El error
(En la noche, tú)
Parte IX
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Los disparos en lejanía le hicieron pensar que Oscar se estaría entrenando con la pistola en el parque. Nana dejó la casa de los Jarjayes mientras podía aún oír claramente el eco de los disparos. Debía saber. Debía descubrir el rostro, el rostro de aquél hombre que había hecho descubrir a su niña ser una mujer, y que la había cambiado tan radicalmente. También aquella mañana la había visto girar por la casa, con la mirada de quien piensa en alguien que está lejos, y que no quiere otra cosa de la vida que estar con él.
Subió a bordo de la carroza. Lo que tenía entre las manos era una dirección de París. París, y no Versalles, esta había sido la primera sorpresa. Así pues el hombre que buscaba no podía formar parte de la nobleza que residía en la corte.
No es tan malo, pensaba Nana, aquélla gente nunca me ha simpatizado mucho. El trayecto para llegar a París fue largo. Nana miraba el camino y pensaba en cuántas veces lo habría ya recorrido su niña. Bajo el sol, bajo la lluvia. A cuánta prisa debía haber tenido cada vez que iba y venía de la casa de aquél hombre. A cuántas carreras debía haber hecho para regresar a tiempo a casa. Y en qué disgusto debía haber sentido cada vez que de aquélla casa debía partir, para regresar a su casa, para regresar donde su padre y su madre vivían.
Sonreía, la anciana, pensando en su niña, en su Óscar, enamorada. Le parecía ahora feliz, después que al inicio le había parecido desesperada, tan desesperada.
Quería ayudarla, de alguna forma, pero también saber más sobre este hombre. Saber si era una persona de bien, si correspondía a los sentimientos de Óscar, verle el rostro. Cierto, todas estas deberían haber sido competencias del padre de Óscar, pero... Nana pensó que era mejor que ella verificase primero... ¿quién sabe cómo habría tomado el General un eventual matrimonio de Óscar? Sonrió divertida de esta idea.
Óscar de novia, con un bellísimo vestido blanco... y el General... obligado a acompañar a su "adorado hijo" al altar...
Bien, General, es el momento de ajustar cuentas... pensabais poder convertir el agua en fuego y el fuego en agua... pero os habéis equivocado por completo. Vuestra hija, o quizá sería mejor decir nuestra hija ahora se ha convertido de veras en una adulta. Gracias por haberle enseñado cómo defenderse y cómo comportarse en sociedad. Sin embargo, ahora vuestra hija está a punto de vérselas con algo para lo que todas vuestras enseñanzas no pueden servirle; más bien, diría ¡que son perjudiciales! Vuestra hija ahora es una mujer. ¡Que lo queráis o no! Y en estas cosas debe pensar una mujer, no un viejo general... La anciana rió de sus mismos pensamientos.
Dos horas, dos horas habían sido precisas para llegar a la dirección que el cochero había trascrito para ella.
Descendió de la carroza. Las casas del barrio no eran particularmente suntuosas. El palacete ante el que se encontraba de frente debía haber sido muy bello, pero ahora mostraba las señales del tiempo y la imposibilidad económica de una restauración. La abuela ajustó los anteojos para ver mejor la casa. A la nobleza en decadencia, debía pertenecer a alguien que formaba parte de la pequeña nobleza. La abuela suspiró.
Comenzamos mal, Óscar... quién sabe lo que tu padre dirá cuando sepa que el hombre que amas, a pesar de ser noble no está exactamente a tu altura... Será necesario convencerlo, convencerlo a ayudar a esta familia... Bueno, pero al corazón no se le manda... y luego, un título nobiliario hay sin lugar a dudas... entonces...
La abuela se aproximó al portón. Tocó. Le abrió otra señora, anciana como ella, el ama de llaves, sin lugar a dudas, pensó Nana. "Buenos días señora, ¿desea ver al profesor?"
Nana respondió, no sin cierta incomodidad, "Sí, claro".
Profesor... claro, una persona de cultura... sí, ciertamente no uno de esos idiotas, calabacitos y ganapanes de las Guardias Reales, sí, Óscar, una buena elección, y probablemente una persona más madura y más centrada que tú... sí, diría una buena elección... deberé conversarlo un poco con tu padre... convencerlo... pero... verás que irá bien...
El anciano profesor descendió por la escalera ante una atónita Nana.
Oh Dios... Oh Dios, no... no puede... no puede ser este viejo... si te ha puesto aunque sea una sola mano encima este viejo baboso se la destrozo con mis manos... no... ¡no es posible!
"¡Nana! ¿Ya no os acordáis de mí? ¿Me he conservado tan bien que todavía os hago el mismo efecto?"
