Christine

Parte I

Warning!!!

 

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Nota: La idea la tuve en Macerata, una tarde de mayo del 2000, mientras, caminando a lo largo de la muralla, iba a hacer el mercado. Inmediatamente imaginé la escena I. Después, a continuación, una sucesiva. Una tarde, en julio, comencé a transcribirlas y a trabajar en ellas, como me suele suceder, por intervalla insaniae[1].

Bien que de todas mis historias ésta haya sido siempre la más plana, aquélla de la que tenía en mente el desarrollo desde el inicio, un desarrollo, madurado durante el otoño del 2005, me llevó a cambiar un poco el argumento, haciéndolo más disturbing[2]. Otrosí, dado que "BK", el cual requería más energías, se desenvolvía hacía el final, pude regresar a trabajar en esta historia, de la que, con los años, había juntado bastantes apuntes.

Esta nueva versión de la primera parte contiene sólo ajustes cronológicos, vista la continuación.

El copyright de los personajes pertenece a R. Ikeda – TMS-K.

El copyright de los personajes de Christine y Daniel, así como su representación, pertenecen a la autora. Las representaciones de ellos se encuentran en las imágenes de la antigua versión del I episodio.

 

Nota al capítulo I: la revisión concierne sólo la cita inicial y la fecha: En vez que las partes estén ambientadas en 1777 y en 1780, han sido pospuestas a 1780 y a 1783.

 

 

No percatarse de un amor es culpa más grave que traicionar- Oscar, ep. 39[3]

 

Debía sofocar el amor. Hay gente que ama a una persona toda la vida sin que esta persona lo sepa – André, ep. 20[4]

 

 

 

Mayo 1783

 

André miraba el vacío, bajo la lluvia batiente que caía sin dar tregua y había oscurecido todo. Miraba fijamente el vacío y lloraba. Lloraba desesperado y mudo, sentado, casi abandonado, sobre una cerca de piedra. Óscar estaba al lado de él, una mano sobre su hombro, lo miraba sin saber qué decir, una pena infinita que la oprimía. Una angustia hecha de miles de cosas: de la certidumbre del dolor de André, de su desesperación; del aturdimiento y de la incredulidad que, siempre, golpean ante la muerte de una persona joven –una muerte que no se espera nunca-; del dolor propio, por todo lo que había acontecido.

Lo sacudió ligeramente, el capote echado sobre los hombros: "Vente..." No sabía qué decirle. Sentía la propia voz crispada.

Él no respondió. Lo miró. Las lágrimas que le regaban el rostro en un llanto silencioso; el rostro tenso, pálido; los ojos tristes, casi grises, de los colores de aquél temporal.

Alrededor de la tumba ya no había nadie más. Sólo ellos dos. Y la lluvia, que ablandaba el terreno y volvía pesante y rozagante la hierba.

Había aún tantas cosas por arreglar. Habría debido afrontarlas, en los días sucesivos. Pero, ahora, André no parecía dispuesto... estaba perdido... anonadado.

Óscar no sabía cómo comportarse. Lo que habría debido hacer, abrazarlo, consolarlo... no... no era posible... La única cosa era permanecer a su lado, no dejarlo solo... En el fondo... desde el inicio, había sido culpa suya.

 

Marzo 1780

 

Porque André estaba enamorado de ella. Pero ella, en un discurso loco y tonto, le había dicho, tristemente, casi fundiéndose en aquélla tristeza, que era una ficción solamente... Y había insistido explicándole, por momentos, la voz apagada, mientras, las manos congeladas, el corazón alborotado, su mente percibía todo extremadamente alterado, que, acaso, aquélla Óscar no existía... que ella no era como la veía él. Que ella no era nada... En cambio, en su corazón, Óscar sabía que él tenía razón. Que ella era exactamente como él la percibía. Sabía que habría bastado explicarle sus propios temores... superar la incomunicabilidad en la que, en aquellos años, se había encerrado... simplemente, decirle que también ella le quería y que, acaso, solamente tenía necesidad de un poco de tiempo para habituarse a la idea.

