El Error

VI

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Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a R. Ikeda.

Después de la atmósfera dramática de "Diez Días", quería jugar un poco con los personajes.

Gracias, como siempre, a Laura por su apoyo y estímulo. Buena lectura.

 

Hasta su último pensamiento era para ella, estaba muriendo, lo sentía. El fuego estallaba ahora cercanísimo a él, las heridas le impedían cualquier movimiento. Una viga le bloqueaba la pierna derecha.

Los ojos, sentía cerrarse los ojos. Y el humo entrarle en los pulmones.

El billete. El billete para ella quemaba velozmente... portando consigo también el botón de rosa blanca... mientras el botón se consumía en el fuego, él veía su rostro, el rostro de ella. Lo veía, lo veía entre las llamas, en el estruendo, mientras la gente escapaba lejos del peligro y él no podía hacer otro tanto. E incluso la imagen de su rostro lo estaba abandonando, como lo estaban abandonando sus fuerzas. Sus últimas fuerzas, sus últimos suspiros... la llamó, por una última vez, para que al menos el sonido de su nombre no lo abandonase de frente a la muerte.

Óscar...

 

La primera cosa que llegó a ver, cuando reabrió los ojos, no obstante sintiese la piel distenderle en modo indecible, fueron los ojos de Marianne.

Aquellos ojos lo miraban con tristeza, con piedad tal vez. André intentó moverse, pero el dolor en los brazos le impedía coordinar los movimientos. Entonces fue que se dio cuenta de estar todavía vivo, que todo aquel dolor que sentía era la prueba de que estaba todavía vivo, que había sobrevivido a aquel horror.

Marianne, la anciana gobernanta del profesor, se acercó a él y le hizo una caricia sobre la frente. Lo ayudó a alzarse sobre los cojines.

-Gracias- murmuró André, no sin dolor.

El viejo profesor entró en la habitación. Se acercó lentamente al muchacho apoyándose sobre su bastón viejo y gastado.

-Son tiempos terribles, André, ¡son de verdad terribles! ¿Cómo te sientes, muchacho mío?

-¿El panadero? ¿Qué ha sido del panadero?

-Está vivo, André, tu intervención ha hecho que pudiese escapar, pero no sé si se repondrá jamás de lo que le ha sucedido. La panadería era toda su vida, y no le ha quedado nada. Son tiempos terribles muchacho. ¿Cuál puede ser la responsabilidad de un hombre que pasa la vida haciendo pan, si pan hay siempre menos? ¿De qué tenía culpa el pobre Martin? ¿Es culpa suya la sequía de la última cosecha? ¿Es culpa suya si de grano hay poco? ¿Es culpa suya si los impuestos son tan altos que la gente no tiene más dinero para comprarle, aquel poco pan? Con todo, aquellas bestias se las han tomado con él... y contigo, que estabas allí sólo para comprarlo, aquel maldito pan. Pero el Rey, ¿sabe lo que sucede aquí? ¿Sabe que la gente muere de hambre y que también está dispuesta a matar por esto? ¿Lo sabe? ¿O los pasatiempos de aquella mujercilla de la Reina austriaca le impiden ver que su pueblo se vuelve cada día más hambriento y se torna malvado? Excusa, André, ciertas cosas tal vez no debería decirlas, pero... pero la situación en París deviene cada día más difícil y también yo, también yo, que enseñaba a ti y a Óscar que el Rey de Francia debe ser servido con fidelidad y devoción, estoy convencido que este mundo debe cambiar, que el Rey debe cambiar. Yo no entiendo. El Rey es un hombre como todos los otros: tiene una mujer, hijos, ¿es posible que no comprenda que esta situación no puede llevar a nada bueno? Es posible que no entienda ¿qué pueden hacer un padre y una madre si no pueden más quitarle el hambre a sus hijos? ¿Es posible que no entienda? Cada día se vuelve más duro. Y la gente siempre se enfurece más. Esta situación traerá sólo dolor, André, sólo dolor y violencia. La gente tiene todavía temor al Rey y a sus guardias, pero hay quienes fomentan la revuelta. Tarde o temprano también aquel residuo de temor al Rey que la gente tiene, terminará por desaparecer. Por que cuando la gente tiene hambre no mira más a la cara de nadie. Y entonces podría no haber salvación para ninguno.