Nana recordó entonces. "Ah, Profesor, sois vos, excusadme, la edad... ha pasado tanto tiempo... pero esta... ¿esta casa es vuestra?"
"Cierto Nana, pertenece a mi familia desde hace más de un siglo. ¿No lo recordáis? Pero, no me digáis que estáis aquí por una visita casual..."
"No, claro, fueron precisas dos buenas horas en carroza para llegar hasta aquí."
"Y entonces decidme, mi dulce señora, ¿qué buscáis en esta casa? O, ¿a quién buscáis?"
Nana suspiró fuertemente. "Profesor, somos dos personas ancianas. Nuestra vida la hemos vivido, en lo bueno, en lo malo, no tiene mucha importancia ahora. Debemos ocuparnos de ellos... de ella... profesor... hace poco tiempo que una persona viene por esta parte..."
"¿Estamos hablando de Óscar, no es así?"
"¡Cómo os permitís, recordad cuál es vuestro lugar, por vos y por Mademoiselle Óscar!"
"¡Nana! Por un instante al menos, olvidad las convenciones absurdas y digámonos las cosas como están. Para ninguno de nosotros dos Óscar es una hija, pero para mí que la he educado por tantos años y para vos que la habéis criado ha sido una hija. ¿Queréis saber por qué Óscar viene aquí todos los días? Bien, en el piso de arriba está vuestra respuesta. Ojalá y os guste, porque deberá gustaros por fuerza, vos y todos vuestros rangos y roles absurdos. ¿Qué haréis pues? ¿Les impediréis ser felices? ¿Les impediréis ser jóvenes y felices? ¿Y por qué motivo? ¿Por quién? Me parece que ambos hemos, por bellaquería, por nuestra sucia y quieta manera de vivir, por demasiado tiempo seguido el juego de un hombre enfermo, profundamente enfermo. Ahora basta. Si habéis venido aquí para impedir a Óscar regresar a él idos ahora. Si en cambio queréis a Óscar más que a todas vuestras obligaciones y deseos de la familia Jarjayes entonces detrás de aquélla puerta está vuestra respuesta. Se aman, Nana."
Nana, enfurecida, respondió: "Yo he criado a Óscar, no vos, yo le he secado las lágrimas cuando era niña, no vos. Yo la he defendido como he podido de aquel hombre, no vos. Y en cuanto a enseñarle a Óscar cuál era su puesto en el mundo, su rango, su posición y cuál debía ser el puesto de los otros... bueno, también vos le habéis dado una robusta mano a hacer que ciertas diferencias estuviesen bien claras en la mente de Óscar. Por eso de vos no acepto ninguna lección sobre cómo debo comportarme para con ella. Tengo el derecho de saber exactamente lo que está sucediendo y de mirarle a la cara, a este hombre, y de protegerla, de él o de cualquiera que quiera aprovecharse de ella. Y luego, no podrá ser tan terrible, este hombre. Óscar es una muchacha joven, pero madura. Hará la elección justa. ¿Qué hace en la vida este muchacho? Al menos esto podréis decírmelo sin darme otra lección de moral."
"Enseña. Es un óptimo profesor".
"Bien, un punto a su favor. Y esperemos que no sea insolente y creído como vos. Y ahora apartaos. Debo verlo con mis propios ojos."
El profesor se apartó lentamente, como para hacerle un desaire, mientras la mirada de la anciana se volvía temiblemente colérica.
Es valiente el profesor... son todos valientes, ellos, los hombres, cuando filosofan... Óscar aquí, Óscar allá. En mi niña pienso yo. Precisamente, los hombres no entienden en qué líos puede meterse una mujer por el amor de un hombre equivocado... qué saben... ellos, saben sólo hacer el amor... y hacer perder la cabeza a una mujer... ¿Y luego?... A mi niña no le debe suceder. Punto y basta.
Nana tocó a la puerta. La puerta se abrió. Nana entró... y se desvaneció... después de haber dado solamente... un paso.
"¡Abuela! ¡Abuela! ¡Abuela despiértate, por favor!"
Nana reabrió lentamente los ojos. De frente a ella... el nieto.
"Menos mal abuela, me hiciste asustar. Parecía... parecía que hubieses visto un fantasma cuando entraste... ¿te sientes mejor?"
"No, no André... no era un fantasma... sólo... sólo la peor de mis pesadillas que tomó forma."
La anciana se levantó sentándose sobre el lecho. Y se llevó las manos al rostro.
"¿Es posible? ¿Es posible que de todos... de todos... y existen tantos... pero ciertamente tantos... justamente tú?"
