Christine

Parte IV

Warning!!!

 

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Nota: La idea la tuve en Macerata, una tarde de mayo del 2000, mientras, caminando a lo largo de la muralla, iba a hacer el mercado. Inmediatamente imaginé la escena I. Después, a continuación, una sucesiva. Una tarde, en julio, comencé a transcribirlas y a trabajar en ellas, como me suele suceder, por intervalla insaniae[1].

Bien que de todas mis historias ésta haya sido siempre la más plana, aquélla de la que tenía en mente el desarrollo desde el inicio, un desarrollo, madurado durante el otoño del 2005, me llevó a cambiar un poco el argumento, haciéndolo más disturbing[2]. Otrosí, dado que "BK", el cual requería más energías, se desenvolvía hacía el final, pude regresar a trabajar en esta historia, de la que, con los años, había juntado bastantes apuntes.

Esta nueva versión de la primera parte contiene sólo ajustes cronológicos, vista la continuación.

El copyright de los personajes pertenece a R. Ikeda – TMS-K.

El copyright de los personajes de Christine y Daniel, así como su representación, pertenecen a la autora. Las representaciones de ellos se encuentran en las imágenes de la antigua versión del I episodio.

 

Y así, en un sueño lejano, se lo preguntó.

Bajo el diluvio que los había cogido por sorpresa, habiéndose refugiado en una carroza, los rostros mojados por la lluvia como lágrimas, y velos de agua que se vaciaban sobre las calles, cubriendo cualquier otro rumor con el propio, todo, al improviso, hecho gris. Mientras gotas como lluvia se estrellaban para luego deslizarse sobre las ventanillas, rebotaban ensordecedoras y secas sobre el techo, alrededor de ellos, abrazados estrechos, envolviéndolos, como un infinito leitmotiv[1].

 

Dejó de llover, nota, cansada. Y todo parece resplandecer, revivido, más intenso.

Es tan hermoso, se dice.

Pero ella tiene frío.

 

Desde hace algún tiempo, observa con alarma y resignación, que él luce un aire distraído. Ausente. Misterioso. Sonrisas idiotas y miradas trasnochadas. Desaparece sin decir adónde va. Regresa despeinado y colorado el rostro, los ojos brillantes. Se le caen cosas de las manos y pierde el hilo de la conversación. La voz se apaga en la mitad. Casi no come y se olvida de beber. Lo que parece grave. Hasta le da un poco de pena.

Una mañana, más que las otras, de frente a aquel extraño André, como sobre una nube, no consiguió contener la curiosidad, empecinada en encontrar una explicación. O, mejor, en buscar una confirmación. Aunque fuese el primer paso hacia el infierno. Un temor latente, en el centro del pecho, mezcla de rabia y de instinto. Porque, entre otras cosas y quizá es la cosa que le roe mayormente, a parte del tardío descubrimiento de sus propios sentimientos, diciéndose enamorado de ella; ella en aquellas condiciones nunca antes lo había visto, y entonces se atormenta, si ha sido una cuestión que duró años, repensándolo. Y, al final, concluye que debe hacer sido muy hábil en esconderlo a la directa interesada.

Conociendo cuánto sepa ser reservado y huraño, cuando quiere; ha preparado un plan, para poderle sonsacar cualquier información, y, así, lo arrastró a beber, rellenándolo bien con óptimo alcohol. "Festejemos, esta noche", lo bloqueó, imperativa, cuando se apearon y él parecía listo a eclipsarse, no le había sido difícil imaginar dónde.

"Pero yo…" pensando que quizá podía pasar donde ella. No lo habían acordado, cierto, pero habría sido lindo.

"Ningún pero: avanza, muchacho", y lo tomó por la cintura y por un brazo, sin que pudiese librarse de ella, mientras él se rendía a esta extraña Óscar tan camaredesca hasta en sus gestos.

 

"Entonces, ¿qué pasa?" Mientras llenaba de nuevo la copa.

El licor oscila en el vidrio. Y él, a medias palabras, y tratando de no darles peso, bosqueja una explicación. Algo forzada y carente, según la interlocutora. Decidida a no perder el paso.

