Y ahora...

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¿Y ahora?

 

"Te lo ruego, perdóname. Nunca más te haré algo como esto…"

 

¿Ah, no? "Disculpa, ¿cuál es la razón?" Me parecía que iba bien…

Se apoya sobre los codos, la respiración pesante. Difícil volver a conectarse.

 

La observa, hermoso, turbado. Si bastase explicar la razón, las razones. "Porque estoy enamorado de ti…"

Desarmado, de frente a ella. Desnudo. Nada mal, desnudo, se dice ella. Otra punzada de deseo entre las piernas.

Le roza, tímido, el rostro con los dedos. No parece el mismo de hace algunos instantes.

Tampoco ella.

 

Si bastase un gesto, una acción. Le gustaría acariciarle el rostro. Pero los gestos afectuosos, no sabe cómo se hacen. Más simple es abofetear. O acoger, casi pasivos, las caricias.

Respira, siente el aire sobre el seno y el calor de la piel de él.

El velo de barba.

 

No fue un instante.

Acaso, ha sido una vida entera.

Cuando, primero rabioso, le ha sujetado las muñecas, y le ha dejado hacer. Cuando algo cambió, en él, y se los besó. Acarició. Perdido. Infinito.

Luego detrás de la oreja. A lo largo del cuello.

Y su respiración.

La voz que casi en silencio repetía su nombre.

 

Ahora presiona, duro, cálido, contra ella, húmeda. Que tiembla. Y lo querría.

 

Es tarde.

Es frío, afuera.

Adentro, se está bien. Las chimeneas dan calor. Ha estado la nieve hasta hace poco. Ha estado la nieve. Y él estaba herido.

Ahora, lo ha apenas golpeado sobre la herida. Y ha experimentado un estremecimiento en la mano.

Quería hacerle daño. Quería castigarlo. Herirlo.

 

Ahora tiembla. Y lo querría.

 

No tiene miedo. Era diverso. Sentía su calor. Su dolor. Era como si le estuviese más próxima que nunca, en el ánimo. Próxima, oh Dios, por fuerza, vista la situación.

Cuando la ha descubierta, liberada de las tiras. Cuando la miró, le pareció que la admiraba. Y ella sentía los senos alzarse, la respiración entrecortada, y moría de vergüenza. Con todo, no se cubrió.

Se quedó allí. Mírame.

Acaso preguntándose si le gustase su cuerpo. Cómo lo encontraba.

Habría querido preguntárselo. Acaso, si encuentra el valor, lo hará.

 

Cuando la besó, a lo largo del cuello, los hombros. Suavemente, y sentía su respiración. Cálida. Los cabellos. Los dedos.

La espalda. Las piernas.

Cada vez que, con su cuerpo, ha secundado sus gestos. Arqueándose. Los brazos abandonados. Acogiendo sus besos. Palmas. Venas. Hasta la punta de los dedos. Sus labios. Debajo de la camisa. Entre la piel.

Estaba casi oscuro. Y no había prisa. Ni violencia.

Era casi de noche.

 

Sentir el calor de él encerrase sobre el seno. Saborearlo. Imaginar las manos estrechándolo en el juego, en la oscuridad.

Resistir a la tentación de dejar correr los dedos entre los cabellos y apretarlo a sí. Por que habría querido más, pero quería torturarlo. Todavía hacerle un poco de daño.

Hacerle descontar, quién sabe, aquella infeliz frase. Infinitesimal de frente a veinte años de aguante. Y amor. Una última revancha. Luego, acaso, rendirse.

Acaso.

 

Si es él, quien ahora le atormenta el ombligo, y la hace enloquecer. Lengua, labios, pestañas. Y ella se siente lerda, no sabe si se está moviendo bien o sólo lo está desalentando. Lamenta no tener práctica. Se siente caliente, hasta enloquecer, pero no consigue relajarse.