"Abuela, por favor, no te agites nuevamente. ¿Quieres explicarme por favor qué sucede?"
"Cierto, de explicaciones aquí deberán haber tantas, todas. Y me las debes dar todas. Ahora."
André miró a la abuela con aire interrogatorio. "Bueno... sé que desaparecí por algún tiempo pero yo..."
"Ah sí, que desapareciste lo sé, lo sé bien. Y también esto me lo deberás explicar. Estate tranquilo. Pero son muy otras las explicaciones que me deberás dar, André. A partir de esta."
La anciana gobernanta sacó el billete con la dirección.
"Es la dirección de esta casa, pero no entiendo..."
"Y ahora me haces una cura de fósforo[1] lo más pronto posible, muchacho. Diría que comiences por esta misma noche. Esta dirección me la dio el cochero de la carroza que condujo a Óscar a casa esta mañana al alba".
Repentinamente André se puso en pie.
Y ahora ¿qué hacer? ¿Decir la verdad? ¿Y cuál verdad? ¿Qué él estaba enamorado de Óscar, que lo estaba desde hacía una vida? Y ¿a qué servía decirlo? ¿A él? Cierto que no. ¿A Óscar? No se lo había vuelto a decir, desde aquella noche. Para hacerle cultivar todavía la ilusión de su amistad, para hacer que viniese a visitarlo. Aún. Pero la noche anterior ella... lo había buscado... en el sueño... lo había amado... Quizá...
"André, ¡estoy esperando una explicación!"
"Abuela, simplemente Óscar vino a visitarme. Ahora vivo aquí. Y trabajo aquí. Vino a verme y como las calles estaban inundadas después de la lluvia pensamos que sería más seguro que partiese con una carroza al día siguiente. Eso es todo."
Helo ahí... ninguno debía todavía saber... todavía no ha comenzado... lo he visto por primera vez en tus párpados todavía cerrados anoche... por tan poco tiempo... y no puede terminar ahora... no, nuestro... amor... no puede terminar ahora... no quiero perderte ahora, no puedo perderte ahora.
"Una explicación lógica, una lógica inaceptable, André. ¡Lástima que sea una mentira clamorosa! André, ahora te lo digo claramente. Yo quiero una explicación detallada de todos estos días en los que tu Óscar vino aquí para "visitarte" como dices tú. Primero: ¿Por qué desapareciste improvisadamente sin dejar señas de ti? ¡Ni siquiera una breve explicación a tu abuela! Segundo: Me debes explicar exactamente por qué Óscar regresaba a casa un día sí y un día no alternativamente enfurecida o entristecida o turbada; comía, no comía; dormía, no dormía; según momentos. Te advierto: Si le has tocado aunque sea un cabello, yo simplemente... te estrangulo con mis manos. Tercero: Me debes explicar más bien por qué en estos días regresa a casa como si pasease sobre nubes; busca, sea incluso a malapena, a su manera, hacerse más linda e inventa patrañas increíbles con tal de no quedarse en casa. ¿El drama sabes cuál es, André? Es que no tengo necesidad de explicaciones. He entendido, he entendido muy bien lo que ha estado sucediendo hasta ahora."
Nana se tendió nuevamente sobre la cama.
"Al menos, al menos dime que no ha sucedido... todavía... dime que... que no... que no lo habéis hecho... por favor André, dime al menos esto."
"Si te puede dar gusto, abuela, pero... sería... una mentira también esta."
"¡Pero yo te mato!" Nana se levantó de golpe para tratar de coger al nieto. Entonces André la bloqueó sujetándola las muñecas. Su abuela lloraba, ahora. André entonces le soltó las muñecas, y la abuela se volvió a sentar sobre la cama.
