Christine

Parte II

Warning!!!

 

El autor es consciente y ha consentido a que el fan fic de su propiedad sea publicado en este sitio. Así pues, antes de descargar este archivo, recordad que no está consentido ni su uso público, ni publicarlo en otro sitio, ¡tanto menos sin permiso! Pensad en el trabajo que los autores y el webmaster hacen y, por lo tanto, por cortesía y por respeto hacia ellos, no robad.

The author is aware and has agreed to this fanfic being posted on this site. So, before downloading this file, remember public use or posting it on other's sites is not allowed, least of all without permission! Just think of the hard work authors and webmasters do, and, please, for common courtesy and respect towards them, remember not to steal from them.

L'autore è consapevole ed ha acconsentito a che la propria fanfic fosse pubblicata su questo sito. Dunque, prima di scaricare questi file, ricordate che non è consentito né il loro uso pubblico, né pubblicarli su di un altro sito, tanto più senza permesso! Pensate al lavoro che gli autori ed i webmaster fanno e, quindi, per cortesia e rispetto verso di loro, non rubate.

 

Copyright:
The Copyright of Lady Oscar/Rose of Versailles belongs to R. Ikeda - Tms-k. All Rights Reserved Worldwide.
The Copyright to the fanfics, fanarts, essays, pictures and all original works belongs, in its entirety to each respective ff-fa author, as identified in each individual work. All Rights Reserved Worldwide.


Policy:
Any and all authors on this website have agreed to post their files on Little Corner and have granted their permission to the webmaster to edit such works as required by Little Corner's rules and policies. The author's express permission is in each case requested for use of any content, situations, characters, quotes, entire works/stories and files belonging to such author. We do not use files downloaded or copied from another website, as we respect the work and intellectual property of other webmasters and authors. Before using ANY of the content on this website, we require in all cases that you request prior written permission from us. If and when we have granted permission, you may add a link to our homepage or any other page as requested.
Additionally, solely upon prior written permission from us, you are also required to add a link to our disclaimers and another link to our email address.

The rules of copyright also apply and are enforced for the use of printed material containing works belonging to our authors, such as fanfics, fanarts, doujinshi or fanart calendars.

 

Nota: La idea la tuve en Macerata, una tarde de mayo del 2000, mientras, caminando a lo largo de la muralla, iba a hacer el mercado. Inmediatamente imaginé la escena I. Después, a continuación, una sucesiva. Una tarde, en julio, comencé a transcribirlas y a trabajar en ellas, como me suele suceder, por intervalla insaniae[1].

Bien que de todas mis historias ésta haya sido siempre la más plana, aquélla de la que tenía en mente el desarrollo desde el inicio, un desarrollo, madurado durante el otoño del 2005, me llevó a cambiar un poco el argumento, haciéndolo más disturbing[2]. Otrosí, dado que "BK", el cual requería más energías, se desenvolvía hacía el final, pude regresar a trabajar en esta historia, de la que, con los años, había juntado bastantes apuntes.

Esta nueva versión de la primera parte contiene sólo ajustes cronológicos, vista la continuación.

El copyright de los personajes pertenece a R. Ikeda – TMS-K.

El copyright de los personajes de Christine y Daniel, así como su representación, pertenecen a la autora. Las representaciones de ellos se encuentran en las imágenes de la antigua versión del I episodio.

 

 

No percatarse de un amor es culpa más grave que traicionar- Oscar, ep. 39[3]

 

Debía sofocar el amor. Hay gente que ama a una persona toda la vida sin que esta persona lo sepa – André, ep. 20[4]

 

Continuaba lloviendo sin descanso. Un fluir sin fin. La vegetación se plegaba bajo la fuerza del agua, restituido el verde más intenso, más oscuro, las hojas lúcidas, que dejaban deslizar las gotas. El ruido sordo y su discurrir, luego, sobre las tejas, el chocar sobre los vidrios.

