Prof. Eudaldo F o r m e n t
Giralt (Univ. Balmesiana, Barcelona)
Bien personal
y bien común
I)
Persona y dignidad humana
1. La dignidad humana
En el ámbito teológico cristiano,
donde aparece por primera vez el término "persona" con la
significación actual, y en filosófico desde San Agustín y Boecio, se identifica
la máxima individualidad y la persona. Todos los autores medievales, que
tratan la temática de la persona, coinciden en relacionarla con la singularidad
o individualidad.
Lo mismo hace Santo
Tomás. La individualidad total del hombre, constituida por la de su cuerpo, con la de su vida vegetativa y
sensitiva, completada por la individuación más profunda de su espíritu, se
expresó con el término persona. La persona, en el hombre, se refiere a toda su
individualidad humana. La persona
humana expresa la individualidad del cuerpo y la individualidad espiritual o
substancial del alma, que se manifiesta
en sus facultades incorpóreas, el entendimiento y la voluntad.
En el compuesto
humano, una de las funciones esenciales
del espíritu es la de proporcionarle una mayor individualidad que a los otros
compuestos hilemórficos. El espíritu o alma humana se distingue de las otras
almas no espirituales, de las formas de los otros seres vivos, además de la
diferencia primordial de ser una substancia, una esencia inmaterial común un
ser propio, en que ya está individualizada.
El alma humana,
en cuanto es forma del cuerpo, es un principio especificador del hombre. Es este sentido, se comporta igual que las
formas sensitivas, vegetativas y de los entes inertes, que hacen que los
animales, plantas y entes inanimados pertenezcan una determinada especie, y
que, por ella, en su individualidad material posean características comunes
específicas, propias de toda la especie a la que pertenecen. Sin
embargo, el alma humana, en cuanto substancia inmaterial, o en cuanto que es un
espíritu, ya es individual, y comunica
o añade su propia individualidad espiritual al cuerpo.
A diferencia de
las otras almas, el alma de cada hombre es un individuo de la especie alma
humana o espíritu. Aunque sea forma del cuerpo, lo que no ocurre en los otros
espíritus, es individual por ser como ellos, una substancia inmaterial
subsistente, y que ha sido creada directamente por Dios[1]. No
ocurre así con las otras formas, que son universales, antes de unirse al
cuerpo, y proceden de la generación o de un cambio substancial.
El hombre es más individual que los otros seres
materiales, inertes o vivos. La expresión persona humana, significa, por
ello, lo más propio que es cada hombre,
lo más incomunicable, o lo menos común, lo más singular.
El hombre posee
una individuación material, conferida
por los principios individuantes del cuerpo, que no pertenecen a la esencia
inteligible y que son por ello, accidentes o fuera de la coherencia lógica y
también una individuación independiente del espíritu. Tiene, por tanto, una
individualidad única, que no se transmite por generación, porque no pertenece a
la naturaleza humana ni a ciertos accidentes suyos, a los que esta predispuesta
la misma naturaleza, que es transmitida con ellos de los padres a los hijos.
Explica Santo
Tomás que: “El hombre engendra seres iguales a sí específicamente, pero no
numéricamente. Por tanto, las notas
que pertenecen a un individuo en cuanto singular, como los actos personales y
las cosas que le son propias, no se transmiten de los padres a los hijos. No
hay gramático que engendre hijos conocedores de la gramática que el aprendió.
En cambio, los elementos que pertenecen a la naturaleza, pasan de los padres a
los hijos, a no ser que la naturaleza esté defectuosa. Por ejemplo, el
hombre de buena vista no engendra hijos ciegos si no es por defecto especial de
la naturaleza. Y si la naturaleza es fuerte, incluso se comunican a los hijos
algunos accidentes individuales que pertenecen a la disposición de la
naturaleza, como son la velocidad de cuerpo, agudeza de ingenio y otros
semejantes. Pero no las cosas puramente personales"[2]. De
ahí que lo estrictamente personal no se transmita.
Por esta mayor
individualidad, la persona es más digna
o que merece mayor respeto y estimación
que los otros entes materiales. La persona, por expresar la máxima
individualidad en lo creado, posee una bondad que le da máxima dignidad.
La individualidad personal es el mayor bien y, por
ello, el nombre de persona es un nombre de dignidad, de gran dignidad. De ahí
que, en la antigüedad clásica: "Debido a que en las comedias y tragedias
se representaban algunos personajes famosos, se empleó el 'nombre' de persona
para designar a los que tenían alguna dignidad"[3].
En nuestra época, podría decirse
que el poco respeto a la dignidad personal se corresponde con la negación de la
individualidad. Como indicaba Clive Staples Lewis, se advierte: "El vasto
movimiento general hacia el descrédito y, en última instancia, la eliminación
de cualquier género de excelencia humana: moral, cultural, social e
intelectual"[4].
Se confunde: "el ideal político de que los
hombres debieran ser tratados de forma igualitaria" con "la creencia
efectiva de que todos los hombres son
iguales"[5]. Lewis para explicarlo alude al
siguiente aun relato clásico sobre el rey romano Tarquino y las amapolas.
Cuenta Tito Livio que un hijo del rey,
Sexto: "Envió a Roma a una persona de su confianza a inquirir de su
padre qué quería que hiciese. Dado
que por la concesión de los dioses él tenía el poder absoluto en Gabios. No se
le dio respuesta alguna de palabra a este mensajero por no parecer, creo, muy
de fiar; el rey salió al jardín de palacio como para reflexionar, seguido el
emisario de su hijo, paseando por allí en silencio iba tronchando, según dicen,
con un bastón las amapolas que sobresalían. Cansado el mensajero de
preguntar y de esperar respuesta, entiende que su misión ha fracasado y vuelve
a Gabios; expone lo que ha dicho y lo que ha visto: que el rey no ha
pronunciado una sola palabra, fuese por ira, por odio o por su innata
arrogancia. Cuando Sexto vio con claridad lo que su padre quería y ordenaba con
sus callados rodeos, hizo matar a los ciudadanos principales"[6].