"Abuela, piensas que lo sabes todo y no sabes nada. No sabes lo que han sido estos días para mí. No sabes cuánta alegría he sentido en estos días, todas las veces que ella llegaba a mi casa, y cuánta tristeza he sentido todas las veces que volvía a partir a la carrera hacia ti, donde su padre y donde su madre. Tú no sabes cuántas risas han escuchado estos muros en estos días... y cuántas lágrimas... cuando ella ya no estaba. Cuando estaba tendido sobre la cama donde ahora estás tú. Herido, casi al final de la vida. Sin saber si a ella le importaba aunque sea algo de mí. Y luego... y luego todo esto... ¿Quieres saber si estoy enamorado de ella? Sí, claro, estoy enamorado de ella. Desde que la vi descender por las escaleras la primera vez[2]. Desde el primer día. Desde el primer momento. Y seguiré amándola. Por siempre. De esto ahora estoy de veras seguro. ¿Quieres saber si hemos hecho el amor? ¿Es lo que quieres saber? Sí, hemos hecho el amor, ya no sé hace cuánto tiempo. Fue de casualidad, o quizá no, ni siquiera yo lo sé, a veces. Y fue una vez. Una sola, maravillosa vez. Y yo consigo y no puedo olvidarlo. Y entonces nos separamos. Y entonces nos alejamos. Que ella me alejó de casa. Y había una distancia enorme entre ella y yo. Insuperable. Lo creía verdaderamente. Ella lo ha considerado un error. Un error inconcebible para la hija de un General. Un error hecho de demasiado vino y demasiada tristeza, para ambos. De una noche nacida mal. De una noche triste, para mí y para ella. Un error para ambos, según ella. Un error para no recordar jamás, para olvidar por siempre, como mi amor por ella. Y yo, yo la busqué y provoqué, y arriesgué perderla una vez más, y para siempre. Arriesgué todo lo que tenía, por ella. Y luego... cuando creía que no habría visto nunca más hela aquí aparecer nuevamente en mi vida... como el sol... como el único verdadero rayo de sol de mi vida. Y hemos comenzado a vernos, cierto, cada vez que podía. Y cada vez que ella atravesaba este umbral he agradecido a Dios por haber nacido, de haberme concedido verla una vez más. Amigos. Sí, hasta anoche éramos solamente esto, en los pensamientos de Óscar. Solamente esto. Espléndidamente esto, porque tan cercana a mí, Óscar no ha estado nunca, abuela. Y la miraba. De lejos, abuela. Hasta anoche. Sí, hasta anoche."
La abuela abrió la boca para decir algo pero André, delicadamente le hizo seña de no hablar.
"No, no sucedió lo que piensas tú. No ha sucedido nada de lo que deba avergonzarme. Ella, ella simplemente me ha hecho feliz, inmensamente feliz. Y no lo sabe. Creo que ni siquiera lo imagina. No creo que lo sepa ni siquiera ahora. Ella dormía. Y ha dicho, durante el sueño, la cosa más bella que pudiese decir. Y era por mí, lo comprendes, era para mí, solamente para mí. Ahora comprendes porqué te digo que no sabes nada en realidad. Y porqué no me arrepentiré nunca de lo que he hecho. Suceda lo que suceda. Pero tú, no te me la lleves. No ahora. Te lo ruego. Sólo te pido esto. No te me la lleves. Te lo ruego".
Las manos de la anciana buscaron el rostro del nieto y lo encontraron. Nana acariciaba ahora el rostro de su niño. Con dulzura. Sonrió, la abuela, entre las lágrimas.
"Te ama, André, también ella te ama."
"Lo sé, abuela, ahora lo sé, te lo ruego, sé que este amor será muy, muy difícil de afrontar para ella. Implica tantas decisiones, y renuncias. No solamente gozo. No sé si querrá afrontar todo esto conmigo. Y no sé si lo hará verdaderamente. Pero te ruego, déjame aún un poco de tiempo. Y deja que sea Óscar quien decida si este amor debe vivir o morir. Deja que sea ella. Te lo ruego."
"Está bien, André", retomó la abuela, continuando las caricias sobre las mejillas del nieto. "Pero sabes... no creo que pase mucho tiempo. Creo que Óscar tomará pronto su decisión. Estaba en sus ojos, cuando descendió de la carroza esta mañana al alba. En realidad, sólo debería estar feliz, ahora que sé que os amáis. Me preocupaba tanto que Óscar hubiese encontrado una persona digna de ella y de su amor y no podía encontrar una persona mejor que tú. Pero no puedo hacer menos que preocuparme, por vosotros. Por ti, por ella, André, si el General supiese tú podrías... él podría hasta..."
"Abuela, estate tranquila, te pido. No sucederá nada. Ahora ve. También tu ausencia podría hacer sospechar al General. Regresa a casa. Ve donde ella. No la dejes sola esta noche. A mí me falta ya tanto..."
Nana se levantó del lecho, no antes de haber dado un beso sobre la frente del nieto. Sonrió.
"Está bien, me voy. ¿Debo decir algo de tu parte... a ella?"
"Nada", sonrió André, "pero si hay ocasión... dale un beso, de mi parte."
Mientras la abuela, lejos de Mansión Jarjayes, llevaba a cabo su "misión" en busca del hombre que había hecho enamorarse a su "niña", la jornada de Óscar se acercaba a su término.
Había sido una jornada tranquila. En apariencia. La había pasado haciendo las cosas que hacía siempre, cuando tenía la posibilidad de quedarse en casa. Había ido a cabalgar, se había entrenado con las pistolas, había leído un buen libro, se había ejercitado en el pianoforte. Aunque sí había sido una jornada extraña, insólita para ella.