El profesor miró fuera de la ventana con aire muy preocupado.

-¡Llévatela, André! ¡Llévate a Óscar de allí! Un día, incluso Versalles podría incendiarse como el horno del pobre Martin.

-Veréis, profesor, hace ya algún tiempo que Óscar intenta poner en guardia a la Reina, intenta aconsejarla por las buenas. Pero la Reina tiene otras ideas y Óscar no consigue hacerle comprender que no debe arrojar el dinero inútilmente. No lo creeréis, profesor, pero la Reina no es una persona sin corazón o malvada. Es una mujer triste, e infeliz.

-No lo sé, André, pero espero verdaderamente que tu Óscar llegue a hacerle entender que así este país no podrá seguir adelante.

-¿Qué ha dicho el doctor de mis heridas? ¿Podré levantarme mañana?

-No, no André. El médico ha dicho que tienes un temple fuerte, pero que no podrás reponerte del todo antes de al menos un mes.

-¡No! No es posible, yo no puedo quedarme aquí en cama, yo... yo debo...

-André, escucha, el médico ha sido categórico. Por una semana al menos deberás permanecer en cama en reposo absoluto. Después podrás recomenzar a alzarte gradualmente pero no podrás salir antes de un mes al menos. Cuando estés un poco mejor podremos hacer venir aquí a los dos muchachos a los cuales habías comenzado a dar lecciones. Han venido a verte hace un par de horas, cuando todavía no habías recuperado el conocimiento, te han traído dulces. Ya te son muy aficionados. Creo verdaderamente que hacer docencia sea el oficio más apto para ti y, te diré, estoy feliz que tú lo hagas. Estoy orgulloso de ti, sí, estoy muy orgulloso.

André volvió el rostro hacia la ventana con aire triste.

-Un mes... un mes... no puedo permanecer un mes sin...

-...verla? ¡André! ¡No, André! ¡Tu salud es más importante que eso! No puedes moverte, en este punto deberá ser ella quien te busque. En el fondo son ya una quincena de días que estás aquí. ¿Y ella? ¿Ella te ha buscado, acaso? Me parece... me parece ciertas veces no reconocerla. Te quería bien, te quería mucho cuando era niña, yo lo veía. ¿Qué ha sido de la niña que conocía yo? André, ciertas veces pienso que aquello que estás haciendo para acercarte a ella sea inútil... en el fondo... ¿qué has obtenido hasta ahora?

-No, profesor, yo no puedo y no quiero creer que ella no haya pensado en mí en estos días. Ha tomado mis billetes. Y no creo que lo que he escrito hasta ahora pueda haberla dejado indiferente. No es posible. Y, ¿qué pensará si al improviso no los encuentra más? Podría pensar que no me importa más, nada de ella. Si no encontrase más, nada que le recuerde a mí, podrá olvidar hasta aquel vislumbre de sentimiento que ha sentido por mí y que tal vez, quizá, estaba comenzando a recordar...

-André, por favor, ahora basta. No te tortures inútilmente. En esto pensarás cuando estés mejor. Por ahora piensa sólo en reposar, el médico ha dicho que debes reposar lo más posible.

El viejo profesor dejó el cuartito. André miraba las nubes transportadas por el viento a través de los vidrios de la ventana. Tristemente.

 

La jornada había transcurrido monótona para Óscar. Con todo, sus pensamientos no habían sido nunca tan agitados como aquel día. Había dormido poco y mal la noche anterior. Se había despertado varias veces. Cada vez que su mente la constreñía a volverse a ver haciendo el amor con él. Y había sucedido varias veces. Se había jurado a sí misma, alzándose del lecho, que no habría más pensado en él, en las sensaciones que la memoria parecía haberle restituido. Había continuado a repetirse que no debía más pensarlo, que André estaba enamorado de una mujer y que aquello había sido para ambos un error.