Comenta Lewis:
"La moraleja era evidente: no tolerar preeminencia alguna entre los
súbditos, no permitir que viva nadie más sabio, mejor, más famosos y ni
siquiera más hermosos que la masa, cortarlos todos por el mismo nivel, todos
esclavos, todos ceros a la izquierda, todos 'don nadies', todos iguales"[7].
Con esta grave
confusión, por una parte: "Quienes son inferiores en algún sentido -o en
todos- pueden trabajar con más entusiasmo y mayor éxito que en ninguna otra
época para rebajar a los demás a su mismo nivel". Por otra: "Quienes
se aproximan -o podrían aproximarse- a una humanidad plena retroceden de hecho
ante ella por temor (...) (Se ven) jóvenes (que) reprimen un gusto incipiente
por la música clásica, o a la buena literatura porque eso podría impedirles ser
como todo el mundo. Personas que desearían realmente ser honestas, castas o
templadas -y a las que se les ha brindado la gracia que les permitiría serlo-
lo rehúsan. Aceptarlo podría
hacerlas diferentes, ofender el estilo de vida, excluirlos de la solidaridad,
dificultar su integración en el grupo. Podrían -¡horror de los horrores!-
convertirse en individuos"[8].
2. La dignidad de la
individualidad personal
El término
persona, por expresar directamente al individuo, no tiene el mismo significado
que el de hombre. El término hombre expresa una esencia o naturaleza concreta y
común. Es concreta, por significar
todos los constitutivos, tantos los esenciales, el cuerpo y el alma, como los
principios individuantes de ambos. Es común, porque estos principios, que están
fuera de al esencia, los incluye en potencia.
Hombre es el que tiene la
humanidad o la esencia abstracta o quididad. La humanidad expresa la esencia
abstracta, aquella que significa sólo los principios esenciales, el cuerpo y el
alma, aquello por lo que algo es de una determinada especie. No incluye, por
tanto, de ningún modo los principios individuantes. La esencia abstracta es un
todo, por contener por completo los principios esenciales, pero que se significa
como una parte, por carecer de los principios individuantes. De ahí que no
pueda predicarse de un individuo. No puede decirse que Sócrates es la
humanidad. En cambio puede predicarse del mismo la esencia concreta común,
porque contiene todo lo que hay en el individuo, aunque uno de los
constitutivos esté en estado potencial. Puede decirse: Sócrates es hombre.
Sócrates expresa la esencia
concreta singular o individuo. Significa los principios esenciales, cuerpo y
alma, y los principios individuantes,
pero en acto, por ello, ya no es común sino singular. Sócrates como hombre es
un todo, y, por tanto, una esencia concreta, y, por incluir, la individuación
es también individual, pero a diferencia de hombre, concreto, individual en
potencia, y por ello, común, es singular, porque lo individuante está en acto[9].
Si la palabra
persona significa, por consiguiente, al individuo, a Sócrates, a la esencia
concreta singular o individual, parece que sea un nombre propio. Sin embargo,
no lo es, porque aun significando siempre lo individual, tiene la posibilidad
de significar a todos individuos que son personas. Esta universalidad no puede
ser idéntica al nombre común, porque la persona no significa como éste último a
la esencia concreta común. Parece que el nombre persona tiene una
caracterización lógica y gramatical distinta de los otros nombres que son o
nombres propios o comunes.
Santo Tomás
presenta este problema y ofrece su solución, al exponer el misterio trinitario
en el artículo cuarto de la cuestión 30, de la Primera parte la Suma Teológica, que lleva por
título "Si el nombre persona puede
ser común a las tres personas. Comienza advirtiendo: "Dice San Agustín en
el libro VII de La Trinidad que
cuando se pregunta: ¿Tres qué?, se ha de responder 'Tres personas', porque lo
que es la persona es común a las tres"[10].
Indica San
Agustín en este lugar que, según la fe, en Dios, hay tres personas completamente distintas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo, pero solo una esencia o naturaleza divina. Por ello, la expresión
persona no puede significar directamente la esencia divina, porque entonces, en
Dios, habría tres esencias divinas y, por tanto, tres dioses.
El termino persona,
que responde a la pregunta ¿quien es éste?, expresa algo individual en
absoluto, único e irrepetible. Sin embargo, se aplica a varias
individualidades, que, parece, por tanto, que tengan algo en común, y que sea
el nombre persona, el que, a pesar de designar lo individual, signifique lo
común.
Añade San
Agustín que el nombre "persona" tiene un empleo tan genérico que se
aplica a todos los seres espirituales, como son los hombres. Sin embargo, con
la sinceridad que le caracteriza, reconoce finalmente que no puede resolver el
problema de la compatibilidad de la significación de persona con el significado
común específico o genérico[11].
Santo Tomás
sintetiza este problema planteado por San Agustín y no resuelto, en la primera
de las objeciones de este artículo Para
probar que el nombre "persona" no es común a las tres personas se
argumenta: "Nada hay común a la tres personas más que la esencia. Pero el
término persona no significa directamente la esencia. Luego no es común a las tres"[12]. Lo mismo podría decirse de
la persona humana. La naturaleza humana es común a todos los hombres. La
persona, por tanto, no es común a todos ellos.
El Aquinate resuelve la dificultad reconociendo el carácter común del término
persona. "El mismo modo de hablar, cuando decimos 'tres personas',
demuestra que el nombre de 'persona' es común a las tres; lo mismo que, cuando
decimos 'tres hombres', damos a entender que 'hombre' es común a los tres; y,
por otra parte, es evidente que no se trata de una comunidad de realidades, a
la manera como la misma esencia es común a los tres; porque en tal caso habría
una sola persona para los tres, como hay una sola esencia". Lo que sería
herético. No hay, por tanto, una comunidad real o una verdadera universalidad,
tal como lo son las esencias abstractas o las esencias concretas comunes
El problema, por
consiguiente, está en determinar de
que manera la noción de persona puede predicarse a todas las realidades
personales, y en este sentido sea común, o en que sentido es universal su
predicabilidad. No puede ser la comunidad propia de un ente de razón, como las
negaciones o las relaciones de predicabilidad, el género o la especie. "El
nombre 'persona' no es término negativo ni intencional, sino nombre de cosa
real".
