El Error

III

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Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a R. Ikeda.

Después de la atmósfera dramática de "Diez Días", quería jugar un poco con los personajes.

Gracias, como siempre, a Laura por su apoyo y estímulo. Buena lectura.

 

André regresaba hacia casa. Se sentía más sereno después de la conversación tenida con el profesor.

Repensaba en sus palabras. Inteligencia y dignidad... Parecían palabras lejanas e inalcanzables como quimeras.

Sin embargo, reconocía que el profesor tenía razón, que debía llegar a proceder en modo inteligente y a mantener su dignidad, cualquier cosa hubiese sucedido. Como el profesor en su habitación. Como el profesor entre sus libros. Como el profesor en su pobreza. Con dignidad.

Repensó también a cómo el profesor había definido a Óscar.

Testaruda e insolente, tan fuerte cuanto frágil.

No había jamás pensado, André, a este aspecto de la personalidad de Óscar, o al menos no lo había jamás hecho en modo consciente. No le había jamás parecido frágil, Óscar, la había siempre visto fuerte y valiente, testaruda, orgullosa e insolente, a veces, y terca, pero no frágil, no frágil.

La había visto en dificultad sólo una vez en la vida, cuando debía escoger si entraba verdaderamente en la Guardia Real, pero también entonces no le había parecido frágil, no, había sido combativa, indecisa, pero no le había jamás parecido frágil.

Tal vez este era un aspecto de Óscar que él, no obstante estuviese cercano a ella toda una vida, no había conseguido coger, o que, tal vez, justamente el afecto y, seguidamente, el amor por ella le habían impedido considerar como una parte de ella, una parte de su Óscar, una parte de la mujer de la que estaba enamorado.

Frágil, André se descubrió sonriendo de frente a esta palabra. No la veo a Óscar frágil e indefensa... no la veo precisamente...

En la mente de André apareció la imagen de Óscar empolvada y vestida de damilla... tropezar en los tacones altos.... realzarse... darse viento con el abanico... parpadear veloz y maliciosamente las pestañas...y...

...saltar al improviso en pies sobre una silla de frente a ella un enemigo insuperable.... que ni siquiera su celebérrima habilidad con la espada habría podido jamás vencer...

¡UN RATÓN!

André rió en voz alta. No, decididamente mi Óscar no es así...

Sin embargo, algo, sutilmente, se asomaba a la mente de André.

Y ¿si tuviese razón? Si en algún modo Óscar fuese realmente frágil... Más allá de su fuerza y de su coraje...

Con este pensamiento atravesó la verja de Mansión Jarjayes.

 

Llegado a la caballeriza, André puso a reposar su caballo. Mientras llenaba el pesebre con el heno, sintió pasos veloces arribar a sus espaldas. Se volteó de repente. De frente a él estaba Óscar.

-¡HAS INMEDIATAMENTE TUS MALETAS Y DESAPARECE DE AQUÍ! ¡Y ENSEGUIDA!

Óscar estaba furiosa y lo miraba con una mirada que no le había visto jamás usar. La mano sobre la empuñadura de la espada. Pronta a atacar. En cualquier momento. En cada momento.

André la miraba sin llegar a decir nada, sorprendido por la situación.

-¿HAS ESCUCHADO LO QUE TE HE DICHO? ¡VETE INMEDIATAMENTE DE ESTA CASA!

-Óscar, pero ¿qué sucede? ¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que no va? ¿Qué te he hecho?

-NO QUIERO ESCUCHAR UNA PALABRA MÁS. ¡DENTRO DE UNA HORA TÚ Y TODAS TUS COSAS DEBEN ESTAR FUERA DE AQUÍ, O NO RESPONDO DE MÍ!

André continuaba sin comprender qué estuviese sucediendo, por qué viese en los ojos de ella tanta rabia.

-¡YO NO ME VOY SIN QUE TU ME DES UNA EXPLICACIÓN PLAUSIBLE! ¿QUÉ TE HE HECHO ÓSCAR? ¿QUÉ TE HE HECHO?

-Y ME LO PREGUNTAS ENCIMA... ¡BASTARDO! ¡Y HAS CONTINUADO VIVIENDO BAJO ESTE MISMO TECHO COMO SI NADA HUBIESE SUCEDIDO! AMERITARÍAS...  AMERITARÍAS... ¡DESAPARECER, DESAPARECER ENSEGUIDA DE AQUÍ!

-NO, ¡YO QUIERO UNA EXPLICACIÓN! ¡Y ENSEGUIDA!

Óscar desenvainó la espada y la apuntó al cuello de André antes todavía que él pudiese reaccionar.

-¡MÁRCHATE! Le gritó.

