Lo que queda

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Desde la oscuridad de la incertidumbre[1] emerge un grito. No, un llanto, se dice. Lo percibe como lejano, en el limbo acolchado del sueño. Una pesadilla... Luego, casi lentamente, el despertar de la realidad. Prácticamente peor que la pesadilla, piensa con sarcasmo, levantándose hasta sentarse sobre la cama.

Un toco leve y cálido sobre la piel de la muñeca dejada descubierta por la tela. "Deja, voy yo", le musita una voz dulce y adormilada.

Ella zafa la mano, con rabia. O, quizá, es resentimiento. Ya no lo sabe. Sólo sabe que está mal, mal consigo misma. No obstante el afecto, siempre, en la voz de él. No obstante su paciencia. Paciencia para qué, ¿le da la gana decir? La quiso él, no yo, esta cosa.

Quién sabe qué hora es... puede que todavía sea de madrugada, para poder dormir aún tres, cuatro horas...

No busca el cuadrante, pero sabe, por el pequeño resquicio de la izquierda, en lo alto, sobre las persianas, que casi es de día. Mierda... No encuentra la fuerza ni de levantarse, ni de apretarse debajo de las cobijas[2]. Una vez, en un tiempo feliz, aquéllas cobijas le habían parecido una nube, mórbida y acogedora, entre las cuales se dejaba deslizar y refugiar. Ahora, en el sueño, recuerda sólo el dolor de espalda que le hace casi imposible encontrar una buena posición y el despertar, esta vez traumático.

Siente ruidos, allá. Al final se levanta, con las caderas que se le parten del dolor.

Permanece allí, apoyada a las paredes, sobre las escaleras, sofocando una mirada de odio que trata de desleír en escepticismo, mientras le observa preparar la leche. ¡Papanatas! Antes no habrías sabido dónde encontrar nada, ahora veo que la cocina la conoces mejor que tus bolsillos, que, por lo demás, siempre han estado extrarepletos... Hubo una vez en que habría vuelto a pensar con afecto a la mole de objetos que conseguías amontonar allí, ahora no, ahora se la agarró con él y el afecto se perdió quién sabe dónde. No es que esté necesariamente perdido. No se consigue deshacerse de un amor tan extenso, pero ciertamente por el momento no quiere siquiera recuperarlo, lo deja allí, quién sabe, cuando la rabia se haya calmado...

Él sube las escaleras, ocupado en las operaciones, la mirada concentrada. Eres hermoso, ¡horrible papanatas maldito! Ella le observa el rostro, ligeramente inclinado hacia delante, absolutamente concentrado. Él se da cuenta y, casi tímidamente, con dulzura, levanta los ojos hacia ella. Ojos dulces, de cervato. Está tan enamorado y seguro de aquel amor que no se da cuenta de la frialdad de ella. Hay una distancia que él no llega a percibir, ni siquiera en las señales exteriores, y que ella no llega a colmar, porque ya no lo quiere.

Gira levemente la mirada, casi sin moverse, siguiendo su itinerario, en el despacho, donde hace más calor, con pasos silenciosos y atentos.

Hipócrita, hubo una vez en que aquél era mi despacho...

Se queda allí. No entra. No quiere ver cómo ha cambiado. ¡La invasión de un ser ajeno, Cristo!

Pero aunque no se va, el reguero acre y rancio de la leche que percibe no le permite engañarse. Los ojos se pueden cerrar, pero no está de humor para convertirse en una tapia para evitar que el olfato le funcione, ahora que consiguió pararla con el alcohol.

Trata de reprimir la sensación de asco y postración, juntas, que la ha invadido.

 

Marcharse, se dice... debo irme... ¿y adónde? ¿Adónde puede ir una como ella? ¿Una hecha como ella? ¿Qué le queda?

Arrancarse aquel corazón que le hace sufrir, hacer tabla rasa en el lugar de la mente y volver a empezar... está tan segura que ni siquiera así funcionaría... cuando lo que le hace daño está dentro y no solamente fuera...

Se escruta en el espejo mientras se lava.

Y desvía la mirada. Inmediatamente. No quiere ver.

