (noroeste de Colombia). Este pobre hombre había ido a la ciudad para comprar azúcar de caña. El azúcar venía envuelta en papel de periódico y había publicada una foto mía, quemada como estaba.

Como el hombre me vio así, sin ni siquiera haber leído el texto completo, cayó de rodillas y comenzó a sollozar con profundo amor. Dijo: "Señor, ten piedad de mi pequeña hermana. Señor, salvadla. Si Vos la salváis, os prometo que iré en peregrinación al Santuario de Buga (sudoeste de Colombia). Pero Os lo ruego, salvadla". Imaginad a este pobre hombre, no se lamentaba de pasar hambre y tenía una gran capacidad de amor, porque se ofrecía a atravesar toda la región por alguien que ni siquiera conocía. Y el Señor me dijo: "Esto es amar al prójimo". Y añade: "Tú vas a volver (a la tierra) y darás testimonio no milveces, sino mil veces mil".

"Y desdicha para los que no cambiaren tras haber entendido tu testimonio, porque ellos serán juzgados más severamente,como tú cuando vuelvas aquí un día: lo mismo para mis consagrados, los sacerdotes, porque no hay más sordo que el que no quiere oír". Este testimonio, hermanos y hermanas mías, no es una amenaza. El Señor no tiene necesidad de amenazarnos. Es una oportunidad que se os presenta, y gracias a Dios, yo he experimentado lo que es necesario para vivir. Cuando alguno de vosotros muera y se abra ante él su Libro de la Vida, vosotros veréis todo tal como lo he visto yo. Y todos nosotros veremos cómo somos, la única diferencia es que sentiremos nuestros pensamientos en la presencia de Dios. La cosa más hermosa es que el Señor estará frente a nosotros, mendigando cada día nuestra conversión para que lleguemos a ser una nueva criatura con Él, porque sin Él nada podemos hacer. Que el Señor os bendiga a todos copiosamente. Gloria a Dios.