Infierno


Alfonso María de Ligorio

Monasterio También llamado "Doctor Magnificus", Obispo fue nombrado y fundó la Congregación del Santo Redentor. Algunas sus obras:

- Theologia moralis.
- La práctica del confesor.
- Las glorias de María.
- Visitas al Santísimo Sacramento.
- Práctica de querer a Jesús Cristo.
- Aparato a la muerte.
- Máxime eternas.

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La pena del sentido

Dos males hace el pecador, cuando peca: deja a Dios, Sumo Bien, y se entrega a las criaturas. Porque dos males hizo mí pueblo: me dejaron a Mi, que soy fuente de agua viva, y cavaron para si aljibes rotos, que no pueden contener las aguas (Jer., 2, 13) Y porque el pecador se dio a las criaturas, con ofensa de Dios, justamente será luego atormentado en el infierno por esas mismas criaturas, el fuego y los demonios; ésta es la pena de sentido. Mas como su culpa mayor, en la cual consiste la maldad del pecado, es el apartarse de Dios, la pena más grande que hay en el infierno es la pena de daño, el carecer de la vista de Dios y haberle perdido para siempre.

Consideramos primeramente la pena del sentido. Es de fe que hay el infierno. ¿Qué es, pues, el infierno? El lugar de tormentos (Lucas, 16,28), como le llamó el rico Epulón, lugar de tormentos, donde todos los sentidos y potencias del condenado han de tener su propio castigo, y donde aquel sentido que más hubiere servido de medio para ofender a Dios será más gravemente atormentado (Sb., 11, 17; Ap., 18, 7) La vista padecerá el tormento de las tinieblas (Jb, 10, 21). En la medida que ella se ha glorificado y ha vivido en sensualidad, Así dadle tormento y llanto, porque dice en su Corazón: 'Estoy sentada como reina; no soy viuda, ni Jamás veré llanto. (Apoc. 18. 7).

Será atormentada la vista con las tinieblas. Lugar tenebroso y cubierto por la calina de muerte. ¡Qué compasión hace sentir que un pobre hombre está cerrado en un foso oscuro mientras vive, por 40-50 años de vida! El infierno es un foso cerrado por todas las partes adonde no entrará nunca rayo de sol u otra luz. El fuego que ilumina sobre la tierra, en el infierno será todo obscuro.

"La voz del Señor que forja lenguas de fuego." Explica San Basilio: EI Señor dividirá del fuego la luz, donde tal fuego hará solamente un oficio para quemar, pero no para iluminar; y en resumen Alberto Magno lo explica: El mismo humo que saldrá de este fuego, compondra aquella celda de tinieblas, de la que habla San Giacomo, que cegará los ojos de los condenados.Dice San Tomas que a los condenados les es reservada un poco de luz solo cuánto basta para atormentarlos. Verán en aquel vislumbre de luz la fealdad de los otros réprobos y los demonios, que tomarán formas horrorosas para asustarlos.

Será atormentado el olfato. ¿Qué pena sería encontrarse cerrado en una habitación con un cadáver podrido? "de los cadáveres subirá el hedor" , Is34. 3). El condenado tiene que estar entre muchos millones de otros condenados, vives en pena, pero cadáveres por la peste que mandan.Dice San Buenaventura que si un cuerpo de un condenado fuera corrido del infierno, bastaría para matar por la peste a todos los hombres. Y luego dicen algunos locos: Si voy al infierno, no estoy solo. ¡Pobres! cuanto más están en el infierno, tanto más padecen.

Más padecen, digo, por la peste, por los gritos y por la estrechez; ya que estarán en el infierno él un sobre el otro como ovejas amontonadas en tiempo de invierno. Más bien más, estarán como uvas exprimidas bajo el trapiche de la cólera de Dios. Del que ocurrirá luego la pena de la inmovilidad. Así que el condenado como caerá en el infierno en el día final, así tendrá que quedar sin cambiar posicion ni lugar y sin poder mover más ni un pie ni una mano, mientras Dios será Dios.