Imagina, en la mente, casi todo fluir. Pero no todo está descontado.

Con todo, es suyo aquel vientre que se alza, mientras él la libera de la vestimenta, y le descubre las caderas a la noche.

Porque luego llega el silencio. Solo la respiración, suave.

Querría mirar, ver su expresión, pero desvía la mirada. En la oscuridad. Mientras él la admira. Y casi está sin aliento.

 

 

Porque es tan bella. Más de cuánto la haya imaginado. Y verdadera.

 

 

Las manos sobre las delgadas caderas. A rozarle la cintura. Descender. Suave. Las piernas. Remontar. Rozar.

Sentirla contraerse.

 

Es como una ceremonia, cuando le posa el rostro sobre el vientre. Siente la barba. La respiración.

Luego los labios. Mórbidos. Detenerse sobre ella, sin aliento, a la espera.

Luego, relajarla, con besos, lengua, calor, dedos tímidos, luego más ardientes. Voz.

 

 

"Te amo…"

 

 

¿De veras la ha escuchado? Mientras la recorre.

 

 

"Te amo…"

 

 

De veras lo ha repetido. Se contrae. Gime, y el deseo le pulsa, adentro.

 

Lo atrae a sí, entonces. Las manos, finalmente, sobre su rostro.

Un gélido dedo recorriendo la cicatriz.

Un sobresalto de pena, infinita, y junto al calor de su vientre que la apremia. Y el sexo, rígido, entre sus piernas.

Respira más intensamente. Mientras lo mira. Mientras querría decirle que la tome, pero tiene miedo. Y odia su condición de mujer, porque no es miedo del sexo, ni de él, sino de las consecuencias. Porque este ardiente deseo, que querría le explotase adentro, puede conducirla a algo que ahora no es capaz de manejar.

 

Se lo recorre con los dedos.

"…" Lo sujeta. Es húmedo. La piel, cada relieve. Juega a recorrerlo. No sabe bien cómo. Si es demasiado delicada, o demasiado insistente.

Pero él no la detiene.

 

"Óscar…"

La respiración sobre su rostro. Lo acaricia, casi fraterna.

Le bloquea la mano con la suya. Contra los cálidos labios.

"¿Puedes amarme?"

"…"

"No puedo hacerte esto… no así… al menos dime que puedes amarme…"

 

Él, quien casi se siente mal por haber perdido la cabeza, por la egoísta felicidad de estar allí en aquel momento. Él, quien no desea otra cosa que tomarla. Y perderse en ella. Pero teme que pueda ser el fin de todo.

 

 

¿Cuánto puede durar, el tiempo?

 

 

No es que no pueda amarlo. Es que no consigue decirlo.

Es que no siempre se puede confundir los tiempos.

 

 

Quería hacerle daño, antes, cuando lo abofeteó. Recordarle que estaba en su poder tenerlo en un puño. Decidir de la vida de ambos. Recordarle que él le pertenece.

O, acaso, era un grito de ayuda. Acaso quería que la detuviese. Que le impidiese cometer la enésima huevada[1]. No tanto cambiar de trabajo, cuanto alejarlo. Excluirlo.

Acaso era eso. Acaso es por esto que se lo ha dicho.

Habría podido actuar a sus espaldas. Comunicárselo cuando hubiese tomado posesión de su nuevo puesto. Acaso esperaba que, de alguna forma, él encontrase la manera de poner remedio.

No lo sabe.

Sólo sabe que, esta noche el límpido cielo, casi de nieve, cuando los campos son tersos y el cielo brilla frío de estrellas, querría que la voz no se le muriese en la garganta.

Querría llamarlo y que él no la dejase sola.

Que hubiese algo también para ella. Y no sólo aquella infinita soledad, calentada únicamente por su voz, a veces.

Querría no vivir sólo de esperanzas. A espalar la nieve de la vida[2]. Acaso aquella vida existe ya. Acaso, debe sólo dejarlo llegar al corazón.

