Diez Mandamientos

Primer mandamiento

Monastero "Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó de Egipto, de la condición de esclavitud: no pondrás otros dioses frente a Mí. No te harás ídolos ni imagen alguna de lo que hay en el cielo, de lo que hay en la tierra ni de lo que está bajo la tierra. No te postrarás ante ellos ni les servirás".
(Éx 20,2-5)

Está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
(Mt 4,10)..

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Adorarás al Señor

Además de caer en los vicios por la concupiscencia, el hombre también es propenso a fabricarse ídolos.Por lo demás, sabemos que nadie puede, con sus solas fuerzas, rechazar las tentaciones que vendrán y que pueden generar en deseos irrefrenables y codicias. Para afrontarlas con éxito y no distraernos, fortalecermos la voluntad y pondremos todo nuestro empeño en tan noble reto.

La firmeza y la voluntad pueden decaer en las personas. Todo Amor será alimentado durante su existencia, pues podemos tropezar en la debilidad y acabar en el olvido.

El pensamiento es el origen de la acción, por eso procuraremos concentrarlo en pensamientos positivos: así nuestra acción no dependerá de las apetencias malsanas y se desvanecerán nuestros deseos de acaparar.

El becerro de oro

Mas el pueblo viendo que Moisés tardaba en bajar de la montaña, se reunió en torno a Aarón y dijo: "Haznos un Dios que vaya delante de nosostros, porque ese Moisés, el hombre que nos ha sacado de Egipto, no sabemos que ha sido de él". Aarón respondió: "Recoged los anillos de oro que vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestras hijas llevan en las orejas y traédmelos". Entonces todo el pueblo se desprendió de los anillos que llevaban en las orejas y se los llevaron a Aarón. Éste los tomó en sus manos, los moldeó con un buril y, fundiéndolos, hizo un becerro. Entonces ellos dijeron: "Ahí tienes Israel a tu Dios, el que te sacó de Egipto". Viendo esto Aarón edificó un altar ante el becerro y anunció: "Mañana será fiesta en honor de Yavé".
Al día siguiente se levantaron temprano y ofrecieron holocaustos y sacrificios pacíficos. El pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó después para divertirse. Yavé habñó a Moisés: "Ve, desciende, porque tu pueblo, el que has sacado de Egipto, ha prevaricado. Bien pronto se ha apartado del camino que le había trazado; han hecho un becerro fundido y lo han adorado, le han hecho sacrificios y han dicho "Este es, Israel, tu Dios, el que te sacó de Egipto". Y Yavé castigó al pueblo por el becerro de oro fabricado por Aarón.
(Éx 32, 1-9 y 35).

El pueblo que había sido llevado como en alas de águila hacia Dios, en cuánto que se libran de la esclavitud de los egipcios, se hace un ídolo, el becerro. Es el mismo pueblo que había prometido "Haremos todo lo que nos ha dicho el Señor".

Aunque no sea posible representarlos, los ídolos son expresiones de nuestras codicias, nos pueden encadenar a sus apetencias, hacernos sus esclavos y convertirse en la única razón de nuestra vida. Y pueden ser el dinero, el sexo, el éxito, las obras humanas... ¿Pueden cohabitar los ídolos con la fidelidad a Dios?. Absolutamente no. "Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará a otro; o preferirá a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al demonio". (Mt 6,24).

"Yo soy el Señor tu Dios".

En todo instante podemos percibir la presencia de Dios: en la melodia del gorgoteo de la agua de manantial, en el suave perfume de las flores, en el susurro de la brisa primaveral; porque las maravillas de la naturaleza brotan y cantan sus prodigios. Desde la humilde brizna de la hierba hasta el tintileo de una estrella en el firmamento. Desde un insignificante grano de arena hasta la inmensidad del espacio infinito. Desde una gota de rocio hasta la inmensidad de los mares.

"No tendrás otro Dios fuera de Mí".

Es un mandato para no crearse ídolos y ser libres de ellos. No podemos construir altares a dioses como hizo el pueblo de Israel. Sólo en Dios podemos encontrar el fin de toda acción y su sentido. Porque Él es nuestro Creador, nuestro Salvador, El que nos ama: sentido y fin de nuestra vida.

Sólo el que permanece unido a Dios, con constancia, por medio de la oración, estará libre de los dioses del mundo. En Él descubrimos el verdadero Amor y aprendemos a serle fieles en nuestra vida y blinda una eternidad de gozo.

El primer mandamiento es un acto de amor hacia nosostros mismos, porque nos franquea el camino para ser auténticos hombres y mujeres. Todos los pecados nacen de la idolatria, pues acostumbramos a hacer dioses de carrera, poder, sueldo.

"Este mandamiento que hoy te doy no es demasiado alto para tí, ni está lejos de tí. No está en el cielo para que digas ¿quién subirá por nosotros al cielo para cogerlo, oirlo y poderlo seguir?. Pues esta palabra está cerca de tí, está en tu boca y en tu corazón: para que lo pongas en práctica".
(Dt 30, 11-14).

Reflexión

No tendrás otro Dios fuera de Mí

En el primer mandamiento Dios nos invita a darle nuestro amor aun en la pobreza de nuestra naturaleza humana sin embargo a menudo nos olvidamos de rendir la devoción a Dios, porque nos creemos dioses, pero en realidad somos solo polvo.
Sin embargo, la grandeza de Dios se puede percibir a través de la creación, Su Presencia sopla en el susurro del viento, se eleva en el torbellino de los vientos, penetra en la conciencia de cada uno de nosotros y es una presencia que susurra, habla, ilumina, enseña, asiste, ama. Dios levanta su voz y anuncia: "¡Yo soy tu Señor y tu Dios! Todo canta: "Yo soy el Señor, tu Dios". No hay momento del día en que Él no haga resonar estas palabras, ya que el universo es fruto de su amor.

Dios debe ser el fin de todas nuestras acciones y el sentido de nuestra vida, quien acoge su palabra vivirá para siempre: "Si uno guarda mi palabra, nunca verá la muerte" (Jn 8,51). Entonces debemos aceptar sus palabras y adherirnos a sus enseñanzas, reconociéndolo como la única guía. En la Biblia, Dios comienza y concluye siempre sus intervenciones con la fórmula: "¡Yo soy el Señor!"

Llamé al Señor no con la voz del cuerpo, cuya sonoridad resulta de la vibración del aire, sino con la voz del corazón, que es silenciosa para los hombres, pero ante Dios resuena como un grito.
San Agustín