André ahora estaba verdaderamente asustado. La mirada de ella develaba algo más que la simple rabia... parecía... odio... ¡hacia él!

Un odio que él no había jamás visto en los ojos de ella.

André de frente a aquella mirada no consiguió más responderle como habría querido.

-Está bien. Me voy. ¿Qué dirás a mi abuela? ¿Qué dirás a tu padre? ¿Por qué me expulsas Óscar? ¿Por qué...

-De tu abuela y de mi padre pensaré yo. Ahora recoge tus cosas y ¡vete!

Óscar bajó un poco la punta de la espada para consentir a André de moverse, aquello que le bastaba. No más.

 

Una hora después André atravesaba de nuevo la verja de Mansión Jarjayes. Para irse.

Óscar observaba desde la ventana de su habitación a André alejarse velozmente a caballo. Se iba. Para siempre. De su casa. De su vida. De ella. Apoyó las manos con la palma abierta al vidrio. Las lágrimas fluían sobre su rostro sin que ella las notase.

 

La taberna donde había terminado por pasar aquella primera noche alejado de la casa en donde había vivido por tantos años, lejano de la casa donde le había parecido vivir desde siempre, era un lugar conocido. André mirando en torno, comprendió que era el mismo lugar donde había comenzado aquella absurda historia. Era el lugar en el cual él y Óscar habían ido para beber aquella noche. Era el mismo lugar. Preguntó al posadero si tenían una habitación libre para la noche. Se retiró a la habitación del piso superior.

Estaba cansado, y turbado. Si algunas horas antes su problema fundamental era cómo afrontar a Óscar respecto a cuánto había sucedido entre ellos aquella noche ahora su problema había devenido mucho más grave: intentar comprender por qué Óscar al improviso hubiese cambiado en aquel modo respecto a él.. Se tiró sobre el lecho. No tenía mucho dinero consigo. Y si no al día siguiente, habría debido encontrarse un trabajo muy pronto, y un alojamiento. Su mente se fatigaba en aceptar la idea de que Óscar lo hubiese expulsado en aquel modo. Sin un por qué.

Cerró los ojos. En su mente comenzaron a reformarse las imágenes de aquella noche.

 

Habían llegado allí después de un largo vagabundeo por tabernas. Óscar quería ir a un lugar donde hubiese la menor cantidad posible de gente. Así se habían alejado bastante.

Al fin habían encontrado aquel lugar. Se habían sentado y habían ordenado de beber. Óscar continuaba bebiendo, sin decir nada, mirando hacia los otros pocos clientes sentados a las mesas. André, en aquellas ocasiones, había siempre hecho en modo de beber algunas copas menos  respecto a ella, de no embriagarse nunca del todo. De mantenerse a un nivel tal de poder aún protegerla, si ella de él hubiese tenido necesidad.

Frágil... sí, aquella noche ella parecía frágil... quizá... Estaba triste, muy triste, y continuaba atragantándose de copas, una tras otra. Yo no conseguía resistir más verla así, siempre más triste, tan silenciosa, tan perdida en sus pensamientos, tan perdida en el pensamiento de Fersen. Mi tristeza, al verla así, devenía cada minuto más profunda que aquella que Óscar sentía en su corazón y que intentaba de aturdir en el alcohol. Así bebí también yo, una tras otra, sin más imponerme el acostumbrado límite. Estaba ebrio ya cuando Óscar comenzó a hablar. No había jamás hablado así.

-André... ¿para qué sirve el amor?

-¿Qué quieres decir Óscar?

-Quiero decir, ¿para qué sirve el amor si no lleva a las personas a ser felices?

-Pero Óscar, hay muchas personas que aman y son felices en este mundo.

-¿De verdad? ¡Dale André! ¡Afuera los nombres!

-Óscar, no bromees, habrán tantas personas en este mundo que están enamoradas.

-Dime los nombres. Lo que yo veo entorno a mí son solamente personas que se destruyen por amor sin jamás ser felices por esto.

-Óscar, el hecho de que haya personas que sufren por amor no significa que el amor no deba existir. Se puede ser muy feliz si se está enamorado.

Óscar esbozó una sonrisa irónica en el rostro.

-Y tú ¿qué sabes, André? Yo no te he visto jamás enamoriscar a las muchachas. ¿Qué sabes del amor André?

-Podría decir la misma cosa de ti, Óscar... ¿tú qué sabes del amor, Óscar?

-Lo que he visto entorno a mí es más que suficiente, André. El amor no sirve para nada, si no para arruinarse la vida. Como mi Reina, que se está arruinando la existencia por el amor hacia Fersen.