 

Él no lo sabe.

Tiene un condenado miedo de haberla perdido.

"Te lo ruego, perdóname… nunca más te haré algo como esto…"

¿Pero qué dices? Siente que lo está perdiendo. No te vayas, no te vayas

Se apoya en los codos. El aire entre sus cuerpos. La falta[3] de él.

El sexo, aún húmedo de ella.

 

 

Debe encontrar una manera. No perder el contacto. No callarse, o habrá terminado.

"¿Piensas que te lo habría dejado hacer, en caso contrario?" La voz crítica, doliente. Aún esta vez, demasiado dura, mientras querría sonar dulce. Lo ha detenido por una muñeca. Imprevista. Es la noche de las muñecas[4], esta.

Una caricia entre los cabellos.

Casi con un instante de alivio, ha registrado como un rendimiento. Se ha acurrucado al lado de ella. Parece indefenso. Juega con los rizos, que le esconden un seno. "Lo he esperado." Admite finalmente. Aprieta sobre el pezón, que se hace duro, y ella se arquea de placer.

Ahora, parece más relajada. Vuelve a sentir el deseo, fluido, entre las piernas. Se gira, presionándose contra suyo. Los senos tiesos. El vientre contra el suyo. Un estremecimiento.

Las manos recorriéndole el hombro. Los glúteos.

 

Todo culpa de aquella taza, reflexiona. De la merienda de medianoche. De la abuela, perversa orquestadora. Anciana que le llena el cajoncillo de saquitos, lavandas, ampollas, guiñando "Tarde o temprano te servirán…" Práctica, eficaz, machacona. Cierto que lo habrá hecho también con él, par condicio[5] entre nietos, y cierto el muchacho se habrá vacilado –él no tiene todos sus problemas, ¡felices los hombres! ¡Qué amor y amor! ¡Cuando quieren joder, los machos joden! Odia a la maléfica abuela, detesta al perjuro[6] enamorado, ahora vuelta más lúcida por aquella astilla de feroces celos.

 

Se le pone encima. Los cabellos le llueven encima. Él le pone las manos sobre las caderas. Le besa los senos y ella espera que se excite al sentirla húmeda.

 

Díselo, qué te cuesta

 

Querría hablar, pero no es fácil. Dar voz a los sentimientos. Y a los miedos.

Condenado sexo. Te rinde audaz, luego no te vuelven en ti y mueres de miedo. Porque no estás lista. No aceptas el riesgo. No es tu objetivo.

Condenado amor. O aquello que es, lo que te hace desear tener al lado una persona, pero no sabes bien cómo hacer.

 

No te quedes en silencio…

¿Cuántas veces más piensas perderlo?

¿Deplorarlo?

 

"No te quedes en silencio… por favor, cualquier cosa, pero dímela…" La voz compungida. "Si me equivoqué, si puedo remediarlo… no quiero perderte. Cualquier cosa, pero no quiero perderte…" Parece perdido.

 

André, pero querría hacerte daño… de veras… pero es tan difícil… Ni siquiera aquella saludable astilla de celos…

Ni siquiera el sentirse en culpa por las perversidades que le ha echado en cara, poco antes, y aquella bofetada. ¿Segura de no quererle hacer daño?

 

Respira suavemente. Muy suavemente. Tiene miedo de cada instante que pasa. Porque tampoco ella quiere perderlo, pero su vida es un compromiso –y, acaso, no solo la suya-, y es necesario gobernarla. Y gobernar sus miedos.

 

Lo acaricia.

"Habla, te lo ruego…"

 

"Te quiero."

La voz le temblaba, pero se lo dijo.

Labios contra labios. Las narices que se rozan, frías.

Mientras con los dedos le acaricia el mentón, la cicatriz.

Ahora se siente más ligera. Y perdida. Extraviada. Descubierta.