Se había ido a cabalgar, y había espoleado su caballo al galope en los campos alrededor de Versalles.
Con todo, aún cuando se supiese sola, en algunos momentos se había volteado a mirar detrás de sí. Como si debiese aparecer alguien de un momento a otro. Alguien al lado suyo.
André.
Sabía bien que él no estaba allí con ella, en aquel momento. Y que aquel día, como tantos otros antes de aquel, no le habría dado el alcance. Le faltaba aquella presencia suya.
Se detuvo de golpe, mientras se entrenaba con las pistolas. Sonrió. André era "necesario" en aquellos momentos... y no solamente porque le quitaba la tarea de recargar las pistolas y acomodar los blancos. Se dio cuenta, en aquellos momentos, que le faltaba el sonido de su voz. Y le faltaban también sus bromas sobre su habilidad con las pistolas. Halagos, ciertamente, a los cuales respondía haciendo finta de nada o con ironía. Ahora le faltaban. Cómo le faltaba su voz que con firmeza y dulzura juntas le decía que debían detenerse porque había caído la noche. Sí, le faltaba su voz.
Después, de vuelta a casa había leído un buen libro. Y cerrándolo se había dado cuenta que tenía ganas de contarle a alguien lo que había apenas leído, cuánto le había emocionado, y divertido. Se dio cuenta que no lo podía hacer, porque André no estaba allí. A André le había siempre contado sus emociones y sus impresiones. Y él la escuchaba, con atención, con curiosidad, y luego le sonreía.
Nunca había pensado tan intensamente en la sonrisa de su amigo como en aquella tarde de primavera. No se había nunca dado cuenta, hasta ahora, de cuánto ver esa sonrisa en él fuese tan importante para ella. Tranquilizadora, seguramente.
Y por un largo período él había estado avaro de sonrisas. Hasta con ella. Y por su culpa, probablemente, por culpa de un amor que ella no había pedido y que él en cambio vivía. Un amor que debía haberlo hecho sufrir. Mucho. Demasiado. Porque él todavía podía soportarlo. Para que ella pudiese soportarlo todavía. Se sintió en culpa, y deseó ver aún, aquella sonrisa.
Se había ejercitado, con su pianoforte, largamente y se había dado cuenta que no le bastaban sus manos para seguir correctamente su ejercicio. De nuevo, André. Se había dado cuenta que le faltaba su mirada, la mirada que le dirigía cuando ella tocaba el pianoforte. Era tan intensa. La mirada de André que parecía como si quisiese, o pudiese leerle dentro. Como si el lenguaje escondido de la música que ella tocaba fuese comprensible sólo para él. Que sólo él comprendiese, a través de la elección de una pieza antes que de otra, cuáles sentimientos le pasaban por la cabeza en aquel momento. Que sólo él comprendiese del modo en el que movía las manos sobre el teclado, la emoción que ella sentía. Rabia, tristeza, alegría. Sólo él comprendía aquel lenguaje. Y al improviso Óscar fue consciente. Su mirada, la mirada de André reflejaba, como un espejo, el estado de ánimo de ella en aquellos momentos. Mientras ella tocaba. Un espejo para sus pensamientos, y para sus emociones. Y aquella noche no había visto espejos donde poder ver sus sentimientos reflejados.
Así pues, toda aquella tarde pasada en casa, todas las cosas que había hecho durante el día la llevaron a una única conclusión.
Le había hecho falta. André le había faltado. Con todo había estado con él hasta la mañana. En el fondo no habían pasado pues tantas horas desde que se habían separado. Con todo le había faltado. Se había dado cuenta que pensaba en él siempre más seguido, pero sin el sutil temor que había sentido hasta aquel momento cada vez que había pensado en él. O al menos, sin el tipo de temor que había sentido hasta aquel momento. Sí. Era un temor diverso. Completamente diverso. Al cual no sabía dar aún un nombre.
No sabía siquiera dar un nombre a las sensaciones que había sentido el día anterior en casa de él. No tenía todavía un nombre, el amor.
Todavía no tenía un nombre la sensación que había experimentado cuando él la había abrazado. Podía definirla agradable, podía definirla calor, podía definirla preciosa. Pero no era así. O no era suficiente. De todos modos no habría bastado. No sabía bien qué nombre darle. Y quizá, no sabía siquiera si era justo, o necesario darle un nombre. Necesario. Era la única palabra que le venía a la mente. Había sido necesario. Como si siempre hubiese formado parte de ella y al mismo tiempo como si le hubiese faltado desde siempre. Como si no hubiese esperado otra cosa desde siempre. Pero había otra cosa. Algo aún más difícil de definir. Era la sensación que había experimentado cuando había sentido su cuerpo abrazado al de él. Sonrió, con todo, ya había hecho el amor con él.