En cambio, aunque si su corazón le decía exactamente esto, aquéllas palabras no las pronunció jamás. No fue capaz. No fue capaz de admitir algo tan simple. Sabía que se equivocaba. Sabía que le hacía un daño terrible. Sabía –también- que lo estaba perdiendo. Y no lograba hacer nada. Le escuchó, en aquélla última tarde, hablar de ellos, la hermosa voz, clara. Le vio mirar lejos, más allá de lo que ella conseguía ver. Por última vez, le sintió increíblemente próximo. Como había sido por años y como, de ahora en adelante, no habría sido por largo tiempo. Finalmente, lo perdió.

Porque él, enamorado, destruido, sentía que debía clausurar aquel amor imposible en su corazón para dejar de hacerse daño. Sentía que, si su relación con Óscar no estaba destinada a crecer, era mejor detenerla, antes que lo anonadase. Así, desde aquel día, él trató de sobrevivir, superando aquélla pena.

Cuando Óscar se alejó de él, aquélla noche, sentía en la carne un dolor sordo, hasta enloquecer. Y, por años, se habría odiado, rogando que le fuese concedida una manera de reparar las cosas. Lloró largamente, encerrada en su habitación. Le vio, más tarde, a la luz que desprendía la chimenea encendida, sentado, perdido, una expresión dura sobre el rostro juvenil. Habría querido acercársele, decirle lo que pensaba realmente... sabía ya que se equivocaba... con todo, de nuevo, no fue capaz.

 

No fue fácil para Óscar, asistir a este cambio. Estaba acostumbrada a tener entorno un André festivo, jovial, mientras que aquel que se encontraba ahora era una sombra. Como apagado. Al menos ante ella. Parecía que las cosas no podrían volver a cómo habían sido. Él había erigido como un muro, a través del cual Óscar percibía chispazos del viejo André, pero que, en cambio, servía para mantenerla a distancia: ella misma, incomodada por la situación, no sabía en lo absoluto cómo comportarse. Hasta había odiado a André. En algunos momentos, rabiosa, se había preguntado por qué él no había esperado aún un poco más, por qué había arruinado todo. Pero, en realidad, sabía muy bien que la culpa era suya.

Mano a mano, la situación de había normalizado. Óscar se sentía aliviada, pero se daba cuenta que su incapacidad de comunicarse la habría arruinado, si no encontraba el modo de superarla. "Si André me diese otra oportunidad...", se había dicho... En cambio, André trató de ya no aludir al tema. Óscar esperaba fuese una cuestión de tiempo. En cambio, el tiempo pasaba, ella estaba siempre más sola, André siempre más lejano. Terminado el servicio, raramente se quedaba con ella. A menos que ella no se lo pidiese. Y, aún cuando estaban juntos, ahora era diverso. Algo se había quebrado. "Es preciso sobrevivir...", le había dicho, una vez, en una rara alusión a lo que había sucedido entre ellos. Y Óscar no lo había olvidado más.

 

El tiempo había pasado.

André cabalgaba sin querer entre las residencias de Versalles. Óscar estaba en la Corte, pero el general había preferido enviarlo a Versalles, adonde el librero que habitualmente proveía a los Jarjayes, con una lista de volúmenes a encargar. Una mañana como las otras. Un encargo poco alentador... los libreros de París estaban mucho mejor abastecidos y sólo un hombre de gustos exagerados como el padre de Óscar podía apreciar los "clásicos", en preciadas ediciones decoradas, con frisos dorados, de aquel negociante... Por otra parte, en Versalles eran los nobles los mayores compradores de libros... que, luego, también los leyesen, era otra cuestión. Abrió la puerta.

"Buenos días..." se aproximó. De frente a él, en el mostrador, una muchacha que nunca había visto allí, antes, se estaba poniendo en pie en la penumbra lacerada por los polvillos de la luz.

"Decidme, señor..."

André se quedó en silencio, completamente ausente. La observaba de manera asombrada, casi como si estuviese sorprendido de descubrir algo extraño. Aquella muchacha... se asemejaba a Óscar. Le recordaba a Óscar. En algo indefinible. No, no era posible... Cómo pudiese una perfecta extraña asemejarse... Con todo...

"¿Señor?", le apostrofó, de nuevo, mientras él se daba cuenta de haberse quedado en contemplación un poco demasiado.

"Oh, excusadme...", dijo André, tratando de sacudirse aquella sensación de aturdimiento que le había envuelto. "Tengo aquí una lista de volúmenes qué encargar para los Jarjayes..." dijo, mostrándole el folleto que tenía en el bolsillo, mientras seguía observándola insistentemente, en el tentativo de comprender lo que en ella le recordaba a Óscar.