Será atormentado el oído con gritos continuos y llantos de aquellos pobres desgraciado. ¡Los demonios! harán continuos estrépitos. ¿Qué pena es cuándo se quiere dormir y se escucha un paciente que continuamente se queja, un perro que ladra, o un niño que llora? ¡Pobres condenados, que tienen que escuchar sin parar por toda la eternidad aquellos ruidos y los gritos de aquellos atormentados! Será atormentada la garganta con el hambre; tendrá el condenado un hambre perruna. Pero no tendrá nunca una miga de pan. Tendrá luego una tal sed, que no le bastaría todo la agua del mar; pero no tendrá ni siquiera de el una gota: una gota pidió el Epulone, pero este no la ha tenido todavía, y no la tendrá nunca, nunca.

La pena del fuego
La pena de sentido que más atormenta a los réprobos es el fuego del infierno, tormento del tacto (Ecl., 7, 19) El Señor le mencionará especialmente en el día del juicio: Apartaos de Mi, malditos, al fuego eterno (Mateo, 25, 41) También en esta tierra la pena del fuego es la mayor de todas; pero hay mucha diferencia de nuestro fuego al del infierno, que dice San Agustin que nuestro el parece una pintura. Y San Vincenzo Ferreri dice que en comparación con el nuestro este ultimo es frío. La razón es, porque nuestro fuego es creado para nuestra utilidad, pero el fuego del infierno es creado por Dios a proposito para atormentar.

El desdén de Dios enciende este fuego vengador. Luego de Isaías el fuego del infierno es llamado espíritu de ardor: "Cuando el Dios haya lavado las torpezas (...) con el espíritu del incendio", (Is 4,4). El condenado será mandado no al fuego, sino en el fuego: "Alejense de mí, malditos en el fuego eterno." Así que el pobre será circundado por el fuego como una madera dentro de un horno. El condenado se encontrará con un abismo de fuego debajo, un abismo encima y un abismo alrededor. Se toca, se ve, se respira; no toca, no ve, ni se respira otra cosa que fuego. Estará en el fuego como el pez en el agua.

Pero no sólo este fuego estará alrededor del condenado, pero también entrará dentro de sus entrañas para atormentarlo. Su cuerpo se convertirá en todo de fuego, así que quemarán dentro las entrañas del vientre, el corazón dentro del pecho, los sesos dentro de la cabeza, la sangre dentro de las venas, también las médulas dentro de los huesos: cada condenado se convertirá en si mismo un horno de fuego.

Pero estos no pueden sufrir de caminar por una calle golpeada por el sol, de estar en una habitación cerrada con las brasas encendidas, no sufras una chispa, que ondea de una vela; y luego no temen aquel fuego, que devora, como dice Isaías: "¿Quién de nosotros puede permanecer cerca de un fuego devorador?" (Is. 33,14).

Como una fiera que devora un cabrito, así el fuego del infierno devora al condenado; lo devora, pero sin hacerlo nunca morir. Estas loco, dice San Pier Damiani (hablándole al deshonesto), quieres acontentar tu carne, que un día vendrá en el que tus deshonestidades se convertirán todas en ramas en tus entrañas, que hará más grande y más angustiosa la llama que te quemará en el infierno. Añade San Girolamo que este fuego llevará con si todos los tormentos y dolores que se padecen en esta tierra, dolores de lado y de cabeza, de entrañas, de nervios. En este fuego también habrá la pena del frío. Pero siempre hace falta entender que todas las penas de esta tierra son una sombra, como dice el Crisostomo, en comparación con las penas del infierno: "Pone ignem, pone ferrum, quid, atormenta nisi umbro a illa tormenta?". Las potencias también tendrán su mismo tormento. El condenado será atormentado en la memoria, con el acordarse del tiempo que ha tenido en esta vida para salvarse, y lo ha gastado para dañarse; y de las gracias que ha recibido de Dios, y no ha querido servir. En el intelecto, con el pensar en el gran bien que ha perdido, paraíso y Dios; y que a esta pérdida no hay más remedio. En la voluntad, en ver que siempre le será negada cada cosa que pregunta. El pobre no tendrá nunca nada de aquello que desea, y siempre tendrá todo lo que detesta, que serán sus penas eternas. Querría salir de los tormentos y encontrar paz, pero siempre será atormentado, y no tendrá nunca paz.