Óscar condujo a André a casa. Debió casi portarlo como un ciego, teniéndolo por la cintura y por un brazo. Él la dejaba hacer. Subieron las gradas de la muralla en ruinas que ahora en la tempestad daban tristeza. Los gatos, tristes, escondidos bajo el cobertizo. E inmediatamente se escaparon hacia la casa. Estaba oscuro. Óscar prendió la luz. No había nadie. Una casa vacía. Y fría.

Observó a André, que miraba ante sí, perdido. Era su casa, con todo seguía inmóvil.

Un huésped, pasó por la mente de Óscar. Ajá, quizá sin ella siempre se había sentido un huésped, allí adentro... y ahora...

Él no se movía. Ni siquiera osaba observar.

Óscar, en cambio, por primera vez, miró alrededor sin el temor de poder herir a alguien, de parecer usurpar cualquier rol. Ya, hasta ahora, había sido así. Adentro –y no fuera, extraña ironía- aquélla casa había tenido miedo de arruinar algo. Su relación... Iba allí porque le agradaba, porque era casi el único modo que le quedaba para seguir viendo a André a la luz del día. Pero se daba perfectamente cuenta de cómo su presencia fuese percibida, vivida, interpretada –y, todo esto, variando en el tiempo y en las situaciones-. Y, allí adentro, siempre había temido poder destruir, todavía... Ahora, en cambio, dejaba sin ningún resquemor que su mirada se posase sobre las cosas, las paredes, los moldes, los muebles, los enseres. Observaba e imaginaba aquélla casa nuevamente llena. Viva. No vacía, como estaba ahora. Y se daba cuenta, aunque no le hubiese prestado atención antes, cómo por la decoración se pudiese comprender quién habitaba una casa. Revivía tantas cosas de ella... La volvía a ver moverse en aquéllas habitaciones, ligera, aérea, una nube de alegría y de dulzura.

Las lágrimas le retornaron prepotentes. Apretó los puños hasta hacerse daño, tratando de detenerlas. No quería llorar. No quería que él la viese llorar. No sabía qué decir, no sabía nada más... sabía sólo que la vida puede hacer daño de miles modos, todos terribles. Incluso la vida que parece más banal. Y, en cambio, se plegó sobre una silla y lloró, lloró en silencio, temblando, movida por aquél dolor, por la pena por André, por sus dos soledades diversas. Distantes. Era demasiado, demasiado... Lloró, teniéndose la cabeza entre las manos, sabiendo que estaba sola, que André no habría llegado a consolarla, que habría debido encontrar dentro de sí misma la fuerza de realzarse y seguir adelante, no en él, como una vez había sido.

Con todo, no podía dejarlo solo, en aquélla situación.

Miró alrededor, mechones de cabellos bañados por las lágrimas. El frío adentro. Un escalofrío.

Una lámpara iluminaba trabajosamente el cuarto de estar. Las paredes parecían siniestras, espectrales en aquélla oscuridad. La lluvia parecía superponerse a todo y así, pensó, habría querido que fuese. Quizá, se dijo, habría sido más simple. Aquélla habitación, que había sido alegre, joven, plena de vida, le parecía desvestida, infundía miedo, insinuaba pena. No podía permitirse ser egoísta, en este caso. Lo había sido, tontamente, inconscientemente, en el pasado. Ahora, ya no era posible. Observó a André, que parecía en trance, mientras versaba para los gatos la leche en los tazones. Un gesto mecánico, que quizá algunas veces había hecho. Sacar adelante la casa. No obstante todo.

"Ven", le dijo, tomándole por un brazo.

Sólo entonces él se rebeló.

"Daniel... dónde está..." Su voz sonaba triste, perdida.

"En casa..." Después, de inmediato, se corrigió, un revuelco en el corazón. "Donde nosotros..."

 

Le quitó la capa, lo hizo sentar.

Le soltó los cabellos, empapados. Una caricia, en otros tiempos. Ahora, la distancia. La pena.

Osó, casi por primera vez, ir más allá, la zona noche, y, como en una profanación, con las manos que le temblaban de congelamiento y de emoción, rozar temerosa los muebles, osar abrir los cajones, para buscar las toallas.

Se dio cuenta que no sabía dónde encontrarlos, en una casa tan diversa a la suya. En una casa en la que una persona en el fondo, no muy diferente a ella los había organizado. Sin el aparato de los domésticos. Para una vida de dos.