Mientras el agua todavía se le escurre alrededor y la sensación del frío la envuelve, se pliega sobre sí misma, las manos entre los cabellos. Dios, qué asco... en qué asco me he convertido... y no encuentra más siquiera la fuerza de hacer algo, ni siquiera lo que por años hizo y que, en resumen, la tranquilizaba y la hacía sentir en su lugar. No sería complicado, pero no tiene ganas. Es como si algo que la aplasta contra la tierra –algo como ineluctable... y, en cambio, es ella que no tiene ganas, es solamente ella...

Se queda allí, en el frío. Bastaría alargar la mano. Tomar la toalla. Envolvérsela encima. En cambio está como bloqueada.

Quizá espera que él note su ausencia. Que venga a buscarla. No lo habría hecho antes, figurémonos ahora... ahora tiene un juguete nuevo. No, tampoco es así y quizá es también por esto que no llega a concluir, esta historia. Él la quiere bien –y ella lo sabe. Solo, ya no encuentran la manera de comunicarse.

Quizá él la ha querido bien por demasiado tiempo, piensa, a veces, y que aquel amor se ha como agotado. No, tampoco esto es correcto. Arde todavía, pero es tenue. Pero tampoco esto, no. Sólo está sobre otra línea. Atrapado en medio de otras cosas. Y ella, ahora –y desde hace tiempo-, ya no tiene la fuerza para cultivar este sentimiento, para mantenerlo. Lo ha hecho por años –y por esto también ha cometido errores- y ahora ya no es capaz, físicamente. A veces no se es capaz de hacer algo. No se trata de quererlo hacer o algo parecido. Faltan las energías. También para afrontarlo. Así lo que siente ahora es rabia. Y resentimiento. Quizá más hacia sí misma, por haber dejado que la situación avanzase demasiado. A él sigue queriéndole esa pizca de algo que le estremece el corazón cada vez que, con una mirada, quisiera fulminarlo, clavándolo en sus responsabilidades. Si, hasta ahora, ella no se ha ido, ha sido sólo por esto. Por ese algo, dentro, que no le permite ser capaz de concluir. Porque no conseguiría habituarse a no saber si está bien, qué hace... Ahora, después de haberlo amado, después de haber vivido con él, no lo conseguiría...

 

Vino a buscarla, aquél joven.

Se quedó en silencio observando sus gestos, menos precisos y más rabiosos que hace un tiempo. Ha aprendido a entrenarse sola. Está casi más sola que antes.

Una soledad que es un abismo.

Y se ve.

Cómo hace, él, su compañero, para no darse cuenta, se pregunta, mientras los ojos oscuros arden de ella.

La mira subir las escaleras mientras se seca el sudor y ella se siente como incendiarse, por aquella mirada que le pesa encima.

Ahora está allí, recostado sobre la puerta.

"En dónde está", le pregunta. Pero la respuesta ya la conoce. Afuera, hasta la noche.

Le roza el hombro con los labios. Sobre la piel desnuda le parece quemar.

 

Ahora le está besando el seno. Y la hace sentir como nunca se ha sentido hasta ahora. Como ha solo imaginado.

Quizá los besos de un examigo de larga data hacen un efecto diverso a aquellos de un extraño... quizá es por esto. Quizá... siente sólo la piel de él que casi la quema, no es como el otro –porque la piel del otro la conoce- y ya no la sorprende más. Quizá, no la ha sorprendido nunca...

¿Porqué no se lo he impedido?

No importa. No le importa a ella. Y tampoco a él.

Porque ella es hermosa, tan hermosa que parece una estatua esculpida.

Pero no es sólo esto. Son quizá aquéllas miradas de soledad desesperada que lanza, a veces. ¿Cómo hace, él, el compañero, para no darse cuenta?

En cambio él las tiene dentro, aquéllas miradas. Tiene adentro la desilusión de su voz, a veces cristalina, a veces sombría. Y la quiere. Quiere tomarla y estarle adentro y que sea suya, toda, al menos por una vez.