"¿La besaste?" Indaga ella, sin términos medios.

Y él divaga, sobre un paseo al claro de luna – y ella piensa enfadada en aquel maldito trabajo que le roba el tiempo, la vida -.

"¿Y después?"

Se volvió a mirarla, perplejo. Abochornado.

"Después qué, ¿disculpa?"

"¿Qué habéis hecho?"

La mira, asustado y un poco picado: "Disculpa, ¿yo te pregunto lo que haces, tú?" Más errado que eso… se ve perdido.

Y de hecho: "De casualidad, ¿te parece que yo vea a alguien?" Lo mira, gélida. "Supongo que serías el primero en saberlo…" se le escapa.

La mira derecho a los ojos. Golpeado. Y hundido. "Yo… tú… quieres decir…"

"Me parece que ya es demasiado tarde, ¿no?" Lo para en seco.

Una mirada de desesperación. Y ella se ahoga en el dolor, en el pesar, y en aquella victoria Pírrica que es su vida.

 

"Entonces, ¿Qué has planeado?" Lo libera, clemente, tras un largo, extenuante silencio, mientras él se queda ahí atormentándose acerca del concreto sentido de lo que apenas le ha dado a entender. Si está demasiado borracho como para haber intuido, si es un pobre iluso. O un pobre desafortunado que ha perdido todas las oportunidades.

"…" Le dirige una mirada de perro con el rabo entre las piernas.

Y ella lo mira de hito en hito, tratando de coger cualquier señal. Le parece el tonto de siempre.

"Nos hemos besado…"

"¿Y nada más?" Pregunta, profesional, como si fuese la quintaesencia del Ars amatoria[2].

"Pero, digo yo, qué diablos pretendes: apenas si empezamos a salir…"

A continuación se empuja, un par de medias copas, preguntándose incierta hasta qué punto quiere hacerse daño. Y luego, estoica: "Si la follas, ¿luego me cuentas cómo es?"

"Pero, ¿qué coño dices?" Estalla él.

"Disculpa, de entre los dos, eres el que tendrá experiencia más rápidamente, al menos me parece… entre amigos nos intercambiamos la información…" Lo observa mientras el tiro va al blanco. "¿O no?"

La mira, entre severo y admirado. Parece triste. La señala con la copa. "Tú estás completamente loca."

"Pero no", lo corrige ella, "sólo un poco inexperta", dejándolo totalmente perplejo. "Pero cuento con recuperar el tiempo perdido", agrega, sintiéndose diabólica y, mientras apunta la mirada desesperada de él, por un instante satisfecha.

 

Y, por lo tanto, reflexiona Óscar acerca de la suma traición de su vida, forzada fue ella: justamente ella, encadenada a la corte, mientras que él se la goza en las salidas libres, haciendo daño con las rosas dando vueltas por el mundo.

 

La ha reevaluada, cuando la vio apasionada en su trabajo No sabe explicar la razón, pero verla trabajar, empeñada, ha sido, en su personalísima óptica, como conceder al enemigo el honor de las armas.

 

"¡Es un idiota!" Prorrumpe.

Óscar se vuelve a mirarla, perpleja. "¿Disculpa?"

"¡Este periódico no está al nivel de los precedentes! Es una pérdida de tiempo escribir artículos. No se pueden tratar temas políticos, es preciso limitarse a la lírica…" se lamenta, mientras le alarga un par de hojas con letras apretadas, desordenadísimas de apuntes y tachaduras, y el borrador de un escrito para un diario.

Alza las cejas, sorprendida. Agradablemente. "Sí… lo conozco…" Mientras una punzada en el corazón le recuerda que la rival no es una cualquiera. Y que André no es uno de esos que tema a las mujeres cultas, que quiera a una para someterla.

"Escribes por esto…" pregunta, pero es más una constatación.

"Colaboro", precisa. "No es que gane mucho…"

Óscar asienta. Observándola bajo aquella nueva luz, luminosas, hablando sobre lo que hace. Y mientras brilla del amor de él. Y ella se sumerge en la nada del vacío.