La solución es
la siguiente. "Hay que decir que incluso en las cosas humanas el nombre
persona es comunidad de razón, no como el género o la especie, sino como
individuo indefinido". Con el nombre persona, no se predica una esencia o naturaleza universal, ni abstracta ni concreta,
que es común a muchos y, por tanto, predicable de ellos. Se predica un concreto
singular, pero de un modo vago e indeterminado y en este sentido en común y
puede predicarse de las realidades individuales personales.
Esta aparente
universalidad es parecida a la que posee el nombre común cuando se le añade el
adjetivo algún. Con el término "algún" añadido al nombre común, el
que expresa la esencia concreta común, se cambia el contenido de su
significación.
La expresión
"algún hombre" es distinta del significado general de hombre, porque,
aunque conserva lo común de todos los hombres, la humanidad, la esencia
abstracta común, ya no incluye lo individual de cada uno en potencia, como en
los nombres comunes. "Un individuo indefinido, como algún hombre, indica
la naturaleza común con el modo concreto de existir que corresponde a los
singulares, esto es, subsistente por sí mismo y distinto de los demás". La
individualidad, ahora, está contenida también
en acto.
Sin embargo, su
significado no coincide con el de los nombres propios, que indican la esencia
concreta individual, y, por tanto, la totalidad esencial del hombre, la que se
atribuye o predica como especie o género, y lo individual determinado, que lo
distingue de los demás, y ambos en acto.
De manera que, como añade Santo Tomás: "Con el nombre de individuo
concreto se significa lo que precisamente lo distingue de los otros, como, por
ejemplo, con el nombre de Sócrates se significan esta carne y estos
huesos".
El adjetivo
"algún" produce una modificación. No altera la actualidad de los
constitutivos del individuo, pero indetermina la individualidad. Al significar
de un modo vago e indeterminado los principios individuantes son atribuibles a
todos los individuos de la misma naturaleza, y, por ello, tiene una cierta
comunidad o universalidad predicativa, pero no de una naturaleza.
El nombre
persona tiene una significación parecida. "Persona" no es comparable
con el nombre propio, que sólo se puede predicar de uno. Tampoco con el nombre
común, que expresa, además de la naturaleza o esencia, la individualidad de un
modo potencial. El término persona significa una generalidad de
individualidades en acto, y, por tanto, de una manera indefinida o
indeterminada. Con el significado de individuo vago o indeterminado, se puede expresar, por una parte, la
individualidad propia de cada persona, con la distinción real de las personas
entre sí, y, por otra, y al mismo tiempo, una comunidad o universalidad no
esencial.
3. La dignidad del
ser personal
La semejanza de
"persona" con "algún hombre", no obstante, no es completa. Precisa, Santo Tomás a
continuación: "Sin embargo, hay que advertir que algún hombre indica la
naturaleza o individuo por parte de la naturaleza, y, en cambio, el nombre
'persona' no ha sido impuesto para significar al individuo por parte de su
naturaleza, sino para significar una realidad subsistente en tal
naturaleza". Aunque "persona" incluya en acto, pero de modo
Indefinido o
indeterminado, las individualidades esenciales, trasciende todo lo esencial,
porque significa o nombra a la realidad o entidad subsistente.
Afirma el Aquinate que: "por el ser el ente
subsiste en la especie"[13]. El ser es acto primero, constitutivo y fundamento de
la misma esencia, y causa inmediata de todas las perfecciones del ente. El ser
es una realidad metafísica, que no sólo no es captable por los sentidos, como
todas las otras, sino que tampoco es objeto de la inteligencia, y cuyo
conocimiento es posible, porque a cada
persona se le revela su ser propio en su conciencia intelectual, en la
percepción intelectual de que es o existe, de la que tiene una absoluta certeza
y cuyo objeto, su ser propio, indica con la palabra "yo". El ser del
ente es lo que le hace subsistir.
También explica
Santo Tomás que: "se dice subsistir al existir por sí y no en otro"[14].
El subsistir es un modo especial de existir, el existir por sí y en sí, o por
propia cuenta, de una manera autónoma e independiente. El subsistir es propio de la substancia. El otro
modo de existir, el inherir, o el existir por otro y en otro, es privativo de
los accidentes. Lo que hace existir o encontrarse en la realidad, del
modo que sea es siempre el ser. El ser que hace existir por propia cuenta y no
en otro, será el ser propio de la substancia, pues si ésta existiera por otro
ser, que no fuese el de substancia, ya no existiría por sí misma sino por otro.
En cambio, los accidentes no existen por un ser propio, sino por el de la
substancia.
La persona, a
diferencia de todos lo demás nombres -que directamente la esencia y de modo
indirecto el ser-, sin la mediación de algo esencial, se refiere recta o
directamente al ser. Nombra así al
fundamento individual inexpresable esencialmente de cada hombre.
Santo Tomás,
para expresar la denotación del ser propio personal, asumió la definición
clásica de Boecio. El pensador romano definió la persona como "Substancia
individual de naturaleza racional"[15].
También el Aquinate la definió con
términos parecidos pero destacando su referencia a la subsistencia, del
siguiente modo: "Persona es el subsistente distinto en naturaleza
racional"[16].
En estas dos
definiciones de persona, queda expresada implícitamente la tesis propia de
Santo Tomás, que: "El ser pertenece a la misma constitución de la
persona"[17]. El
principio personificador, el que es la raíz y origen de todas las perfecciones
de la persona, incluida su individualidad total, es su ser propio.