 

Le está encima, y le parece enloquecer del placer. Algo que nunca había sentido en la carne. No es como las otras veces.

Completamente diverso. Lo siente adentro – no es como desearlo. Es real.

"Me haces enloquecer..." le dice, mientras sofoca un estremecimiento. "No... es como con... él... "

Se levanta apoyándose en los antebrazos. La escruta. "Cómo es, con él..."

"No te detengas..." Lo vuelve a atraer hacia sí.

"Diverso..." lo aprieta dentro de sí y él se pregunta cómo será, habitualmente. Si será siempre así de fuerte.

Quizá, piensa ella, de veras hacer el amor con una persona a la que también se ha querido es diverso respecto a alguien que te atrae y nada más. Quizá, piensa, justamente son diversas las implicaciones.

"Quizá", dice, finalmente, "porque hemos aprendido a hacerlo juntos..."

No menciona todo el deseo frustrado. No menciona las expectativas desilusionadas. Y la dulzura de él. Y la tristeza de ella. Y el sentido de frustración y, luego, de culpa. Que se ha transformado en rencor.

Mientras él se siente incómodo, ante aquélla confesión.

"Dime cómo es..." Le pregunta, finalmente.

"Cómo..."

"Cómo lo hacéis..."

"No esta vez..."

 

Lo ha hecho enloquecer, irle adentro. Sentirse envuelto por ella.

"Sabes qué querría..." La voz jadeante.

"..."

"Derramarme dentro y dejarte encinta..." Ella sofoca un gemido. "... Y mirarte mientras te llenas de mí... y nace algo nuestro..." Ahora se mueve más velozmente.

Ella tiene una sonrisa triste. "No sé si estar excitada o aterrorizada, por semejante propuesta..." Gira el rostro a un lado. La mirada lejana.

 

Se ha separado de ella.

Ella no vuelve a mirarlo.

"No lo haría nunca...", dice serio. Le posa las manos sobre las caderas. Le apoya el rostro sobre el vientre. "Para mí eres sagrada..."

 

"¿Es por eso que lo hiciste conmigo?"

"..."

"Para vengarte..."

"..."

"De él..."

"Por fuerza, ¿debe haber siempre una razón para todo?" Se asomó al despacho para supervisar que todo estuviese en su lugar. Siente una sensación de asco adentro, cada vez que lo recuerda. Se detesta. Detesta su cuerpo. Detesta las implicaciones del sexo.

Sobretodo, detesta su debilidad. Decir no, antes, habría sido menos dañino.

Siente el cuerpo cálido de él contra el suyo.

"Entonces, ¿por qué lo habéis hecho?" Se acerca lentamente a la camita. No osa rozarlo.

Ella está casi disgustada con la escena.

"Él lo quería..."

"Pero tú no..."

"No fui capaz de decirle no..."

"Habrías debido decidir tú..."

"Era lo que también decía él..."

 

He cambiado las sábanas. Dejado abiertas las ventanas.

Ahora se siente mejor.

Por primera vez, después de haberse lavado, no fuga ante un espejo.

Aún tiene ganas. Trata de no pensarlo.

Son años que trata de no pensarlo. Pero el deseo sigue allí, precisamente localizado, desde que era niña y nadie se lo habría nunca esperado, y frustrante. Y la consume, casi. Como un fuego.

 

Cuando él regresa es noche, ya.

Ella va a su encuentro, él le deja sobre los cabellos un beso cansado, desatándose de su débil abrazo.

Ella cosecha la enésima desilusión. Debemos hablar... cuántas veces ha imaginado, en los últimos años, iniciar este discurso...

Para él es más fácil no escuchar... fingir que no exista problema alguno. Más aún, para él ni siquiera es un problema.

Se queda sobre las escaleras, observándolo mientras entra al despacho a apoyar sus cosas...

 

Aquélla noche y miles de otras noches ha intentado acariciarlo, besarlo. Nada. Él no parece notarlo. Se mete en la cama y duerme. Y ella queda insomne, sola, siempre más sola. Tratando de no pensar en el otro.

 

Lo ha vuelto a ver una vez más, al muchacho.