"Pero yo no estoy satisfecha en lo absoluto."

"Eh, era diferente el otro… mucho. Otro nivel."

"Ya…", se encuentra acordando. "Será difícil repetir una experiencia como aquella…"

"Mi madre lo leía", recuerda ella. "A mí también me ocurrió leerlo…" Luego, con una voz vehemente, "también a André", agrega.

"Lo imaginaba", admite ella, en una sonrisa. Sin explicar porqué. Si las lecturas hechas, si la formación compartida juntos, si las indicaciones maternas.

Es Óscar quien aclara. "Mi madre quería que estuviésemos informados." No recalca, indiferente, en el plural, pero el nosotros pesa, con sus decenios y toda una vida trascurrida. "En modo moderno", agrega.

"Resultado extremadamente apreciable", aprueba, indescifrable, Christine.

 

"¿Me explicas qué ves en ella?" La mirada vagamente empañada, de taberna. El vaso estrecho entre los dedos, que se tornan pálidos. La invitó él, esta vez. "Para festejar", precisó, y ella no preguntó porqué.

"Es la que habrías podido ser tú, Óscar. Acaso." Pondera. "Con una adolescencia distinta…" le dice, pensativo y alcohólico

Óscar no hace otra cosa que esconder la turbación tras una sonrisa triste y condescendiente. ¿Pero cuánto he bebido?

Pero él no para. Despiadado. O en parte. Difícil decirlo. "Ella es la posibilidad que quien escogió por ti mató." Luego, agrega, acaso para subirle el ánimo un poco "en el fondo, cada uno de nosotros lo es, la posibilidad dejada en vida, aquella elección… y quizá cómo habríamos podido ser…"

"Coño, cuánto te odio…" casi se desparrama sobre la mesa, las manos hasta tocar las suyas, mientras se pregunta cuántas veces él haya pensado en quien, tiempo atrás, había escogido por él, matando sus posibilidades y los ojos se le llenaron de lágrimas.

"En cambio, yo te amo…" admite él, con simplicidad, como si fuese obvio, mirando a lo lejos, triste, a través del líquido. "Has sido mi primer amor desdichado…"

Ella recibe el golpe. Pero esta vez no se queda en silencio, tanto, perdido por perdido… "También tú…" Se levanta, pero no se libera del toque de sus dedos.

La mira, aturdido. Triste. Posibilidad y pesar y rencor, tras aquellos ojos. No sabe qué decir. Si no que se siente mal. Mal, pésimo. Como ganas de vomitar una vida de equivocaciones –con todo, con ella, cada instante fue hermoso y no lo renegaría. Pero, sí, querría poderlo revivir sin errores.

Se alza, tal vez querría escapar, pero no se le da. Nunca se le ha dado. Ni siquiera ahora, que ella lo sigue. Pagan, se van. Casi ninguna palabra durante la ruta, hacia casa. Hacia la prisión.

"Pero qué estamos festejando…"

"…"

"Porqué salimos, esta noche…"

"Tenía ganas de estar contigo…" Se lo dice deteniéndose, mirándola a la cara.

Sonrojo. ¿Por qué, maldito idiota, debes hacerlo ahora, ahora que estás con ella? ¿No podías pensarlo antes?

"Dame un beso…"

Ella se detiene. La respiración suspendida. Él parece serio. No quiere también perder esta ocasión. Quizá la última. La única.

Se aproxima, luego, en puntas de pie. Timidísima. Hacia él, de espaldas a una columna.

Le roza la mejilla con un beso, ligero. Y aún recuerda la sensación de aquella piel casi lisa, fresca, y de cómo es estar así próximos, que le hace saltar el corazón a mil por hora y le congela los dedos.

Luego, en silencio, sigue mirándola a los ojos, le rodea los hombros sobre la capa, y, en la noche, la conduce consigo, por aquella mágica París que ella casi no conoce.

Ellos dos, solos.