En la noción de persona, al
expresarse directamente el ser, se
alude igualmente de modo inmediato al
ser participado en un grado máximo, en el ser del espíritu. Si la persona es lo
que posee "más" ser, es lo más digno y lo más perfecto del mundo.
"La persona significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza"[18],
o como dice también Santo Tomás: "Es lo más digno de toda la
naturaleza"[19].
Persona nombra
rectamente al máximo nivel de perfección, dignidad, nobleza y perfectividad,
muy superior a la de su naturaleza. Tanto por esta última como por su persona, el hombre posee
perfecciones, pero su mayor perfección y la más básica es la que le confiere su
ser personal.
El ser propio, que expresa la persona,
explica su máxima perfección y con su
carácter de permanencia, actualidad y de idéntico grado. La dignidad personal
es idéntica e inmutable.
Todos los
atributos de la esencia individual humana cambian en sí mismos o en diferentes
aspectos, en el transcurso la vida humana. Pueden incluso considerarse en algún
momento en potencia y no siempre en acto. Además, son poseídos en distintos grados, según los individuos y las diferentes
circunstancias individuales. No ocurre así con el constitutivo personal.
Por ello, desde la concepción hasta la muerte, el hombre siempre es persona y
en el mismo grado.
No hay categorías de hombres en cuanto personas.
Todo hombre es persona en el mismo grado que los demás. En cuanto personas,
todos los hombres son iguales entre
sí, aún con las mayores diferencias en su naturaleza individual. Por ello, como
decía Lewis deben ser tratados igual. Tiene los mismos derechos humanos. Las
personas no son iguales, en cambio, en cuanto a su naturaleza, pueden ser
buenas o malas personas, con más o menos cualidades, en un grado mayor o menor.
La igualdad humana se basa en la idéntica perfección personal, porque en cuanto a las perfecciones de su naturaleza
individual las personas son distintas.
La dignidad
básica personal es la que hace posible, como ha indicado Abelardo Lobato, el
"desarrollo de la dignidad humana", la de las cualidades inherentes a
la naturaleza humana común y a la individual. De manera que, como añade Lobato:
"El caminar del hombre hacia la dignidad es su gran aventura. El desviarse
de la dignidad su desventura". Es preciso, por tanto, desvelar: "La
necesidad de la conquista, los caminos para ello y el programa del dinamismo
ascendente de lo humano. Así se comprende la nueva dimensión de la dignidad
(...) y se advierte la responsabilidad de cada sujeto en este proceso. A la
dignidad regalo, se añade la dignidad adquirida, o se resta la indignidad
merecida"[20].
El que la
persona sea el mayor bien en lo creado, hace que sea un fin en sí misma. La persona, por su mayor posesión del
ser, en el grado propio del espíritu,
podría también definirse, siguiendo la doctrina de Santo Tomás, como aquella
realidad que puede ser un fin en sí misma. La persona, en su singularidad, es
un fin, y no puede concebirse nunca como un medio hacia las demás cosas. La
persona, en este sentido, es un fin absoluto. I individualmente considerada,
cada persona es, por ello, un bien supremo.
La persona como
fin último, en el mundo creado, es lo sumo y lo supremo de todas las criaturas.
Por ser un fin en sí misma, la persona
guarda la mayor relación con el amor.
Una segunda definición, que podría darse, siguiendo también esta
doctrina de Santo Tomás es que la persona es aquella realidad que puede amar y
ser amada con amor de donación. Porque
es capaz de ser un fin de las otras personas, la persona es también capaz de
dar y recibir amor.
4. Dignidad "trascendental" de la
persona
Por
significar inmediatamente el ser, que en la persona creada es participado,
aunque en el máximo grado, la persona humana trasciende todos los géneros y
todas las categorías o géneros supremos. No se explica, por ello, por
determinaciones sobre géneros o especies, ni por ninguna de las categorías,
como si fuese algo meramente substancial o accidental. Nombra al ser propio de la substancia, sin
designar directamente la naturaleza participante del ser. En este sentido, la
persona tiene un cierto carácter "trascendental".
La persona no
es, sin embargo, equiparable a los conceptos trascendentales o atributos del
ente -la entidad, la realidad, la unidad, la división o incomunicabilidad, la
verdad, la bondad y la belleza- no es ni máximamente universal, ni se
identifica ni convierte con ellos. No obstante, los posee en el máximo grado.
La persona es más ente, más real, más unitaria, más distinta o incomunicable,
más verdadera, más buena y más bella que los demás entes creados. También el
orden trascendental, o en cada uno de los siete trascendentales la persona es
lo más digno.
La persona es
más propiamente ente. El ente es
"lo que tiene ser"[21], la esencia que tiene ser, y, por ello,
la substancia es más ente que el accidente, porque el ser que posee es el propio.
La persona como substancia posee un ser propio, pero con una posesión
mayor que las demás, porque, gracias a la autoconciencia de su espíritu, se
autoposee intencionalmente y volitivamente. La persona es lo más entitativo.
La esencia de la
persona, que como toda esencia expresa el grado de participación del ser, por
recibir el mayor grado de ser, es más completa y excelente que todas las otras. En este sentido, la
persona es más "res" o "cosa". Se puede decir que la
persona es lo más real De ahí que no se utilice la expresión cosa para
referirse a las personas. Incluso persona y cosa se presentan como opuestas. De
ahí que se emplee el pronombre "quien" sólo para las personas, igual
que la compuestas "quienquiera" o "quienesquiera".
En la unidad
trascendental, la prioridad de la persona se manifiesta en su totalidad, que
implica una mayor indivisión en su composición
en las personas creadas y en la simplicidad de la persona divina. La
totalidad personal es unitaria.
