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La predestinación de María

"Dios ha mandado a su hijo, pero para prepararle un cuerpo humano, ha querido la libre colaboración de una criatura. Por eso, Dios, desde toda la eternidad ha elegido, para que fuese Madre de su Hijo, a una hija de Israel: una joven judía de Nazaret, en Galilea una virgen esposa prometida a un hombre de la casa de David, llamado José. La virgen se llamaba María."
(Lc 1,26-27).

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La Inmaculada Concepción

Para ser la Madre del Salvador, María ha sido enriquecida por Dios, de unos dones extraordinarios. El ángel Gabriel, en el momento de la Anunciación, la saluda como llena de Gracia. En realidad, para poder dar libre asentimiento de su fe, al anuncio de su vocación, era necesario que estuviese apoyada de la Gracia de Dios. (Cat. 490).

Al anuncio de que habría de dar a luz al Hijo del Altísimo, sin conocer varón, por la fuerza del Espíritu Santo, María respondió desde la obedicencia de la fe, segura de que nada es imposible para Dios: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí, según tu palabra". (Lc 1,37-38). Dando su personal consentimiento a la palabra de Dios María se convierte en Madre de Dios. (Cat. 494)

María siempre Virgen

La profundización en la fe de la maternidad virginal, ha conducido a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpétua de María, incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. Pues, en el nacimiento de Cristo no ha disminuido su virginidad íntegra, sino que Jesús, el único hijo de María, la ha consagrado: pero su maternidad espiritual se extiende a todos los hombres que Él ha venido a salvar. (Cat. 499,502).

Asunción

La Inmaculada Virgen, eternamente preservada de toda mancha del pecado original, acabado el curso de su vida terrenal, fue, asumpta a la gloria celestial en cuerpo y alma, y exhaltada por el Señor como Reína del Universo, para ser plenamente conformada a su Hijo. La Asunción de la Santa Virgen es una singular participación en la Resurrección de su Hijo y anticipación de la resurrección de los demás cristianos. Por su plena adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a cada movimiento del Espíritu Santo, la Virgen María es el modelo de fe y de caridad para la Iglesia. (Cat. 966, 967).

El culto a la Santa Virgen

"La piedad de la Iglesia a la Santa Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La Virgen María es honrada por la Iglesia por justicia con un culto especial. En verdad, desde los tiempos más antiguos, la bienaventurada Virgen es venerada con el título de Madre de Dios y bajo su protección, los fieles le ruegan y se refugian en cualquier peligro y necesidad. Este culto encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas en honor a la madre de Dios y en la plegaria mariana como el Santo Rosario, compendio de todo el Evangelio". (Cat. 971).

La Madre de Jesús, como en el cielo, glorificada ya en cuerpo y alma, es imagen y primicia de la Iglesia, que se cumplirá en la edad futura, y que brilla como signo de seguridad y esperanza: de consuelo para el pueblo de Dios en camino.

Belleza y Gracia

Su belleza es admirada por el sol y la luna, sus prerrogativas son de un valor y una grandeza infinitas. maravillosa es la acción de la Virgen con las almas que le pertenecen. Con cuánto amor y ternura las visita, las asiste en las tribulaciones, las protege y las defiende de sus enemigos, las socorre en sus necesidades, las colma de amor divino, las adorna y prepara para la unión divina y obtiene innumerables gracias para ellas.

Estas almas pueden repetir con verdad, las palabras de la Sabiduria: "Todos los bienes me vienen de Ella: riquezas sin número he recibido por su mano. Venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa et innumerabilis honestas per manus illius". Por eso las almas llamadas a vivir en la intimidad con Dios, como preparación a las pruebas que le esperan en las noches, en los barrancos, en el desierto, en las galerias por las que pasa el sendero que llega hasta Él, deben buscar identificarse con María.

Con Ella, ama la virtud sobre ninguna otra cosa y huye de cualquier imperfección. Aprende a amar todo lo bueno y adquiere la energía para practicarlo. Recibe de María clases magistrales de perfección cristiana, para amoldar tu vida a la de Jesús.

Cuando repetimos en nuestras oraciones la expresión que formuló el ángel "Llena de Gracia", elevamos nuestra mirada hacia la mujer en la que se ha desarrollado la gracia en plenitud. Porque en María, el Espíritu Santo ha donado hasta el extremo su fuerza santificadora y ha hecho brotar, en la más secreta de las intimidades, un amor puro y perfecto; descubriendo en Ella esta obra maestra de la gracia, para poder entrar con más facilidad en el vasto universo de la gracia y contribuir al desarrollo del amor más auténtico.

Para conocer mejor este tema, visita el Sítio María Virgen Inmaculada, Madre de Dios

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