Un error que por algún motivo absurdo André había querido recordarle.

Había insertado los billetines en el bolsillo del uniforme. Y había salido de la habitación para afrontar la larga jornada de la corte.

Ama a una mujer, André ama a una mujer que lo ha hecho sufrir, ¿pero quién es? ¿Quién es?

No obstante las ocupaciones de la jornada en Versalles, esta pregunta la había atormentado todo el día, desde la mañana. Y así había comenzado aquel extraño juego. Casualmente, se dijo, había comenzado a observarlas. Había comenzado por aquellas mujeres que trabajaban en su casa, una por una. Había observado en ellas la belleza física, los modales. Había intentado recordar cualquier mirada particular que André hubiese dirigido a cada una de ellas. Pero ninguna de ellas le recordaba nada o le parecía ser una mujer tan especial para él.

¿Quién? ¿Quién podía ser entonces? En el fondo, consideraba Óscar, el mundo que cada día podía observar estando al lado de ella no era tan grande. Su casa... y Versalles...

¡Una de las damas de Versalles, entonces!

Óscar se dijo que la suya era sólo curiosidad y continuó repitiéndoselo varias veces, por que en ciertos momentos de la jornada incluso su curiosidad le parecía absurda, pero pasó toda la jornada en Versalles observando las damas de la corte.

¿Quién es? ¿Quién pudo ser?

Había una con una sonrisa bellísima... ¿podía ser ella?

Y aquella tan alta y elegante... ¿podía ser ella?

Y ¿aquella dama con los cabellos larguísimos y oscuros? Óscar se encontró escrutando un mechón de sus cabellos rubios. Un gesto inusual, casi absurdo para ella.

Óscar, ¿qué haces? ¿En quién piensas? ¿Qué tienen que ver tus cabellos ahora?

No... he aquí... había otra que un día había dirigido la palabra a André.

Oh Dios, ¿y si fuese ella?

Y aquella otra, un día le había sonreído.

No, no puede ser.

Algunas damas de la corte, entretanto, se habían dado cuenta de la extraña mirada entre medio indagadora y medio embarazada de Óscar, y parloteaban entre sí.

-¡Habéis visto! ¡El coronel Óscar me está mirando! ¡Y hoy visto mi peor toilette[1]!

-Pero qué decís, ¿no veis que el coronel está mirándome? ¡Está embelesado por mis cabellos!

-¡Señoras! ¡Terminadla! Recordaos que el Coronel Óscar es una mujer-, dijo una tercera dama.

-Sí, lo sabemos... pero cómo querríamos... ¡qué fuese verdaderamente un hombre!

Helo aquí, faltaba nada más esto... no puedo más con esta historia... dejadme en paz... pensaba Óscar, después de haber escuchado a las tres damas hablar de ella.

Si tú estuvieses aquí ahora, André, podrías decir una de tus ocurrencias sobre aquellas estúpidas y yo podría reír de su absurdo interés en mí. Como siempre hemos hecho juntos. Ahora en cambio me parece insostenible siquiera sólo escucharles. Me hace falta. Me hace falta tu ironía, André, debo admitirlo. Me hace mucha falta. Las llamabas "las gallinas enamoradas" y reías conmigo de esa su absurda manía en lo relativo a mí. Con todo... una de estas mujeres podría ser la mujer que amas. Podría ser una de ellas. ¿Pero quién es? ¿Quién es? ¿Es posible que una de estas estúpidas sea la mujer que amas con semejante pasión?

Terminó por darle un gran dolor de cabeza. Fue salvada por la enésima idea extravagante de la Reina para transcurrir la tarde, lo que la despertó de aquellos pensamientos tan extraños.

 

El sol comenzó el lento recorrido hacia la oscuridad. Óscar se sentía cansada y añoraba el retorno a casa.