La supremacía de
la persona también se da en el concepto trascendental "aliquid". La individualidad de la persona revela que
es lo más "otro" o más dividido o distinto de los demás. En la aliquidad, la superioridad de la
persona se advierte en el cambio de la expresión "algo" por
"alguien", siempre referido a la persona y a su dignidad. Con las
expresiones "ser alguien" o "creerse alguien", se
significa, por ello, ser un hombre importante.
Esta suprema
individualidad o singularidad de la persona se expresa con la afirmación de que posee la
incomunicabilidad metafísica o el no se r común. En la persona todo esta
embebido de incomunicabilidad. En cualquier persona, tal singularidad tiene
siempre supremacía sobre todo lo específico o genérico. A la persona, se le
puede caracterizar como lo totalmente incomunicable.
En cuanto a la verdad trascendental, la supremacía de la
persona explica que sea el único ente que está vinculado con la verdad que está
en el entendimiento. La persona es aquel ente capaz de tener la verdad en el entendimiento,
o capaz de manifestar y declarar lo que las cosas son; pero también es el único
ente capaz de ser el fin de esta verdad, en el sentido de que sólo a la persona
es a quien va dirigida esta expresión de la realidad. La persona puede también
definirse como sujeto y término de la verdad en el entendimiento. Esta
superioridad de la persona en todos los sentidos de la verdad permite que pueda
decirse que la persona es lo más verdadero.
Respecto a la
bondad trascendental, la persona se
muestra como lo más digno y lo más perfecto del mundo. La máxima bondad y belleza, o especie
cognoscitiva del bien, de la persona, el que sea lo más bueno y lo más bello en lo creado, hacen también que sea
lo más digno en sí misma.
Por esta máxima
dignidad trascendental de la persona establece
Santo Tomás la siguiente tesis, que debe tomarse como norma general de
toda actividad humana: “Todas las ciencias y las artes se ordenan a una sola
cosa, a la perfección del hombre, que es su felicidad"[22].
Todas las criaturas del mundo no personales, -seres inertes, vegetales y
animales- están al servicio del hombre individual e íntegramente considerado,
de la persona, por su rango metafísico superior. También lo está lo realizado por el mismo hombre.
En este pasaje,
Santo Tomás establece que únicamente a las personas, a cada una de ellas en su
concreción y singularidad, tal como significa el término persona, se subordinan
todas las ciencias, teóricas y prácticas, las técnicas, las bellas artes, y, en
definitiva, toda la cultura y todas sus
realizaciones. Siempre y todas están al servicio de la persona humana. A la
felicidad de las personas, a su plenitud de bien, es aquello a lo que debe
estar dirigido todo.
II. Neouniversalismo moderno frente a deconstrucción
postmoderna[23]
1. El problema de las
oposiciones actuales
En el debate, iniciado a finales del siglo pasado,
modernidad y postmodernidad, se concretó
en siete oposiciones fundamentales: racionalismo-irracionalismo,
conciencia histórica-fin de la historia, utopía del progreso-politeísmo de
valores, principio de inmanencia-primacía de la estética, reivindicación de la
libertad-libertad de información, ateísmo-indiferentismo religioso,
metafísica-postmetafísica. Otra oposición más reciente es la de la
globalización-localismo, que no es otra que la de
universalización-fragmentación o deconstrucción, que, en definitiva se reduce
al viejo problema de lo uno y lo múltiple.
2. El valor de lo
específico y de lo individual
Un camino para
superar la contraposición absoluta de esta ultima oposición, puede ser la
profundización en la relación entre el
individuo humano o la persona, y sus diferentes grupos, con la unidad del
género humano. Para ello, es preciso tener en cuenta tres presupuestos fundamentales.
Sin estos principios, que podrían
llamarse de la globalización humana, no se puede determinar la adecuada
relación entre la persona y las distintas sociedades y solucionar los posibles
conflictos,
El primero
afirma la unidad del género humano, a
pesar de la multiplicidad de culturas, países, personas. El segundo, que esta
realidad debe ser más fuerte o que las
divisiones, siempre circunstanciales e históricas, y, por tanto,
contingentes, que separan entre sí a
los hombre y los pueblos. El tercero precisa que a pesar de esta superioridad,
de lo genérico o común, las
diferencias culturales, nacionales e
individuales son también un bien.
La doctrina de
San Agustín, que asumió también Santo Tomás,
sobre la caracterización trinitaria del bien finito ayuda a comprender
estas tesis y a cerciorarse de su certeza. San Agustín considera que son tres los elementos
constitutivos de toda realidad creada: la especie, el modo, y el orden.
El modo constituye la vertiente existencial y
singular de las realidades finitas, por el que pueden estar y actuar
determinadamente en un lugar concreto. El modo no es sino una manera de
darse las perfecciones.
La especie es el
aspecto conceptualizable de cualquier cosa, lo que atrae la atención de la
inteligencia. La especie no es sino la forma misma de una substancia o de un
accidente, es decir, el principio intrínseco de la perfección del mismo.
El orden es el
elemento relativo, fundado en los otros dos. Da razón de la referencia y
orientación de las cosas, de su dinamismo tendencial, tanto en su aspecto de
apetición o de búsqueda como de difusión de sí. El orden es, por tanto, la inclinación o tendencia que posee una
cosa según su forma, o perfección intrínseca.
Por el orden,
tiende a otras cosas distintas, a su acción, a la comunicación de sus perfecciones
y a su fin. Las dos primeras
dimensiones, el modo y especie, son las que causan la tercera, el orden[24]. Puede decirse, por tanto, que el
orden implica un orden específico y un orden particular
Según esta doctrina
agustiniana de las tres dimensiones de la realidad creada toda criatura,
su bien o su perfección es según la plenitud del modo, de la especie
y del orden. La distinción en el bien es por esta triada, que ejemplifica el
bien infinito, que, como dice San Agustín, está sobre todo modo, especie y
orden[25].