No hay intimidad más grande que esta, pensó.
Él la había visto en un cierto modo, la había visto desnuda, y la había tocado, la había acariciado. Y ella recordaba sólo parcialmente, ahora, porque el alcohol, aquel maldito alcohol que la había ayudado a olvidar cuánto quisiese hacerlo con todas sus fuerzas, ahora le impedía recordar completamente. Justamente ahora que habría sido bonito recordar.
Con todo, en aquel abrazo había sentido algo completamente diverso. Quizá algo más íntimo, más profundo. Más íntimo y más profundo que el sexo. En aquel momento, en aquellos pocos instantes abrazada a él había sentido desearlo, pero de un modo diverso a aquella noche.
Había sido un deseo diverso, no dictado por los celos hacia André, o por la rabia hacia Fersen.
El deseo que había sentido cuando se habían abrazado era diverso.
Como si el deseo de él, del cuerpo de él fuese mucho, pero no suficiente, fuese tanto, pero no todo. Como si la intimidad entre un hombre y una mujer fuese algo más que hacer el amor en sí mismo. Algo más que el placer.
Sentía ahora que le había faltado algo, aquella noche.
No el amor de él. No la pasión de él, no la intimidad de él. Él estaba aquella noche. Completamente. Alma, cuerpo, sensaciones, emociones, y temor, temor del rechazo de ella.
Había en cambio, faltado algo de ella. Y aquel algo ahora le era necesario. Como el abrazo. Necesario como el abrazo de él.
Había faltado ella aquella noche, esta fue la conclusión a la cual llegó Óscar. En aquella cama, aquella noche, había estado su cuerpo, el cuerpo que descubría de frente a un hombre por primera vez. Y paradójicamente había sido como descubrirlo de frente a sí misma por primera vez.
Habían estado sus sensaciones, las sensaciones de placer que le habían sido desconocidas a ella, hasta aquel momento. Y habían estado, todos sus temores.
El temor del juicio del padre y del mundo de frente a aquello que cualquiera habría juzgado un momento de debilidad por parte del Coronel de Jarjayes.
Y el sutil temor, pero más profundo, que aquello que se disponía a hacer con André no fuese una valentonada de una noche, un error en una vida sin desaventuras ni equívocos. Sin culpas. Sin pecado. En el momento exacto en el que André le había confesado su amor por ella, entonces había estallado el miedo. El miedo de un error más grande. Imborrable. Imparable. Porque André no habría compartido sólo el sexo con ella. Porque al día siguiente André le habría pedido más, siempre más, le habría pedido enamorarse de él, abandonarse a él, depender de alguna forma de él. Para siempre. Hasta su último suspiro. Se dio cuenta que su temor más grande no había sido a su padre ni a la gente, ni siquiera a André. Había tenido miedo de sí misma. De enamorarse. Verdaderamente. Perdidamente.
Así, como extrema defensa se había dejado amar. Totalmente. Pero no había amado. Aquella noche no había estado su alma, en la cama con André. No habían estado sus sentimientos en aquel lecho. No había estado su amor. Su amor por él. Levantó las manos para llevar atrás los cabellos.
Tengo demasiados pensamientos absurdos en mi cabeza ahora. Un hombre no me ama e intento sustituirlo con otro, alguien que consideraba como un hermano hasta ayer. Hay algo de profundamente inmoral y escandalosamente indecente en esto. André es mi mejor amigo, desde siempre vivo con él. Y es parte de mí desde siempre. Sin él me falta algo, cierto, como si me faltase una parte de mí misma.
Pero ¿puede ser algo diferente a esto? ¿Puede ser verdaderamente el amor? ¿Esto es verdaderamente el amor? ¿Y cómo sería si ambos estuviésemos enamorados? ¿Ambos enamorados el uno de la otra? ¿Podríamos reír y bromear como hemos hecho hasta ahora? ¿O el amor cambia todo? Sólo esto no lo querría nunca. Que cambiase lo que hay entre nosotros.
Óscar se dirigió hacia Versalles.