Pero sobre todo, se dio cuenta, no esperaba otra cosa que el momento de volver a entrar a las caballerizas...

¿Qué cosa encontraré hoy? ¿Qué me habrá escrito? Óscar... no debes pensar de nuevo en estas cosas... aquello que debía decirte en fondo te lo ha dicho ya. Está enamorado de otra... en resumidas, está enamorado de una mujer. Ha sido un error para ambos, en el fondo. ¿Para qué sirve pensarlo de nuevo?... ¿Para qué sirve?... Con todo... con todo... siempre siento que algo falta... Un pedazo del mosaico falta... ¿pero cuál? ¿Y porqué? ¿Qué sucedió aquella noche, André? ¿Qué sucedió verdaderamente? Tal vez... ¿encontraré mi respuesta en lo que me habrá escrito esta tarde?...

Oscar se despidió de la Reina y se encaminó hacia las caballerizas. Sin prisa. Sabía que la cita no habría sido desatendida. Entró en las caballerizas y fue hacia su caballo.

Sin embargo, no estaba sola. Y quería quedarse sola. Inmediatamente. Despidió velozmente a los guardias que estaban retomando sus propios caballos para regresar a sus casas, mientras con la mirada buscaba algo... algo che no llegaba a ver...

Hasta que el último guardia estuvo fuera de la caballeriza. Oscar se aproximó a su caballo.

Ningún billete suspendido de la silla. Ninguna rosa blanca.

Oscar se volvió de nuevo hacia la puerta de ingreso. No había más, ninguno.

¿Dónde está? ¿Dónde está? ¿Dónde lo has escondido esta vez?

Miró debajo de la silla, pero del billete ningún rastro.

¡Este juego no me gusta para nada, André! ¿Dónde lo has escondido esta vez?

Se encontró de rodillas en la paja próxima a su caballo.

Tal vez se ha caído...

Buscó entre la paja por tierra, en el comedero del caballo, lo movió algún centímetro. Por algunos minutos había intentado desechar la idea que tal vez... esta vez...

Continuó buscando por diversos minutos antes de darse cuenta que no había ninguna rosa... y ningún billete...

...Él... no había estado allí...

Debió admitir consigo misma, entonces, que la idea de que él no le hubiese dejado nada le hacía daño, mucho daño.

No se percató, entonces, que había comenzado a hablar en voz alta, como a un interlocutor. Un interlocutor que no estaba, no obstante ella continuase a buscarlo con la mirada. Tal vez estaba escondido. Salió fuera. Versalles era grande y en aquel momento le parecía inmenso. Demasiado grande para ella. Demasiado grande para encontrarlo. Si hubiese estado allí...

Pero él no había estado allí, aquel día, simplemente.

¿Y nunca regresaría?

...No regresará... parecía decirle el viento, que comenzaba a levantarse.

Óscar sintió crecer dentro de sí una gran rabia.

¿Por qué? ¿Por qué André? ¿Todo esto era lo que querías decirme?

¡Bellaco! ¿Tal vez, tienes miedo de afrontarme? ¿O soy yo la bellaca porque hasta ahora no te he afrontado directamente?... ¿Me estoy equivocando una vez más pensando que haya otra cosa? ¿Me estoy equivocando al pensar que haya todavía alguna otra cosa que no recuerdo? ¿O era verdaderamente todo lo que querías decirme? No me digas... André, no me digas que yo tengo razón cuando pienso que ha sido un error para ambos... ¿Pero qué estoy pensando? Calma, debo permanecer calma. Y debo regresar a casa. Inmediatamente.

Montó el caballo. Se dirigió hacia casa. Pero los pensamientos no parecían darle paz mientras cabalgaba. Ni siquiera un momento.

"-Óscar... yo... debo decirte una cosa..."

Al improviso, Óscar tiró con firmeza las riendas de su caballo.

¿Qué cosa... qué cosa me dijiste aquella noche?... ¿Qué cosa debía decirme? ¿Por qué? ¿Por qué no consigo recordarlo? ¿Qué cosa, André? ¿Qué cosa no me da paz? ¡Dímelo, André! ¡Te lo ruego, dímelo!