-¡Óscar! Me asombras, no es de ti hacer estos discursos hacia la Reina. En su desventura, la Reina es una mujer afortunada, Óscar.

-¿Qué dices, André? ¿Cuál fortuna puede haber en estar desposada con un hombre bueno como nuestro soberano y enamorarse de Fersen?

-Que también él la ama. Que Fersen ama a la Reina. Que, bien que escondido del mundo, este amor lo han podido vivir. Aunque si por poco tiempo. ¡No obstante todo!

-Cuánto fervor en tus palabras, André... ¿Estás enamorado también tu?

El tono irónico que había adoptado en aquellas pocas palabras me había dado fastidio, mucho fastidio.

-No son asuntos tuyos, Óscar, si he estado enamorado en mi vida o bien no, ¡si estoy enamorado o bien no!

-¡Tocado! Entonces André, ¡estás enamorado! Y ¿quién es la afortunada doncella que ha hecho brecha en tu corazón? ¿Y por qué no estás con ella ahora?

-¡Te he ya dicho que no son asuntos tuyos, Óscar!

Habría querido decirle: eres tú, Óscar, maldición, eres tú Óscar, que te destruyes el físico con este asqueroso vino sólo para ofuscarte el corazón. Por un hombre que no te ama y que no te quiere, mientras yo, yo estaría pronto a hacer cualquier cosa por ti. Hasta la mayor de las locuras. Pero su sonrisa irónica al improviso desapareció. Y si aquello que le vi sobre su rostro apagó mi rabia, sus palabras fueron como una caricia. Improvisa. Casi violenta. La expresión de su rostro había devenido al improviso como... dulce... como frágil.

-Entonces, André, dime cuánto te rinde feliz este amor, dime aquello que sientes cuando estás con ella, qué os dice... qué... hace... yo...

La interrumpí, no soportaba verla al improviso así... así indefensa de frente a mí.

-Óscar, no hagamos tampoco este discurso, por favor. No sirve a ninguno.

-¡No! Yo... yo quiero saber... yo... quiero saber qué se siente. Eres afortunado André, y yo estoy contenta por ti, porque amas y eres correspondido, pero, te lo ruego, dime, dime que se puede ser feliz por amor, dime que el amor rinde feliz, que vale la pena sufrir por esta cosa que te traspasa el corazón y los pensamientos y que te colma de dudas, y de incertidumbres, que te cambia al improviso la vida, que te hace parecer todo aquello que haces tonto e inútil, que te deja sin aliento y llena tus ojos de lágrimas...

-Basta, Óscar, te estás haciendo mal, sólo te estás haciendo mal inútilmente. Yo, yo he amado mucho pero no he sido correspondido por esta persona. Y no quiero pensarlo. Vámonos, Óscar, sólo tienes necesidad de un largo sueño. Mañana te parecerá todo diverso.

Me miró, silenciosamente. Un suspiro. Después bebió una copa de vino. En silencio. Después otra copa. Continuaba mirándome y yo no conseguía más sostener su mirada. Tenía miedo, tenía miedo de que ella... comprendiese... Al improviso acercó la cabeza a mi brazo. Se apoyó. Dulcemente. Con una mirada que no le había visto jamás. Me quemó. Aquella mirada me quemó. En un solo instante.

-Llévame a casa, por favor.

Me alcé, tampoco yo estaba bien puesto. Intenté sostenerla para llevarla fuera del local. Cuando estuvimos fuera, me di cuenta que ninguno de los dos estaba en grado de cabalgar, así que habría sido mejor detener un carruaje. Óscar se apoyó a un muro. Intentaba caminar sobre sus piernas y no lo conseguía. Estaba como fastidiada de esta su improvisa fragilidad. Y la expresión dulce, que me había conmovido tan profundamente sólo algunos minutos antes, desapareció de su rostro. Mientras yo buscaba un carruaje sentí su mano tocar mi hombro.

-Tu sabes qué quiere decir amar, André, y yo quiero saberlo. ¡Quiero sentir qué se degusta!

-Óscar, frénate ahora. No digas tonterías. Debemos regresar a casa.

Como picada de mi respuesta, al improviso Óscar se enfureció contra mí.

-ERES TÚ EL QUE SE DEBE FRENAR, ANDRÉ, ¡SOY SÓLO YO QUE DOY LAS ÓRDENES AQUÍ Y TÚ DEBES OBEDECER!