La Reina María Antonieta le pareció particularmente triste aquella noche, aunque si ostentaba una sonrisa sobre el rostro. Artificial. Convencional. La sonrisa de protocolo, de la etiqueta. Pero ella, Óscar, sabía bien, o intuía que los pensamientos de la Reina era de todo otro género aquella noche. Fersen había partido ya desde hacía algún tiempo. Y las noticias que llegaron desde la América eran dramáticas. La Reina estaba preocupada. Algo más. A Óscar le pareció que estuviese inquieta... como enfurecida. ¿Por qué? ¿Con quién? María Antonieta estaba circundada por cuatro importantes damas cuando hizo seña a Óscar de alcanzarla. Cuando Óscar se avecinó se dio cuenta que el argumento de su conversación no estaba exactamente entre sus preferidos. Pero ahora ya no podía alejarse. El argumento era los hombres y su manera de amar.
"Los hombres son seres desagradables, a veces, mas bien diría las más de las veces" dijo la primera entre las otras damas.
"Estoy perfectamente de acuerdo con vos", respondió la segunda dama. "A veces pienso que sean hasta inútiles."
"Señoras, a parte de su Majestad el Rey, del cual conocéis bien la gentileza y la bondad de ánimo y su absoluta sinceridad, debo también deciros que según yo la mayoría de ellos son tacaños y mezquinos", dijo la tercera.
"Señoras, tengo una idea. Organicemos el día sin", dijo la primera dama entre las otras.
"¿El día sin? ¿Y qué clase de cosa sería?" Preguntó la Reina.
"Simple: Por un día entero nos reuniremos nosotras las mujeres en el Trianon. Nos divertiremos y haremos todo lo que queramos. A los hombres, a todos los hombres exceptuando al Rey, obviamente, no les será permitido acompañarnos. Así podremos hacer todo lo que nos agrade sin el fastidio de su presencia."
"Bien", respondió la Reina, "la idea está aprobada. ¡Dentro de tres días en el Trianon! Mademoiselle Óscar, también vos seréis de las nuestras en esta ocasión, ¿no es verdad?"
"Sí, Majestad" dijo Óscar con una voz que fatigosamente retenía el aburrimiento por aquel discurso inútil y estúpido.
"Mademoiselle, quisiera escuchar también vuestra opinión."
"¿Mi opinión? Perdonadme Majestad, pero ¿sobre cuál argumento puede servir mi modesta opinión?"
"¿Acaso estabais distraída? Últimamente os veo muchas veces como perdida en vuestros pensamientos... como sea, ahora que habéis vuelto entre nosotras, quisiera saber, vos que vivís en un ambiente genuinamente masculino, militar... ¿qué pensáis de los hombres?"
"Majestad yo, no sabría qué decir..."
"No, Mademoiselle, no os creo, ¡no me digáis que no habéis jamás en vuestra vida pensado en un hombre! Y bien os digo mi opinión. Mi opinión, mademoiselle es que los hombres son personas egoístas, escriben cartas de amor, te adulan, pero a fin de cuentas no piensan en ti, nunca te preguntan si sus decisiones las compartes o no. Y te quedan solamente sus cartas, cuando te abandonan."
La Reina sintió las lágrimas salirle de los ojos, y se dio cuenta que había hablado demasiado. "Excusadme, yo estoy, estoy muy cansada, quisiera retirarme a mis aposentos ahora. Mademoiselle Óscar seguidme, por favor."
"Claro Majestad."
Las damas se inclinaron obsequiosas. Y esperaron a que la Reina se hubiese alejado con Óscar antes de comenzar a maliciar sobre lo que María Antonieta había apenas dicho.
"Mademoiselle Óscar, entrad, por favor" dijo la Reina cuando estuvo ante la puerta que se abría ante sus habitaciones.
Entró y se sentó ante su escritorio en la antecámara. Lloraba.
"No digáis nada, Óscar, ya sé lo que pensáis... que yo... que yo... no debería haber hablado en aquel modo... pero en ciertos momentos me siento tan triste, y tremendamente enfadada... no sé si podéis comprenderme, pero sé que no traicionaréis mi secreto. Ha pasado mucho tiempo desde que partió y tengo miedo. Miedo que no regrese, que muera. Y se agrega otro temor: Que regrese pero que me haya olvidado. Sé que nuestro amor es imposible e irrealizable. Pero ¿quién puede decidir enamorarse? Si me hubiese enamorado del Rey habría sido feliz, habría tenido todo de la vida... y en cambio... en cambio conocí a un hombre que mi posición, mi rango no me consiente amar, no me consiente desear. Así pues, ¿de qué sirve ser una Reina si no se puede tener lo que se quiere? A veces querría ser una dama cualquiera. Sería mucho más libre entonces."