Óscar retomó la cabalgata hacia casa.

 

Te amo, Óscar... te amo... pensaba André en aquel mismo instante, mirando a través de los vidrios de la ventana el mismo ocaso, las mismas sombras de la noche, y la imaginaba, a su Óscar, correr hacia casa, sin él. Su Óscar que desaparecía lentamente en el horizonte, casi tragada por las mismas sombras que estaban tragándose hasta la poca, débil luz sobrante en la habitación.

 

Encontró a la abuela en el umbral de casa. La mirada entre preocupada e inquieta. Óscar entró velozmente en casa. Entrando pidió perdón a la abuela por el retardo.

La siguió con la mirada mientras subía corriendo las escaleras. No. Había algo que verdaderamente no iba en Óscar. Eran muchos los días que aquella muchacha se comportaba en manera extraña, absurda. Y luego... luego había estado aquella noche en la que la había encontrado en aquel estado absurdo en su lecho. Y ahora le pedía perdón por un retardo que no era tal. Y André... ¿Qué había sido de André[2]? Habían pasado muchos días y aquel malvado no le había dado noticias sobre sí. Demasiadas cosas extrañas estaban sucediendo en su casa. Y demasiadas preguntas le quedaban irresolutas. Ella había vivido mucho y visto muchas cosas en su vida. Sabía cómo iba el mundo. Y viendo cada día aquella muchacha modificar su comportamiento, había comenzado a preocuparse. A preocuparse por su niña. Por que la había considerado siempre así. Su niña. La había criado ella y la consideraba hija suya. Y ahora había algo que la preocupaba. Muy seriamente.

La primera vez había sido casualidad. O así se había dicho. Así había querido creer. Conscientemente, casi. Había visto... había visto a su nieto...

Pero todas sus dudas tenían una sola respuesta posible: Óscar.

Decidió afrontarla inmediatamente después de la cena.

 

Óscar había comido desganadamente con el padre y con la madre aquella noche. La abuela observaba su mirada desde la puerta de la cocina.

¡Ahora basta, Óscar! ¡Si tu padre y tu madre están tan repletos de sus propias cosas como para no darse cuenta de nada, yo no puedo permanecer aquí en silencio mientras te haces daño, niña mía! Debes darme respuestas... no lo sé... pero aquí hay algo que no va... y, pensándolo bien, es justamente desde que André partió que aquí las cosas han comenzado ha tomar un extraño cariz... Respuestas... yo quiero respuestas y si de él no puedo tenerlas debo tenerlas de ti. Esta misma noche.

 

Óscar se despidió de los padres y se encaminó hacia las escaleras. Entró en el saloncillo de su habitación. Se quitó la casaca del uniforme. Tomó en la mano derecha los billetines y entró en su dormitorio.

Al improviso, cerró en un puño la mano derecha. La abuela de André estaba sentada sobre una silla vecina a su cama. Miraba los botones de rosa blanca introducidos en un vasillo. Ya se habían casi completamente abierto ambas.

Imperceptiblemente, Óscar apretó más fuerte que antes los billetines en la mano derecha.

Oh Dios... y si hubiese comprendido todo... no... no puede haber comprendido... no puede... ¿Qué hago? ¿Qué hago?

-Óscar, perdona si he entrado en tu habitación a esta hora, pero yo te debo hablar.

Piensa, Óscar, piensa en algo y rápido... no... no debe saber nada... ninguno debe saber...

-Abuela, verdaderamente estoy un poco cansada. ¿No es algo que pueda esperar a mañana?

-Óscar, yo tengo necesidad de hablarte ahora, estoy preocupada por ti.

-Pero... pero... no hay nada de qué preocuparse. ¡Por mí, para colmo! ¿Cuál es el problema? Eh, algunas veces te preocupas demasiado por mí, abuela. Estoy bien, de todos modos.