No lo ha buscado, pero volvió a encontrarla.

Una ojeada quemante. La voz incierta. "Te molesto..."

Le responde con una mirada directa y muda. Un dolor sordo, adentro.

Se cierra la puerta a las espaldas y ya no sabe qué decir.

Difícil sostener aquélla mirada. Difícil entrar en su mundo. Ella te consume. Te toma dentro. Es una extraña persona de la que no consigues siquiera explicarte qué cosa te atraiga.

 

Da algunos pasos, se sienta sobre las gradas. Mira a lo lejos. "Entonces, dime..."

Ella se le aproxima. El silencio pesa. "Nada..." Le mira los brazos, fuertes y esbeltos, los hombros definidos.

Tiende una mano, acariciando el cuello, el hombro. "Eres tan bella..."

Ella no deja de mirar a los lejos.

La toma por el brazo y la hace levantarse, hasta la recámara. Lo sigue sin una palabra. Empieza a besarla. En la boca, por todas partes. Le abre la blusa sobre los hombros, después, sobre el seno tieso.

"Quiero saber cómo lo haces tú, esta vez..."

 

Lo ha trastornado, con su manera fuerte de hacerlo. De entregarse toda. No la imaginaba así.

"Eres extraordinaria", le dice, mientras, las manos estrechadas sobre las caderas de ella, la observa sobre sí, la siente envolverlo, apretándosele alrededor. Son gestos fuertes, casi sin gestos de amor. La ama, pero es una cosa que trasciende todo, esta, entre ellos. Ella, en cambio, no lo ama, está seguro de ello. Ella está muerta en el amor de él, y es allí que continuará muriendo. El amor está finiquitado, para ella.

La ve venir, el vientre tenso, contraído. Una vez, luego otra, una vez más. La mira arquearse y luego abandonarse. Tomarse el placer de él.

Ahora también él yace, vencido, al lado de ella.

Se queda, en silencio, observándola, mientras ella mira a lo lejos, como perdida.

Para ella el sexo es como una lucha. Nunca ha sido así, con las otras. Satisfacer una urgencia, una curiosidad, follar, no hacer una figura de mierda, durar, sobrepasarla. Con ella es un juego por jugar vez por vez. La quiere. Hay momentos en que la quiere y no puede prescindir de ella... Afortunado, mientras que él no le vaya a la zaga... Cuánto podrá durar, entonces...

 

Afortunado él, tu compañero, en cambio, que ha podido tenerte, que podría tenerte... Pero ¿qué coño está preparando, aquél imbécil?

Una ojeada, mientras se sienta. A ella que, abandonada, se vuelve a retribuir aquella mirada. ¿Dos soledades? No, nunca antes ha visto una persona tan desesperadamente sola...

"Qué os sucedió..." Se le acerca más.

"..."

"Erais tan felices..." Le roza el rostro con una caricia.

"... No lo sé... ya no lo sé..." Se voltea para esconderle las lágrimas.

 

Lo espera de pie, en el patio, la gorra en mano. Hace calor. Lo ve acercarse, una mano para protegerse los ojos del sol.

"¿Qué está sucediendo?" Le enfrenta.

"..."

"¿Qué os está sucediendo? Se ve a más de una milla que os habéis alejado –y la culpa no es suya."

Lo ve fruncir las cejas.

"¡Respóndeme!" Está exasperado. No lo comprende. Lo obliga a girarse.

"Creo que ella me detesta..."

Entonces...

"Por qué no se lo dices..."

"Tiene como un muro, entorno a ella..." El tono se hace triste. "Está distante..."

"Escucha, debíais imaginar que corríais este riesgo. Evitarla no es ciertamente la mejor manera de resolver la cosa. Está claro que te considera responsable, porque la forzaste..."

Lo mira. Cartas fuera de la manga.

"Has sido un egoísta..."

"Lo sé..."

Mueve la cabeza. No puede haberse reducido así...

"Esperaba que las cosas se arreglasen..."

"Y cómo, ¿dejándola siempre más sola?"

"Era como si ya no me quisiese..."

Entonces, lo había captado...