"Majestad, aunque así fuese no seríais libre, no seríais libre para nada. Si vos hubieseis nacido como una noble cualquiera igualmente no habríais podido escoger. Porque lo habría decidido vuestro padre. Habría decidido él con quien haceros desposar. Veréis Majestad, el nuestro es un mundo en el que por cada posición, por cada rango existen reglas rigidísimas. Y ninguno es nunca verdaderamente libre de poder decidir. Ninguno puede escoger libremente amar a alguien, si este alguien tiene una posición diversa a la suya. Y no importa cuán feliz se pueda ser con esta persona. No importa cuanto cada momento pasado con él sea maravilloso. No importa cuanto se desee solamente compartir cada momento con él. Cuanto él sea tierno, y fuerte, y cálido y..."
Óscar se dio cuenta de haber hablado demasiado. Cerró los ojos y permaneció en silencio.
"Mademoiselle Óscar, no puedo creerlo... vos... ¿sufrís por amor como yo?"
"Pero no, Majestad, ¿qué decís? Yo... he hablado de más, no soy la persona más apta en estos discursos... debéis perdonarme..."
"No Óscar. He entendido. He entendido muy bien. Y en realidad estoy feliz por vos, y por él. Es un hombre muy afortunado. Escuchadme. Nadie puede ayudarme. La Razón de Estado no consiente a nadie ayudarme. Pero yo puedo ayudaros a vosotros. Y lo haré, Óscar. Yo puedo ayudaros."
"Pero Majestad... vos... habéis malinterpretado..."
"Óscar, no existe mentira más inútil que mentirse a sí mismos. No lo hagáis. Es inútil. Os pido sólo esto. Pensadlo. Y dejad que yo os ayude. Dejad que este amor entre en vuestra vida y que os dé la alegría que ameritáis. Hacedlo, Óscar", sonrió la Reina, "Es una orden mía. ¡Y es tajante!"
"Majestad..."
"¿Todavía estáis aquí? Vuestro turno de guardia concluyó hace algunos minutos. Estáis licenciada Óscar. Vividlo, vividlo también por mí ese sentimiento vuestro, pero sobre todo, cualquier decisión que toméis sed sincera con vos misma. Y con él."
Óscar se despidió de la Reina. Salió al aire libre. Decidida a tomar su caballo. Decidida. A todo. Los relojes de Versalles señalaban las diez. Aquella noche habría sido la noche más importante de su vida. Su primera noche. Su verdadera primera noche, de mujer enamorada.
París se avecinaba mientras Óscar galopaba en la noche.
He aquí cuál ha sido mi error. Mi verdadero error. Mi temor. Mi miedo de enamorarme de ti, André. Cuando me miraste a los ojos, aquélla noche, y me dijiste que me amabas tuve miedo. Miedo de decirte que yo también te amaba. Que yo también te he amado desde siempre. Y he tenido miedo de haberlo siempre sabido, miedo de haberlo siempre negado. A mí misma, a ti, al mundo. He tenido miedo de tenerlo que negar por siempre, después de aquélla noche. De no podértelo decir. Fugué de ti desde entonces y a ti estoy volviendo, corriendo, como en una enésima fuga del mundo, de mí misma. ¿Puedes perdonarme André? ¿Puedes perdonarme por todas las noches que no hemos pasado juntos? ¿Por todos los besos que no te he dado? ¿Por todas las cosas que no te he dicho? ¿Y cómo haré para decírtelo? No sé cómo haré para decírtelo... y no sé si verdaderamente conseguiré decírtelo... pero estoy corriendo... estoy corriendo hacia ti.
En el próximo (y último) episodio: Óscar ha tomado su decisión. Y está preparada a todo por amor. Por amor a André. Y en la noche corre hacia él.
Así pues, no os perdáis el momento del epílogo final de esta larga historia. Descubriréis que algunas veces la fantasía y la realidad se pueden confundir, por amor. Pero que el amor es más hermoso que cualquier fantasía. ¿Cuál fue entonces el verdadero error de aquélla noche? Todo esto en el décimo y último episodio de "El error".
Continúa...
Mail to: f.camelio@libero.it
Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:
http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html
Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com
Lima, viernes 18 de mayo, 2007.
Pubblicazione del sito Little Corner dell'ottobre 2008
[1] NdTr. Expresión popular. Cuando la memoria falla, es señal de falta de fósforo en la corteza cerebral. La receta consiste en diluir unas gotas de ácido fosfórico en un gran vaso con agua azucarada y beberlo antes de cada comida. Y aumentar la ingesta de alimentos ricos en fósforo.
[2] NdTr. Ver: La Rosa de Versalles T. III, pág. 92, edición Azake. Previamente a la declaración de André, junto con Óscar recuerdan la primera vez que se vieron. Óscar descendía las escaleras proponiéndole practicar esgrima. André tenía ocho años y era un año mayor que ella.