 

Se preguntó, después, a los años, lo que había sentido él, aquella noche. De si recordaba breves instantes de felicidad y, de inmediato, el temor que todo habría terminado pronto, demasiado, a estropearle la alegría de estar juntos. Recordaba el aire fresco y punzante. Y su cercanía, firme y cálida, sobre los hombros. Sin apoyársele. Como protegiendo una cosa valiosa. En aquellos momentos sólo para ella. Para ellos. Recordaba sus palabras. Las cosas que le había contado. Aquellas que, hasta ahora, nunca le había dicho. La voz por momentos baja, seductora, luego, encabritarse en una risotada, y perderse, aún, en una memoria lejana. Recordaba el azul de la noche, casi negra, y el gris de las viejas piedras, en los márgenes de las calles, como un túnel de memoria y sentidos.

 

Habría querido sólo que el rumor de los cascos, el movimiento del aire, hubiesen silenciado todo aquel discurso absurdo.

Miró sus pálidas manos apretarse sobre las riendas y la piel enrojecerse, al contacto del cuero. Habría querido poderlo arrancar con las manos desnudas. Pero no tenía, en ningún sentido, la fuerza.

"Sabes muy bien que las cosas habría podido ser diferentes", le hace notar André. Óscar acusó el golpe. Era la primera vez que aludía a lo que había habido entre ellos… André movió la cabeza: "Una parte de mí nunca dejará de amarte…" Hizo una pausa. "Mira, tú representas algo que no quiero perder por ningún motivo…" Óscar lo escuchaba. Todo parecía suspendido. "Pero estoy enamorado de Christine…" Óscar miraba a lo lejos. "… y, en el fondo, depende del hecho que me recuerda tanto a ti… Me hace pensar… en tu…", bajó la mirada y sonrió, "versión más femenina…"

"¡Pero… André!", protestó Óscar. No había dicho femenina, sino más femenina. Era diferente…

Él le sonrió con calor. Como no hacía desde hacía tiempo. Pero un relámpago de tristeza le veló la mirada.

"No habría debido enamorarme de ella…"

"…"

Él prosiguió. "Habría debido impedírmelo, al inicio… en cambio, no lo hice. Y… ahora…"

"André… yo estoy contenta… es extraordinaria." No sabía cómo se le había salido, aquella palabra. Estaba conmovida. "Sería incapaz de pensar en alguien mejor, para ti…" Dejó de hablar, cuando sintió que la voz se resquebrajaba. Y mandó el caballo al galopo, lejos, inalcanzable…

"Óscar… espera…"

Se quedó así, con las riendas entre los fríos dedos, la mirada triste, mirándola mientras, una vez más, escapaba.

Espera…

 

El tiempo había volado.

Volaba, la vida. Sobretodo, la de los otros. La suya, siempre allí.

Levantó escéptica y fastidiada la cabeza de entre los brazos. Bien protegida por sus cabellos de la mirada de quien preguntaba cómo habría sido ella, después de tantos años, sin él. Sin, pero, ¿por qué sin? Como sea, él estará siempre conmigo… pero es diferente, también yo lo sé, y todos quisieran ver mi cara, mi soledad, mi derrota…

Había un notable bochinche, por ahí. Cerveza, vino, no se atreve a pensar en otra cosa… Estaban festejando a André.

Incluso llegaba a divisarlo, abochornado y contento, brindando con este y con aquel. Y las camareras, todas alrededor de él, mimándolo, cortejándolo, después de todo ya estaba perdido…

Pero nunca fue vuestro.

Te odio…

Se levantó, apoyándose, sombría, a la mesa.

Y hasta tengo ganas de hacer el amor… mierda…

Mejor tratar de no pensar en eso.

Mejor salir a hacer una cabalgata, y calmar en la frescura de la noche las energías excedentes.

Pero esta noche no tiene ganas de alejarse, porque ahora es diferente. No estará más ahí, él, cada vez que ella lo busque. Estará fuera, donde la otra. Estará lejos. La estará haciendo suya. La estará amando. Estará viviendo. Todo, lejos de ella. Y entonces no tiene ganas de despegar la mirada de él, esta noche, hasta que él ya no esté.

La mira, de lejos. Le hace una señal, alzando la copa en un brindis.