"Sí... el general los ordenó hace algunos días... Esperad..." y desapareció en la trastienda, los cabellos largos, castaño claro, que ondeaban a cada movimiento suyo, mientras André no conseguía quitarle los ojos de encima, tan increíble era la versión femenina de Óscar.

Regresó después de algunos instantes con dos volúmenes.

"Pues bien, han llegado sólo estos", dijo, sentándose y señalando de la lista que le había alcanzado André, dos títulos, el Loysel[5] y la Colección de los Edictos Reales... Sonrió, con aire cómplice: "Pero ¿verdaderamente alguien se los lee?"

André sonrió divertido. Aquella muchacha tenía algo que no habría sabido explicar. Algo que, en Óscar, costaba mucho aflorar aún después de años de amistad... "No, veréis... a parte del hecho que son útiles para llenar los estantes", bromeó, "pueden servir como fuentes, en el caso de reportes... durante las misiones. Digamos que son material de consulta...", concluyó.

"Ah", exclamó la muchacha, con el aire de quién no comprendió nada, salvo que el argumento no era interesante. "¿Y los usáis también vos?"

"Sucede... no son mis lecturas favoritas...", bromeó él.

"¿Y cuáles son, en vez de estas?", dijo ella, femeninamente.

André levantó la ceja. Qué buena pregunta… "Literatura clásica… mi favorito es Horacio[6], pero también Platón[7]... filosofía, filosofía política... las cartas sobre la tolerancia de Locke[8], diría, pero también Rousseau[9]...", refirió él, buscando dar una idea resumida de sus lecturas... en efecto, no era fácil catalogarlas...

Ella se quedó perpleja. "¡Vaya! ¡Lector empedernido!", consideró. "Y, ¿cómo es que no se os ve tan seguido por aquí?"

Punto sensible... ¿cómo decirle a una muchacha tan graciosa, tan simpática, que los libros de aquél negocio eran los más abominables que un lector dotado de discernimiento pudiese desear? Eran casi ilegibles... El hecho era que aquél era un negocio para nobles y, a parte del general, que, en efecto, tenía estos libros para consulta, la mayor parte de los nobles compraba los libros sólo para ponerlos sobre polvorosas estanterías, con la finalidad de que no se quedasen vacías y les regalasen una apariencia de cultura... En suma, el general y sus criterios de educación no eran la norma, en Versalles... En ese sentido, él había sido afortunado. Pero era preciso encontrar una excusa...

"Porque no sabía que estuvieseis vos", se sobrepuso, a último momento, arrepintiéndose, sin embargo, inmediatamente de lo que había dicho y pensando, por un instante, con un ligero sentido de culpa, en Óscar.

Ella trató de desdramatizar: "En efecto, muchas veces me he preguntado si los que compran estos libros los leen..." Lo miró de abajo arriba. "Os confieso que yo no los leo... Lo he intentado, pero no lo consigo...", sacudió la cabeza, desconsolada. "No habría debido preguntároslo... De todos modos", agregó, "tampoco yo había tenido nunca un cliente como vos, hasta ahora...", dijo, solapadamente, la muchacha.

"En... efecto fue una sorpresa... habitualmente está un señor... Pero no me habéis dicho lo que leéis vos...", trató de salir del impasse André.

"A mí... bueno... mi preferida quizá no la conocéis... es una poeta italiana, Gaspara Stampa[10]..."

"Arsi, piansi, cantai; piango, ardo e canto; piangerò, arderò, canterò sempre...[11]", citó, en italiano, André.

La muchacha se quedó sin palabras.

"No prestéis atención, cuando me obligaban a estudiarlas no las apreciaba...", trató de desdramatizar él. "Son cosas que comprendí más tarde..."

"¿Qué hacéis?", preguntó, levantándose. "Creía... cuál es vuestro trabajo?"

"Trabajo con la familia Jarjayes. Soy el asistente... de Óscar... el... hijo del general", explicó él con un poco de turbación. No estaba acostumbrado a hablar de sí o de Óscar y, francamente, era la primera vez en años que le sucedía entablar una comunicación así, en breve...

"Ah..."