Porque, es sólo un instante, él podría haber cambiado de parecer. Sabe que es imposible, pero el amor da miedo. Y porque ahora el camino es sin retorno. Deberá afrontarlo y no rodearlo más. Y hay cosas que decidirán los dos, y no más ella sola. Porque, dentro de poco, acaso, o antes o después, su cuerpo le pertenecerá –y a ella el de él-, devendrá suya –y él de ella-, y las consecuencias no será ella sola a ponderarlas. Calcularlas.

 

"André… ¿puedes amarme?"

"Te amo…" Mientras la abraza, mientras se abandona en ella.

 

"Puedes amarme por lo que soy…" Compungida. "… ¿Aunque si ahora no quiero hijos? Si ahora tengo miedo de tenerlos?" Porque ya le ha pedido bastante, y no quiere implicarlo más allá, si él no lo siente. "Si te pido que tengas cuidado y esto no será simple?"

"Óscar…" Sacude la cabeza, contra ella. "Sí…" La abraza, y es un abrazo cálido, que vibra de gozo.

"Sí." Le acaricia el rostro. Ahora sonríe, aliviado. "Óscar, estoy enamorado de ti: ¿Cómo piensas que podría quererte cambiar?" Aún parece incrédulo. "Me gustas como eres… me gustas así… No te quiero diferente…"

Se la tiene estrecha.

"No cambies…"

 

"André yo no soy fácil de sobrellevar, lo sabes…" Lo previene.

 

"Nunca cambies…"

 

"¿Seguro?" Adiestrada por años y años de desilusión.

 

Luego, nuevamente, le aprieta las muñecas.

Y esta vez no la deja ir.

 

"A propósito de tantos pequeños Andrecillos[7]…" ha osado bromear él.

"Abre el cajoncito", le ha dicho, la voz lánguida, el brazo estirado hacia la mesita de noche. Luego, la estocada. "Tu abuela provee siempre para llenarlo…"

"¿¿¿Siempre???" Se siente tambalear, él. "¿Qué quiere decir ‘siempre’?" A mí nunca me ha dado nada…

Se ríe, esperando que las consecuencias del golpe no sean catastróficas sobre la prosecución de la noche.

 

Respiraba suavemente, cuando, emocionada, lo sintió entrar en ella. Y fue diverso, de cómo lo había imaginado.

 

 

Se durmieron, envueltos por la noche.

Parecían felices.

 

Laura, 13 de febrero de 2007, Publicado en el sitio Little Corner noviembre de 2007.

Prohibida la publicación y el uso sin el consentimiento del autor


 

Continua...

Mail to laura_chan55@hotmail.com

Traducción del italiano al español: Shophy Zegarra Lima, 23 de agosto de 2007.

 

 

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[1] NdTr. Español peruano. En el original "cazzata" es una expresión vulgar-coloquial que tiene la connotación de "estupidez".

[2] MURAKAMI, Haruki: Dance, dance, dance. Einaudi, 2005.

[3] NdTr. Con el sentido de "ausencia".

[4] NdTr. Referida a la articulación entre la mano y el antebrazo, no alude al sentido de "juguete".

[5] NdTr. Expresión latina: Condición par. Expresión jurídica: paridad de tratamiento. Se refiere a la Ley italiana nº 28 del 22 de febrero de 2000, según la cual todos los partidos políticos pueden acceder a cualquier medio de comunicación sin excepción.

[6] NdTr. En el original "fedifrago", adjetivo aplicado a las personas que infringen un juramento o promesa. Proviene de fo°edus -e°ris 'pacto' y de un derivado de frange°re (infringir). NdA. Es una referencia irónica al adjetivo calificativo que recibía el pato Donald por parte de Tío Rico Mc pato y de Daisy, en la revista italiana para niños "Topolini", donde se publicaban las historietas de Disney.

[7] Viaja cita a "Rape". (Un fanfic de Laura, NdTr.)