Ella siente un vuelco en el corazón y para ahuyentarlo alzó, correspondiendo, la taza de té.

 

"Qué clase de brindis…" Su voz a sus espaldas. Un escalofrío.

La tomó por un hombro. La hizo girar. Y ella preparó su expresión más digna porque el deseo seguía ahí y temía que se notase. Y también la tristeza.

Pero no tuvo tiempo.

Porque ahora había venido a buscarla…

"Óscar… debo hablarte…"

"¿Seguro?" Lo flageló.

Y él sintió el corazón encogerse en una mordida, mientras ella escapaba.

 

Y así, se casa, reflexionó Madame.

Los brazos concertantes, la mirada pensativa. Los cabellos largos, sueltos, que perfumaban de infusión de camomila con el que los lavaba.

Y no con nuestra muchacha. La suya, y la mía.

Un scacco[3], decididamente.

Quizá, había apuntado mal, se dice.

El amor perdido, en la noche.

Sin embargo, aquella, la novia, es tan bonita. Tan bella también al lado de él. Verdaderamente, una linda pareja.

Lo mira, ahora, desde la ventana. Está ahí, solo, y no parece despreocupado. No parece… no querría decirlo… pero no parece un novio. No.

No es así que los recuerda, a los futuros esposos. No sabe si dependa del hecho de que ha visto más nobles que burgueses, pero recuerda a los compañeros de sus doncellas, las muchachas a las que estimaba tanto, bravos jóvenes, y recuerda la impresión que le habían dado-, que los nobles parecen vivir en otro nivel y dejaban pasar todo por alto, pero él le parece un poco diferente…

Recuerda, cuando lo hizo traer a la casa. Su esposo pensaba que una compañía masculina, era un ejemplo para Óscar. Ella, que había conocido a sus padres, y los estimaba, de inmediato había esperado que él y su hija simpatizasen. Y, creciendo, André no la había decepcionado.

Cuando hubo cumplido trece años, le dio un serio discurso. Había crecido bastante de estatura, en el año apenas transcurrido, y le había parecido el momento adecuado.

Le había hecho notar que ahora era casi un adulto. Le había hablado acerca de las relaciones entre un hombre y una mujer. Le había dado explicaciones y libros, para estudiar, y aconsejado preguntar al doctor, en cualquier circunstancia. Le había recomendado respetar a las chicas. No irse con ellas si no estaba convencido. De hacerlo responsablemente, evitando meterlas en problemas. Y de meterse en problemas también a sí mismo. Y de tratar de no tener sexo pagado, porque es inmoral pagar por un cuerpo. Y más aún, había dicho, que un Estado obtenga beneficios. De respetar los sentimientos de las personas. Y los propios. Mejor esperar, le había sugerido, que arrepentirse.

Y él, que ya estaba enamorado de Óscar, y ella lo había comprendido, había asentado. Serio.

Y mirarlo ahí, cómo había cambiado…

 

Laura, 2002, otoño 2005-enero-, marzo 2006, publicación en Little Corner noviembre 2010.

 

Continúa.

 

Mail to: laura_chan55@hotmail.com 

 

Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com

Lima, jueves 7 de octubre, 2010. 


 


[1] NdTr. "leit-motiv" en el original. Es un vocablo de procedencia alemana, conformado por ‘leiten’ (guiar) y ‘motiv’ (motivo), se aplica en un fragmento que se repite a lo largo de una pieza musical, una obra literaria; o en Arte como un símbolo o detalle recurrente. Aquí significa que el sonido de la lluvia al caer era repetitivo.

[2] NdTr. En Latín en el original. El Arte de amar es un poema didáctico escrito por Ovidio, donde aconseja desde principios de higiene personal, pasando por estrategias de conquista amorosa hasta cómo satisfacer a la pareja. La primera parte está dirigida a los lectores masculinos, la segunda a las lectoras femeninas. La continuación, vendría a ser Remedia amoris (Remedios de amor), donde brinda consejos para superar los amores no correspondidos.

[3] NdTr. En el juego del ajedrez, una derrota.