"Para ser sincero", continuó André, extrañamente locuaz, "soy una especie de refugiado...", sonrió, "porque, en realidad, mi abuela es su gobernanta y, así, cuando me quedé huérfano, me tomaron bajo su cuidado. Y puesto que Óscar tenía un año menos que yo, crecimos juntos..."

"Ah...", comentó, de nuevo, la muchacha, que, en toda aquella situación, encontraba bastante extraño que él continuase aludiendo a este Óscar...

"Bueno, excusadme... temo haberos aburrido...", se recompuso André, sintiéndose vagamente ridículo y traidor, en lo referente a Óscar.

La muchacha sonrió: "No... ¡todo lo contrario... sucede tan raramente que alguien hable en este velorio!" Sonrió, mirándolo a los ojos. Tenía los ojos de gata, he ahí en lo que se asemejaba a Óscar. "¡No sabéis cuán feliz soy! También porque", continuó, "no es que sean muchos los compradores de libros, aquí, en Versalles..."

"Bueno, en efecto, el General, a diferencia de muchos nobles, se preocupa mucho por la cultura... ¡hasta demasiado! ¡¡Si supieseis cuántas veces Óscar y yo habríamos escapado voluntariamente de los preceptores!!!, rió de malagana él.

"En cuanto a mí, en casa tenía los libros. Sin ninguna posibilidad de fuga...", observó desconsolada, la muchacha. André, ante esta observación, sonrió. "Y estaba sola... ni hermanos, ni hermanas... fea situación, ¿no?"

"En efecto." Convino André. Se repuso. Mejor la fuga, consideró. "Pero ahora, excusadme... Debo irme."

"La próxima consigna de libros está prevista para la próxima semana. Quizá estarán los que os interesan", le recordó.

"Os lo agradezco", dijo André, los ojos sonrientes, en el rayo de luz que la puerta semiabierta dejaba filtrar. E hizo ademán de marcharse.

"Entonces, ¡hasta la próxima semana!", lo despidió la muchacha, con una mirada de confianza.

"Está... está bien", dijo él, que no estaba habituado a tanta locuacidad en una extraña.

La muchacha le vio cerrar la puerta tras de sí.

 

André volvió seguido a aquella tienda. Y las conversaciones con Christine se hicieron siempre más frecuentes. La muchacha sabía hacerle sentir a sus anchas. Con ella lograba hablar fácilmente, entablar una comunicación como, hasta ahora, había sucedido solamente con Óscar. Óscar había sido, hasta hace poco, su único objeto de interés. Ahora, en cambio, se veía a sí mismo, algo sorprendido –y observaba la cosa con una cierta tristeza- del hecho que había podido tomar distancia de su situación con Óscar. Si sólo hubiese querido. Bastaba con dejarse envolver un poco más de cuánto le hubiese sido concedido hasta ahora... en los años precedentes, en el fondo, nunca había sopesado la posibilidad de interesarse en otra persona porque, de naturaleza fiel, se sentía solamente de Óscar. Pero ahora las cosas habían cambiado. No consideró que Óscar pudiese haber tenido aquélla actitud por miedo. Consideró que Óscar había decidido cerrar una determinada situación y que era él quién debía actuar. No se trataba de interesarse intencionadamente de una persona, no... se trataba de tratar de no pensar en Óscar, de tener la mente ocupada...

Cuando se dio cuenta de haberse abierto con Christine mucho más de lo que le hubiese sucedido siquiera con Óscar, André vivió sentimientos contrastantes. Una sensación colma de sorpresa, de estupor, como de frente a una situación nueva, que está naciendo. Unida a la confusión, a la aflicción de deber ajustar las cuentas con la imagen de Óscar, hasta hace poco constantemente presente en sus pensamientos (el primero, al despertar –el último, la noche), que, mano a mano, se iba haciendo siempre más lejana, hasta volverse evanescente. Era bello y triste, al mismo tiempo. Se sentía nuevo, como renacido, en algunos momentos, mientras en otros le parecía como si hubiese perdido una parte importante de sí. Óscar ya no era más la muchacha de la que estaba enamorado, su mejor amiga. Óscar, ahora, era la muchacha de la que había estado enamorado, su vieja amiga. Seguía queriéndola, mucho. Pero se había impuesto no concederse otra cosa. No quiso ver la nueva fragilidad de aquella Óscar herida en su propia incapacidad de comunicar.