"Sería mejor si durmieses en casa, esta noche..." aventuró, ni siquiera muy convencida, regresando de allí. No quería dejarlo allí, solo con sus recuerdos.

Él suspiró. Pareció asombrado, por un momento, de verla allí, con aquéllas telas en la mano. Luego, regresó la oscuridad. Se pasó las manos entre los cabellos. Miraba la mesa. Las manos le temblaban. Parecía sopesar miles de palabras, una enormidad de dudas. Sólo después de un tiempo infinito articuló "No, quiero quedarme aquí", la voz clara, apagada.

Le pasó la toalla, dejándola sobre la mesa.

Él no alargó siquiera una mano para tomarla. Como si la distancia fuese todo. Una salvación, una reparación. El poder seguir cultivando en paz el propio dolor. Renovándolo. Para no perderlo.

Habría querido tomarle las manos, apretárselas, infundirle un poco de calor. Pero no lo consiguió. No lo conseguía. André parecía como rechazarla. Como haber antepuesto una cortina alrededor de sí. Miró fuera. Diluviaba todavía. Agua ahogada en la oscuridad. Una oscuridad negra, total, que engullía todo. Aún aquello que quedaba.

El rumor de la lluvia en aquélla habitación era tan evidente que parecía la única realidad. Habría hecho mejor en irse. A él no le importaba. Que ella se quedase o menos, las cosas no habrían cambiado. Y, sin embargo, no quería dejarlo solo. Estaba envuelto en la tristeza. Sabía muy bien que él se habría quedado indiferente a cualquiera de sus decisiones. Que probablemente, ni siquiera se habría percatado si ella se quedaba allí o no. Con todo, se quedaría. No obstante todo. No le habría tomado las manos. Nunca más tendría el valor y habría temido demasiado ser rechazada. No le habría acariciado los cabellos. Con todo, se quedaría. Encontró la fuerza de mirarlo, esperando que no se diese cuenta de ella. De aquéllas lágrimas. La mirada a tierra, temblaba de frío, los cabellos empapados, pálido. Tenso. A punto de derrumbarse.

Se dirigió hacia la chimenea, buscando algo qué hacer. Comenzó a preparar el fuego. Se había vuelto hábil, desde que él ya no lo hacía para ella. Dándole la espalda, se secó furtivamente las lágrimas con la palma de la mano.

Después, improvisamente, mientras preparaba la base, sintió su presencia detrás de sí. Estaba allí, de pie, la mirada perdida en un punto indistinto. Parecía indeciso.

Sintió un vuelco en el corazón, cuando, incrédula, le vio arrodillarse al lado de ella y rozarle las manos para alejarla. "Deja, lo hago yo..." como si fuese todavía normal. Como si el pasado hubiese regresado entre ellos.

Y observar aquellas manos, y los gestos acostumbrados. Aquellos que se conocen. Aquellos que se reconocen, asombrados. Notar las diferencias. Recordarlos. Clasificarlos.

Después, levantar los ojos hacia su rostro, después de haber encontrado el valor, y verle las lágrimas, que no consigue casi retener. Rebasarle los ojos. Y deslizarse fuera.

Y él que se queda allí, haciendo aquellas pocas cosas que aún parecen tener un sentido. No tanto para calentarse. Cuanto no sea para responder a su exigencia de un fuego.

Mientras las llamas se alzan.

Porque no imagina que, también ella, querría darle calor a él.

Mientras los gatos llegaron a la llamada del calor.

Con todo continuó. Si bien el fuego se había encendido casi súbitamente. Continuó. Como para mejorarlo. Para que ardiese más fuerte. Hasta que ella no le apretó las manos, y le dijo suavemente "Ahora basta..."

Y fue entonces que se derrumbó.

Que ella, arrodillada allí al lado, le protegió en su abrazo, y dejó que, al reparo de todos, llorase todavía un poco.

 

Lo hizo sentar a la mesa. La mirada gacha, los ojos lúcidos. Las manos entrelazadas.