"Debes hacer algo... o la perderás..."

"No quiero herirla una vez más..."

"Tu indiferencia la hiere más que todo, ¿lo entiendes?"

"Dejé pasar el tiempo... esperaba que... de alguna forma..."

"Ya, ¡acaso esperabas que alguien la consolase en tu lugar!" Estaba exasperado. "¡Pero es un hecho que ella te ama a ti!" Se vuelve, furibundo, y se va.

Lo deja allí, solo, sorprendido, el sol que lo enceguece, incapaz de dar un solo paso.

Lo que sucedió y a lo ha entendido. No hay necesidad de hablar.

 

Entra a la casa. En silencio.

En silencio también ella lo acoge. Ahora es el fin.

A veces he pensado de terminarla, para poner fin a esta agonía... porque me he dado cuenta que, sin este amor, no consigo vivir...

Pero este amor está muerto. Desde hace tanto tiempo. Al menos para ti. Ahora, también para mí.

Ha sido sólo un error arrastrarlo hasta ahora. Un error al que no consigo poner un remedio si no es clausurándolo todo.

Si sólo se pudiese olvidar... todo sería más fácil...

Se inclina sobre ella, la mirada empañada, no distingue las letras sobre la hoja.

La abraza, fuerte. "Te amo", le dice, suavemente, mientras ella siente las lágrimas de él caer, deslizarse a lo largo del cuello.

¿Qué quieres... qué quieres de mí, ahora?

La hace girar hacia sí. La estrecha contra él. "Me equivoqué... perdóname..."

Impertérrita, le escucha pronunciar aquéllas palabras. Como una muñeca, permanece inmóvil entre sus brazos. "Te lo ruego, te lo ruego... dame otra oportunidad..." No osa mirarla, se queda con la cabeza contra la suya.

Y ella, herida por demasiados años de soledad, no sabe ya qué decir.

Siente la presión de él sobre las muñecas. Tiene la respiración entrecortada.

Querría escapar y, al mismo tiempo, estrecharlo entre sus brazos. En el fondo, esta vida es culpa suya, piensa. A veces, basta con decidir... Se levanta, lo aleja de sí, en silencio.

Lo observa mirarla, con aquellos ojos dulces de cervato, demasiado lúcidos. Los suyos, en cambio, son fríos.

De una frialdad desconcertante.

Lo ve apoyarse en la pared, vencido, la expresión de quien ha perdido todo.

¿Cuánto nos costará habituarnos a la idea? ¿A volver a tu tranquila vida?

¡Tú puedes vivir, sin mí! ¡Soy yo que sin ti no lo consigo!

Lo detesta. En aquél momento lo detesta. Por lo que le hizo. Por lo que no ha sabido darle. Con todo, le hace daño verlo así.

Cada uno está solo...

Con todo, si hubiese seguido intentando comunicarse...

 

"Está bien", bajó la mirada, ahora. "Tú tienes razón... ya se acabó..." Se gira, hacia el montante de la puerta, perdido. No osa moverse. Ni siquiera secarse las lágrimas. Como si hacer un movimiento fuese señalar el fin de todo. Prefiere quedarse allí, suspendido en un limbo.

 

Es entonces que comprende que, sin él, no se siente más vivir. Que aquél peso dentro es la ausencia de él. Que, sin él, la sensación de vacío se quedará para siempre. Como si, el uno sin la otra, no tuviesen salvación.

Estrecha su mano con la suya, tímidamente. "No. Probemos todavía..." dice suavemente. Y adentro no sabe si se siente morir o crecer una nueva esperanza.

 

Laura, marzo-abril 2003, septiembre 2003; publicado en Little Corner el 30 de septiembre del 2003.

Pubblicazione traduzione sul sito Little Corner luglio 2006

 

 Fin

Mail to: laura_chan55@hotmail.com

Traducido del italiano al español por: Shophy shophy@ec-red.com

Lima, martes 06 de junio de 2006.

[1] NdTr. En el original "buio" significa oscuridad, pero también incertidumbre.

[2] NdTr. En español americano: mantas, frazadas; ropa de cama.