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Pereza

La pereza es una aversión a trabajar, mezclada con el aburrimiento y la indiferencia, es sinónimo de indolencia hacia el bien. Es un vicio muy difícil de definir por la dificultad del reconocimiento exacto del vicio mismo. La pereza se desarrolla en la interioridad del hombre y allí permanece y en definitiva es una relación conflictiva con ellos mismos.

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La pereza

Las regiones de este desorden moral se entrelazan en la dualidad entre cuerpo y alma. La pereza es, esencialmente, una enfermedad espiritual cuyos síntomas son la flaqueza de corazón, ofuscamiento del espíritu, desaliento, tristeza, inestabilidad, falta de firmeza, de perseverancia en la voluntad e indiferencia frente a la fe. La indolencia espiritual suscita la apatía, cuando ésta es rechazada por las realidades espirituales. La pereza también puede ser definida como el sueño de la razón. Es un peligro sutil y progresivo que se transforma, pero permanece siempre presente y elusivo, capaz de metamorfosearse. Aquel pensamiento tranquilizador que nos empuja a "no hacer" o a "no preocuparse". Cuando la pereza encadena al alma genera inquietud, insatisfacción que no se aplica exclusivamente a la vida profesional o familiar, sino incluso a la vida espiritual. La definía Tomás de Aquino: entristecerse del bien divino hasta llegar a la inercia en el hacer el bien divino.

La pereza es indiferencia, es la base del conformismo, que deja que acontezcan horrendos eventos sin que ninguna voz se eleve, para que "nada más pueda cambiar y no haya verdaderas alternativas". Es el sueño de la razón que genera monstruos, es la indiferencia que no reflexiona sobre la existencia y considera toda acción, obligación y deber para los demás. La pereza es también infelicidad pecaminosa puesto que, al contrario, que la tristeza positiva que surge del arrepentimiento de los pecados, nace de la conciencia del cansancio espiritual, que es necesario soportar para acercarse al bien divino.

En esta sociedad, la pereza tiene el rango de virtud, el no hacer nada pertenece al estilo de vida de los astutos, pues muchos ven al perezoso y holgazán a una persona inteligente, que sabe defenderse bien para hacer su comodidad y se las arregla para que otros le hagan el trabajo, así evitan cansarse, responsabilidades y molestias. La amenaza de la pereza da por bueno lo que se dice por ahí, sin intentar reflexionar. En esta situación cualquier cosa puede ser dada por buena sobre la ola de un conformismo progresivo.

El hombre moderno preso en los engranajes de la economía, no intenta liberarse de la imposición de producir-consumir. Ocurre en Occidente, que deshumaniza al individuo y lo obliga, en un círculo viciosos, a la afanosa carrera de adquirir bienes y valores deseables por otros. A pesar de todo, la pereza parece ser aun más peligrosa en esta nueva forma de actividad irreflexiva.

La pereza es una estrecha relación entre el aburrimiento y la apatía. Quien es perezoso no se reconoce como tal y, si debiéramos hacerle notar este defecto, se rebelaría inmediatamente. En realidad, cada cosa llega a ser un pretexto para sentirse cansado, para abandonar, para huír, disimular. El ocio es muy peligrosos en realción a la tentación. Y no digamos: "Yo no la busco, yo sólo estoy sin hacer nada". Es suficiente para ser tentados, porque la tentación tiene una presa extraordinaria en nosotros cuando nos encuentra ociosos.

El hombre, atromentado por el demonio, por la pereza, está siempre impaciente e insatisfecho en todos los ámbitos de la vida. Muchos son los que pasan el tiempo en chismorreos inútiles, desperdiciando el tiempo, valores y talentos por culpa de la pereza. Presos en el lazo diabólico de la pereza prefieren la mediocridad al esfuerzo, renuncian a una vida de plenitud y de amor que Dios quiere para sus hijos.

El demonio de la pereza trabaja por todas partes: es un mal que contagia la vida social y la personal. Habituado a estar satisfecho de un trabajo mal hecho, el perezoso llega a ser superficial, negligente y no renuncia a la deshonestidad interior, obliga a la persona a buscar nuevas emociones, sensaciones, diversiones, distracciones y cambios perpetuos para engañar al aburrimiento y compensar el vacio interior.

La pereza nos conduce al apego desordenado a las cosas temporales y a la conformidad de los sentidos. Hace nacer el desaliento por el cual no intentamos buenas obras que nos han sido encomendadas. Odia maliciosamente la perfección cristiana, genera el rencor y la aversión contra las personas espirituales, nos distrae de las cosas buenas, inyecta el rechazo a seguir los mandamientos de Dios y nos aleja de la meta de la salvación, haciéndola imposible de alcanzar.

Sal de tu cobardía y métete bieen claro en la cabeza esta verdad, que no puede ser desmentida: que todos somos tentados y debemos estar preparados para combatir y obtener la victoria. La tentación tiene una buena presa cuando nos encuentra ociosos. Trabajemos sin descanso, si no queremos perder la recompensa a nuestros esfuerzos, en el cielo. Confiemos en Dios, que es Padre omnipotente, en virtud del cual todas las cosas se nos facilitarán, aunque al principio nos asustemos.

¿Qué podemos hacer para escapar de esta apatía espiritual que nos aleja de la oración, haciéndonosla sentir pesada, insípida y aburrida?. Se vence mediante actos de amor que nos conducen a encontrar la alegría en Dios y el gusto por la oración: estos actos de fe nos procuran la paz interior.

El camino de la ascética espiritual hacia el Bien no es fácil: es un largo e incesante trabajo del alma que, si demasiado débil, queda abrumada y huye de lo que le obliga a luchar. Elevemos el corazón, pidamos incansablemente ayuda a Dios. Esforcémonos con la ayuda espiritual, no permanezcamos ociosos y hagamos todo el bien que podamos.