Ella, casi no conseguía moverse. Las piernas se habían convertido como de madera. Demasiada tensión. Demasiado dolor...

Le pasó una mano sobre el hombro.

"Debes comer algo..."

Ni siquiera respondió. Ella no habría podido siquiera comer. Ni vivido. No era más nada. Estrechó los brazos al cuerpo. Quería congelarse. Morir también él de frío. De hambre.

 

Más allá, por fortuna, alguien había cambiado las sábanas. Al menos habría podido tratar de dormir un poco... Y alguien había limpiado, del suelo, la sangre.

 

Apoyó sobre la mesa algo de comida en un plato.

La miró. "Vete ahora. Se ha hecho tarde..." la mirada alucinada.

Sacudió la cabeza.

"Quiero quedarme solo..."

"No."

 

Permaneció allí, con él. Toda la noche. Para no poderlo ver llorar. Destruido.

Le preparó algo de té, caliente. Y al menos esto lo bebió.

Después, que era casi el alba, mientras se sorprendía de cómo la luz irrumpiese, lenta, por aquella ventana, y pequeñas nubes rosas pintasen el cielo, allá, al fondo, tomándole la mano le arrastró de allí. Lo convenció de extenderse. Lo cubrió con la casaca. Y con un tartán.

Permaneció sobre la puerta, el tiempo necesario para verlo derrumbarse, atravesado sobre la cama. Sin saber cuál habría sido el puesto de ella. El de él. Qué importaba, después de todo...

Después, regresó a donde habían estado. A esperar que fuese de día.

 

A esperar combatir otra batalla. Para convencerlo de regresar a casa.

 

Cómo es regresar a casa después de años de ausencia...

Cuánto parece un siglo, y todo es una carga encima. Lo que fue hermoso. Y lo malo.

 

Había comenzado como un periodo solar, en el fondo. Todo cuanto había comenzado como un adiós. Y un renacimiento.

Adiós a Óscar, bienvenido el futuro.

Muchos años antes...

 

Una mano para cubrirse los labios. Los dedos fríos.

Recordaba.

Ella estaba viva, y todavía podía recordar.

 

Es extraño pensar en una nueva amiga, se había dicho André. Tú, que siempre albergaste la idea que ella habría sido la única. Y te encuentras traicionándote a ti mismo –y a ella-, con asombro, pero sin poder hacer otra cosa que aceptar la realidad.

A ella había terminado por hablarle también de Óscar. No habría querido hacerlo. Pero Christine, como amiga, estaba lenta pero inexorablemente ocupando el lugar que había sido de Óscar.

 

Habían habido innumerables adquisiciones de libros, en aquél período...

Y muchos, impensados, también, se habían visto envueltos...

 

Por ejemplo, un agradable, rubio extranjero. Al que había arrastrado a la librería, considerando poco prudente conducirlo a una taberna. "Sabéis, en estos tiempos...", había deslizado, sin admitir la verdadera razón, el odio, el resentimiento, la gente que le habría linchado voluntariamente.

"Y él, ¿quién es?", dijo Christine, amigablemente.

"El conde Hans Axel von Fersen", lo presentó André, quién agregó: "Conde, os presento a Mlle. Testaert."

"Para serviros...", le besó la mano Hans.

"Pero...", le sonrió Christine, para nada intimidada, "creía que vos frecuentabais sólo a bellas mujeres... ¿qué hacéis con André?"

"Pero yo aquí veo a una mujer bellísima... En cuanto a nuestro André, me acompaña, dado que considera que las tabernas de París son inaccesibles..." una sonrisa –entendió muy bien, se dice André-. "Y", prosigue, "que nuestra amiga Óscar me ha hablado repetidamente de vuestra librería...," dijo Hans, la mirada decididamente admirada, mientras lanzaba cómplices miradas de aprobación hacia André.

"¿Óscar?", dijo ella, perpleja.

"La... persona de la que te había hablado...", trató de deslizar André, incómodo.

"Aquella... persona..." Titubeante.

"Exacto...", confirmó André, desconsolado, lanzando una ojeada furtiva y desolada en dirección de Hans.