Modo, especie y
orden no son buenos en si mismos, en cuanto supongan esta triple
dimensión, porque implicaría una regresión al infinito, sino en cuanto
principios del bien.[26]
"No se llaman, pues, buenos en el sentido de que ellos formalmente lo sean
por otra cosa, sino porque otras cosas son formalmente buenas por ellas"[27].
Modo, especie y orden son tres dimensiones del bien finito, pero no constituyen
una estructura de composición, sino que suponen una misteriosa identidad y
diferenciación.
Si todas las
cosas creadas son buenas por esta triada, no lo son únicamente por su
naturaleza, sino también por su modalización propia y por su ordenación o finalidad.
San Agustín y Santo Tomás no consideran, por consiguiente, que la
singularización sea una desintegración de la esencia, sea un mal metafísico.
Como tampoco lo es la limitación, o finitud. Lo individual es un principio del
bien, que se añade al del bien general de lo específico.
3. El bien global y el bien personal
Según esta doctrina del bien agustiniana,
la existencia de un orden o finalidad específica y otro orden o fin individual
o personal y ambos buenos y constitutivos del bien de todo. Se infiere de ello
que la común vocación de la familia humana es un complemento del bien
individual.
El bien común no es extraño o extrínseco
al hombre, porque el ser humano tiene una naturaleza social y, por tanto, unos
fines sociales. Puede decirse, por ello, que, por naturaleza el hombre
forma parte de la sociedad. Afirma Santo Tomás que: "Cualquier persona
singular se compara a toda comunidad como la parte al todo"[28].
El hombre individual posee sus propios fines, su
bien personal, que es anterior a ese complemento que es el bien común. Debe
tenerse en cuenta que la sociedad humana es un todo, pero una totalidad
accidental. No es un todo substancial. Si tuviera la unidad propia de la
substancia, no sería posible que cada hombre
fuese una de sus partes, ya que la persona es una substancia, un todo
completo. La pertenencia de la persona a la sociedad universal, o cualquier
sociedad menor, sólo tiene un sentido analógico con las partes substanciales,
y, por ello, se mantiene la entidad substancial personal y sus fines propios
substanciales, que son terminados por el bien común.
La unidad de la
sociedad humana no es la de sus componentes sino la de un fin común de todos
ellos, que no exclusivo, porque cada persona tiene su propio fin. Este fin o
ideal común es conocido y buscado por
cada uno de sus miembros del género humano. Una comunidad de individuos sin
entendimiento ni voluntad, como la que se da en muchas especies animales, no
constituye una comunidad como la humana. Persiguen un bien común, pero no lo conocen
ni lo quieren libremente, sino por instinto. El bien común humano tiene una
unidad espiritual
La unidad o
comunidad del bien no es la del género o de la especie, que implicarían una
unidad esencial, sino una comunidad de finalidad. "El bien común es común
no por comunicación genérica o específica, sino por comunicación de finalidad,
puesto que el bien común es también el fin común"[29].
El bien común
tiene un carácter social y también individual, por su relación con el hombre
con la persona humana, y, por tanto, con su bien singular.
La relación entre ambos no es de
subordinación, pero no siempre en el mismo sentido. Como nota Santo Tomás:
"El bien común es mejor que el privado cuando ambos pertenecen al mismo
género, pero no cuando son de diversa clase"[30].
El bien
particular de cada persona está subordinado al bien común de la sociedad,
cuando son del mismo tipo de bien, como, por ejemplo, bienes económicos. No
admitir, en este caso, la subordinación
de los bienes particulares al común supondría negar el carácter personal del
hombre y, en último término, el reconocer el derecho moral al egoísmo.
Además gracias a
que existe un bien común, dado que se tiene un fin último común para todas las
personas, es posible la exigencia moral del amor al prójimo. Por otra parte,
también cada una de las personas debe procurar el bien común, según el lugar
que ocupa y el papel que desempeña, que normalmente de manera concreta
en la familia y en la profesión. El mismo deber que impone a la persona
humana el buscar su propia perfección, le obliga a procurar el bien común.
En cambio, el
bien común se subordina al particular, cuando éste es superior, por ejemplo, es
un bien moral. Nunca los bienes de orden inferior, aunque sean del bien común
de todos, pueden prevalecer sobre los de orden superior, como son los éticos o
espirituales[31].
Hay que
precisar, en el caso de la subordinación del bien particular al bien común, no
supone la de la persona, ni su dignidad,
a la comunidad humana, porque el bien común no se identifica con ella,
ni el bien particular con la persona. Además,
tampoco el bien común no es idéntico al bien de la comunidad,
concebida como algo separado e independiente de sus
miembros, para que sea común debe entrañar la posibilidad de que puedan beneficiarse del mismo todos sus miembros. Parte del bien propio de
las personas está incluido en el bien común. Gracias, al bien común la persona
puede conseguir grados de perfección que fuera de la sociedad en general le
serían imposibles de alcanzar.
El bien común o de toda la humanidad comporta tres
elementos esenciales que son así los bienes que debe proporcionar
necesariamente.
En primer lugar, el respeto a la
persona en cuanto tal. Es un bien común el respetar los derechos fundamentales e inalienables
de la persona humana. El respeto de la persona humana implica el de los
derechos humanos, que se fundamentan y derivan de su dignidad.
El segundo constitutivo esencial y
básico del bien común es el bienestar material y el bienestar cultural. La
sociedad debe procurar el desarrollo de todos estos bienes. En realidad, todo
aquello que es un bien para el hombre
es considerado como constitutivo intrínseco material del bien común. El
bien común exige lo que podría llamarse el bienestar social y su desarrollo del
grupo mismo. Debe facilitar, en el sentido de hacer más fácil o en caso
necesario proporcionar, todo lo referente al alimento, al vestido, a la salud,
al trabajo, a la educación, a la cultura, a la información adecuada, ya otros
derechos similares.