-Si yo me preocupo por ti, es porque te quiero y tú eso lo sabes. Óscar, son varios los días que te veo nerviosa, como agitada, en ciertos momentos... y luego... son varios los días que no comes bastante y según yo no duermes lo suficiente. Óscar, ¿qué te sucede? Sabes que conmigo puedes hablar... si es algo que tu padre no debe saber... encontraremos una manera... pero dime... dime qué sucede.

Óscar se sentó sobre el lecho, cerca de la abuela, el puño derecho bien apretado.

-Abuela, yo estoy bien, solamente estoy un poco cansada y preocupada. Conoces mi cargo y sabes cuáles son las responsabilidades que debo afrontar. La vida al lado de la Reina es fatigante, lo sabes... y yo...

La abuela se puso en pie. La expresión del rostro indicaba una fuerte agitación. Su tono de voz cambió. Se volvió preocupado, angustiado.

-No, Óscar, no intentes mentirme, te conozco mejor que cualquier otro. No es posible que sea sólo eso... y luego... ¿Se puede saber qué ha sido de André? Se fue al improviso, sin decirme nada y nunca antes lo había hecho. Sobre él nada me hace saber, y esto también es muy extraño. Tú eres la única que lo vio cuando se fue. ¿Se puede saber dónde está? Y, ¿por qué se fue? ¿Tal vez han reñido? Te ha dicho o hecho algo...

La abuela dejó de hablar, como si aquello que había apenas dicho fuese ya mucho.

-¿Qué... te ha dicho?... ¿Qué cosa te ha hecho? Oh Dios, niña mía, respóndeme...

Un pensamiento había atravesado la mente de la abuela. André... la mirada del nieto hacia ella, hacia su Óscar. Al inicio, le había parecido pura casualidad. Y había querido creer en una casualidad. Pero después... otras veces... otras miradas hacia ella...

Y entonces había comprendido, con espanto, con temor, qué le estaba sucediendo a aquel muchacho... ninguna otra mujer en su vida... ninguna mirada a las camareras de la casa...

Y había terminado por deber considerar aquella hipótesis terrible... André... sus sentimientos absurdos hacia aquella muchacha... ella... ella ya lo sabía... pero... había esperado... había rogado... que... el tiempo... el tiempo... habría reajustado... pero el tiempo no había cambiado... había continuado viendo las miradas de su nieto dirigidas hacia aquella muchacha. Y no eran más las miradas de un muchacho... Eran diversas... muy diversas... no eran tampoco las miradas vulgares que los hombres dirigen alguna que otra vez a una bella mujer. Eran tan diversas... ciertas veces eran tan... cargadas de sufrimiento...

Le destrozaban el corazón... pero sutilmente... le infundían mucho más miedo... Todavía, ¿cuánto habría podido ir adelante esta historia? Su nieto era un muchacho profundamente bueno... pero seguía siendo un hombre... un hombre con una mirada triste... demasiado triste... Podía volverse peligroso para su niña y para sí mismo. La idea la aterrorizaba. Nada. No debía suceder nada entre ellos. Nada. Habría sido el fin... Nana sentía su corazón latir furiosamente... si hubiese... si hubiese sucedido... La mujer miraba espantada el rostro de Óscar buscando comprender, de leer en sus ojos algo, algo que pudiese haber sucedido... André... André... ¿qué...?

La abuela se apoyó al respaldo de la silla, las fuerzas se le estaban viniendo a menos.

-¡Abuela! ¡¿Abuela, qué te sucede?! ¿Te sientes mal? ¡Siéntate, corro a tomar algo!

-¡No!- La anciana aferró con fuerza el brazo derecho de Óscar. Por el dolor del apretón por poco Óscar no fue constreñida a abrir el puño.

Óscar hizo sentar a la abuela. –Abuela, te lo ruego, quédate tranquila-, Óscar esbozó una sonrisa, -André estará ausente por poco tiempo, me había dicho que habría regresado pronto. Quédate tranquila, no ha sucedido nada. No hemos reñido. Quería solamente encontrarse con sus primos. Es cuestión de pocos días y estará de nuevo aquí. Pero disculpa... ¿qué debía decirme tu nieto así de terrible?- Óscar estalló en una gran carcajada.