"Pero... pero yo pensaba que se trataba de una mujer...", protestó vivamente Christine, que de complicaciones, en la vida, gustaba de muy pocas y de extrañezas aún menos.

Y, en aquél punto, casi al unísono, los dos infelices se encontraron explicando "¡¡¡Pero Óscar es una mujer!!!", a una como no, desconcertada interlocutora...

 

 

Era verdaderamente graciosa. En muchas cosas, pequeños detalles, particulares, asemejaba a Óscar, pero tenía una feminidad más acentuada, una manera de moverse, de hablar, de mirar... Con todo se le asemejaba. La misma mirada de gata, el rostro oval. Era hermosa.

 

 

No es fácil explicar porqué nazca el amor hacia una persona precisamente. Si sea la usanza. O la atención que esta nos reserva. Si sea la necesidad de ser amados. Si sean los gestos. Lo cotidiano. Una palabra. Las palabras...

Porque, cuando alguien nos está cerca, todo desaparece, y el mundo se vuelve mejor. Y las palabras menos amargas. Y el dolor menos fuerte.

 

 

Porque el corazón deja de latir y parece precipitarse, y las manos se congelan de sudor, y tiemblan, cuando aparece ante ti aquella persona.

 

 

Hay un puentecito de piedra, entre las casas. En la bella estación la exuberante vegetación resplandece.

Dos figuras, apartadas, sentadas. Parecen jóvenes, aún abiertos a la vida. Parecen bellos en aquellos momentos robados a su trabajo, intercambiándose palabras que acaso tienen un peso.

Ella parece escucharlo, en una expresión atenta. Parece comprender sus penas, acerca de aquel amor tan imposible. Parece comprender aquella mujer tan extraña de la que él le cuenta.

Parece poder decirle que, sí, ella aceptaría, para él, de ser la segunda elección. Porque él es extraordinario. La voz, las manos tan bonitas y las muñecas tan delicadas. Aquel rayo de sol que le hace resplandecer los rizos mórbidos. Las cejas largas, la línea de la mandíbula. Aquel tono desentonado. A veces triste. Aquellos ojos plenos de luz y de confianza, no obstante todo. Esto, es él. Y está dispuesta a arriesgarse. Aunque si no sabe bien a lo que va a enfrentar.

Él se queda allí, escuchándola hablar. –El color vívido de las hojas.- El sonido de su voz. –El correr del agua. –Los gestos. –El recuerdo de cómo el sol cubría las piedras. –Los movimientos de sus manos. –Y la sombra proyectada por el puente. –Las miradas. –Y aquel cielo. Que parecía inmenso. –Veloces, fugaces, todavía tímidos. Deja que ella se vuelque como un bálsamo sobre su alma herida. Que lo envuelva. Que lo aplaque con aquella voz argentina y un poco burlona[1], tan femenina. Con aquellas risas que no retiene, como en cambio hace Óscar. Christine vive. Se divierte. No se esconde. No tiene necesidad de ello. Es la primera vez que tiene una amiga, a parte de ella, con la que consigue comunicarse tan profundamente. No siente que la traicione. Siente sólo la necesidad de paz. Se acuna en la dulzura de estas sensaciones, de la novedad, de la libertad de aquella relación. Pero no se puede cambiar. La amiga, una vez más, le fascina. Lo circunda de sí. Se convierte en una querida amiga, dejando un pequeño vacío, dentro, por aquella sensación de sorpresa y encanto que de ahora en adelante podrá sólo recordar, pero que ahora está consignada al pasado. Y luego se convierte en alguien en quien se piensa siempre más seguido, durante el día. Y, aún después, el primer pensamiento en la mañana, cuando casi nos sorprende que ya no esté la otra...

 

Laura, 2002, otoño 2005-enero 2006, publicación en el sitio Little Corner enero 2006.

Pubblicazione traduzione sul sito Little Corner luglio 2006

 

Continúa.

 

Mail to: laura_chan55@hotmail.com

 

 

Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com

Lima, lunes 12 de junio, 2006.

 

[1] Gracias a Luana por la sugerencia de "burlona".