 

Laura, mayo-julio 2000, primera publicación en Little Corner 9-II-2001, la revisión data de otoño 2005, segunda publicación en Little Corner  enero 2006.

Pubblicazione traduzione sul sito Little Corner luglio 2006

 

 

 

Continúa

Mail to: laura_chan55@hotmail.com

 

 

Traducción del italiano al español: Shophy shophy@ec-red.com

Lima, lunes 29 de mayo, 2006.

[1] NdTr. En latín, "en un rapto de locura"

[2] NdTrd. En inglés, "perturbador".

[3] NdTr. En el doblaje mexicano: "El no haber comprendido tu amor, es ahora mi peor castigo".

[4] NdTr. Ídem: "Existen amores en este mundo sin esperanza… ya que quien ama no se atreve a declarar su amor por temor a ser rechazado".

[5] NdTr. Antoine Loysel, jurista francés nacido el 16 de febrero de 1536, muerto el 28 de abril de 1617. Es conocido por su Institutes coutumières (Instituciones consuetudinarias), el cual resume los principios generales del antiguo derecho consuetudinario.

[6] NdTr. Quintus Horatius Flaccus (Quinto Horacio Flaco), nacido el 8 de diciembre del 65 adC, muerto el 27 de noviembre del 8 adC. Hijo de un esclavo liberto, es el principal poeta satírico de la Lit. Latina. Su obra se clasifica en Sátiras, Iambi (Épodos), Carmina (Odas) y Epístolas (Cartas). Su obra más conocida es la Carmen saeculare, un himno coral dedicado a los dioses. Se le recuerda por su frase "Carpe diem" (aférrate al día).

[7] NdTr. Nacido en Atenas o en Aegina hacia el 428 a. n. e. Y muerto hacia el 347. En 387 funda la Academia (en nombre del héroe Akademos), primera escuela de filosofía organizada; origen de las actuales universidades. Su obra más conocida son los Diálogos, donde en forma de diálogos (valga la redundancia) expone sus ideas respecto a la Educación, la Política, o el Amor, sirviéndose a veces de mitos (como aquél de la Atlántida). Aún se discute acerca de cuán parte de su obra es de su autoría, espúrea o simplemente atribuida.

[8] NdTr. John Locke, filósofo y médico inglés nacido en 1632. En 1667 compone An Essay on Toleration (Ensayo sobre la Tolerancia), en el cual defiende el derecho a disentir en materia religiosa. La Epistola de Tolerantia  (Carta sobre la Tolerancia), fue escrita aproximadamente en 1685 y publicada anónimamente en Holanda en 1689. Le siguen una Segunda y Tercera carta sobre la tolerancia, siendo la Cuarta publicada póstumamente. Estas cartas suman a la visión política del asunto, la teológica. Las tres últimas, son respuestas al debate entablado con Jonas Proast.

[9] NdTr. Jean-Jacques Rousseau, escritor, compositor y filósofo suizo nacido el 28 de junio de 1712 y muerto en 2 de julio de 1778. En sus obras filosóficas, desarrolla la idea del "buen salvaje", según la cual la felicidad del hombre radica en el contacto con la naturaleza, porque la sociedad al irrespetar los derechos básicos, favorece la desigualdad entre los hombres.

[10] NdTr. Nacida en Padua (1523) y muerta en Venecia (1554). Sus apasionados romances, donde destaca claramente el que mantuvo con el conde Collaltino di Collalto, llevan a suponer que fuese una de las célebres cortesanas de Venecia, aunque nada se ha comprobado al respecto. Su principal obra la constituye las Rimas, cancionero de inspiración petrarquista donde prima la expresión antes que el contenido, el cual en versos de diversas medidas expresa sentimientos sinceros puramente humanos entre pasión, celos, amor, entrega y remordimiento. Luego de una primera edición póstuma, en la segunda mitad del s. XVIII apareció una segunda por iniciativa de un descendiente de Collaltino. Los versos que cita André corresponden a la Rima XXVI: "Ardí, lloré, canté; lloro, ardo canto; lloraré, arderé, cantaré siempre...", donde destaca la aglomeración de conjugaciones verbales.

[11] STAMPA, G.: "Piango, ardo e canto". En: CERIELLO, G. (recopilador), Rime, Milano, 1979, p. 97.