Viéndola reír la abuela se sintió tranquilizada... tal vez... tal vez no había sucedido nada... o al menos... no había sucedido aquello que temía...

-Con todo, abuela, sobre una cosa tienes razón... en efecto, en estos días no he comido mucho... y... ahora tengo mucha hambre... no será que ¿todavía habrá algo qué comer?

La abuela se levantó. –Bien, ¡te preparo de inmediato algo!- Se dirigió hacia la puerta.

La abrió, y se volvió hacia Óscar.

-Pero si dentro de algunos días aquel inconsciente de mi nieto no regresa a casa, me las compondré para hacerlo regresar[3], directamente de casa de los primos.

La abuela salió de la habitación.

 

Óscar se dejó caer a lo largo del lecho. Soltó sobre las cubiertas el precioso contenido de la mano derecha. Lo miró.

André... ahora estoy de verdad... todavía pocos días y estaré de verdad en apuros[4]... ¿En dónde estás, André? ¿Dónde estás? ¿En dónde estás ahora? Y, ¿por qué... por qué tu abuela parecía aterrorizada que tu pudieses... decirme... algo?... Pero ¿qué cosa? ¿Qué cosa André?

 

En los tres días que siguieron todo había regresado a una aparente normalidad. Óscar no había encontrado más ni billetines ni rosas esperándola. La vida de Versalles discurría sin problemas, sumergida en su tranquilidad, en su desconcertante banalidad.

Óscar se encontró muchas veces pensando en él, esperando hallar una señal de su presencia. Nada.

Ninguna señal de su pasaje. Ni rosas, ni billetines. Descubrió haber desgastado sus billetines a fuerza de tocarlos, de tenerlos en el bolsillo.

El estallido de un temporal hizo el resto. Óscar se mojó el uniforme, hasta los bolsillos. La escritura en los billetes estaba ahora casi ilegible. El temporal cesó. Las danzas al aire libre se reanudaron. El rostro de Óscar se tornó profundamente triste, mientras tocaba lo que quedaba de los billetines. Las damas y los caballeros reanudaban su menuet[5]. Óscar cerró los ojos.

"-Óscar... yo... yo... debo decirte una cosa..."

No conseguía recordar cómo terminase aquella frase... pero estaba segura que la había pronunciado él en aquella noche maldita. Estaba segura de eso.

¿Era ese el secreto de André?

¿El secreto que la abuela también parecía custodiar? Un secreto que ella no conocía. O no recordaba. Debía habérselo dicho... André debía habérselo dicho... antes de hacer el amor con ella... antes de que hasta su habitación se colmase de suspiros y de estremecimientos que había ya llenado la carroza que los devolvía a casa aquella noche, antes de que su habitación se colmase de sensaciones que ella no había jamás sentido antes, del placer y de la pasión que había visto en los ojos de él, antes del placer y de la pasión que había sentido improvisamente nacer dentro de sí misma.

"-Óscar... yo... yo... debo decirte una cosa..."

-¿Qué cosa, André? ¿Dime? ¿Qué cosa es? ¿Qué debes... decirme?

Su pensamiento se confundió entonces con su voz de aquella noche. Apenas habían entrado en su habitación. Ella había cerrado deprisa la puerta mientras él había comenzado a besarla sobre el cuello, a abrazarla, a estrecharla por detrás. Sentía que no podía seguir deteniéndolo, y no quería seguir deteniéndolo. Quería... que continuase... que no se detuviese más... se había vuelto... y había recomenzado a besarlo, con pasión... con una pasión y una fuerza que sentía siempre más fuerte dentro de sí. Nunca había pensado en Fersen así, no había jamás pensado en un hombre así, de esta manera. Casi indecente. Pero terriblemente placentera, y excitante. Habían terminado sentados sobre su lecho y ahora ella lo dominaba casi y lo besaba apasionadamente. Él había comenzado a desvestirla y ella, después de él, había comenzado a hacer lo mismo con él. Pero él buscaba sus ojos. Sus ojos cerrados mientras continuaba besándolo. Los había buscado desesperadamente.