-TU NO PUEDES HACER DE MÍ LO QUE QUIERES, TU NO PUEDES, ¿COMPRENDIDO ÓSCAR? TU PUEDES ORDENARME DE ENSILLARTE EL CABALLO, DE LIMPIARTE LAS CABALLERIZAS, PERO NO PUEDES DECIRME UNA COSA SEMEJANTE. ¡TÚ NO PUEDES BURLARTE DE MIS SENTIMIENTOS POR UN ABSURDO CAPRICHO TUYO! ESTÁS EBRIA Y NO SABES LO QUE DICES. POR ESO ¡FRÉNATE! ¡AYÚDAME MÁS BIEN A BUSCAR UN CARRUAJE!

-NO TE DIRIJAS MÁS A MÍ CON AQUEL TONO, ¡ERES UN MISERABLE, ANDRÉ!

-ERES TÚ QUE NO DEBES DIRIGIRTE MÁS A MÍ EN ESTE MODO. ERES SÓLO UNA PERSONA MIMADA. Y VACÍA.

Entonces me dio una bofetada. Violenta. Más de todos los puños que nos habíamos jamás intercambiado en la vida. Tenía alcohol en la sangre y ella me hacía daño. Mucho daño. Y estaba allí. Tan próxima. Tan bella. Tan deseable. Demasiado deseable. Aún en aquel momento. Aunque si me estaba diciendo cosas terribles. Auque si me hería. Tenía demasiado alcohol en la sangre. Habría debido controlarme. Habría debido. Pero pensé que si me hubiese acercado a ella me habría echado, que me habría dado uno de sus puños al estómago. El juego habría terminado allí. Era una cosa alocada pero pensaba verdaderamente que esto la habría calmado. La tomé por el brazo y la apoyé al muro de frente a mí.

-Si esto es lo que quieres, Óscar....

Me acerqué para darle un beso. Aléjame Óscar, aléjame ahora. Dame uno de tus bofetones, dame uno de tus puños. Ahora Óscar, ¡AHORA!

Mis labios tocaron levemente los suyos. Y ella parecía no reaccionar. Pero dentro de mí, dentro de mí ahora había una tempestad. Yo la quería. Con todo mi cuerpo. Con todo mi corazón. Con toda mi alma. Me acerqué de nuevo. Ella cerró los ojos, sin decir nada, en espera de mi gesto. Óscar, te ruego hagas algo, hagas algo, cualquier cosa. Si te toco de nuevo ahora yo estaré perdido, tu estarás perdida. Por que no podré más detenerme. YO NO PODRÉ MÁS.

La besé entonces, haciendo el beso siempre más profundo. Y ella no se dejaba más simplemente besar. Participaba de aquel beso. Casi con... pasión... Óscar... ¿qué está sucediendo?

Me aparté de ella, de sus labios, para besarle el cuello. La sentí suspirar. Yo no podía más detenerme. Ahora no más. Recorrí su cuerpo con mis manos, mientras continuaba besándola. Sobre el rostro, sobre los labios, sobre el cuello.

La sentía suspirar, la sentía gemir, la sentía temblar. Cada movimiento suyo me excitaba siempre más.

Al improviso me aparté de ella.

-Óscar yo... yo... lo siento...

Ahora era ella quien se acercaba a mí, era ella que me abrazaba, que hacía recorrer sus manos sobre mi espalda, era ella que me besaba, al improviso, con pasión. Acercó su boca a mi oreja.

-Yo no sé qué me esté sucediendo, André... yo... yo sé solamente que quiero hacer el amor contigo, André, ahora, ¡pronto!

-Óscar... no se puede... no podemos...

-Yo... te... yo... te... te deseo... André...

-No, Óscar, yo... yo no...

Me abrazó de nuevo. Y me encontré yo apoyado sobre aquel muro. Ella me besaba. Me acariciaba. Cada residuo vislumbre de razón en mí había desaparecido. Ahogado entre sus besos. Sumergido entre sus caricias.

Sus besos. Mis besos. Sus caricias. Mis caricias. Nada más existía en el mundo. Vimos un carruaje y lo hicimos detenerse. Subimos allí.

Y hubo otros besos y otras caricias.

Llegamos a casa. Y me llevaste a tu recámara. Sonreías. No te había jamás visto sonreír así. Y nos amamos, yo estoy seguro. Yo no recuerdo todo aquello que ha sucedido justamente, aquella noche, Óscar. En ciertos momentos la mente se nubla.

Pero yo no creo que tú verdaderamente puedas  haber olvidado. ¿Qué cosa sucede, Óscar? ¿Qué cosa te está sucediendo? ¿Por qué me has alejado de ti?

 

Perdido en el recuerdo de aquella noche, André se durmió, en el lecho frío y vacío de una vieja taberna.

Continúa...

Mail to: f.camelio@libero.it

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy Zegarra shophy@ec-red.com

Lima, domingo 08 junio, 2003.

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