Es importante advertir que en el bienestar
social se presentan unidos el bienestar
material y los bienes culturales y espirituales. Esta función de la sociedad consiste en la
prosecución de la perfecta provisión de los bienes materiales, morales, intelectuales
y espirituales, es decir, de todos los medios necesarios para la plena
perfección de las personas humanas que la constituyen. Debe buscarse el bien de
la persona en su integridad.
El tercer y último elemento esencial del
bien común es la seguridad y la paz de
las `personas. El bien común implica, finalmente, un orden justo que
proporciona la seguridad de la sociedad y de sus miembros, que posibilita la
paz.
4. La paz
La paz no es
sólo ausencia de violencia, ni tampoco se limita a equilibrar fuerzas opuestas.
La paz es efecto de la justicia y también de la continua
fraternidad entre los seres humanos, que son así respetados en su dignidad de
personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad.
La
paz es un efecto directo de la asidua fraternidad o amor de benevolencia,
basado en la semejanza personal, porque la causa inmediatamente. Por ello, es
necesaria la comunicación de todo tipo de bienes para el logro de la paz.
Es igualmente efecto de la justicia. Sin embargo,
es un efecto indirecto, porque la justicia causa la paz al remover los
obstáculos, que impiden la existencia de la misma[32]. La paz, por consiguiente, no es
una virtud que pueda adquirirse inmediatamente, sino el resultado de dos virtudes,
la justicia y la fraternidad.
Para que exista
auténtica paz, la justicia ha de complementarse con el amor. La regla de la
justicia debe integrarse con la caridad. La justicia en sí misma no excluye el
rencor, ni el odio, del rencor, ni incluso
la crueldad. La justicia por sí sola no basta para la paz. Justicia y fraternidad son dos dimensiones que
deben complementarse mutuamente. No son fuerzas antagónicas, sino dos
caras de una misma realidad
La justicia, o
según su definición clásica "la voluntad constante y perpetua de dar a
cada uno lo que corresponde", que obra el bien común. El fin al que tiende
la justicia, como el de toda ley, que es justa o conforme a la justicia, es al bien común. Como afirma Santo
Tomás: "Toda ley se ordena al bien común"[33].
Así se indica en su definición: "una ordenación de la razón, en orden al
bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad"[34].
Gracias a la ordenación de la convivencia humana por la ley, los hombres
pueden lograr su inclinación al bien común y con él la amistad entre las
personas. Por ello, también decía el Aquinate que: "Toda ley tiende a
esto, a establecer la amistad de los hombres"[35].
San Agustín definió la paz como "la
'tranquilidad del orden", El motivo es porque: "La paz de una
sociedad es la concordia bien
ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos"[36]. La concordia elimina los egoísmos
y los odios, los deseos de venganza o el afán de poder. Lleva a la convivencia pacífica
Respecto a estas definiciones agustinianas de la
paz, explica Santo Tomás: "San Agustín habla de la paz que es de hombre a
hombre. Y dice que esta paz es concordia, no de cualquier manera, sino
‘ordenada’, a saber: por concordar uno con otro en lo que ambos conviene. Pues
si uno concuerda con otro, no de espontánea voluntad, sino como coaccionado por
el temor de algún mal inminente, tal concordia no es verdadera paz, porque no
guarda el orden de ambos concordantes, antes es perturbada por lo que infiere
temor. Y por esto escribe un poco antes que 'la paz es la tranquilidad del
orden', la cual tranquilidad consiste en que el individuo tenga apaciguados
todos los impulsos apetitivos"[37].
La concordia
conlleva, entre los miembros de la sociedad, el mutuo acuerdo en bienes útiles.
Como esta concordancia se realiza de modo voluntario y libre, crea
tranquilidad. La concordia entre los ciudadanos es un tipo de paz, que se
podría llamar paz exterior o paz social.
.
Añade Santo
Tomás que: "La paz se opone a una doble disensión: la del hombre consigo
mismo y la del hombre con otro. A la concordia se opone esta segunda"[38].
La paz externa posibilita otra paz más plena, la paz interior o paz personal. La definición de paz como
concordia solo se refiere a la primera.
No obstante, la "concordia ordenada" también se puede referir a la
ordenación y unificación de todas las tendencias e impulsos de cada persona.
Esta armonía personal o individual proporciona la paz interna.
La primera
definición de paz, que designa la tranquilidad, puede referirse a ambas. Al igual que la concordia externa, la
interna también lleva a la tranquilidad por estar alejada de toda lucha, ya sea
con los demás ya con uno mismo o con sus facultades superiores o inferiores.
La paz personal, por incluir la paz
exterior, es, más perfecta que esta ultima, pero la necesita como uno de sus
constitutivos. Para tener plenamente la paz interna es necesaria la paz externa. Sin embargo, para que se
dé la paz social no es absolutamente
imprescindible la paz interior de las personas, pero con ella más fácil y
duradera.
La paz es un
bien común, que como tal, debe ser respetado
y promovido. Debe procurarse por lo menos la paz externa. La sociedad
dispone de dos medios para ello: la justicia y la benevolencia fraternal. Todas
las funciones de la sociedad, que dirigen sus autoridades legítimas, requieren
ser guiadas por la justicia, la más excelente de las virtudes, como descubrió
Platón y la fraternidad, que se manifiesta en la solidaridad, virtud
emparentada con la justicia.
Puede
decirse que la paz se construye sobre dos pilares fundamentales: la justicia y
el amor. Podría añadirse también otras dos virtudes que la posibilitan la
veracidad y el respeto a la libertad. Conlleva el respeto y promoción de los
valores fundamentales del hombre. El derecho a la vida en todas sus fases de su
desarrollo; el derecho al respeto a la dignidad, independiente de la raza,
religión y sexo; el derecho al trabajo, el derecho a los bienes necesarios para
vivir
Podrían compendiarse estas cuatro
virtudes con esta máxima que debe cumplir cada persona: siempre y en todo, hay que pensar, hablar y hacer el bien. Hay que
pensar bien de los demás; hay que
hablar bien de los demás, y hay que hacer el bien a los demás.