La pena de haber perdido a Dios
Todas las penas referidas nada son si se comparan con la pena de daño. No hacen el infierno las tinieblas, la peste, los gritos y el fuego; la pena que hace el infierno es la pena de tener perdido Dios. Dice San Gio. Grisostomo: "Si también dices diez mil infiernos, no dices nada igual a aquel dolor." Y añade San Agustin que si los condenados gozaran la vista de Dios, "no sentirían alguna pena, y el mismo infierno sería cambiado en paraíso." Para entender algo esta pena, se considera que si alguno pierde, por ejemplo, una gema, que valia 100 escudos, siente gran pena, pero se valia 200 siente doble pena: si 400 más pena. En fin, cuánto mas crece el valor de la cosa perdida, tanto mas crece la pena. El condenado cuál bien tiene perdido? un bien infinito, que es Dios; por tanto dice San Tomas que siente una pena en cierto modo infinita.
San Ignacio de Loyola dijo: Señor, cada pena soporto, pero esta no, de estar privado de Vos no. Pero esta pena nada se aprende de los pecadores, que se contentan de vivir los meses y los años sin Dios, porque los pobres viven entre las tinieblas. En muerte no, pero tienen que conocer el gran bien que perdón. El alma al salir de esta vida, como dice San Antonio, entiende enseguida que ella esta creada por Dios, de donde enseguida se yergue para ir a abrazarse con su sumo bien; pero estando en pecado, será de Dios desgarrada. ¿Si un perro ve la liebre, y uno lo tiene con una cadena, que fuerza hace el perro por romper la cadena e ir a cazar la presa?. El alma al separarse del cuerpo, es atraida naturalmente a Dios, pero el pecado la divide de Dios, y la manda lejana al infierno, "que han cavado un abismo entre vosotros y vuestro Dios", Is. 59. 2). Pues todo el infierno consiste en aquella primera palabra de la condena:
Cuando Davide condenó Absalón a no comparecerle más, fue tal esta pena a Absalón que contestó: Digan a mi padre, o que me permita ver su cara o me de la muerte (2 Sam 14, 24). Filippo II a un adulto que vio de irreverente en iglesia, le dijo: No me comparecéis más. Fue mucha la pena de aquel grande, que llegando a la casa murió de dolor. Qué será, cuando Dios en muerte le intime al réprobo: Va fuera que yo no quiero verte más. Vosotros, (dirá Jesus a los condenados en el día final), ya no sois mis hijos, Yo ya no soy Vuestro.

Qué pena para un hijo, al cual le muere el padre, o a una mujer cuando el marido le muere, el decir: Mi padre, mi novio, no te puedo ver más. Ay si ahora oyéramos un alma condenada que llora, y las preguntáramos: ¿Alma, por qué lloras tanto? Este contestaría: Lloro, porque he perdido a Dios, y no lo puedo ver más. Al menos pudiera la pobre en el infierno querer a su Dios, y resignarse a su voluntad. Pero no, si eso pudiera hacer, el infierno no sería infierno; el infeliz no puede resignarse a la voluntad de Dios, porque se hizo enemiga de la divina voluntad. Puede querer más a su Dios, pero lo odia y lo odiará para siempre; y éste será su infierno, el conocer que Dios es un bien sumo y el verse en fin obligado a odiarlo, y al mismo tiempo que lo conoce digno de infinito amor. El condenado odiará y a Dios maldecirá, y maldiciendo a Dios, también maldecirá los beneficios que le ha dado, la creación, la redención, los sacramentos, especialmente del bautismo y de la penitencia, y sobre todo el Santisimo Sacramento del altar. Odiará a todos los ángeles y santos pero especialmente al ángel de la guarda y los santos sus abogados y más que todos a la divina Madre; pero principalmente maldecirá a las tres divinas Personas, y entre este singularmente al Hijo de Dios, que un día murio por el bien de ella, maldiciendo sus llagas, su sangre, sus penas y su muerte.