Alma

La ira

Monasterio La ira, o cólera, sea explosiva o sofocada, es una emoción que todos conocemos. En cada momento de la vida, corremos el riesgo de "perder los estribos", es decir, el control de las condiciones emotivas, cuando estamos en contacto con muchas irritaciones y contrariedades que encontramos en la vida diaria.

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Cólera

Poco a poco la cólera se dispara: al principio hierve como el agua en una olla a presión, luego, de repente, explota con el más mínimo pretexto. La cólera es, a veces, una bomba con efectos retardados.

La ira es similar a un temor en el corazón, es un mal que contagia al comportamiento humano. Por la ira nace el deseo de venganza, de indignación, de injurias, de las blasfemias, de las vulgaridades, de los desacuerdos, de los litigios, de la violencia física, del homicidio y vuelve al hombre similar a las bestias, al jabalí, al oso, al toro. Dice San Gregorio: "El corazón encendido por los estímulos de la ira empieza a latir, el cuerpo tiembla, la lengua se hincha, la cara se enciende, los ojos arden: la persona se vuelve irreconocible, mientras que por la boca emite gritos sin sentido".

En la ira vió Séneca: un peligro terrible para la integridad de la razón humana: lo mejor es rechazar de inmediato los síntomas de la ira y oponernos a su mimo nacimiento. Las pasiones son funestas ya sean siervas o capitanes. Ella es siempre signo de debilidad y nunca de fuerza. A la par de las otras pasiones del alma, ella es otro mal a extirpar. Si los otros vicios alejan al hombre de la razón, la ira lo precipita a la locura.

La conducta del hombre sabio y equilibrado es la que sabe evitar los excesos viciosos, usa los instrumentos adaptados e identifica las mejores estrategias para hacer frente a las situaciones de la vida. La ira bien contenida y gobernada por la razón, es para Aristóteles: signo de fuerza, de ánimo y de firmeza.

La rabia llega a ser pecado cuando se le permite resolver y crecer multiplicando los daños. De este modo se deja espacio a la devastación y a sus consecuencias con frecuencia irreparables. Es clara la condena de la ira en Mateo: "el que se aira contra su propio hermano será sometido a juicio". El rechazo evangélico de la violencia se condensa luego, como es notorio, en la invitación a poner la otra mejilla, vivido como precepto ético universal.

Calmar a un hombre presa de la cólera es como quere poner una compuerta a un torrente que se está desbordando: mejor esperar que se calmen las aguas. Entonces es mejor aprender a vivir sin cólera que creer poder dominarla fácilmente. Y si nos coge por sorpresa, porque somos débiles e imperfectos, es mejor rechazarla inmediatamente que querer entrar en tratos con ella. Si tú la dejas libre, llegará a hacerse dueña de la plaza como la serpiente: allá donde mete la cabeza pasa el resto del cuerpo. Si dejas crecer la cólera y no la reprimes al nacer, ella se convertirá pronto en incontrolable, irrefrenable y devastadora en sus efectos; rencores, enemistades, antipatías. Las ofensas alimentan los deseos de venganza, esta animosidad empujada por el odio hace que la cólera explote e instigue a cometer actos gravísimos.

Evitemos a toda costa caer en la espiral de la violencia y del odio siendo los dueños de nosotros mismos. Con caridad y paciencia acogeremos a los que,inconscientemente, nos hacen perder los nervios: los molestos, obsesos, llorones, sin carácter, temperamentales, deslenguados y a todos los que nos sean insoportables o irascibles.

¿Cómo es posible rechazar los asaltos de la cólera?. Cuando la sientas crecer en tí, reúne rápidamente todas tus fuerzas, sin dureza aunque con calma y determinación, de lo contrario si reaccionamos con violencia, agitaremos el corazón mucho más que la cólera.

Si deseas anular la cólera:
  • Sé honesto, dí la verdad sin mentir.
  • Jamás pierdas el control, resuelve los problemas, antes que la rabia tome el control.
  • Agrde el problema, no a la persona.
  • La justa indignación sirve para resolver problemas y no para aumentarlos. Cuenta hasta diez para entender el mejor modo para responder a la provocación.
  • Si tus acciones están dictadas por el corazón, seguramente estarás en disposicíon de cambiar la rabia por amor.

Vencer la ira significa ser los señores de nuestros actos. Si la ira es pasajera y prende el ánimo, puede ser obstaculizada y apagada con una intransigente oposición de la voluntad. Puedes ponerla bajo el dominio de la razón, función soberana que custodia la integridad psíquica y garantiza la ética de la acción.

Las impaciencias, las iras, las agitaciones de nuestro corazón son las secuelas de nuestras enfermedades, pero podemos fortalecernos cada día más con la ayuda de Dios. La virtud de la paciencia, de la templanza, de la continencia nos reconducen a ser dueños de nosotros mismos y de la propia subjetividad moral.

No te enfades nunca, porque así caminarás hacia la vida bienaventurada. Entonces, no te enfades contra los demás: sino que camina tranquilamente y en paz con los hermanos y compañeros de viaje. Con claridad, y sin excepciones, te digo:"Si te es posible no te inquietes por nada, no debe existir ningún pretexto para que abras la puerta de tu corazón a la ira".

La agresividad, la violencia y la cólera que te hacen infeliz pueden ser contrarrestadas practicando las virtudes contrarias, ed decir, la dulzura, la pacificación y la serenidad del corazón, sólo si perdonas y rezas por la persona que te ha hecho sufrir. Es aquel valor sin violencia, aquella fuerza sin dureza, es el amor sin cólera que permitirá a la dulzura irrumpir en tu corazón. No te alejes nunca del amor de Dios y custodia preciosamente la dulzura de tu corazón y cada vez que éstos tomen la dirección errónea, recondúcelos al camino del amor. Ata tus pasiones y tus inclinaciones con cadenas de oro, es decir, de amor, para vencerlas y gozar en el amor de Dios.