Tres preceptos que se justifiquen, porque
es en el pensamiento donde comienza la discordia y se rompe la paz; porque las
palabras deben ser de concordia y de paz; y porque hay que buscar que, en
cualquier tipo de sociedad, desde la familia, la universidad, el mundo del
trabajo, las amistades, la vecindad, o en cualquier otro grupo social, que se
da en la sociedad, nadie sufra nunca
por nuestra causa.
Con la práctica de este precepto tan
racional y tan humano se comienza a instalar la paz. Es una manera concreta de
educarnos a nosotros mismos y a los
demás para la paz. Hay que enseñar a buscar una solución pacífica. Hay
que enseñar el mutuo conocimiento y el diálogo, así como el perdón generoso.
El ideal de la
paz, considerado como un bien primordial, no es nuevo. Los anhelos de paz han
sido constantes en la historia del hombre y muy especialmente en el
renacimiento, en la época del
nacimiento de la sociedad moderna. Siempre se ha deseado una era mejor, en la
que se viviera serena convivencia. Se impone, en nuestra época, un deber
urgente: educar a las nuevas generaciones en este ideal
Ante las
tragedias es posible abandonarse al fatalismo, como si la paz fuese un ideal
inalcanzable. La paz no sólo es necesaria, sino que también es posible. Para
ello, es precisa una educación inspirada en el respeto a la vida humana en
todas las circunstancias. Sin
respeto de la dignidad humana no son extrañas las soluciones violentas en todos
los ámbitos sociales, desde el familiar al nacional.
Uno de los enemigos de la paz son las
formas de fundamentalismo y fanatismo, de todo tipo, religiosos, nacionalista,
racista, etc., con las que se quiere justifica la lucha y el conflicto con los
demás. La lucha digna del hombre es la que hace contra sus propias
pasiones desordenadas, contra todo tipo de egoísmo, contra todo intento de
opresión de los demás, contra todo a lo que se opone al perdón y a la
reconciliación. En definitiva, a todo lo que se opone a la paz.
[1] Cf. Santo Tomás, De Spiritualibus creaturis, q. un., a. 9.
[2] Idem, Summa
Theologiae,
I-II, q. 81, a. 2, in c.
[3] Ibid., I, q. 29, a. 3, ad 2.
[4] C.S. Lewis, El
diablo propone un brindis, Madrid,
Rialp, 1994, p. 44.
[5] Ibid., p. 42.
[6] Tito Livio, Ab urbe
condita, I, 54, 5-9.
[7] C.S. Lewis, El diablo propone un brindis,
op. cit., p. 44.
[8] Ibid., p. 43. "Todo
ello queda resumido en la oración elevada a Dios, según se dice, por una joven
(...): '¡Oh Señor! ¡Haz de mí una muchacha normal del siglo XX!.' Gracias a su
trabajo esto significará cada vez más 'haz de mí una descarada, una imbécil y
un parásito'" (p. 44).
[9] Santo Tomás,
Summa contra gentiles, IV, c. 81 y De ente et essentia, c. 2.
[10] Idem, Summa Theologiae., I, q. 30, a. 4, sed
c.
[11] San Agustín, De Trinitate, VII, nn. 7-. 9.
[12] Santo Tomás,
Summa Theologiae, I, q. 30, a. 4, ob.
1.
[13] Idem, De Veritate, q.
21, a. 1, in c.
[14] Idem, De Potentia, q. 9, a. 1,
inc.
[15] Boecio, Liber de persona et duabus
naturis, ML, LXIV, 1343.
[16] Santo Tomás, De Potentia, q. 9, a. 4, in c.
[17] Idem, Summa Theologiae,
III, q. 19, a. 1, ad 4.
[18] Idem, Summa Theologiae, I, q. 29, a. 3, in c.
[19] Idem., De Potentia,
I, q. 9, a. 3, in c.
[20] Abelardo Lobato,
Dignidad y aventura humana,
Salamanca, Edibesa, 1997, p. 50
[21] Santo Tomás, In duodecim libros Metaphysicorum
expositio, I, lect. 1, n. 2419.
[22] Santo Tomás, In Metaphysicam., Proem.
[23] Texto de la intervención del autor
en la Mesa redonda , que con este mismo título, tuvo lugar el día 11 de marzo
de 2004, en el curso “Los nuevos retos pedagógicos y filosóficos. tradición, modernidad
y postmodernidad frente a la conflictividead”, de los “Seminarios de Primavera
de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo (UIMP) de Tenerife, celebrado
durante los días 8 al 12 de marzo de 2004, dirigido por los profesores Dr. D.
Juan Manuel Díaz Torres y Dra. Dª Juana Sánchez-Gey Venegas.
[24] Santo Tomás,
Summa Theologiae, q. 21, a. 6,
in c.
[25] Cf. San Agustín, De natura boni, c. 22.
[26] Santo Tomás,
Summa Theologiae, q. 21, a. 6,
ad 7.
[27] Ibid., I-II, q. 5, a. 5, ad
2.
[28] Ibid., II-II, q. 64, a. 2, in c.
[29] Ibid., I-II, q. 90, a. 2,
ad 2.
[30] Ibid., II-II, q. 152, a. 4, ad 3.
[31] Cf. Ibid., I-II, q. 113, a.
9, ad 2.
[32] Cf. Ibid., II-II, q. 29, a. 4, ad. 3.
[33] Ibid., I-II, q. 90, a. 2, in c.
[34] Ibid., I-II, q. 90, a. 4, in c.
[35] Ibid., I-II, q. 99, a. 1, ad 2.
[36] San Agustín, De Civitate
Dei, XIX, 13, 1.
[37] Santo Tomas, Summa Theologiae, II-II, q. 29, a. 3, ad 1.
[38] Ibid., II-II, q. 29, a.
1, ad 3.