"-Espera, Óscar, yo..."

Y ella había abierto los ojos. Aquellos ojos verdes inmediatamente debajo de los suyos querían decirle algo. Algo terriblemente importante.

"-Óscar... yo... yo... debo decirte una cosa..."

"-¿Qué cosa André? ¿Dime? ¿Qué cosa hay? ¿Qué debes... decirme?"

Óscar supo entonces cuál era la pieza faltante del mosaico. Mientras el mosaico de los caballeros y de las damas de frente a ella componían la coreografía final de aquel menuet. Ahora era evidente a sus ojos desconcertados la respuesta a su cuestión. La sufría en su mente. Le arrebató la respiración por un instante. Llevó las manos juntas hasta sus labios.

"-Óscar, ¡debo decírtelo... es demasiado tiempo que me lo llevo dentro, debo decírtelo, perdóname, Óscar, perdóname!"

"-¿Qué, André, qué cosa te debería perdonar?"

"-Óscar, yo... yo te quiero, te quiero desde siempre... yo... te amo, Óscar... en toda mi vida sólo te he amado a ti... y no podría amar nunca a otra mujer que no fueses tú..."

El menuet había terminado. La Reina la llamaba. Su voz se superponía hasta a su pensamiento. Se había superpuesto... a su respuesta. La respuesta que ella, desnuda entre los brazos de un hombre que con lágrimas en los ojos le había apenas confesado su amor, había dado a aquellas palabras, a aquellos ojos, a aquellas lágrimas.

Solamente habría querido gritar en aquel momento, pero sólo pudo dar el brazo a la Reina para acompañarla al interior del salón de los espejos.

André... ¡¡¡André, no!!! No es posible, André... no yo... no yo, ¡te lo suplico, no, no puedo ser yo, André... te lo ruego, no!

Era el único pensamiento que consiguió formular antes que la Reina con firmeza la reclamase a su deber de caballero.

 

En el próximo episodio:

Ahora parece que el mosaico se ha recompuesto en la mente de Óscar. La extraña noche vivida con André parece no tener más secretos para ella. Pero el amor de André por ella cambia ahora las cartas sobre la mesa. ¿Qué hará Óscar? ¿Cómo afrontará los sentimientos de André y cómo afrontará sus sentimientos?

El juego continúa, y el caso nos llevará a ¡meter las zampas en la séptima (¿y última?) parte de... "El Error"!

Continúa...

 

Mail to: f.camelio@libero.it

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy Zegarra shophy@ec-red.com

Lima, miércoles 21 de abril, 2004.

 

pubblicazione sul sito Little Corner dell'aprile 2004


 


[1] NdTr. Vocablo francés. Tocado, atavío.

[2] NdTr: En el original: "Che fine aveva fatto André", literalmente, "qué fin había tenido André".

[3] NdTr: En el original "ci penserò io ad andarlo a riacciuffare", literalmente "pensaré yo en volverlo a atrapar".

[4] NdTr: En el original "sarò davvero nei guai", literalmente "de verdad estaré en los ¡guayes!" "Guay" es la forma poética de "ay". El escritor peruano Ricardo Palma tiene una Tradición titulada: "¡Ay, cuitada! Y ¡Guay de lo que aquí andaba!", la cual narra un anécdota atribuida al Demonio de los Andes, Francisco de Carbajal.

[5] NdTr: Antigua danza francesa de marcha moderada de origen popular, fue introducida en el siglo XVII en la corte de Luis XIV y pasó a la música instrumental como parte de la suite, de la sinfonía y de la sonata, volviéndose agitada y vivaz. Es célebre el Minueto del Quinteto en E+ Op. 13, Nº. 5 para cuerdas de Luigi Boccherini. Esta pieza se incluye en la banda sonora del anime.

 

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